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Por Guillermo Rubio

Ciudad de México, 23 de enero de 2021 [01:16 GMT-5] (Neotraba)

Acabo de terminar de ver la serie The Americans o Los infiltrados. Cuando la descubrí, me percaté que había seis temporadas por delante y que databa de 2013 al 2018. Desde la música que al principio es Fleet Wood Mac –sin duda mi grupo preferido de toda la vida– empecé a ver la trama que comienza ágil y veraz con la entrada definiendo a los protagonistas. Presentan un caso de deserción y una tentación a la probidad. Al principio el disperso es Mischa. Elizabeth, su mujer, da muestras que trae lo suyo en cuestión de lealtad, ambos nos ponen al corriente de la trama con regresiones a Rusia y de ahí en adelante la producción nos da muestra de un par de espías representando a una típica familia norteamericana y son acá chidos, inteligentes, valientes, disciplinados y con la temperatura en la sangre a nivel de vacuna en traslado.

Según pasaban los capítulos la calidad de la trama no decrecía y la balanza se inclinaba para un lado, tanto que les pelan tres cuartos de longaniza en barras con estrellas. Donde quiera hay ganadores.

La historia es verosímil en 90% o un poco más, yo mismo tengo limitaciones en cuestión de contrainteligencia. Lo único que me puede ayudar para juzgar es el tiempo de la trama, cuando los recursos eran rudimentarios a comparación de lo que se estila hoy.

Bueno para ahorrar palabras trataré condensar en un párrafo mi opinión ardiente de este maratón de buen gusto en un tema basado en diversos hechos reales concentrados en una pareja de excelentes espías.

La columna vertebral de la historia es: Lealtad, obediencia, inteligencia y huevos/ovarios. Quizás más los últimos, la protagonista es la médula de la trama. La espía es un ejemplo de lealtad y principios de capacidad bien cincelados en su mente. La serie es un manual abreviado de cómo se desempeña un operador de contrainteligencia operativa. Los dos espías van superando los inconvenientes de las acciones que se generan y al fin es una historia cargada a un lado… Como todas.

The Americans
The Americans

Y más ayudados por Fleet Wood Mac, U2 y diversos grupos de la época. La música es genial. Bueno, para mí, que empezaba a madurar a los ochentas, es mi fondo musical de vida.

La fotografía es un poco oscura, pero no importa. La edición, excepcional. Todos los personajes podrían ser impecables. La mejor serie que he visto en este año. Claro que tiene baches de tedio, además son necesarios para saborear las escenas de acción que desembocan en gran credibilidad.

Si alguien sigue esta humilde recomendación estoy seguro de que va a decir: ¡Pinche abuelito, tenías razón! ¡Qué buena serie!

Y celebrando la publicación número 150 de mi Blogspot: www.guillermorubioescritormexicano.com que de verdad ya lo estoy queriendo y sea como sea, sobre pasa el millón de grafías.

El festejo lo pondero con un cuento de infiltración en esta época de la guerra fría; que podría ser verdad o mentira by Memito.

Esta historia es al vapor, dónde yo de alguna manera, participé en la guerra fría. La veracidad solo yo la sé.

¡Festejemos en grande! con literatura negra.

El relato será en presente, este hecho tiene más de cincuenta años en esos entonces, yo era un jovenzuelo de 21 años… Confiemos en mi precaria memoria.

¡Acción!


1970

Ciudad de México. En una cárcel clandestina o alguna delegación de policía. 22:00 horas.

Tenía horas detenido, me habían atrapado con varios estudiantes del Poli en el Sears de Lindavista, después de un mitin.

Yo, hace horas me desempeñaba como ayudante y chofer de un turno de veinticuatro horas con el coronel Mario Mena Hurtado, jefe de asesores e interventores de la secretaría de policía y tránsito, del DDF. Tenía casi un año en la policía de tránsito. El coronel Mena, es todo un personaje dentro de la policía, es egresado de la federal de caminos e hijo de un ex gobernador de Campeche y yo tenía meses de estar bajo sus órdenes. Un chofer y hermano de mi compañero del Detal, donde laboraba archivando infracciones de tránsito, me había recomendado para cubrir un turno y demostré que sí podía con el trabajo. Con los días me gané la voluntad del pintoresco jefe.

