¿Te gustó? ¡Comparte!

Por Iván García Mora

Baja California, 3 de marzo de 2021 [00:02 GMT-5] (Neotraba)

Dos semanas después de encontrar aquel perro, Carlos deseaba nunca haberlo llevado a casa. Era madrugada y por supuesto que a nadie le gusta ser despertado, menos por un french poodle blanco, quien ahora dice que en verdad es Shaquille O’Neal. Y además, afirma que la CIA lo ha enviado a matar a tu padre. A Carlos le daba vueltas la cabeza, las preguntas le rebotaban por todos lados.

“¿Cómo es que hablas español si de verdad eres Shaquille O’Neal?”, fue la primera de las dudas que lanzó el adolescente. El perro Shaquille se carcajeó sin parar. “¿De verdad te importa más mi idioma a que quiera matar a tu padre?”, le decía entre risas. Después le explicó que los agentes de la CIA hablaban más de cinco idiomas, que el hombre que decía ser su padre en realidad era un impostor, que tenían que detenerlo antes de que realizara un ataque terrorista en la línea fronteriza.

Carlos se dio varias cachetadas, se pellizcó las piernas y se jaló los cabellos: estar despierto nunca había significado tanta incertidumbre. Lo primero que pidió fueron pruebas para comprobar que ese hombre no era su padre. “Es por su barba”, dijo Shaquille, mientras sacaba un álbum familiar del closet. “Aquí puedes ver una infinidad de fotos de tu verdadero padre. “¡Ves, en ninguna tiene barba!”. El chico mordió sus labios, hojeó el álbum y pensó lo más rápido que pudo. “¡Es cierto, hace un mes que tiene barba y ni siquiera mi mamá sabía que le podía salir!”, le aseguró al perro, acertando con la cabeza.

Idearon un plan para cometer el asesinato. Al día siguiente jugarían básquetbol después de la escuela. Esperarían en el patio hasta que su falso padre volviera del trabajo, al final lo interceptarían en su estudio y lo matarían con un hachazo en la nuca. “Oye, Shaq, ¿y dónde está mi verdadero padre?”. “Lo siento mucho, amiguito”, respondió Shaquille con la mirada agachada, “si te soy sincero, la verdad es que no lo sé”. Carlos lagrimeó quedito al escuchar esta respuesta, pero lo consoló un poco saber que salvarían muchas vidas.

Temblando de tantos nervios, el chico cerró la puerta con seguro. Luego abrazó al perro y se dispuso a dormir. Apenas pudo conciliar el sueño por tres horas. El temor a que su falso padre los hubiera escuchado lo mantuvo alerta toda la noche. Al amanecer se asomó por la ventana, el impostor ya había salido rumbo al trabajo. Mientras se ponía su uniforme para la escuela, Carlos imaginaba que se vestía con una armadura contra el miedo, lo envolvió una seguridad momentánea. El sabor de los hot cakes mañaneros también abonó a su ánimo. Habló lo menos que pudo con su madre, dio las gracias y salió apresurado a clases.

A pesar de que su ímpetu parecía mejorar, la angustia y el cansancio lo patearon camino a la escuela. En su cabeza no dejaban de sonar las palabras con las que Shaquille se despidió: “No lo olvides: America’s future is on your hands”. Dudó del perro, pensó en regresar y prevenir a su madre, luego la idea se le evaporó al darse cuenta que podía ponerla en peligro. Ya en la escuela prefirió no hablar del tema con nadie, aun cuando la ansiedad no paraba de morderlo en el estómago.

Al regresar a casa, su mirada se iluminó con el brillo de un estadio. Shaquille volaba por los aires mientras clavaba el balón en la canasta. “¡Yeaaah, baby!”, gritaba el perro con enjundia. Shaquille le arrojó el balón a Carlos, compartieron una sonrisa cómplice. El chico hizo un par de dribles, pasó la pelota por debajo de sus pies, corrió hasta la línea de tres y anotó un triple impresionante. “¡Thats right, broooo!”, aullaba enloquecido. Pasaron algunos minutos, hasta que el sonido de un carro interrumpió el juego. Ambos voltearon hacia la banqueta, sabían que había llegado el momento: el impostor bajaba de su automóvil, acariciándose la barba.

