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Por Guillermo Rubio

Ciudad de México, 16 de marzo de 2021 [00:02 GMT-5] (Neotraba)

Tercera parte

Un par de meses después

Templando nervios

La vida me está sonriendo, desde que empecé este jale no he trabajado gran cosa: seis veces. Lo que sí ha sido laborioso es mi curso de diversos buzones y retransmisión de mensajes. El primer día fue de churro que encontré el depósito. Los dos siguientes fueron acompañados por Martín. Había un abc sagrado: para empezar nunca era el mismo; en este caso puntualizaba que una calle tenía varios buzones, pero nunca el mismo. Los gises eran básicos y también había que borrarlos, después los buzones se convertían en: cajetillas de cigarros, bibliotecas, baños públicos, parques, pistas de atletismo, había una infinidad de lugares donde depositar. Estos eran los famosos buzones muertos.

Cuando confirmé que Moisés era el Doctor, coordinador del Movimiento de Acción Revolucionaria y Martín era Fox, en el D.F., ambos con puestos de importancia en la organización, el coronel aulló. Los datos que tenía corroboraban lo investigado por meses. Tardé unos días en pasarle los patrones para descifrar un mensaje y escribirlos. De por sí me sentía Judas. Martín/Fox se afanaba para ser chido conmigo. Yo tenía la obligación, una vez a la semana, de tomar cursos políticos de larga duración.

Para esto me citaban en lugares machines. Me subía a una camioneta panel y encapuchado nos llevaban hasta una casa de seguridad. Éramos varios los alumnos, no siempre los mismos y pasábamos de los quince. Los maestros eran diversos, con invitados de otras organizaciones. El orden no se alteraba. Primero se hablaba de doctrinas, las dominantes eran: Marx, Lenin, Trotski y Mao. Todos concordaban en la difusión de sus pensamientos eran por medio de mensajes impresos, empezando por las preparatorias, facultades y en el sector obrero… El grupo se reducía para la segunda parte del curso, éramos menos de diez.

El ambiente se percibía violento, con voces de odio. Todos los presentes se emocionaban al hablar de expropiaciones y revanchas locales en sus respectivos estados y localidades. Conocí a varios miembros del partido de los pobres, dos, tres, de la Liga Comunista Espartaco. Dos, acá bien siniestros de los Lacandones que hablaban de bombazos y asaltos bancarios. Total, que los comandos eran de tomarse en cuenta. Las clases eran cuando menos doce horas o más.

Me agradaba la entrega de los participantes, en su mayoría eran de mi edad y los mayores apenas pasaban los treinta. También había más viejones, eran obreros. Las mujeres eran minoría, cuando mucho había conocido a seis, siete. Eso sí, bravas las pinches viejas.

Cada vez que terminaban las pláticas, juzgaba salomónicamente que eran sinceras, bien intencionadas y cargadas de sincero patriotismo.

Me cuestionaba con amargura, sobre mi lealtad al gobierno y a mí mismo.

Había sido educado por mi padre bajo un principio que constaba de tres mandamientos básicos: No mentir, no robar y sobre todo: ¡no traicionar! Sin duda mis sentimientos se empataban solidarios a quienes escuchaba. Que eran un torrente de denuncias de parte de las autoridades y de caciques de sus comunidades. El ambiente se caldeaba cuando se tocaba el tema de acciones revolucionarias por medio de la violencia, más de la mitad de los participantes enmudecían. Aparecían los radicales como Martín/Fox, que trataba la necesidad de obtener recursos económicos por medio de expropiaciones y varias formas más. Esto me ponía en alerta, recordaba que la matazón de policías estaba tomando relevancia en el país, pues era una forma de hacerse de armas. Se pedían voluntarios para estas acciones, eran una minoría los que levantaban la mano. Martín/Fox, me miraba decepcionado porque no me apuntaba para nada.