El hiperactivo coronel tenía amigos por doquier y entre ellos estaban dos temibles militares: Los Larrañaga, dos hermanos dedicados en cuerpo y alma a la cacería de guerrilleros que en este año estaban brotando como hongos en todo el país. Tenían más de una hora platicando, recargados en la patrulla, la famosa 77, estábamos en el estacionamiento de Tlaxcoaque, entrando se encontraba el 17 batallón, el detal, y el 18 de motociclistas y al fondo el agrupamiento de grúas y nosotros en la entrada principal, estaba naciendo el escuadrón de rescate urbano metropolitano el ERUM. Yo en mis veladas era chofer de ambulancia, la 21 A.

Pues bien, yo estaba debajo del tejaban, a un lado de la ambulancia, y de repente los tres se me quedaron viendo como pinches halcones golondrinos, buen rato y hablaban. El coronel gritó:

– ¡Rubio!!!

–Ordene señor.

– ¿De dónde chingados eres? ¿Cuántos años tienes?

–De Guasave Sinaloa, señor. Voy para los veinte y uno.

Los tres se vieron y movieron las cabezas afirmando, mientras el coronel me miraba a los ojos querido saber que tan pendejo estaba para la misión. Y después que se rieron de mí, habló serio.

–Te voy a comisionar con el mayor Martín Larrañaga, él te va a decir de que se trata. Este muchacho es hijo de federal de caminos, dijo en mi favor el coronel. Te va a servir bien. Remató.

– ¿Traes ropa para cambiarte? Dijo el mayor.

–No señor, me vengo uniformado desde la casa.

–Pues en chinga ve por un pantalón de mezclilla y camisita vieja, tenis y nos vemos en los cañones de la ciudadela a las cuatro de la tarde. No lleves ninguna identificación, mucho menos arma, ¿entendiste?

–Si señor. No tengo tenis. Solo botas vaqueras.

Infiltración

Mientras, se llevaban a cuatro plebes que estaban en la celda: éramos como unos treinta o más. Los que hablaban era por qué no les habían atizado de toletazos, yo estaba calladito, sobándome mi brazo izquierdo y mi cachete que se juntó con mi párpado con el ojo cerrado y estaba ardiéndome gacho.

Recordé las instrucciones del mayor, que recibí junto con tres pinches chilangos que eran mis compañeros: la orden era integrarnos a cualquier grupo que demostrara violencia y participar…

El mitin empezó a las cinco, según lo que entendí es que los oradores que pasaban a hablar estaban hasta la madre de las autoridades y todos juraban que de la masacre de Tlatelolco se iban a vengar, que iban a derrocar al gobierno opresor y mil mamadas más de odio contra la ley. Desfilaron varios oradores. Me veía rucón al lado de tanto pinche plebe, de repente me aparecieron dos colegialas feas como su pinche madre, sonriendo acá con ganas de conocernos. Me pasaron propaganda, advirtiendo que era para leer en casa y las consignas para gritar ya que íbamos a marchar. Una de ellas, que se llamaba María Inés, al parecer era yo el causante de mojarle la pantaleta, me empezó a fajar; primero el brazo, hombro, me picó el estómago con los dedos bien duros y parpadeaba algo en clave morse, sonriendo de oreja a oreja. Yo le veía los melones, y los tercos pezones debajo de la ropa me miraban.

Los minutos pasaron volando, me enteré que ellas eran de un comité de lucha de una prepa del Poli. Cuando me preguntaron de donde era, aseguré que era de Sinaloa, aunque soy nacido en el DF. Mi acento no era fingido.

