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Por Enrique Herrera

Murrieta, California, EUA, 12 de marzo de 2021 [00:02 GMT-5] (Neotraba)

Cuando supe que uno de mis amigos había puesto en circulación su revista, le escribí una nota para felicitarlo. Al mismo tiempo, le dije que le enviaría una historia corta para que la revisara y posiblemente la publicara si mi modesto trabajo cumplía con los requisitos de alta calidad de su revista.

Mi amigo respondió que con mucho gusto recibiría una historia mía si tuviera que ver con una cárcel, tema que abordaría en el próximo número de su publicación.

Como no tenía nada escrito sobre una prisión, fui a mi base de datos mental para recordar un evento que me hubiera puesto tras las rejas. Bueno, nunca he estado tras las rejas, pero una vez estuve en la cárcel, la cárcel de Ciudad Obregón, Sonora.

Carlos y yo nos habíamos ido de San José, California cuando nos quedamos sin trabajo y sin recursos suficientes para pagar el lugar donde vivíamos. Cargamos lo que pudimos en nuestras respectivas mochilas y comenzamos a hacer autostop, pedir aventones.

El primer día de viaje llegamos a Hollywood por la tarde. Por la noche caminamos por la zona de ocio nocturno de Sunset Boulevard y al día siguiente partimos hacia Tijuana, con una pareja joven del barrio Cacho en Tijuana, que había pasado unos días divirtiéndose en Los Ángeles.

Una vez en Tijuana, Carlos y yo caminamos hasta La Mesa, un lugar —que en ese entonces—, estaba en las afueras de Tijuana. De allí, un hombre que conducía una camioneta abierta nos recogió y nos llevó a Mexicali. En Mexicali abordamos el tren hacia el sur, escondiéndonos del conductor que, luego de conocernos y conversar con nosotros, se convirtió en nuestro aliado. En ese tren llegamos a Ciudad Obregón, donde tuvimos que bajarnos porque, según nuestro amigo conductor, habría un control de boletos y pasajes por parte de un inspector, y nadie escaparía al escrutinio.

Pasamos el día cerca de la estación de tren y, todavía con luz del día, nos acercamos a la Carretera Panamericana. Allí comenzamos a hacer señales a los autos, esperando que alguien se detuviera y nos llevara al sur a la Ciudad de México. Estaba oscureciendo y nadie se detuvo. Finalmente, una luz a la vista disminuyó la velocidad. Nos miramos con ojos de agradecidos. Pero pronto, nuestra alegría se convirtió en preocupación porque dos uniformados salieron de la patrulla policial que se había detenido y se acercaron a nosotros. Uno de ellos nos pidió nuestra identificación.

Mostré mi carnet de estudiante del Instituto Politécnico Nacional sin decir nada. El policía lo tomó, lo vio y no me lo devolvió. Carlos acompañó la entrega de su pasaporte y credencial con la palabra “Periodista”.

–Sí, ¿y de dónde tú?

–De Argentina, de Buenos Aires.

Los policías volvieron a la patrulla. Nos dimos cuenta de que estaban comprobando nuestras identificaciones y hablando con alguien por radio. Podíamos escuchar el ruido de la radio. Después de unos momentos, uno de los policías regresó con una propuesta:

Miren, jóvenes, está prohibido hacer autostop en Obregón a estas horas de la noche. Entonces, lo llevaremos a la cárcel, pero no se asusten; ustedes no van como detenidos. En la cárcel, junto a la sala de espera, hay un almacén donde pueden pasar la noche. Por cierto, hay un gringo que levantamos hace un rato. Viaja como ustedes, de aventura, pidiendo aventones.

Llegamos a la cárcel, al almacén. Entre los sacos de algodón confiscados, Frank estaba acurrucado. Era un joven estadounidense que, en lugar de alistarse en las fuerzas armadas de Estados Unidos, prefirió ir de gira por la República Mexicana. Era la tercera semana de diciembre de 1968.

Al día siguiente, otra patrulla nos llevó a los tres a las afueras de Ciudad Obregón para continuar nuestro viaje hacia el sur. Después de muchos más incidentes, al decimotercer día de nuestra salida de San José, Carlos y yo llegamos a la Ciudad de México, a la casa de mis padres. Frank llegó unos días después. Carlos y Frank se quedaron con nosotros, en casa, unas semanas.


Voy a enviarle este cuento a mi amigo. Sé que lo revisará. No sé si lo publicará.


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