Hasta hoy que me comprometí a acompañar al comando para colocar tres petardos en la madrugada del lunes y esto era pasado mañana, también íbamos a repartir propaganda de los changos de la Liga Leninista Espartaco. Después de los petardos en los bancos, la idea era distraer a la policía y repartir la propaganda en transportes y zona obrera. Esto me nació por lo interesante de la operación, me pareció como jugarle al verga con inteligencia, aparte de las miradas de decepción que me echaba mi comandante. La que me perseguía despiadada era la traición. No me la quitaba de encima.

Entrando a las ligas mayores

Cuando le comuniqué al mayor, los planes venideros como que no me creyó. Después de unos segundos abrió los ojos, acá, como pez fuera del agua. Exigió que le diera la ubicación de los bancos y la zona de la repartiza de propaganda. Estaba preparado para mentir vilmente, claro que sabía las ubicaciones y hora del primer petardo y de la reunión del segundo jale. Con tono de chilango a nivel Zacatenco, hablé:

–Nada más sabe el wey de Martín y los cabrones de los Espartacos, por medidas de seguridad, ellos guardan las ubicaciones. ¿De nombres de los participantes? Ya se los di, son los del MAR, y los otros putos no dicen. El caso es que le vamos atorar… Somos ocho, en tres carros. Es una bienvenida de nuestra parte al pelón de Echeverría y al mundial de fut.

– ¿A qué hora se van a reunir?

–Van a hablar el domingo, para que yo me reporte a control.

– ¿Quieres seguir igual?

– ¿Cómo, mi mayor?

–Sin ponerte campana.

– ¡Si mi jefe, es mejor! ¿De qué sirve agarrar un comando? Aquí nadie, nadie, dice dónde está su cantón, las reuniones son por medio de buzón y células; hay elementos en varias partes de la república, ahí dice el organigrama que le entregué.

Los presos de Lecumberri no los han ubicado bien. La organización está bien machina. Cuando menos los del MAR, los otros camaradas que he oído hablar, no tienen la formación militar y política de mi banda, jeje. La neta, son hombres serios en sus ideales y propensos gacho a obtener el varo y de paso vengarse…

– ¿Ya sabes que la puedes quebrar? Te pueden matar…

–Si lo he pensado mucho para dar este paso, mi padre recita que nada a medias y traducido a como dicen en el norte es: ¡Fierro pariente!

– ¡Cuantos años tienes?

–Voy para veintiuno.

Por primera vez me tendió la mano y miró a los ojos, queriendo penetrar en mi cabecita. Me dio mil pesos, bajé y vi cómo el carro se alejó; me salió una sonrisa pícara tenía dos días libres. La pinche de Xóchitl no había soltado la micro panocha, aunque nos dimos unos besitos. Y le agarré una chichita, que está dura como hueso, creo que es virginia. Esto es lo que me detiene, ya la caché viéndome la macana, pinche verga ni el pantalón la detiene, aparte que empieza a babear gacho. Estoy a nivel que, si me habla de cerquita, se me para acá violenta la chicotera. Cuando llegué ya estaba mi flor de Guerrero, la neta que estaba a punto de turrón para hacer jamoncillo de leche. La mirada siempre era a los ojos era como una contraseña de complicidad y nuestros labios se hacían de corazón jeje. Ella se acercó, me dio un beso de trompita y dijo:

– ¿Vamos al cine?

Cuando salimos de ver la película Z de Costa Gravas –que para mí estuvo aburrida, hasta me dormí casi toda; más no para Xóchitl que hablaba entusiasmada sobre el tema: a un líder de oposición le dan en su pinche madre y gracias a la valerosa y honesta actuación del M.P. condenan a los homicidas, que era el mismo gobierno. Decía que esto nunca lo íbamos a ver en México. Le pregunté que si quería cenar acá de riquillos, curioseó que dónde y dije:

–Tú escoges.

Eleazar, responde

Tres de la mañana

–Eleazar, despierta, te hablan por teléfono. ¡Hey despierta!

– ¿Qué onda, que pedo?

–Te duermes y te mueres. ¡Levántate!

Cuando llegué al teléfono iba despierto y asustado. Al “¿Bueno?” alguien habló:

–El hemiciclo Juárez en diez minutos.