Apunté que andaba buscando una prima que estaba en el Poli. Esto sirvió para que María Inés, me empezara a picar el ombligo con sus chichotas. Había oradores en los que todos los asistentes se quedaban callados como si fueran apóstoles, acá de los que mueven gente.

Todos coincidían que había que organizarse para romperle la madre al gobierno. Se preparó la marcha y María Inés se despidió, pero el rostro le había cambiado. Estaba analizando por donde salir, apuntó su teléfono para que le hablara. Se secreteó con su amiga y se alejaron en contra a dónde íbamos. A los metros de ir caminado me di cuenta de que había dos tipos de manifestantes: unos que empezaron a marchar acá tranquis, tranquis, el otro grupo era de desmadre y me dije de ahí soy.

De volada empezó la coperacha forzosa de las misceláneas con las caguamas, cigarros y botanas y ya estaba haciendo compas con un par de cabrones desmadrosos. No hablaban como guachos, seguro que eran de Guadalajara para arriba. Íbamos gritando consignas. Decidimos no caminar y secuestramos un camión.

Cuando pasamos por el Sanborns, hicimos una parada técnica y varios se metieron, pero alguien sugirió mejor el Sears y voy para adentro con una bola de culeros.

Desde que di el primer paso pensé en una cobija chida, aquí estaba el frío con madres, vi que estaba en el segundo piso y la ropa de hombres estaba cerquita. Ubiqué los Lee, talla 28 x30 y cuatro eran suficientes para todo el año.

Iba riéndome en la calle con un güey, cuando nos caen a putazos los granaderos y los agentes. El primer madrazo me lo dieron en el brazo y el segundo en la cara y me perdí viendo los pajaritos un buen rato.

Regresé a la realidad cuando me aventaron a la julia, casi todos aullábamos de dolor. Me acordé de la indicación del mayor: ¡No te dejes detener!

Interrogatorio

Ya era de madrugada cuando me sacaron a declarar, como vieron que estaba acá madreado de la cara, me arreaban a puro cinturón en las nalgas, llegamos a un cuarto grande donde estaban varios agentes con cara de culeros. Cuando me estaba amarrando a la silla un viejón, tipo barbacollero, bigotes de puerco espín y traje con corbata, me preguntó:

– ¿De qué prepa eres? ¿Eres profesor?

–No señor, soy ayudante de Zorba 1, ando cubriendo la marcha…

– ¿Eres infiltrado?

–Si señor, ¿me puede regalar un poco de agua?

– ¡Traigan agua y algo de comer! para este cabrón. Voy a reportar que ya apareciste.

Al parecer ya había pasado mi calvario, me dieron chance de ir al baño y medio limpiarme la sangre de la cara y comí un poquito de lado con dolor.

Se hizo de día y yo esperando que vinieran por mí. El dolor de la cara estaba chido, sentía la piel bien restirada, el ojo estaba rojo de sangre molida. Estaba dormitando en una banca cuando se empezó a escuchar voces de aquí está.

Cuando el mayor entró, no movió ni un músculo de la cara, al último con una sonrisa y dijo:

–Te putearon, bien y bonito. ¿Cómo te dejaste atorar?

–Ni cuenta me di, señor. La neta.

–Pues vamos a aprovechar la situación, te vamos a trasladar donde tenemos detenidos a unos activistas de verdad, entre ellos está un infiltrado. Te vamos a hacer un perfil estudiantil de volada y te lo tienes que aprender… esto es serio. ¿Le quieres atorar? Es peligroso de ahora en adelante. Piénsalo… Te hago subteniente, comisionado con el coronel Mena.

La oferta de ser suboficial me tentaba a madres, ya me veía mi uniforme con una barrita en los hombros y moví la cabeza como caballo nervioso. El mayor sonrió mirando a su hermano que no hablaba para nada. Enseguida me esposaron y me cubrieron la cabeza y me sacaron para subirme en un carro.

Una voz desconocida me empezó a decir que yo era Israel Félix Medina, auxiliar de historia de México en la preparatoria número 5, con dos horas diarias, vivía en los cuartos por el museo del Chopo.

