¿Te gustó? ¡Comparte!

Por Guillermo Rubio

Ciudad de México, 8 de abril de 2021 [00:02 GMT-5] (Neotraba)

Dos meses después

¡Pinche futbol!

No me imaginaba la devoción que tienen los chilangos por el reputo juego del fut, la ciudad se paralizó durante un mes, donde quiera había televisiones y una bola de putos con la boca abierta. Yo entiendo lo básico: Gol, penal, tarjeta roja y amarilla. ¡A la verga con su pinche juego! Bueno, hasta la pinche Xóchitl es aficionada. Por supuesto vi algunos partidos y la final. A México lo mandaron a la verga en la primera ronda y Brasil se chingó a Italia, total que es un pinche juego de pendejos. No saben que el rey de los deportes es el beisbol y después el básquet.

Mi vida clandestina ha cambiado, mis participaciones ahora me absorben bastante tiempo: mítines, reuniones, asambleas. Mi intervención era física, no soy dado a hilar muchas palabras juntas. Cuando tenía que hablar a huevo, tenía un discurso que dominaba al pedo dos minutos. Había pasado días enteros en la UNAM.

En foros, auditorios, asistíamos solidarios. Y en las islas la insurgencia, cuando menos, era mental, estaba en apogeo. El mundo estudiantil se estaba convirtiendo en vertiente que tarde o temprano harán un río. No había duda de que la matanza del 68 era el acicate que punzaba a varios sectores. También le dedicábamos presencia a las fábricas, íbamos por el lado de Naucalpan, ahí volanteamos varias veces. Aparte realizábamos voceos con simpatizantes. Martín hablaba como curandero de pueblo, tenía varios slogans que frenaban a la gente. Mi función era de muro, con orden de disparar sin el menor remordimiento en caso de ser interceptados por la policía.

Las citas con el mayor eran cada vez más eléctricas y tensas. Las palabras me salían a cuentagotas. Me daba mucho coraje informar los pormenores que exigía. Mi carácter se estaba agriando gacho. No estaba a gusto. El mayor me estaba cayendo en los huevos. Por otro lado: empezaba a ocultar información o cuando menos la retrasaba, los lazos con mi comando cada día eran más fuertes. Las citas me dejaban bien amargado. La traición de informar me calaba hasta los huesos.

Con respecto a Xóchitl, tenía más de un mes que me había entregado su micro panochita. Para llegar a bajarle la pantaleta tuve que ponerme condón, me da vergüenza pedirlos en la farmacia, sobre todo porque me gusta la señora que atiende. Este es mi remanso dentro de la tensión, tenemos días que no dormimos en toda la noche por estar trabados, acá, como perros calientes. Me siento como Hernán Cortés con su Malinche. A propósito, mi vieja se está ligando a un grupo subversivo y la veo bastante emocionada.

Hoy tengo cita con el mayor, le tengo la mejor noticia que le puedo dar. Resulta que ayer en la reunión de mi célula se trató el tema del reclutamiento y ofrecí que iba a invitar alguien de mi confianza, de esta manera gestionaría mi salida… El sentimiento de la traición me atormentaba, peor cuando recibía muestras de fraternidad de mi célula, en vez de sentirme halagado, el efecto era cómo comer un chile habanero a mordidas. Los seis meses estaban a su término. No me hacía a la idea de deshacerme de Xóchitl. A comparación de las fieras de Sinaloa, ella era más tranquila, amorosa. No la hacía de tos. Mi exnovia, la Chiva güera, se la pasaba chingándome la madre.

Sea como sea, los nervios los traigo cansadones, esta noticia como que apagó de repente mis angustias. Faltaban dos horas para ver a mi jefe, no tenía ganas de bañarme. Fui a la cocina a ver qué me encontraba, me estaba dando hambre, de repente se me antojó un huarache de bistec. Esto sirvió para dar media vuelta e ir a bañarme; de mi panza salía un olor a marisco de Guerrero. Me duché a buena velocidad, previendo lo que tenía que caminar. Me apresuré a salir. Las precauciones estaban en automático. Mi cuadra era el silencio total, salvo un mini estanquillo.