Me fui en chinga a donde tenía el manual operativo y chequé qué lugar era el hemiciclo, era el monumento a la madre en Insurgentes. Me sacaron de onda, como me habían indicado me vestí de ropa oscura y zapatos de suela de goma y una camisa roja, amarilla o blanca. Todo esto lo hice en tres minutos, salí a la sala y estaba Xóchitl con cara de abnegada pareja del guerrillero mudo. Estaba haciendo frío chido. A trecientos pasos por minuto, llegué al punto de reunión, quizás tres minutos de la hora indicada. Estaba en la pendeja cuando se paró un Barracuda blanco un poco madreado; vi a Martín/ Fox, que se estaba bajando para que me subiera atrás. Me saludaron mis tres camaradas cordiales, festejando de antemano mi eminente bautizo. Nos enfilamos todo Insurgentes hacía el sur, la pinche ciudad en viernes parecía como si fueran las ocho de la noche al menos en la avenida. Cuando estábamos para llegar a la UNAM, le dimos para la derecha, pasamos por colonia de ricos y más adelante se puso más desolado. En una avenida estaban dos carros. Eran los Espartacos, quienes platicaban cuando nos acercamos. Se bajó Martí y habló con ellos. Le señalaron una camioneta de redilas C/10 Chevrolet. Se bajó el compa Cosme y se unió al grupo mientras el Miguelón, se burla del Cosme:

– ¡Jo, Jo! No va a poder manejar la troka. Es mucho para él, acaba de empezar a manejar.

– ¿Y tú sabes, viejo?

–Me quedé en tractor y bicicleta. Jo, jo.

– ¿Y el comandante?

–Se quedó en bicicleta. Jo, jo.

Martín/Fox, empezó a caminar cómo tigre enjaulado, yo sabía cómo era la operación. Con la pinche lengua como de trapo, bajé y acerqué a Martín, que por la cara estaba preocupado, el Cosme apenado viendo la trokita y los Espartacos con posición de “Me vale verga”. El comandante se me quedó viendo.

–Yo manejo la cuchufleta. ¡Vámonos, comandante!

– ¿Sabes manejar bien?

–Yes, fui dompero un tiempo.

–¿Qué es dompero?

–Camiones de volteo, de cinco metros.

–Te advierto que esto es peligroso…

–Ya ni me digas, porque me rajo.

Esto sirvió para que la operación diera comienzo. Los Espartacos entregaron una bolsa con su propaganda y el Miguelón los niples ya mechados para usarse, dos encendedores que mostró que servían y nuestro comunicado dirigido al pelón de Echeverría. Y me dieron una cuarenta y cinco, negué, no valió. La coloqué como los héroes de las películas, atrás en las nalgas. Martín se enojó y mostró como se portaba al lado de los huevos. Me enseñó el seguro y cómo prepararla, yo haciéndole al Lela, como dicen los chilangos. Ya con nuestra carga me puse al volante, Martín comentó que me indicaba la ruta. La camioneta estaba nueva, los cambios entraban suavecitos y ligera como ella sola. Martín estaba en éxtasis. Preguntó varias veces que si estaba nervioso, hasta que cagó el palo. En un alto indicó que los dos bancos estaban casi pegados y el tercero a una cuadra, todo esto lo sabía de memoria, estuve en la planeación. Cuando llegamos me acerqué al banco de ventanales grandotes, sin apagar el motor, me bajé le pedí el niple que pesaba mínimo un kilo, cómo estaba planeado, lo deposité en el aluminio, encendí la mecha como pinche maraquero tropical, mientras Martín estaba tirando al suelo la propaganda.