Todo el trayecto recité lo que me habían dicho. Antes de llegar me dieron una pinche tortota gigante, los mandé para el lado de la chingada, no podía masticar. Nos volvimos a parar, y me dieron un licuado de fresa.

Voy para adentro

Desde que me bajaron fue tosco, como que me cambiaron de captores, estos eran rudos para caminar, me llevaron hasta sentarme, me quitaron la capucha y sin previo aviso me tronaron un par de cachetadones que me hicieron sangrar en serio, el otro ojo, me lo cerraron a media luz.

Empecé ahogarme con la sangre, me pusieron de ladito y me picaron el culo con una pistola riéndose.

–Tu contacto es el Melo, él te va a llegar, ahora saca tu choro de venganza cuando abras la pinche boca, con los pinches guerrosos, da entender que quieres participar en el movimiento armado…

–Perdón, ¿qué es choro?

– ¿De dónde eres, pinche güero de rancho?

Ya que se me quitó lo mareado de los putazos, me llevaron a donde había varias celdas hasta una reja donde estaban cuatro cabrones que me miraron desconfiados –y yo a ellos–, se veían acá como pinches lobos acorralados.

Me senté frente de la puerta, no creo que se molestaran, me dediqué a quejarme entre serio y pensando en mi barrita.

Los oía hablar despacio, a las dos horas le estaba agarrando gusto masajearme la cara así se me estaba quitando el dolor.

–Ya déjate compa, te vas a poner peor. Dijo alguien.

–Así se me está quitando, me arde culero.

– ¿Cuándo te agarraron?

–Ayer, en la marcha de Zacatenco.

– ¿Y por qué?

–Me encontraron propaganda subversiva. Eran unas consignas y un manifiesto que ni siquiera leí. Yo iba a otro pedo.

– ¿De dónde eres?

–De la prepa cinco, doy historia…

–Jeje, ¿de qué estado? Tú no eres chilango.

–Ah, de Sinaloa. De un pueblo bicicletero.

Pasaron las horas y la conversación era sobre que si la libraban, se iban de clandestinos, yo escuchaba, no decían sus nombres. Me di cuenta de que uno, dos, tres, de ellos proyectaban que la subversión era el camino para derrocar al gobierno opresor. Y juraban que se iban a vengar, que ese era el camino si es que no iban a parar al penal.

Pasaron las horas, los fueron sacando uno a uno y regresaban con los cachetes hinchados y mojados. Todos coincidían que los tiras eran bien pendejos, que preguntaban a lo tonto. A uno de ellos si le dieron cabrón, traía el estómago de perro flaco, entre rojo y morado, pero acá machín el bato, las horas sirvieron para que me fueran conociendo y me preguntaban sobre mi militancia y yo empezaba a recitar la masacre del 68 y mis ganas de pertenecer a una organización clandestina y me callaba de inmediato, pasamos una noche con un chingo de frío, lo resolvimos juntados acá haciendo bolita, en la mañana nos dieron atole y un tamal y nos dijeron que íbamos para Lecumberri.


Nos sacaron un chingo de trajeados bien vestidos y varios güeros grandotes, la vigilancia era como si fuéramos guerrilleros.

Había dos tres fotógrafos y reporteros que nos miraban acá gacho. Al que cuidaban que no vieran era a mí, por lo madreado, nos dividieron. En la julia, que era nueva, adentro estaba el mayor Larrañaga y venía otro que era de los callados, pero si vociferaba en contra del gobierno.

