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Por Tania Plata

Ciudad de México, 24 de julio de 2021 [03:52 GMT-5] (Neotraba)

Yo con este corazón, te voy a destrozar
con este palpitar, te haré sudar…

“Frenesí”, La Lupita

Por fin se terminó la vida sabor a acero inoxidable. Es que la pequeña Lili ya no es una niñita y, después de años de ortodoncia, puede sonreír sin fierros retorcidos en su boca. Era lo que le faltaba para ser toda una mujer, lo demás ya lo tiene: veintitantos años, un novio rockero súper papacito, cientos de poemas por publicar, próxima a terminar la carrera de Letras (pues bioquímica no le gustó) y, lo mejor, vive a cientos de kilómetros de sus padres, hermano, tías, abuelas y primas dementes.

Hoy está en Durango para despedirse de todo, excepto del dinero de papá, que la mantiene a ella y a su novio. Para su viejo siempre será su niñita, la única hijita de papá. Hoy el mundo le sabe mejor, casi puro. Regresa a Guadalajara más bella, siendo una mejor Lili. Las horas de camino se le escurren entre el insomnio y mirarse en el espejo. Es que es fantástico, su cabello rubio lacio hasta los hombros y una sonrisa verdadera.

Alfonso siempre se quejó de que Lili parecía niñita. En las tocadas siempre hay problemas, por lo regular ella no va, pues ha perdido un par de veces su credencial de elector, aunque el asunto se arregla cuando Alfonso dice que es su hermano mayor, pues aparenta llevarle más de ocho años. Pero ahora, sin ocultarse detrás de tanto maquillaje y rubia, combina mejor con su novio. Se ven como una pareja de artistas, piensa Lili.

En la camionera, Alfonso, Poncho, arde esperando con una cajetilla de Marlboro. Él sabe que es ella con quien compartirá su vida, la ama, y más después de esperarla dos semanas en casa. Lili no es como las otras, más que ser una mujer siempre dispuesta para él, es la princesa que quiere cuidar.

Lili baja del camión. Alfonso corre hacia ella. Y como de película, ella brinca a abrazarlo. Oler de nuevo ese cuello frutal era lo que él necesitaba para dejar de sentirse aturdido, sin ganas de soltarla pues puede perder el camino. Su princesa se ve tan hermosa, casi irreal, así como las muñequitas de Disney. Besos, más besos. Y un te extrañé en pleno amanecer.

Ella es perfecta, su cabeza queda justo en el pecho de Alfonso. La sorpresa puede esperar. Lili se desviste a tres pasos de entrar en el departamento. A Poncho le encanta verla a hurtadillas por ahí, como guardando ciertos secretos. Es como jugar a oscuras con sus cuerpos. Ella encima de él, y los aretes de florecitas, columpiándose sin caer de las orejas de Lili. Cada parte de ella cabe especialmente en las manos de Alfonso, es La Princesa.

—Ahora que ya no tienes aparatos, no sé, podrías, ya sabes, ¿darle unos besitos a Ponchito? —una petición olvidada, pero la esperanza no se pierde.
—No, ya sabes que no me gusta. Mejor abrázame.

Con esa sonrisa de comercial de pasta dental, ¿quién podría negarse? Alfonso la abraza, por él no hay problema, el que Lili no chupe a Ponchito es parte de lo que la hace Princesa. Total, en las tocadas hay muchas mamadoras. Necesidad cubierta.

—¿Ya te dije que te ves hermosísisisma?
—Sí —Lili voltea y, de un movimiento, vuelve a apoderarse de él.
—Espera un segundo, sabes que me encanta que me muerdas por todos lados, pero te tengo una sorpresita. Espera aquí.

Alfonso regresa con una caja de zapatos agujereada y un moño rosado que cuelga casi hasta el suelo. Lili piensa que es una víbora, o algo tonto, como la mayoría de obsequios de Poncho. Pero no, es una linda gatita negra de ojos verdes, pequeña, muy pequeña. Ahora ya tienen más que solo la cama en común: son como una familia chiquita. La gata se roba la mañana desnuda y las sábanas y las caricias. Lili está muy contenta, tiene cierta noción de lo que la minina significa. Sabe que Alfonso no cree en el matrimonio, pero sí en subirse al mismo auto, mirar por la ventana y aunque no vean lo mismo, viajar juntos y que ninguno abandone el camino.

Tres semanas después Alfonso está de gira promocional, es su gran oportunidad. Lili, en la casa con la ya no tan pequeña gata acurrucada en su panza y comiendo helado de limón, alguien le dijo que es bueno para curarse la malilla, no niega que extraña a Ponchito, pero con la excusa de la tesis, que aún no empieza, se dedicó la semana entera a darse su propia despedida de soltera. Pues prometió que a la siguiente gira de Alfonso, irá sin excusas. Ve un programa de asesinos seriales, aburrido, repiten tres veces lo mismo. El teléfono suena, pero está muy lejos como para que Lili conteste. Vuelve a sonar. Entonces el celular. Es Érika, su compañera de tesis, de parranda, de todo. No le contesta hasta la quinta vez.