Yo tire mi parte y pata rumbo a la otra ubicación, que era un transformador de buen tamaño. De repente ¡pum y pum! A la verga, se escuchó machín ring. Nos miramos entre risa y a las vivas. Llegamos a la estación y prendió el niple y días antes se había cortado la malla para detenerlo ahí. Avanzamos una cuadra, el tronido y a los segundos a oscuras. Estábamos festejando cada quien, a su manera. Se programó abandonar la camioneta en la próxima cuadra, en una callecita. El volante de la camioneta me quemaba, sentía que ardía la bronca por la camioneta, por necesidad alguien tenía que haberla visto. Cuando iba entrar a la calle iba saliendo una patrulla de la preventiva, los tecolotes a lo mejor estaban durmiendo en la pinche calle machina. Los dos me miraron y yo a los tres, giré la ruedita y rectifiqué el rumbo, acá tranquilo. Por el espejo vi que estaba hablando por el micro, el copiloto y prendían el código de luces; por el alta voz, ordenaron parar. Me detuve unos treinta metros de distancia y metí reversa y alcancé a decirle al comandante ¡Agárrate!

Del putazo casi nos subimos a la Dodge, destrabé la camioneta vi que los tecolotes estaban con los ojos de “¡Qué pedo?” y va para adelante y para atrás con más huevos. Se escucharon varios disparos, volteé a ver a Martín, ya no estaba, lo vi disparando al copiloto o a los dos. Por lo cerca el ruido estaba cabrón. Silencio por segundos y entró Martín.

– ¡Vámonos! Dale derecho, ¿estás nervioso?

–Ya me cagué, mi comandante.

– ¿Serio?

– Nel, soy de Sinaloa, compa comandante.

A los dos tres minutos estábamos en viaducto Tlalpan nos fuimos a una callecita. Llegó el muro se notaban excitados, yo conservaba la distancia o más bien estaba al lado del Cosme y el Miguelón que estaba mudo, sin duda era su bautizo, igual que yo. Se acordó cumplir la misión, esperar a que fueran las seis y repartir la propaganda en la entrada de las costureras de Tlalpan y otras maquiladoras de los alrededores. Eran las cinco, los vendedores estaban funcionando. De conformidad fuimos a chingarnos unos tamales y un atole.

Agridulce

Dos días después.

Como norma de seguridad la organización imponía mantenerse encerrados en una casa de seguridad como mínimo cuarenta y ocho horas. Cuando llegamos a la casa después de repartir la propaganda, todos estábamos como pinches cuerdas de piano. Sin duda yo era el más calambre, la muerte de los tecolotes, empañaban el brillo de la acción que yo pensaba iba salir perfecta. Bueno, en teoría, lo fue.

Sabía yo que los pinches policías de la velada, casi todos se echan un coyotito, dentro de su área, de tres y media a cuatro y media. La pinche mala suerte la traían puesta los pobres compas. ¡Vale verga! Estaba a horas de salir para mi casa. Las noticias fueron escuetas en todos los periódicos, no mencionaron a los dos grupos participantes, nada de la propaganda, lo mismo en radio y televisión. De los policías muertos lo mostraron como otro hecho. La censura estaba vista. Esto nos enchiló a todos. La neta lo que me traía jodido era la muerte de los cuicos.

Los días de convivencia con mis compas me estaban conflictuando con mi mentira y traición. Durante horas reconstruyeron los hechos de la jornada que consideraban relevante. Ahora me miraban diferente, reconocieron mi sangre fría cuando nos topamos con los policuicos. Cuando hablaban de la ejecución y el trofeo: las dos pistolas y una escopeta… Se me revolvía el estómago cuando maldecían a los difuntos y, lo peor, me unía al festejo con una máscara de sonrisa que no me conocía; escuchaba y escuchaba. Estaba asustado, pensaba en el mayor que me andaría buscando, es seguro pensaría que estaba muerto o herido. Por otro lado, cuando se olvidaban del activismo se convertían en hombres comunes y corrientes. Fui testigo de largos monólogos de camaradas que relataban orígenes, problemas, familias, estudios y militancia. ¿Yo? Bien pinche mudo. Me refugie en los libros de doctrina, por más que leía no me entraba nada, bueno sí, un pinche sueño. Lo que si me interesaron fueron las biografías, me enteré de que Marx era alemán de origen judío y fue la base para la revolución rusa y también Trotski, aparte que era culero. Jeje. La disciplina estaba presente, en este caso por ser una célula de acción, estudiábamos las tácticas del Che Guevara, Mao, Sun Tzu.