Estaba convencido que tener el estómago vacío era malo para mis entrevistas con el mayor, era una observación del sabio de mi padre. Con la panza llena aguanto hasta mamadas. Nuestra relación pendía de un mecatito, me comportaba como adolescente rebelde. Lo malo que me salía muy natural. ¡Chido! No hay gente en los huaraches.

El relevo y renuncia

En el Café de Rosales hacen unos bísquets de puro rechupete, como dice mi padre, todavía tenía campito para chingarme uno. Antes de entrar, di una vuelta de reconocimiento, agarré bien dormido al chofer, babeando, jeje. Y el sargento Porras estaba viéndole las nalgas a una señora del tipo de María Victoria. Me dieron ganas de picarle el culo, mejor no. Podría hacer enojar al asesino del mayor. El lugar era al fondo del fondo, sus perros estaban en el marco de la puerta, me dejaron pasar como perdonándome la vida, pinches putos. El mayor estaba atacando una concha tamaño jumbo y rebosando nata.

– ¡Presente, mi mayor!

-Siéntate. ¿Qué quieres?

-Café con leche y un bísquet, whit nata.

– ¿Que me cuentas?

-Pues le tengo una buena y otra mejor. ¿cuál quiere primero?

-No sé, la que quieras, pinche güerito misterioso.

-Pues va a poder infiltrar gente o cuando menos, ahora con un militante en la organización, la célula confía que lleve a un aspirante. Esto es para ayer, jeje, cómo a usted le gusta.

– ¿Cómo?, ¿vas a poder meter a quién quieras?

-Yes, mi mayor. Ayer en la asamblea se trató el tema del reclutamiento y se me encomendó introducir a un simpatizante del movimiento y propenso a la lucha armada. ¿Cómo la ve?

– ¡Muy bien, que buena noticia! ¿Y la otra?

-Qué ya se cumplieron los seis meses, ya me voy a la verga. Como buen cabrón, le cumplí, estoy dejando la chamba con relevo y con uno de los más picudos de la organización.

-Eso no es una buena noticia.

– ¡Para mí, sí!

Cuando salí a la calle, me sentía cómo cuando le metí la verga por primera vez a la Chiva güera y me fui al río a festejar. El mayor intentó, de varias maneras, extender seis meses más el jale. Habló de una plaza en el Servicio Secreto, la judicial federal militar, DFS, judicial del Estado de México –la más ratera e impune de la república. Yo movía la cabeza negando y cerrando los ojos como putito. Me comprometí a encarrilar a mi relevo y después desaparecer. Caminaba ligerito dándole la cara al sol, hasta me quité los sunglasses. Quería correr, brincar cómo potrillo de meses.

De repente, me dieron ganas de cagar, sin duda era la respuesta de mi cuerpecito de meses de traer el culo apretado, pues éste aprovechó el momento y dejó afuera la muestra de lo que quería salirse; acompañado de un cólico paralizador. Caminaba por la calle de Edison, casi para llegar a Amparan. Traté de dar un paso y ni madres; en teoría, soy un cuerpo joven y todos mis órganos están en buenas condiciones, menos mi culito que avisó que no podía detener la ¡cacotaaaaaaa!

Cómo pistolero del oeste me desabroché el pantalón y un dedo como garfio arrancó el calzón; en seguida salió un churro doble, tipo del Moro, de unos treinta centímetros.

Uff, toda la acción fue en menos de diez segundos, creí que nadie me había visto, pero no, dos prostis del hotel New York estaban entre los carros, riéndose de mí. Volteé a ver el viborón que dejaba en el pavimento que eran como tres días de comidas. Las viejas estaban jóvenes y atractivas, no llegaban a los veinte años. Ya cerca de ellas, una morena con tipo de salvadoreña o de costa, habló:

-Yo te limpio güerito y de cachucha.

– ¿Neta?

-Sí. ¿Cuántos años tienes?

-Veinticuatro, dije sonriendo y con cara de interesante.

– ¡Noooo! Estás muy pollito, ¿vamos al cuarto, bebé?

– ¿Cuánto, soy estudiante?

-Para ti, cincuenta pesos.

-Mmmm, no traigo condón…

-Yo tengo.

-Mmmm, ¿No hay dos por uno?

-Por setenta varos, sí, güero goloso.

-Pues arre.