Siguieron jugando por alrededor de media hora, mientras los padres comían, evitando gritos y vuelos al aire, despertar sospechas arruinaría su plan. “Oye, Shaq, ¿después de completar tu misión te irás?”. El perro se acercó a Carlos, le lamió las manos. “Lo siento mucho, los agentes de la CIA tenemos muchas misiones”. Se abrazaron y cerraron los ojos, una lágrima brillaba en la mejilla del chico. Escucharon que la madre subía hasta su cuarto, luego escucharon al padre subir al estudio. Se soltaron, se dirigieron sigilosos hasta la casa, entraron al sótano y buscaron un hacha que guardaba el verdadero padre ahí dentro.

En lo que levantaban cajas y movían muebles con cuidado, Carlos detuvo su mirada en el perro por unos segundos. “¿Cómo sé que no me estás mintiendo?”, exclamó el muchacho. Shaquille se quedó en silencio por un momento. Al voltear a ver al chico ya lo tenía a un lado, apuntándole con el hacha. “¡Hey, tranquilo! ¡Jamás te mentiría! ¡Soy Shaquille O’Neal!”,  susurraba el perro, caminando hacia atrás. “¡Estás mintiendo, sólo estás jugando con mi mente!”, gritaba Carlos. “Baja la voz, por favor, nos van a escuchar”, el perro temblaba. “Necesito otra prueba o te voy a matar”. Shaquille estaba contra la pared, sacó de entre su pelaje una identificación de la CIA y calmó de a poco al muchacho.

Carlos pidió disculpas entre sollozos. Para su fortuna, Shaquille sabía lo complicado de la situación, se abrazaron de nuevo. Subieron sin hacer ruido hasta el estudio del padre: Carlos con el hacha en su mano, Shaquille con un balón de basquetbol. Giraron la perilla con cuidado, el seguro estaba puesto, la única opción era derribarla. El muchacho tumbó la manija de un hachazo, empujaron la puerta. El impostor volteó de inmediato, tenía una pistola en sus manos. El perro le arrojó un balonazo en la cara y logró desmayarlo, pero el sonido de la pistola no pudo contenerse: Carlos yacía muerto de un balazo en la cabeza.

El perro Shaquille no pudo frenar su llanto, aullaba como lobo en luna llena, tomó el hacha con sus colmillos y de un fuerte golpe degolló al falso padre. No podía contener su ira, no se aguantó las ganas de aplastarle la cabeza. Agarró el balón de basquetbol y comenzó a botarlo en la cara del hombre, hasta que sólo quedó una laguna de sesos bajo sus patas.

Cuando Shaquille volteó a la salida, la madre de Carlos estaba tirada a un lado de la puerta, llorando desconsolada. El perro no pudo más que decirle: “¡Llame a la policía, señora! ¡Ese hombre era un loco, mire este cuarto lleno de explosivos!”. La señora no podía moverse, el perro agachó la cabeza, confió en su criterio y chilló como un endemoniado. Al salir corriendo de la casa, dejó un rastro de huellas color rojo por toda la sala. Un helicóptero ya lo esperaba en la entrada.


Sobre el autor:

Iván García Mora (Tijuana, 1993). Músico y escritor. Inició su formación en el Colegio Hispanoamericano de Guitarra y en la Escuela Superior de Música de Baja California, para después continuar sus estudios en la Escuela Nacional de Música (UNAM). Actualmente cursa la licenciatura en Sociología en la Universidad Autónoma de Baja California. Sus textos han aparecido en distintas revistas como El Septentrión, Plástico, Verboser y Oajaca. Es autor del poemario Tadoma (Pinos Alados, 2020).


¿Te gustó? ¡Comparte!