Y como los doble AA, pasaban a expresar lo que fuera. El mejor narrador eran el Miguelón, yo creo que ya tenía cuarenta años, obrero de Campos Hermanos, ostentaba que había creado una célula de diez camaradas, dispuestos a todo y a la vez confesaba que sus hijos lo habían enseñado a leer formalmente y nos deleitó contando pasajes de sobrevivencia en un ambiente de violencia en su vecindad. Él fue el único que salía a la calle. Total, en buena onda, todos eran claros y limpios… Menos yo. ¡Puta madre!

Estábamos esperando el recurso económico que daba la organización por la acción. Cuando llegó el compa Miguelón, fue recibido con alegría. Nos repartimos diez lucas, nos tocó de a dos mil quinientos. Cooperamos con quinientos pesos por cabeza para la casa de seguridad. Los camaradas fueron unos fantasmas que no vimos más que un par de veces.

Saldríamos por parejas. Los primeros fueron Miguelón y Cosme. El comandante y yo nos miramos y saldríamos en diez minutos.

–Espero que no tengas trabajo esta semana, quiero que descanses, si hay algo, yo lo atiendo. Y si hay alguna urgencia pues te marco para que recibas instrucciones. Me siento orgulloso de ti.

Lo vi a los ojos que normalmente son fríos, ahora eran un depósito de hermandad, nos dimos un abrazo que me supo agridulce.

Me dejó en el camión que me llevaba a mi cantón, media hora después iba llegando al departamento. No había nadie, estaba desvistiéndome para bañarme chido y dormir y dormir. El teléfono sonó y según el sistema de comunicación era descolgar y decir “¿Bueno?” Colgaban y volvían a llamar. Ya sabía que me tenía que comunicar de la calle. Dudé si me bañaba rápido, mejor me vestí y en chinga al teléfono. Con la paranoia adquirida, con precaución escogí otro teléfono, mejor otros pasos más. Cuando me contestaron, pasaron segundos para que el pinche coronel bombardeara con preguntas y demandara una cita. Quedamos a las cuatro de la tarde en la ostionería de Puente de Alvarado. Tenía dos horas para la cita y el hambre me estaba atacando gacho. Una señora estaba vendiendo pambazos, a cincuenta centavos, en mi vida me he comido uno. Como estaba sola me atendió de volada, me empezó a dar asco como le daba vueltas al pan en una grasosa salsa roja, con los pinches dedos con las uñas negras de los bordes. Le estaba poniendo repollo o lechuga como torta japonesa y queso rallado. La pedí para llevar y a la primera mordida la mandé a la verga, juré no volver a experimentar, una coca grande calmó la sed y llegué a bañarme, pensé en comprarme un banquito para sentarme y que cayera el agua chida. Lo tomé con calma, me estaba dando cuenta de que estaba entrando a grado bipolar y la verga estaba acá templadona, pidiendo cuando menos una puñetota de un cuarto de kilo de jocoque.

Sin ningún aviso estaba bien encabronado, me estaba haciendo cruda la muerte de los policías; ya bañado me senté en el suelo, dejé que corriera el agua hasta que se acabó la caliente. Vi la hora, deduje que si me dormía un ratito ni el despertador iba a escuchar. Ya con frío salí, estaba secándome cuando sentí la presencia de alguien, giré la cabeza y ahí estaba Xóchitl, con los ojos clavados mirando los quince por cinco centímetros de carne semi dormida… Tardé en taparme. Y mostré la sonrisa número seis.

– ¿Dónde andabas? Tú jefe no ha dejado de llamar, sospecho que anda preocupado… Y yo también; te fuiste como nahual, ni sentí y eso que estaba despierta. Te ves diferente.

– ¿Cómo?

–Mmmm, más hombre, miras diferente, como que creciste un poco. Te ves descansado, sano.

– ¿Me das un abrazo? – Mientras mi chicotera despertó casi quitándome la toalla.