Adiós Judas

La célula se tomó unos días de asueto. Invité a Xóchitl a un viaje de vacaciones a las playas de Sinaloa, me puse acá, bien divo con el mayor y conseguí que me prestara un Mustang Boss, nuevecito. Aparte me dio tres mil pesos para que viajara a todo lujo con mi belleza de Guerrero. Y así fue: nos hospedamos en el recién inaugurado hotel El Tapatío de Guadalajara. La idea de que ella sabría mi nombre verdadero y mis vínculos en Sinaloa estaba contemplada. Para empezar, cenamos con mis amigos de la secundaria en Guadalajara. La cita era en las tortas de Gema, en Chapalita.

Cuando vieron mi obsidiana con piel, intercambiaron miradas racistas. Mis amigos son de clase media alta en su mayoría, se empezaron a burlar, hasta que me encabroné en serio. Los mandé a la verga en plan de ponerle en la madre al primero que abriera la boca para ofender. El ambiente se puso tenso, de hecho, nunca los había desafiado en conjunto; esto de ser el más pobre de la banda tenía su costo y de alguna manera estuve de acuerdo para poder gozar y subirme a carros de lujo y fiestas de riquillos: esto incluía bromas pesadas. Rosendo Martínez Sandoval, alias el Rorro, con un metro noventa de estatura y rostro parecido al de Paul Newman, hijo del joyero más famoso de Jalisco, me dio un abrazo fraternal y decretó una tregua de no agresión y todo volvió a la cordialidad.

A las horas estábamos bien pedos en el hotel Posada, que estaba al lado de las tortas, ahí Xóchitl se enteró que yo era Guillermo Rubio y me apodaban el Vizco, por mi segundo apellido. Fueron horas divertidas, el Willy y Sergio se querían coger a mi vieja, el pinche del Chuy los puso en paz, total fue una de esas noches de desmadre y recuerdos. Terminamos en la madrugada comiendo tacos en Independencia y al día siguiente, ya tarde, salimos para Mazatlán.

Venía un poco preocupado, le había dado una buena culiada a mi vieja sin condón y eso que aviento chorros de descremada. Me dio mala espina. Se lo comenté entre risa y risa para que se pusiera almeja, como dice mi padre. En Plan de barrancas –con las curvas cabronas que hay, y yo como Pedro Rodríguez– hicieron que mi amorcito se huacareara con enjundia, tanto que nos paramos varias veces. Al atardecer llegamos a la perla del pacífico. Vuelta al malecón, chelas, tambora y motel a la salida a Culiacán.

Cuando llegamos a Guasave, a mi querida Xóchitl le estaba pegando el amor gacho, estaba igual que el Lobo, mi perro de la infancia: en la casa tenía ojos nada más para mí, se me quedaba viendo muy bonito y las orejitas se le ponían moraditas. Llegamos directos al taller de los Samaniego. El viejo Samaniego sonrió cuando me vio atrás de un mini torno. Emilio estaba midiendo una pieza con un pie de rey, no se había dado cuenta que estaba a unos pasos de él. En un cambio de posición abrió los ojos achinados:

– ¡Hay cabrón! ¿Qué andas haciendo? ¡Te van a matar!

-No hay pedo, vine un par de días, por estos lados. Quiero chingarme un zarandeado y unas patas de mula, ¿cómo ves?

-Espérame un rato tengo que terminar esto.

-No, mejor cuando termines me buscas en el hotel El Rosario, dile al Avelino y a Carlos, quiero verlos, les invito un cartón.

A las diez de la noche estaba reunido con los amigos de Guasave: Carlos, Emilio y Chava; los hermanos Samaniego, Avelino Montoya, el Chirris, Joel Nelson y Salvador Trigo. Cuando conocieron a Xóchitl la trataron bien. Ella se identificó rápido y las chelas volaron, entre bromas y recuerdos terminando a las dos de la mañana, quedando formales de comer en el río.