—¿Lili?
—¿Qué? —con la cruda que se carga y ahora Érika jodiéndola. Lili quita a la gatita de su regazo y se levanta al baño.
—Lili, necesito verte. Ya no puedo más con esto, necesitamos aclararlo todo. Y dejar de fingir, ya estoy cansada.
—¿Cansada? ¿De qué? No me digas: vas con lo mismo —Lili se levanta del retrete, se ve en el espejo, sonríe, se acomoda el cabello y ve la poca raíz castaña que se va revelando del rubio de ensueño—, ya te dije que no soy lesbiana. Me agradas y todo eso.
—Pero…
—Érika, perdóname, pero como te lo he dicho mil veces: yo no puedo ser tu estandarte de chica gay con el que vas a salir del clóset.
—Es que…
—No te quiero. Eres mi amiga, mi mejor amiga, aunque ahora lo estoy dudando. Tú sabes que estoy con Alfonso y no voy a perderlo por seguirte la corriente —Lili se recarga en la pared, presiona el apagador y se queda a oscuras en el baño—. Además me has visto besuquearme con la mitad de morras y morros de la carrera, ¿qué te hace creer que eres especial?
—¿Por qué me dices esto? Yo pensé que…
—Me vale madre lo que pienses —Lili se mira en el espejo, lo único que puede ver son sus dientes y algo del brillo de su cabello, y con la seguridad de su nueva sonrisa Colgate, que cobija su vida perfecta, está lista para mandar a la chingada a su querida Érika—, y consigue con quién hacer la tesis. Ya me tienes hasta la madre con tus pendejadas. Aliviánate: besa y cógete a todos y todas y luego vienes y me cuentas si eres lesbiana o no.

Lili cuelga, aunque el celular sigue insistiendo una y otra vez, pero el perfil de silencio soluciona la tarde.

Lunes. No tarda en llegar Alfonso. Desde la mañana Lili está preciosa, enfrente de la computadora, tratando de pasar las primeras dos páginas de su tesis. La gatita en su regazo. El departamento impecable, cervezas y la comida favorita de Poncho en el refrigerador. Es como otra escena de revista de los años cincuenta: la esposa espera a su hombre. Lili lo piensa pero qué más da, son una pareja de artistas, ésa es la diferencia, vivirán otra clase de viaje juntos.

La gata y ella miran por la ventana. Es casi media noche. El celular de Alfonso está apagado. Lili quiere llorar, algo pasa. Alfonso siempre es puntual, le gusta estar con ella y ahora con la gatita, hija de ambos, ¿por qué no llega a casa? Lili se quita las botas, se acuesta en el sofá y habla un montón de tonterías con la gata. Igual, mejor que estar esperando a Poncho, pudiera irse a bailar al Sonidero, antro que Alfonso odia por cumbianchero. Bueno, son las consecuencias de enamorarse de un rockstar.

La una de la mañana. Poncho llega. Lili se levanta de inmediato. La gatita cae al suelo. Él no le dirige la palabra, deja su guitarra a un lado de la puerta. Camina alrededor del sofá, matándola con la mirada. Lili siente la muerte atravesarle el cuerpo.

—¿Qué pasa? —Lili camina hacia él, tratando de abrazarlo, pero Alfonso la esquiva—, ¿te sucedió algo? Poncho contéstame. Dime algo por favor.
—Me llegó un correo de tu amiguita Érika —no voltea a verla, sólo saca sus cosas de los cajones.
—¿Y? —aún no capta lo qué está pasando, pero ya no trata de acercarse a Poncho.
—¿De verdad no sabes qué me envió?
—Alfonso, no sé qué te dijo, pero esa perra está celosa de mí. Recuerda que tú me lo advertiste, que ella está como obsesionada conmigo, que quería ser yo.
—Ja. Lo que pasa es que siempre me viste la cara de pendejo —él comienza a gritar y a meter sus cosas a una mochila—; te vi Lidia, te vi, lamiendo todo el cuerpo y chupándole el felpudo a la asquerosa de Érika.
 —No es verdad. No era yo. No sé qué te envió. Pero no era yo —Lili se acerca a él y trata de abrazarlo.
—Ya no me haces pendejo. Eras tú. Por eso te pintaste el pelo, para que no te reconociera y ahora que tu noviecita se emperró contigo y se dignó a decírmelo —Alfonso jala los cabellos de Lili y la empuja—… Quítate. Pero conmigo nunca quisiste hacer sexo oral y con esa pinche vieja lesbiana hasta te la querías tragar. Pensé que eras diferente. Y yo de imbécil me quería casar contigo…
—¿A dónde vas? —Lili sólo quiere alcanzarlo, que no cruce la puerta, que se no se vaya. Que se quede con ella.
—Lejos de ti y de tu boca chupa verijas. Yo quiero una mujer de verdad, no una marimacha que se hace la inocente.

Ella no sabe qué hacer. Está de pie viendo como Alfonso, su Alfonso, su rockero, su hombre perfecto, se va de su vida. Entonces corre a alcanzarlo y lo abraza por la espalda, tratando de abarcarlo todo, pero se siente más pequeña que la gata que ronronea a sus pies.