–Vístete y te lo doy. Dijo viendo por último la tienda de campaña que me cargaba.

Las pulsaciones las traía hasta en la garganta, vi al espejo y estaba como camarón recién cocido, la chicotera andaba pegada en el ombligo dudé si le daba unos jalones para llevar la fiesta en paz.

Chequé mi escondite del dinero y ahí estaba, nunca había tenido tanto, iba ir al banco a guardarlo. Agarré quinientos pesos y salí, como que quería sudar. Xóchitl estaba escribiendo en la mesa del comedor, me acerqué lo suficiente para rozarla, abriendo los brazos y ella como como gatita se me pegó, el caso fue que los beneficiados resultaron mi muslo y rodilla, como pinche oso la abracé y apreté hasta que pujó, ella ofreció los labios y los tomé durante un par de minutos. La cargué y deposité en el sofá, ella estaba de tono moreno/ morado con extraño blanco, en partes de la cara, sin duda le faltaban vitaminas. Le agarré una chichita y estaba como piedra de carne, jeje, estaba feliz porque no se iba escapar hoy, vi la hora y faltaban veinte minutos para la cita.

–Me tengo que ir, regreso al rato, me gustaría hacerte un regalo.

– ¿Qué es?

–Quiero que te compres lo que más te hace falta, no te vayas a ofender.

Le estiré trescientos pesos, vio la cantidad y seria me dio las gracias. Dijo que iba a salir y nos veíamos más tarde.

Nos despedimos en el pasillo antes de salir del edificio y cada quién por su lado. Vivir en una calle tranquila tiene sus ventajas. El problema eran las esquinas: a todos los veía sospechosos. Con mi sistema de ir y venir y cruzar aceras se estaba haciendo un sistema de alerta. Veía hasta cincuenta metros, rostros, carros, negocios, ¡Todo!

Faltaba poco para el mundial de futbol, pinche juego de panaderos y abarroteros.

Doble identidad

Cuando entré a la ostionería que estaba rala de gente, vi la manota del mayor, me acerqué adivinando en qué humor andaba, pero no era posible por los lentes de marihuano, estaba serio. Me senté a un lado también viendo hacía la entrada como lo hacen los pistoleros del oeste. El mayor estalló:

– ¿Qué pasó?

–Martín, cambió la pichada, la adelantó ese mismo día. A las tres de la madrugada me citaron en Insurgentes, llegaron Martín, Cosme y don Miguel. Sobre la marcha se unieron los compas Lacandones y nos fuimos para el sur. ¿Y ya sabe lo que pasó después? ¿Qué no?

–No te pases de verga, pinche güero mestizo ¡Soy tu superior!, vas a hacer un informe detallado de cómo se llevó a cabo la operación y quiénes intervinieron y dónde hijos de la chingada andabas… Te puedo procesar, cabroncito.

–Mmmm, no me haga encabronar más de lo que ando, el que estuvo en los putazos fui yo… En vez de tratarme como humano, de manera acá de familia, de cabrones, no usted cree que soy soldadito… Esto sirve para mandarlo bien a la verga. Así no juego, jefe. Hay búsquese otro pendejo, ya me voy a dormir. Mañana tiene el informe.

Me levanté y caminé varios pasos cuando ya tenía a dos perros del mayor, con cara de “Te rompemos tu madre”. Como pinche chivo me arrearon para atrás. Ya sentado: el mayor dijo:

–Tienes razón en eso de la familia, los compañeros y todo lo demás. Nada más qué tú no eres de mi familia. El informe lo vas a hacer en el campo militar número uno; vas a permanecer 72 horas de arresto y con vuelta hasta completar la quincena… ¿Está bien?

–Enterado, mi mayor, ¿Me puedo retirar?

– ¡Puta madre! ¿Qué chingados te pasa! ¿Qué quieres?

–Una campechana, con pulpo, and one Montejo.

Continuará…


Aquí puedes leer la primera parte de Infiltrado.

Y aquí la segunda. Ambas están de agasajo.


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