El mayor preguntó que si nos conocíamos, yo levanté los hombros y al pinche chilango, le salió una sonrisa de coyote, negando. El mayor esperó a que hablara y sí, el bato empezó como ametralladora a disparar información y todo se encausaba con Moisés y el Compa. Confirmando que eran activistas de una agrupación militar nueva de Michoacán. El mayor abrió la boca, sin duda sorprendido por la noticia, acosó con preguntas al infiltrado sobre… sepa la verga, a mí me estaba entrado miedito de ir a la cárcel, esperaba que no fuera así. Cuando terminó con el Melo, el mayor me empezó a lavar el coco rollándome sobre el servicio a la patria y que el sacrificio sería recompensado con una compensación en el sueldo. Ya más directo me dijo:

–Esta es una oportunidad de oro, me serviría de mucho. Al chile tú puedes ser mi primer infiltrado avanzado en esta organización que al parecer son los rusos la que la mueven, te hago teniente… tú aguanta vara un tiempo y cada día que pases en el palacio, te lo voy a pagar diez veces más, ¿O le sacas a verga, güerito?

–La verdad no sé qué chingados, señor. De repente ya voy a la cárcel y con culeros que ni sé qué onda… Yo no sé de nada de izquierda y estos cabrones no les para la boca de hablar de libros y nombres extranjeros. Me van a cachar que no soy de ellos.

–Ya está pensado, vas a tener un maestro para que te ponga al corriente de la ideología, te vamos a hacer la vida más o menos agradable, van a ser pocos días, ellos se van a quedar una buena temporada y tú vas a salir, cuando te hayas ganado la confianza de Moisés…

–Mmmm, ¿Y si no?

–Te sacamos de inmediato, ¡palabra de hombre!

Le vi la mano estirada, una pinche manota de ordeñador de rancho y ser teniente de granaderos no me llamaba la atención. Me acordé de mi padre y ya era justo darle un motivo de agrado. Y alargué mi manita floja, cómo indito.

–Una pregunta señor, ¿a qué palacio vamos?

–A Lecumberri, el palacio negro jeje.

– ¡Verga!

Lecumberri, el palacio negro.

Cuando llegamos, nos llevaron a los juzgados. Ahí, pasó el tiempo y se nos tomó la declaración preparatoria y después de horas nos dieron la formal prisión, fijando un mes para la primera audiencia. Casi me desmayo, me empecé a preocupar en serio, tanto, que mis camaradas me llamaron la atención dándome a entender que no fuera puto, sobre todo Moisés me mandó una severa mirada, nos pasaron al examen médico y a observación, nos dieron uniformes azul oscuro y estábamos pasando el examen físico cuando llegaron unos celadores y a mentadas de madres nos empezaron a llevar para adentro, donde estaban las crujías de los internos y yo con ganas de cagar en serio.

El lugar estaba para la verga, era una pinche vecindad de cientos de cuartos chiquitos y con mucha gente en el pasillo, caminamos y nos llevaron al segundo piso. Se puso cabrón el asunto: la cara de los presos era de dar miedo. Era una celda para cuatro personas que ya estaban ocupadas, pero no, a mí me metieron con Moisés y el Melo. El lugar era un pinche rectángulo de unos tres metros y medio, por dos y medio, una taza de cemento crudo. las literas eran de lo mismo. Moisés empezó a preguntarle enojado sobre algo que ellos sabían.

Se me empezaron a salir las lágrimas y al ratito estaba casi berreando. Pasó un rato, llegaron los propietarios y dijeron que fuéramos por comida. Moisés se desapareció, el Melo me jaló y volteando nervioso me dijo:

–A las vergas que me van a matar estos culeros, creo que ya me cacharon, me pinto de colores. Me la cantó el Compa, en los juzgados. Tú sales dentro de un mes o antes. El Moisés es el líder, le caes bien, te va a proteger…, tienes que salir con un contacto chingón, me voy, a ver si no tengo bronca para salir. Hasta en la tarde, o muy noche, viene el mayor. Tú tranquilo, no hables mucho, a ellos les gusta hablar. No hay peligro para ti, te lo aseguro, tú tranquilo.

– ¡Oye! ¡Qué pedo!

Estas fueron mis últimas palabras viéndole la espalda, lo medio seguí hasta la reja. Vi cómo habló con un guardia y al parecer lo mandó a la verga, el pinche Melo estaba pegando unos putos brincos señalando para adentro, hasta yo volteé para ver que pedo.