Los días fueron de paseos en diversas localidades: al mar, a las Glorias a nadar y lo principal; a buscar al Bronco que estaba en la sierra de Sinaloa de Leyva. Es mi amigo y ahora está en la desgracia, a principios de año mató a un wey en Mazatlán a madrazos y no quiso irse a juicio y anda huyendo a lo pendejo. Cuando se estableció el contacto, bajó a Sinaloa de Leyva. Estamos a punto de llegar. El buen Avelino Montoya me acompaña y me contagia su desprecio hacia la vida. Es dos años mayor que yo, se cree cabrón, pero es de buen corazón. Llegamos a una casa a las afueras y adentro estaba el largucho del Joel Nelson, más conocido como El Bronco. Después de los abrazos y de tomarnos la primera Modelo, pedí hablar a solas, él me invitó al patio trasero. Sin más disparé mi idea:

– ¿Qué piensas de las guerrillas que se están formando?

-Que hay una bola de batos en la casa Che Guevara en Culiacán y la casa de Guasave que quieren ser guerrosos. La hacen de pedo gacho.

– ¿Conoces alguno de ellos?

-Sí, hay varios de Guasave, tú conoces al Teto Campos y a Porfirio Manjarrez, es de los que manejan la casa del guasavense en Culiacán, ‘ta pesado el bato, ya lo busca la judicial, pronto lo van a matar…

– ¿Y qué piensas de estos grupos?

-Qué valen verga, son unos pendejos. Los van a desaparecer.

– ¿No te piensas entregar a la ley?

-No, voy a esperar que se cumplan los doce años, jeje, neta, bato. Aquí ando muy a gusto, tengo cuarenta cebús indostanos y se van multiplicando.

-Los Gaxiola te van a venir a matar aquí… ¿No quieres un jale peligroso, de muerte? Podrías ser héroe del gobierno, está de picture la tocada. ¿Te animas? El jale es con los chilangos.

-A ver, barájale más despacio, ¿qué pedo?

-Quiero que entres a un grupo guerrillero conmigo, hay acciones de las que te gustan y lo principal es que me informes qué chingados hacen. Pero en realidad vas a trabajar en el gobierno, es jale de infiltrado.

– ¿Y qué trabajan?

-Robos de nóminas, bancos, secuestros. El pedo es que no se reparten los botines, te pagan un sueldo y lo demás va para la organización: tienes que recibir capacitación de las ondas que ellos manejan; son ideológicas, y son a huevo…

– ¿Marxismo, leninismo?

– ¡Ándale, de esas mamadas!

-Me interesa, cuéntame más.

No hay plan a futuro

Sin duda Xóchitl estaba magnetizada con la personalidad y físico de Joel Nelson, para mí no era raro que cuanta pinche vieja lo viera quedaba prendada. Lo utilizábamos en bailes, carnavales y festividades para ligar a las plebes, no había mujer que no le prestara atención. Para ser justo, a este wey hay que describirlo y sin entrar mucho en detalles: de cuerpo delgado correoso, alto, moreno y de rostro que le da un aire al actor Alain Delon, salvo la nariz fracturada y los ojos, que son de tono entre violeta y azul oscuro y el pelo es negro azabache. De hablar pausado y burlón, clásico serrano sinaloense. Es hijo de Joel Nelson, más conocido como El Broncote, famoso por valiente, osado y bondadoso. Muerto en la guerra de Vietnam, en un acto heroico. Es originario de Estados Unidos, avecindado en Estación Bamoa, a pocos kilómetros de Guasave.

Cuando hablaba, Xóchitl, aprovechaba para verlo a placer. Pinche vieja así me miraba hace días, jeje.

Estábamos saliendo de Guadalajara, veníamos bien crudos en grado cabrón.

En la carretera nos atrajo un restaurante que estaba hasta la madre de carros y un gran anuncio de ¡birria! Después de un gran plato de birria de chivo, con doble caldo y tres cervezas quedamos cómo para dormirnos en el carro unas tres horas. Fue necesario que camináramos para bajar la comida. El estacionamiento nos sirvió de hipódromo y Joel empezó hablar sobre el homicidio que se vio involucrado en un arranque de confesión, yo sabía a grandes rasgos del hecho porque el Avelino me había contado. Y para documentar la acción fidedigna, lo empecé a interrogar como policía judicial:

– ¿Pero ¿cómo llegas al baile del carnaval?

-Solo, me había invitado la Libia, ella quería que estuviera en la coronación y ya sabes ahí estaba el Tavo, total que nos empedamos y la plebe quería bailar nada más conmigo para quitarse de encima al puto del Quintín Gaxiola, a mí no me latía que nos tomaran fotos y fotos. En una de esas, saliendo de mear, que me llega el puto Quintín. Que me la canta derecho: que no me acercara para la siguiente tanda a la Libia, así con unos pinches huevotes… Lo mandé a la verga y se enojó más. Me retó a unos guantazos en el estacionamiento.