—Que me acueste con mujeres no te hace menos hombre —tontita como siempre, incapaz de ser, sólo por una vez, inteligente—. Yo te amo a ti. Por favor…

Alfonso toma a Lili por los hombros. Ella trata de zafarse. Él le da dos bofetadas que revientan los bellos labios de su princesita. El interruptor de la razón en Alfonso deja de funcionar y ahora actúa en automático. Lili trata de escapar, da media vuelta, casi pisa a la gatita. Pero Alfonso la alcanza agarrándola del cuello. La azota contra la mesa. La sostiene con fuerza. El aliento y las lágrimas de ella se dispersan por el cristal.

—Déjame idiota. Suéltame. Ya. Sólo lárgate —Lili sigue sometida, con una sola mano de él, mientras con la otra, Alfonso le levanta la falda y baja el cierre.
—¿Quieres ver qué tan hombre soy, zorra? Ahora sabrás de lo que te has perdido por hacerte la mojigata.

Alfonso termina de sodomizarla y guarda a Ponchito cubierto de sangre en su bóxer de súper estrella de rock. En menos de dos minutos Lili deja de moverse, cierra los ojos, resbala por el cristal de la mesa y no sabe más. Él sube el cierre de su pantalón y deja a Lili tirada en la alfombra. La gatita se acurruca a un lado de ella. Alfonso agarra su guitarra favorita, la negra, y se va sin ninguna de las cosas por las que regresó a casa.

Camina por ningún lado. Alfonso nunca tuvo hogar hasta que se topó con Lili. Aunque las cantinas reciben a cualquiera, no decide a cuál entrar, todas hieden a inmundicia. Le duele el pene. Nunca imaginó forzar a una mujer, mucho menos a ella. La razón quizá ya regresa a él, demasiado tarde, o demasiado pronto. Entra a un langarucho y pide un tequila, pero no puede bebérselo. Ponchito sigue reclamando. Dos horas sentado ahí, en medio de un bar más de putas que bohemio, pero no puede tomar ni medio trago. Quizá no era para tanto, quizá él pueda vivir con eso, quizá no hay nada tan bueno sin tener precio. Otra hora más y el tequila sigue intacto.

Apenas que la vida comenzaba para él, para ellos. Y los sueños mueren. ¿Dónde encontrara otra princesa a quien cuidar, otro hogar? Él sabe lo que es ser un perro de nadie, listo para follar con quien sea y después salir corriendo a la calle. Lili tan pequeña, tan de él. Alfonso deja la hedionda madrugada. Casi amanece. Va a casa, va con ella. Pueden perdonarse y seguir el camino juntos, como él lo canta en cada tocada: no importa que no vean lo mismo por la ventana del auto.

Abre la puerta. El departamento está oscuro. Silencio. Alfonso llama a Lili. Ella no contesta. Él enciende la luz. Entra a la habitación, los cajones y la ropa están por todos lados. El televisor y las guitarras hechas pedazos. Alfonso busca en el baño, la cocina. No está. Faltan un par de maletas y algunas cosas de ella. Marca el celular de Lili, apagado. Vuelve a marcar y vuelve a marcar. Se deja caer en el sofá. Llora. Pero está seguro de que ella volverá. El departamento es de Lili y la mejor de las esperanzas, se llevó a la gatita, pues llama y la gata no contesta. Se la llevó, porque lo ama. Lili volverá.

No puede ser peor. Sonríe, cierto bienestar baja por su nuca. Se recarga en el sofá. Enciende un cigarro, ahora sí le caería ese tequila que dejó olvidado en la cantina. Piensa en un anillo de compromiso, en una verdadera boda, en que él tampoco es tan inocente. No sabe que le dirá a Lili cuando regrese, pero ella va a regresar.

Llega el día. La luz entra por las ventanas y atraviesa las cortinas azules. La mañana es fresca. Lili aún no vuelve. Otro cigarro para la angustia. Alfonso se levanta para abrir la ventana. De reojo ve una mancha negra entre el sillón y la pared. Es la gatita despanzurrada, con la lengua y las tripas de fuera y los ojos abiertos. La esperanza abandona a Poncho con el humo del cigarro y la vida le sabe a nicotina, casi pura.


Del libro de cuentos Malcriadas miniatura, Nitro/Press, 2013. México


Tania Plata. Foto cortesía de la autora.

Tania Plata (Ciudad de México, 1983). Ha publicado los volúmenes de cuentos El desierto de Diana y otras chicas PlayBoy y Soundtrack. En 2007 mereció el Premio Estatal Olga Arias de Cuento. Textos suyos fueron recogidos en las antologías Lados B 2011 – Narrativa de alto riesgo (Nitro/Press, 2011), 25 Años de Narrativa en Durango, La última cópula de la cigarra y en la revista Cordillera. En 2021 fue incluida en el Tomo III – Exploradoras de la antología A golpe de linterna, Cien años de cuento mexicano; y Manoalzada Editores publicó en Perú una selección de sus cuentos bajo el título Amores minimalistas. Actualmente radica en una pequeña ciudad fantasma llamada Victoria de Durango, donde se dedica practicar el juego de vivir una vida decente.


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