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Portada de Árboles Petrificados de Amparo Dávila, edición de Nitro Press
Portada de Árboles Petrificados de Amparo Dávila, edición de Nitro Press

Por Iván Gómez (@sanchessinz)

Puebla, México, 24 de abril de 2020 (Neotraba)

La muerte de Amparo Dávila llegó en un contexto tan peculiar como fantasioso: desde mi lugar en el ciberespacio logro apreciar que su obra es muy querida por distintas personas y que su partida será motivo para que mucha más gente se acerque a su literatura.

Pero insisto en el entorno en el que parte: montones de personas dialogan sobre su muerte sólo en la red, desde su confinamiento; yo mismo me veo impedido a arrojar su nombre al aire para iniciar una conversación o encontrar nuevas personas con quienes podría iniciar amistad por el sólo hecho de disfrutar de los cuentos de una de las autoras más extraordinarias de una literatura tan universal como ninguna otra. Es como si la noticia de su muerte nos llegara en una especie de tiempo detenido, o quién sabe, tal vez destrozado.

Cuentos reunidos de Amparo Dávila
Cuentos reunidos de Amparo Dávila

Me gustaría ver una reedición de los Cuentos Reunidos (FCE, 2009) con un prólogo de algunos de los autores en los que más ha influido, lo maravilloso de que posea una obra breve es que basta con ese libro para llenarse de su narrativa: los libros de cuento que publicó apenas llegan a cuatro, con ellos basta y sobra.

A propósito de la influencia, recién en mis clases sobre tradición clásica en la literatura occidental discutíamos el concepto de lo clásico y qué hacía que una obra perdurara; la respuesta de mi profesor –tan tajante como es– fue la imitación: cuando una obra se imita en diferentes autores y periodos se le sentencia a su no desaparición: habrá lectores curiosos que exaltados con la lectura de la obra B lleguen a la A; habrá estudiosos que sigan el mismo patrón que el del lector curioso y, si la obra que ha funcionado de modelo hace mucho que no se consigue, hará por rescatarla para que llegue a nuevos lectores.

Tiempo destrozado de Amparo Dávila
Tiempo destrozado de Amparo Dávila

Hace mucho se dejó de hablar de imitación y en discusiones sobre obras más contemporáneas lo que salta es el tema de la influencia, que tiene sus propias características: no hay una necesidad directa por hacer que el lector sepa desde el principio a quién está imitando (Góngora publica su primera soledad y Sor Juana su primero sueño, que, además, refiere desde la portada que fue escrito por imitación directa del primero).

La razón es que es un proceso más inconsciente: uno al escribir tiene las lecturas más significativas en su vida lectora y ellas marcarán la búsqueda de un estilo y sus temas; estimo que los vestigios del proceso de imitación todavía lo encontramos cuando un autor, para resolver un problema de su texto, recurre a obras donde cree que podrá encontrar la solución y entonces las verterá en su obra.

Influencia o imitación, toda obra deja su legado a partir de qué tanta huella dejará en otras obras, en qué medida le sirvió a otras generaciones para establecer su propia poética y cuánto se escribió de ella. Ahora mismo pienso en el papel que tuvo Kafka y su Metamorfosis en el redescubrimiento de Bartleby, el escribiente. Son los autores quienes definen a sus propios predecesores, escribió Borges en alguna parte que no puedo recordar.

Muerte en el bosque de Amparo Dávila
Muerte en el bosque de Amparo Dávila

Creo que por ello la obra da Dávila no dejará ya de imprimirse y se consagrará –porque aún falta tiempo para ello– como una de las escritoras con mayor peso en nuestra literatura. Ahora mismo tengo en mente un puñado de autores que la mencionan como una de sus influencias más notables.

Hay cuatro cuentos de ella que me marcaron porque descubrí que también así se podía escribir. Cuando estaba en la prepa iba las tardes de los martes y jueves a tomar clases de inglés en la Facultad de Lenguas. Varias veces, en el patio central, había una mesa tan larga que uno podía pasar ahí tardes enteras escarbando entre las montañas de papel, tan grande era la mesa que recuerdo haber llegado una hora antes de mi clase a las instalaciones y entrar a ella una horas después de iniciada.

