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Por Isaac Gasca Mata

Puebla, México, 19 de enero de 2022 [03:11 GMT-5] (Neotraba)

“La pata es imposible   La perra no deja
y muerde   La cerda sale corriendo   La
gata ni pensarlo   Chévere la carnera   Se
queda quieta   La chiva en celo es deliciosa”

Raúl Gómez Jattin

A los perros les gustan olerse el trasero. Es una actividad que practican por muchas razones, pero sobre todo para socializar. Olfatean recíprocamente su ano para conocer la salud del espécimen que tienen enfrente, su nivel hormonal, su posible compatibilidad sexual. Luego de miles de años de evolución el olfato de los perros es al menos cuatrocientas veces más poderoso que el de los humanos, por eso lo utilizan para rastrear, saborear e interactuar. Dejan su estela de orina en las calles para que otros perros sepan que pasaron por ahí y les comunican diferentes cosas: edad, peso, salud o enfermedad, incluso tamaño, por eso los machos levantan la pata al orinar: para aparentar mayor envergadura.

En la novela Mira lo que tengo(Tusquets, 2014), de José María Valtueña, el perro Bobi gusta de oler el trasero de una jovencita de dieciséis años que lo enseña a comer chocolates directamente de su vagina, a lengüetearle la vulva y a penetrarla en una posición por todos conocida: Doggystyle. Texto polémico que pertenece a la colección la sonrisa vertical de la editorial Tusquets[1]. La obra narrativa explora una forma de vivir la sexualidad que para algunas personas es un abuso, para otras una depravación y algunas piensan que es una práctica deleznable que debiera castigarse: el epítome del abuso humano hacia los animales. Es más fácil leer textos acerca de masoquismo, de sadismo, sobre orgías, necrofilia, coprofagia y otras prácticas genitales, pero cuando se trata de un relato que describe con pasión, porque eso hace Valtueña, el placer sexual que una jovencita recibe de su perro, e incluso lo entrena para eso, en el lector despierta entre morbo, repugnancia y sonrisas. Mira lo que tengo no es la crónica real de una adolescente española que disfruta su sexualidad con un can; es una ficción en toda la expresión de la palabra. Es decir: no existe. Lo advierto antes de que los paladines de lo políticamente correcto intenten clausurar o censurar el discurso literario de Valtueña. No obstante, lo que narra el autor podría ser el día a día de las personas que tienen esta parafilia. Aunado a ello, quizá es más incómodo que el texto narre la relación entre una jovencita y un perro. Quizá si fuera al revés: un hombre con una perrita pasaría a ser un retrato literario más o menos similar a los que hizo Édouard-Henry Avril (1849-1928) en sus pinturas de seres humanos con cabras. Pero al ser una jovencita con un macho pastor alemán y descrito por un autor varón el escándalo y la carga de contrariedad se elevan a niveles alarmantes. Es una superposición de discursos de abuso: el sometimiento especista del sapiens al perro, y el discurso machista que utiliza a una adolescente ficticia para proyectar pasiones perversas. El poder sobre el poder.

“Junté los dos sofás por la parte de los asientos, hasta dejar el espacio justo que me permitiera introducirme en medio, y coloqué una silla para cerrar el pasillo, con el respaldo hacia donde iría mi cabeza. Así sería imposible que se confundiera. Gateando me metí dentro y quedé encajonada como una de aquellas reses, dispuesta a esperar su hierro, y ya mentalizada para recibirlo ardiente. (…) Bobi apareció enseguida. Subió de la cocina como una bala perdida. Y aun así me encontró. (…) Lo que allí le esperaba era un pedazo de carne enlatada. Era mi carne dispuesta a ser degustada desde una única abertura que mandaba directamente a la que, entre mis piernas, comenzaba a palpitar. Porque llegué a sentirme carne, solo carne, toda carne, y nada más que para Bobi; y eso, lo noté al instante, como que me excitaba más de la cuenta.”

(Valtueña, 2014; 103)
Dédalo presenta la vaca artificial a Pasífae. Fresco romano de la casa de los Vettii (Pompeya), siglo I.
Dédalo presenta la vaca artificial a Pasífae. Fresco romano de la casa de los Vettii (Pompeya), siglo I.

La historia de Europa, y no solo su historiografía literaria, está atravesada por relatos zoofílicos que tanto la literatura, la pintura[2], la escultura[3], y en menor medida el cine[4], han representado a través del tiempo. El mismo nombre del continente europeo proviene de un acto zoofílico: el rapto de Europa por el toro blanco. También tenemos el mito de Pasifae que mandó a Dédalo construir una vaca de madera para que, engañado con la inventiva humana, el Toro de Poseidón la penetrara a través del disfraz engendrando con su semen al Minotauro. La zoofilia en el mundo griego, la llamada cuna de la civilización occidental, aparece en bastantes mitos como el de Leda y el Cisne, donde el bestialismo recae en una figura sutil y estética, un cisne, en detrimento del poderoso toro, símbolo de brío sexual, que impera en las dos anteriores.[5] Por lo tanto, el personaje de Alicia, protagonista de la novela española Mira lo que tengo, no plantea nada nuevo para las letras del viejo mundo. Al contrario, parece emular una tradición velada donde la sensualidad se enfoca en figuras animales orgásmicas para algunos seres humanos. Incluso es de destacar que la postura con la que Alicia invita a Bobi a penetrarla es sugerentemente similar a la de Pasifae al ser fecundada por el toro.