En eso estaba cuando me llegaron varios presos con ojos de sastre, saludándome de abrazo como si me conocieran, me empujaron a una celda. Todos eran de mi talla y en menos de un minuto me quitaron hasta los calzones de la frutita. Me regresaron todo, decliné los calzones, salí medio ganando en los zapatos, los siete y medio, los traía un wey que estaba viendo y estaban de medio pelo, primero puras risas, ya cuando me corrieron, el más feo me amenazó gacho, que me ponía en mi madre si decía algo… La neta que estaba bien asustado, me daban ganas de darles las gracias. Ya me estaban viendo mis nalguitas. Ya afuera en el pasillo me di cuenta de que la ropa olía a madres, bien culero, sin querer se me salió una buena huacareada, empezaron los gritos acusándome. Llegó un culero y me regañó, cuando vio que estaba por llorar, le dio risa y me abrió paso hasta que llegamos a los lavaderos, me dio una cubeta y trapeador.

Estaba limpiando cuando llegó Moisés con cuatro presos, me preguntó por el Melo, señalé la reja. Me dijo que me apurara que me iban a esperar. Ya me llegó el alma al cuerpo, cuando iba a dejar la cubeta se me emparejó el que me había amenazado y lo volvió hacer, pero con menos huevos. El cuerpo lo sentía caliente, la ropa era la que me causaba esta sensación.

Cuando busqué a Moisés, estaba en la reja hablando con el Melo, que se veía abatido. Estaba por llegar cuando le abrieron y se llevó un par de patadas en las nalgas y las mentadas de madre eran en coro.

El Melo ni volteó y prácticamente desapareció en milésimas. Hubo amago de mandarlos al apando y se regresaron; Moisés con la mirada ordenó que lo siguiera.

Me pegué con ellos con ganas de agarrar alguno de la mano, para sentirme seguro. Uno de los presos, dijo que eran cuestión de minutos para que pasáramos a la M, invitó las tortas a unos metros. Yo no existía, todo era una cerrada conversación en modo de interrogatorio amigable, pasaron pocos minutos cuando empezaron a vocear, varios nombres, entre ellos el mío, casi digo presente. Nos acercamos a los custodios y a mentadas de madre nos llevaron por los pasillos hasta llegar a una puta reja y cuando pasamos parecía que estábamos en otra cárcel, nada más que ésta era panorámica acá de circo romano, una torre para vigilancia chica y redonda.

Un par de celadores nos preguntaron nuestros nombres, y después dijo que nos acomodáramos donde pudiéramos, que en una hora cerraba las celdas. De inmediato ubicaron un par de cabrones a Moisés y con gritos acá norteños se acercaron, abrazos de compas, le señalaron una celda y vamos en manada sobre ella. Salió un bato acá con cara de Jesucristo latino sin melena y piocha de Ho Chi Minh, dio malavenida y preguntó en claves por algo, revisando a los que estábamos escuchando. Se me quedó viendo y le preguntó a Moisés quién era yo. Dijo simplemente que era un compa que habían agarrado en una marcha, con propaganda subversiva. Se intercambiaron miradas de desconfianza. Moisés me dijo que me alejara.

Como corderito acaté la orden.

El lugar se veía de la verga, imponían las puertas de fierro, unas con celdilla, lo único bueno es que parecía patio de una facultad, había un buen de batos melenudos y todos me miraban, algunos se reían por lo bajo.

Volví a aspirar el humor a sucio de la ropa. Ya tenía ganas de agarrar camino como el puto del Melo. Pasaron unos cinco minutos cuando salió Moisés, con la mano me invitó a entrar. Los que estaban adentro salieron y se quedó, él que preguntó por mí. Moisés dijo.

–Mira camarada, él es coordinador de nosotros, te va a hacer unas preguntas, aquí entre nosotros hablamos al chile pinto.