Acepté y en cuanto salimos, me descontó, en la barbilla me dio el putazo y tardé para recuperarme. Me le colgué de la cintura mientras se acomodaban los sesos, aparte me llovían patadones de dos de sus compas. Lo bueno que está chapo el bato… estaba… jeje y cuando ya no estaba mareado, lo prendí del cuello y como novillo lo tumbé… De volada sentí cómo le tronó la cabeza de puerco, jeje. Y valió verga. A brincos me escapé, de volada me vine a Guasave, a los días, a la sierra y aquí me la paso toda madre, las serranitas son buenas conmigo, me tratan bien. Bajo por comida a Sinaloa de Leyva y a Mocorito.

– ¿Por qué no te entregaste? Cuando mucho te dan un año de cárcel o un poco más… o nada, eres un pendejo, dije serio.

-Me vale verga, si entro a la cárcel, ahí me quiebran. Los Gaxiola tienen mucho billete.

– ¿Andas con la Libia?

– ¡No! La traigo herida, pero no, es como mi hermanita, desde plebita le paso gacho, pero ya sabes que soy broder del Tavo… Hay veces que, si me la alcanza a parar, jeje. Xóchitl, nos puso al tanto que la Libia había ganado Miss México, el mes pasado.

Llegamos de noche al departamento, durante el camino habíamos tomado cervezas a granel, platicamos de aventuras juveniles, cenamos unas quesadillas de la esquina y a dormir.

Estaba bien jetón, cuando grité como cochi acuchillado… la pinche Xóchitl me estaba succionando como aspiradora de alcantarilla, yo como arco al revés, cuando salió la de Nestlé, noté que era otra, los rasgos morenos con los ojos acá de mariguas. Pensé que era un nahual, sentí miedo, ella tenía el cuerpo ardiente a cuarenta grados; se subió a montar: trote, al paso, galope corto y largo con obstáculos jeje. Cuando decidió que ya había descargado suficiente atole mixteco y resoplando se tiró a la cama.

¿Yo? al baño, estaba batido de nata de Guerrero. La chicotera… rígida, quería más osito.

Doble presentación, doble traición

A primera hora tiré mi enlace con el mayor, éste nos citó en el palacio de Chapultepec, a medio día. Había tiempo suficiente para comprar ropa al Joel, que andaba uniformado como todos los de Sinaloa: pantalones de mezclilla, camisa vaquera a cuadros y botas vaqueras. A regañadientes aceptó los pantalones de algodón acá con pinzas, camisa de Pepe el toro, zapatos de piel disfrazados de tenis, lentes de pacheco y una beisbolera. El Joel, estaba emocionado por todo, me di cuenta de que mi amigo estaba bien cerrero, por estos momentos había olvidado su personalidad parca y lánguida; estaba todo lo contrario. Con tiento le empecé a marcar el paso de cómo se conduce un infiltrado.

-A ver puto, desde este momento empiezas a trabajar. No sé qué vayas hacer, sabes que soy policía infiltrado y en la organización soy mensajero, en las dos posiciones tengo que ser observador y andar sin muchos panchos. Hay que tratar de pasar desapercibidos, tienes que memorizar o fijarte bien todo lo que te rodea. La idea es que, cuando sales de tu casa, estés a las vergas y hacer tu ritmo de caminar.

Para que te des cuenta pásate a la otra banqueta y sígueme a la distancia, no me pierdas de vista. ¡A las vergas!, no te vayan a atropellar.

En dos cuadras me le perdí un tres veces, humillándolo y apareciendo a su lado, como un fantasma urbano, que domina su entorno. Esto sirvió para que la ciudad lo ubicara y como seminarista se apagó el bato.

Cuando atacamos el cerrito del castillo, nos lo chingamos fumando un cigarro. El Joel, como buen serrano, sabe de subidas y bajadas de montes y barrancas; yo tambor. En la entrada estaba un perro del mayor, nos señaló una terraza y para allá fuimos como pinches coyotes. Cuando lo vi, le dije a mi compa que esperara, para estas fechas era experto en dictaminar el estado de ánimo del pinche wey que me prostituía como traidor. ¡Eso era! Soy un puto que no sé cuál es el lado bueno. Con un discretísimo choque de talones, me presenté:

-A sus órdenes, mi mayor.