En esa mesa compré La región más transparente, en una edición de tapa dura y un libro rojo que me cambió la vida, y al que he visto muchas otras veces luego de ese día en muchas otras librerías de viejo, por cierto. En la portada aparecen los rostros de Dávila, Cortázar, Tario (otro de esos autores mexicanos que necesitamos rescatar), Poe y, aunque no sus rostros, el libro compendia también a Ribeyro, Agustín Monsreal y Hoffman, con un título tan escueto como Antología de Literatura.

Tiempo destrozado y Música concreta de Amparo Dávila

No sabría decir por qué me llamó tanto la colección, seguro que porque conocía a varios de esos autores pero nos los textos que ahí aparecían; por otro lado, de Dávila sólo había oído hablar y de Tario nada… nunca me sentí tan abrumado como con la lectura de sus cuentos: “El huésped”, de ella, y “La noche del perro”, de él. Hasta la fecha son dos cuentos a los que recurro con toda la devoción y el respeto que les debo por haberme marcado como lo hicieron.

El siguiente año, en una antología de Almadía, los volvería a encontrar, a Dávila con “Matilde Espejo”, otro de sus cuentos que más eco tienen en mi vida hasta la fecha. Recuerdo el golpe que supuso la lectura, lo rápido que me encariñé con la joven pareja que se hace amigo de una anciana que comienza a tratarlos como a dos hijos, lo bello del lenguaje que me endulzó al grado de olvidar a quién estaba leyendo, para cuando lo recordé ya era tarde y el giro de tuerca me había volteado las tripas.

Amparo Dávila. Foto de Pascual Borzelli Iglesias
Amparo Dávila. Foto de Pascual Borzelli Iglesias

Ya ni qué decir de “Alta cocina”, que recién redescubrí: me había olvidado un poco de él, pero hace poco me lo encontré en un descanso en la biblioteca y desde la primera oración: “Cuando oigo la lluvia golpetear en la ventana vuelvo a escuchar sus gritos” recordé todo su contenido de golpe y cerré el libro bruscamente antes de atreverme a releerlo casi como la primera vez.

Caeré en el lugar común –muy usado para elogiar– no de afirmar sino de sentenciar, que con sus cuentos la relectura no existe, cada relectura es una primera lectura. Me disculpo por el cliché y lo justifico con una pregunta para quien ya le hayan hincado el diente al menos uno de sus cuentos: ¿cuántas veces ha necesitado releerlo y releerlo para encontrar pistas que le permitan descubrir qué o quién es eso que está describiendo tal personaje?

El huésped y otros relatos siniestros de Amparo Dávila
El huésped y otros relatos siniestros de Amparo Dávila

Estos días releí –leí, insisto– Tiempo destrozado y la imaginación se me fue un largo rato en suponer qué es aquello que acosa a las pobres mujeres y los hijos en una casa enorme y envolvente, o cómo es ese animal que se solía preparar en la casa de un hombre traumado con sus chillidos cuando el empezaba a hervir agua de la cacerola en la que los ponían.

Pero hay otro rasgo en el que no había reflexionado tanto: Amparo te describe sin describir; apenas te arroja un par de elementos y te deja incompleta otras ideas para que con ello el lector desate toda una serie de imágenes que podrían no tener fin. Por ejemplo, en “Final de una lucha”, nos encontramos ante esta oración: “Apenas se oían los gritos de Lilia, eran muy débiles, apagados, como si…”, el lector sabrá un par de líneas abajo cuál es el estado de Lilia; empero, dos líneas que con ese nivel de suspenso se hacen largas.

Mis siguientes columnas las dedicaré a reflexionar un poco más sobre los libros que le relea o de plano lea por primera vez. Por lo pronto, esta relectura también me ha recordado lo que es oler el miedo de los personajes, encerrarse en espacios pequeños y claustrofóbicos con ellos, insertarse en un ambiente que tiene todo lo de nuestro mundo y sin embargo se siente tan onírico y a veces aterrador que uno no puede más que preguntarse si uno no estará viviendo mal su propia realidad, como si…

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