El hombre que no era viejo, con cara de hombre decente, quizás feo, y rostro sin emitir emoción. Me invitó a sentar y me señaló una coca de treinta centavos, le agarré la palabra, en cuanto la destapé, me la empiné como becerro de año. A él, le ganó la risa y con aire paternal preguntó:

– ¿Por qué te agarraron?

–En la marcha de Zacatenco, entramos al Sears y expropié unos pantalones y después ya detenido me encontraron propaganda subversiva…

– ¿Y por esto te golpearon tanto? ¿Qué había escrito?

–Llevo tres madrizas, todo por dos hojas. La primera fue con los granaderos, la segunda con los agentes, que me preguntaron sobre la guerrilla y la última fue encapuchado, dije señalando el lado derecho. No sé, pero estoy aquí por la propaganda.

– ¿De qué era el texto?

– ¡Sepa la verga! Una compañera de un comité de lucha, me lo dio, dijo que era para leer en casa…

– ¿De dónde eres?

–De Sinaloa, del Municipio de Guasave.

– ¡Qué haces aquí?

–Doy clases de historia de México, soy auxiliar en la prepa cinco, la que está por Coyoacán, dos horas diarias, acabo de llegar no tengo seis meses aquí con los chilangos.

– ¿De qué corriente ideológica eres?

–Pues de la que no se deje de tanto abuso, he oído hablar de Trotsky, Lenin y Marx, sé que son los libros machines para leer. Pero la verdad, estoy verde para donde estoy. La neta, le saco a la verga andar de clandestino, creo que hay muchas maneras de servir.

–Me parece bien lo que dices, por lo visto, tú te vas en la primera audiencia, si no es que antes. Aquí todos, somos activistas, nos acusa el gobierno. Para pasarla bien, a diario tenemos mínimo cinco horas de estudio de formación. Te aconsejo que te disciplines y asimiles. Si no eres de nuestra ideología, te chingas porque aquí no hay huevones y la protección en el penal es colectiva, inclusive te puedo gestionar que te vayas a otra crujía, más leve que esto… Pero cuesta dinero. ¿Qué dices?

–No pues me disciplino, tengo ganas de aprender. La verdad que he leído pocos libros. La mayoría Vaqueros…

–A ver, para empezar, vas con…

Se levantó y los dos pasos que dio, uno era con falla. Debajo de la cama sacó una caja de cartón, tomó un libro grueso, uno delgado y mediano. Me los tendió, me obligó a leer los títulos en voz alta:

El Capital y El manifiesto comunista, de Carlos Marx y El Estado y la Revolución, de Lenin… Son como dos kilos de palabras.

–Jeje, nunca pensé que se pesaran las palabras. Déjame apuntar la frase me gustó. Ya te rasuraron, ¿verdad? Con razón hueles a sucio.

–Sí señor, me agarraron en el pasillo, cuatro cabrones.

– ¿No te cogieron?

– ¡No!

–Pues aguas, porque son gachos aquí. Bueno aquí, dónde estás es diferente.

Se paró en la puerta, invitando a que saliera y me despidió con una sonrisa. De nuevo entraron los que estaban y Moisés, dijo que me llevara unas cobijas y un par de tazas y dos huacales. Señaló a dos jóvenes que me iban acompañar a la celda asignada.


La habitación estaba vacía –era la número 13– acomodé dos cobijas en cada huacal y me di cuenta de que estaban reforzados, que eran asientos aparte de guardatodo. Los camaradas dijeron que si se quedaban conmigo. Negué y señalé los libros. Se veían y sentían buenas personas. La verdad que estaba bien preocupado oliendo a madres. Las horas pasaron lentas. No me podía concentrar para leer y empecé a dormitar.