-Yo, no me tomo vacaciones desde que salí del colegio militar ¿y tú?, a los seis meses, que huevitos, pinche güero abusivo. ¡Novedades?

-Pues me traje de Sinaloa a un compa que va a ocupar mi lugar, es un amigo del que yo respondo por él y le gusta la aventura y más cuando le dije que lo iba de alta en la judicial federal militar…

– ¿Yo dije, eso?

-Si, ¿no se acuerda? La neta es que con este cabrón no va a batallar nada.

-Parece puto, está bonito, tipo gabacho o más bien como argentino o sudamericano, tiene cuerpo de hombre de campo, de lechero jeje. Yo conseguí a otro compañero como habíamos quedado y original de Sinaloa. Para reforzar tu perfil, lo trajimos de allá. ¿te recibirán con dos?

-Yo creo que sí, primero presento a uno y después al otro. O no, mejor los dos de una vez, salieron del mismo viaje, es confiable la historia.

Hice las presentaciones, le mostré las notas de los periódicos de la bronca de Mazatlán. El mayor se portó medio mamón; conmigo había sido más chido. A mi compa lo estaba tratando como sardo, por la cara que estaba haciendo no tardaba mucho que le soltara un putazo, pero no, respondió bien y con huevos lo atajó según le preguntaba. Cuando me miró satisfecho por mi reclutamiento, dejé bien en claro que Joel no movía un pinche dedo si no estaba su alta en la militar. Apunté que traía todos sus papeles para registrarlo.

-No, primero lo voy a dar de alta en granaderos. Si sirve, lo paso al primer batallón de policía militar. ¡Puta! ¿qué interés?

-Para usted es un elemento para mí, es mi amigo…

-Pinche güerito, te voy a llevar al psiquiátrico.

Tercia de cabroncitos

El Joel venía convencido de que todo lo que le había dicho de la seriedad del trabajo oficial era verdad. Mañana iría a la dirección general a darse de alta, la tarjeta de presentación del mayor indicaba “subteniente de granaderos”. Ya me estaba preguntando que cuando íbamos a ir con la Organización. De regreso compramos tres pollos asados y dos six, para bajarlos.

Estábamos listos para darles en la madre cuando el timbre de la entrada me sacó de onda. Entre preocupado y valiéndome madres:

– ¿Quién?

-Zorba 27, me manda el mayor, ábreme.

Me le quedé viendo al Joel, se veía tranquis, yo también. Mientras iba a la puerta, por primera vez extrañé una pistola… ¿qué raro? Apareció un bato, chaparro, prieto, flaco, pelos tercos largos, joven y de mirada inquieta, nerviosa. Le extendí la mano sin decirle mi nombre, invitándolo a pasar. Pidió un vaso de agua, con acento serrano, no mucho, más bien standard, culichi. Le dije que si quería una chela, el bato rugió, sin duda era de la tierra.

Dio el nombre de Juan Macías, de Guamúchil, lo que provocó que nos riéramos a carcajadas, los odiábamos con devoción, se nos quedó viendo confuso el bato y cuando le dijimos que éramos de Guasave, una sonrisa helada le surgió jeje.

Empezamos a comer, las charras sobre las dos identidades eran feroces e ingeniosas. Nos reímos a placer, los pollos se convirtieron en huesos y los six volaron. Empezó hablar sobre el movimiento subversivo en Culiacán y lo catalogó como un hervidero a punto de erupción. Era egresado de la normal de maestros. El Joel le preguntó sobre dos, tres tipos célebres en Guasave por ser de izquierda o más bien socialistas. Sin duda él era el más preparado de los tres, en cuestión de doctrinas socialistas. No tardamos mucho para establecer un vínculo entre los tres. Joel, dentro del marco clandestino, se estaba adaptando con ganas de hacer las cosas bien. Y así nos dieron las diez de la noche. Xóchitl estaba sorprendida por el nuevo inquilino, de repente éramos cuatro en departamento. Juan Macías era de carácter bullanguero, calculé que no se iba a llevar bien con Martín. Ya lo hablaría con él. Por primera vez en más de seis meses iba a dormir tranquis, cuando mucho me faltaba una semana… o quince días de andar de traicionero.

