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Por Camila R. H.

Puebla, México, 24 de marzo de 2022 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

Para la persona más insistente que conozco.

Al parecer el valor de mi argumento “a todas las personas que conozco” ha perdido fuerza porque la totalidad de esas personas son –probablemente– cinco, y quizás hasta sean demasiadas. Entonces pensé en cómo demostrar un punto sin recurrir a mi público de muestra no tan infalible.

Si ya no puedo decir “a ninguna persona que conozco le gusta tanto el helado napolitano”, ¿qué sí puedo decir para demostrar que, en efecto, a ninguna persona le gusta tanto el helado napolitano?

Bueno, no puedo mentir. De las cinco personas en mi circulo social una de ellas prefiere el helado napolitano sobre todos los demás. ¿Por qué? Porque no es muy lista, evidentemente. Mentira, para propósitos de este texto todo será en ánimos de broma, también porque esa misma persona tiene la facilidad del llanto y la persistencia de un sonido agudo.

Aquí diría “no conozco a muchas personas persistentes”, pero como se ha demostrado, tampoco conozco muchas personas en general.

A cambio, diré cuán valiosa encuentro la persistencia en esta situación en específico. Nuestra situación, supongo. Además de pasarme el quinto semestre de la preparatoria quejándome sobre la inevitabilidad del examen de admisión, también elegí pasarlo con la complicada voluntad de esforzarme con mi única nueva amistad.

Al final, mis esfuerzos no fueron tantos como yo los creí.

Pero, para mi sorpresa, porque no suelo esperar mucho de las personas, la otra parte decidió que dejar a alguien introvertido a su suerte no era algo digno de su tipo de personalidad. Y persistió a través de todos los stickers auto explicativos posibles.

Aunque no entiendo el cómo ni el porqué, nuestras pocas cosas en común hacen todavía más intrigante el descubrir algo nuevo.

¿A quién no le gusta el pulparindo?

A todas las personas que conozco les gusta el pulparindo.

En ocasiones mi desconexión es inevitable. Se siente como perder el mapa y estar en medio de un terreno montañoso, el arbusto de la derecha luce exactamente igual al de la izquierda. Me alejo de lo difícil y me resguardo en lo vagamente gratificante.

Por eso, cuando me levanto el lunes a las cinco y veinte de la mañana, con el destello de la luz programada para encenderse aún deslumbrándome los ojos y enmudezco la canción con la cual me despierto, me doy cuenta de que un mensaje de “suerte, tqm me es suficiente para reconectar.

Y decido, aunque no sé leer estrellas, que quizá me indiquen dónde queda el norte.


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