Llegó Moisés y empezó a darme una especie de explicación sobre la traición del Melo y la importancia de su movimiento, dando entender que era guerrillero, pero que estaba por robo. Esta referencia no la negaba, pero hablaba de expropiación. Habló sobre la sobrevivencia de los grupos radicales que estaban en la clandestinidad, de la importancia de leer para formarse una idea por lo que había que luchar. Me puso al tanto que la mayoría de los presos donde estábamos eran del 68 y bla, bla, blá.

Era de noche, quizás más de la diez, cuando llegaron dos celadores y a puro empujón me sacaron, Moisés se opuso y de nada valió, fue a dar de nalgas y yo flojito y cooperando. Las rejas las pasamos como si fuera viaducto a las tres de la mañana. Cambiaron de custodios, me pusieron una capucha que se veía todo. La lana estaba floja.

Me estaba dando gusto por que se veía la salida a la calle, pero no, derechazo y a una oficina. En la puerta estaba un agente del mayor Larrañaga, abrió la puerta, me quitó la capucha, me palmeó como si me conociera. Vi sentados al mayor, su hermano y al coronel Mena.

Más solo que un ostión

El coronel quiso darme un abrazo, pero lo detuvo mi olor a todo, me miró con verdadero afecto, se podría decir que estaba orgulloso, se veía entusiasmado. El mayor y su brother, tranquis, tranquis y estaba otro cabrón con cara de intelectual. Como saludo del mayor, señaló una bolsa de papel del Tomboy. La neta que se me escurrió la saliva y lo hinchado de la boca ya había bajado con la medicina que me dieron en la mañana, metí la mano y desenvolví una Big Tom con queso, le quité la cebolla y el jitomate y va para adentro… Mmmm, oleadas de sabor de carne tibia y dolor al masticar, no hay pedo, la panza la traía en tanque vacío. ¡Una Fanta! Cuando iba para la segunda hamburguesa empezó el interrogatorio.

– ¿Qué dicen del Melo?

–Que fue él que los delató, los más enojados son el Compa y Moisés, se les escapó por milésimas, de película… Y a mí por mientras me bajaron la ropa, unos gandallones.

– ¿Y cómo te tratan?

Bien, el Moisés es mi paro, como que ya me adoptó, me presentó con alguien que es de los líderes.

– ¿Cómo es él?

–Joven, treinta y tantos años, alto, moreno claro y le falla una pata…

–Es el Profe, es del CNH, es el mayor de la crujía M, es preso político. ¿Y qué te dijo?

–Me preguntó por qué me habían agarrado y dijo que tenía que estudiar y participar en las actividades que realizan a diario, me dio tres libros para leer.

– ¿Crees que vas a aguantar?

– ¡Noooo, jefe! está muy cabrón allá adentro.

–No seas puto, Rubio, dijo el coronel Mena, con sonrisa encantadora.

El mayor empezó a decir sobre un grupo de michoacanos se había adiestrado en Rusia, y que sabían que ya estaba en México, pero hasta el momento no habían capturado a ninguno y sospechaban que Moisés y el Compa eran integrantes de ese grupo guerrillero. Empezó a emocionarse hablando de la guerra fría, de rusos, bombas atómicas, espionaje, guerrilla internacional. Durante varios minutos habló sobre lo terrible que sería el comunismo en México. Cuando vio que estaba convencido con su arenga patriótica, guardó silencio y me miró interrogador.

Le di un trago a la Fanta y manifesté que quería cagar.

Yo creo que las hamburguesas traían aceite de ricino porque mi culito y la taza llegaron seif. Descargué acá tipo vacuno, afortunadamente, había agarrado servilletas. De repente me empezaron a temblar las piernas de miedo, no me podía levantar y la temblorina se extendió como si tuviera paludismo de costa, con sudor frío. Tenía ganas de decir que me rajaba, que era puto.

Me acordé de mi padre que le debía tanto, la neta tenía ganas de darle una buena nota, después de tantas malas acciones de mi parte y le eché huevos al asunto. Ahora me estaba sintiendo acá Julio Alemán salvando al país.

Cuando entré, ellos callaron viéndome fijo y yo… rebuzné:

–Le atoro.


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