Pasaron tres días para que me citaran. El lugar era la Torre Latino. Teníamos suficiente información sobre nosotros, que yo respondería como si fuera ellos. Juan Macías era más profesional, un elemento de la policía militar, del primer batallón.

Me había dado cuenta de que yo era el más plebe. El Joel andaba en los veinticuatro y Juan Macías, veinticinco. Un par de veces estuve tentado de decirles que estaba en camino de irme a la verga, jeje. Estaba pensando a futuro ser judicial del Estado de México, me sublimaba la idea de ser lo más temido de la república, mi padre se iba a morir jeje.

La cuota de uno cincuenta por subir al mirador se me hizo un robo. Cuando llegué, la voz tranquis y campirana de Martín se escuchó:

-Con unos días de vacación, hasta cachetes agarró compa Eleazar, ¿cómo te fue?

-Bien, fui para la tierra y ya sabrás las pinches tragadas que di, pero los riñones bien lubricados, ando full de colesterol, pero lo aviento en una semana. Te traje a dos compas de Sinaloa, uno es de mi pueblo y el otro de a cincuenta kilómetros, de Guamúchil. El de mi town, está verde como yo, pero respondo por él, en todo. Viene aprender sobre lo militar, le gusta escribir y sabe de los libros comunitarios. El otro cabrón es un wey que conozco desde la secundaria y estaba en la casa del estudiante Che Guevara de Culiacán y está boletinado con la policía, el destino quiso que lo rescatara, está medio locochón y creo que fuma hierba, tú decides, yo lo apoyo, pero no tanto como a mi valedor…

-Hay que verlos, si hay disciplina ya tienen más de la mitad. ¿Dónde los tienes?

– En mi depa, tenemos tres días que llegamos…

-Si se integran a la organización es peligroso vivir así. Llegan en buen momento hay una plaza en una fábrica por tres meses y hay que ocuparla para difusión oral e infiltración sindical, tenemos planeados un par de acciones militares para tener recursos para la causa. ¿Voy a contar contigo?

-No creo. En la primera hubo muertitos. Mejor dámela de predicador.

-Esa es más peligrosa, pinche güerito. Difundir la palabra comunista es de cárcel o muerte. Tú tienes trabajo, en cualquier momento te van a llamar y tus reclutas: primero uno, después el otro, no creo que queden en la misma célula…

– ¡Chale! Pero si no hay otra.

-Sí hay otra…

– ¿Cuál, comandante?

-Que formes tu célula. Tres cabroncitos de Sinaloa jeje.

-Nel, estoy bien contigo. ¡Ábrelos a la verga!

Un mes después

La vida iba pasando sin sobre saltos, mis buzones eran uno o dos por semana, los cursos de fin eran chidos, me gustaban y a toda madre. El Joel ahora se llama Francisco Torres, trabaja donde hacen llantas en Naucalpan, sigue en la casa, se está ganando a Martín y el cabrón mochomo de Juan Macías anda quien sabe dónde, al parecer cayó como anillo al dedo, si fuera solo él, ya habría desaparecido. Me detiene el pinche Joel, aparte que todavía no le pagan en la policía. Vamos juntos a los cursos, para variar las camaradas solteras le revolotean en los descansos. Yo creo que mi vieja sufre cuando está cerca de este wey, jeje, a lo mejor ya me sancharon.

Se está colgando el cabrón del Martín, faltan cinco minutos para la cita; mejor me muevo como marca el manual.

Después de checar que no traía cola, procedimos a caminar. El Martín se veía resplandeciente, contento, propenso a sonreír; pregunté en corto:

-Algo hiciste para verte tan despejado, las pinches cejas las traes en su lugar, ¿qué pedo comandante?

-Nada estoy contento por ti, la organización está agradecida contigo, tus recomendados están valorados en vitales para el movimiento, cada uno está destacando en su campo de lucha y por otro lado te voy a comisionar con los Vodkas, pidieron un chofer hábil, joven y sin problemas de traslado para viajar por todo el mundo, pagan bien y si cae la bronca es fácil chisparla… ¿Cómo la ves?

-No lo asimilo, suena a peligro, ¿tú que piensas?

-Es una buena posición estar cerca de ellos, son los del billete, aparte que hay un contacto directo a favor de la organización. La verdad no tengo idea de qué vas a hacer. Hasta dónde sé, vas de chofer. Son varios agentes de la KGB. Tú serías nuestro enlace directo con ellos… ¿cómo la ves?

– Deja consultarlo con la almohada.

– ¡No!, esto es en corto, me están esperando en ese restaurante. ¿Sí o no? Le puedo decir al Vodka que me espere una semana más. ¿Qué piensas?

-Pues le atoro, comandante. Si veo que está dura la macana, me abro a la verga, no hay compromiso a huevo.

-Bien, pinche güerito. Dame cinco minutos. Checa el área a conciencia, imaginando que el restaurante es el objetivo. A las vergas, cinco minutos no más.

En cuanto se encaminó, caminé en paralelo, viendo en olas, traté memorizar una pareja, acá tipo la Merced, pues están hablando, sin verse y de clavo al restaurante. Les di un pasón de cerquita y sentí la mala vibra, pero no paranoico. Chequé los carros y seleccioné a los que tenían chofer, modelos, colores, boleros y quien se aseaba el calzado y en espera, pura pinche rutina. El Citizen dijo que había gastado tres minutos, con paso de chilango me enfilé a la entrada del Trevi que prometía comida italiana y tortas gigantes. Por la hora estaba al diez por ciento, a Martín lo vi desde el principio, me tardé viendo a los demás; seleccioné dos candidatos posibles, tres, y me acerqué.

Estaba con un hombre blanco de pelo oscuro, casi cuarentón, no parecía extranjero. Con traje de muertero.

-Buenos días, ¿me puedo sentar?

-Si, el señor es Vladimir Ivanov. Él quiere conocerte.

El bato me dio la mano y la tenía helada a diferencia de la mía que parecía tamal sudado. De repente, Martín empezó hablar ruso acá atropellado y este cabrón levantó las cejas, cómo diciendo: Vamos a ver. Martín preguntó:

– ¿Esta cita es segura?

-No, al menos que esté alucinando… Yo no estuviera aquí.

Martín tradujo. El bato sonrió y con ojos más despiertos. Solicitó un informe de rutina y yo como alumno aplicado en contrainteligencia, di mi punto de vista del exterior, resaltando las placas diplomáticas, la pareja de oaxacos, el tipo que tenía enfrente mío y los tórtolos de mi izquierda.

Martín, sonriendo, tradujo en tono festivo y terminó endureciendo la cara, era posible que lo último que habló era de su cosecha, sentí que lo amenazaba. El compa Vodka le reviró algo, Martín, aprovechó para ver al tipo que había señalado. Y después miró a través del ventanal.

De repente el Vodka empezó hablar en español, con acento cubano, después de varios chico. Me preguntó, acá como si fuera simpático, mi edad, que de dónde era y dónde vivía, ¿si tenía pasaporte y licencia de manejo? Y por último preguntó si le interesaba trabajar con lealtad para Rusia… Dije que sí, moviendo la cabeza.

Me dio mil dólares para que comprara un par de trajes oscuros, sacara el pasaporte y la licencia. Escribió un número de teléfono, me lo mostró unos diez segundos, preguntó si ya lo tenía grabado… La servilleta estaba cerca, cómo pescador de sapos, le arranqué el papel y dije:

-Al rato lo tiro, rompo o quemo, no me atosigue por favor.

Martín quizás enojado, habló en ruso, acá golpeado, arrastrando las palabras, yo hice una cara de fastidio made in Joel. El Vodka riéndose, dijo algo que hizo sonreír a Martín. Me preguntó:

– ¿Cómo te quieres llamar? Ezequiel, es de la organización. Éste es de clave de preferencia un animal.

-El Vodka habló: belyy Volk.

– ¿Te gusta Lobo Blanco? Los lobos son respetados en Europa, es un honor, ser Lobo.

-Mmmm, ¿Puedo ser Tigre Negro?

Continuará…


Échale un ojo a las 3 partes de Infiltrado. Aquí te dejamos el inicio.

Acá la segunda parte.

Y acullá la tercera.


¿Te gustó? ¡Comparte!