Si hiciéramos un recorrido por los ejemplos literarios europeos que tocan el tema del bestialismo indudablemente mencionaríamos a los sátiros, seres mitad cabra mitad humano, cuya potencia sexual gustaba satisfacerse lo mismo con mujeres que con cabras. Un comportamiento lujurioso que le valió al dios Pan, un sátiro, convertirse en la figura del demonio para el cristianismo. El priapismo de estos seres me hace pensar que quizá la entrevista que tiene el Sr. Tumnus con la pequeña Lucy Pevensie de Las crónicas de Narnia no fue tan inocente como se describe. Como sea. La tradición grecolatina es el sustrato de donde Apuleyo sacó sus ideas estéticas para que en su conocida obra, verdadero monumento de la literatura universal, El asno de oro describiera otra relación bestial donde un burro penetra a una mujer que paga por disfrutar el falo del animal.

“Hubo en el círculo de mis admiradores una señora distinguida y de gran posición. Pagó como los demás para verme y se quedó encantada de mis múltiples monerías; insensiblemente pasó de la constante admiración a una increíble pasión; sin poner remedio a su extraño capricho, cual Pasifae, pero enamorada de un burro, suspiraba ardientemente en espera de mis abrazos.”

(Apuleyo, 1980; 364)

Y luego continúa:

“Ella entonces se despoja de todas sus vestiduras e incluso del sostén que sujetaba su hermoso busto femenino (…) Me cubre entonces de tiernos besos, pero no como los que envían las prostitutas en los lupanares para mendigar moneditas o rendir a clientes reacios a pagar; no, al contrario, eran besos de verdad y desinteresados, acompañados de las más dulces palabras. Como “Te amo” (…) Luego me cogió por la brida y le fue fácil hacerme acostar de la manera que me habían enseñado. (…) Pero estaba vivamente angustiado; me daba verdadero horror pensar cómo podría acercarme con tantas patas y de tan notables dimensiones a tan delicada criaturita. ¿Cómo abrazarían mis duros cascos aquellos miembros tan transparentes, tan tiernos que parecían hechos de leche y miel? (…) aunque la lujuria consumiera sus miembros hasta las uñas, ¿cómo podría una mujer resistir una unión tan desproporcionada?”

(Apuleyo, 1980; 365)
Leda y el Cisne. Pintura de Pedro Pablo Rubens. 1601.
Leda y el Cisne. Pintura de Pedro Pablo Rubens. 1601.

Es innegable la tradición zoofílica en los relatos europeos, misma que José María Valtueña continúa con la descripción de las relaciones sexuales entre Alicia y Bobi. Otro ejemplo que desconoce la cultura popular, pero igual lo difunde masivamente es el del unicornio; un caballo blanco con un cuerno duro, de marfil, afilado símbolo fálico, en medio de la frente[6]. Según el pensamiento medieval europeo a los unicornios se les cazaba poniendo a medianoche a una joven virgen en medio del bosque. Era una trampa pues no existía otra manera de atrapar a esos ágiles caballos que atrayéndolos con la pureza y el olor de un himen. Quizá a muchos padres y madres de familia no les gustará saber lo que su ignorancia les ocultó al comprar los peluches de unicornio que cotidianamente se ven en las recámaras de niñas y adolescentes, pero sí, la verdad duele: ese animal fantástico parece el epítome de un violador[7].

Cualquiera estaría tentado a pensar que la visión moralista del cristianismo acabó, o al menos remitió, las crónicas bestiales. Nada más lejano a la realidad. La partenogénesis mitológica de María es consecuencia de la fecundación a través de una paloma. Una paloma blanca, el espíritu santo, que inunda su vientre con la palabra de dios.

La zoofilia se encuentra incluso en los cuentos clásicos europeos como Caperucita Roja donde un lobo feroz se come física y simbólicamente la inocencia de una niña tal como sugiere Perrault en la moraleja del cuento[8]; La Bella y la Bestia, de Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve, porque Bella decide ser la pareja de un ser mitad humano mitad jabalí; o las fábulas “La gata cambiada a mujer[9]” y “El león enamorado[10]”, ambas de Jean de La Fontaine.

Ya sea que analicemos estos textos, y cientos más, con una visión moralista o estética lo cierto es que en la sexualidad humana no existen límites. El único límite es que ambas partes, o todos los participantes en caso de ser invitados orgiásticos, estén de acuerdo en lo que van a practicar. Y de ahí se desprenden las preguntas que plantea la novela Mira lo que tengo: ¿Los animales están de acuerdo? ¿También sienten placer en mantener relaciones interespecie o son víctimas de una explotación que trasciende todas las formas con las que los sapiens los someten? En el bestialismo ya no solo son animales de carga, fuente de proteína cárnica, vigilantes o un enorme etcétera; con la zoofilia se convierten en instrumentos de un tipo de placer sexual egoísta y antropocéntrico. A muchos esta pregunta resultaría necia o fuera de lugar. Pero dado el número cada vez más elevado de personas que viven la fantasía de ser animales seductores y se disfrazan de perros, caballos, toros, conejos, etc, el debate está más abierto y evidente que nunca. Los furros gozan de la libertad que antaño los romanos más depravados no tuvieron: salir a las calles mostrando a todos su parafilia favorita. Está tan difundida esta subcultura en el plano social que incluso grandes editoriales como la italiana Panini Cómics aprovechan esta apertura sui géneris para publicar novelas gráficas como Contra Natura (2019), de Mirka Andolfo, donde puede observarse en las viñetas a una cerda hipersexualizada penetrada reiteradas veces por un lobo y un león.

Portada de Mira lo que tengo de José María Valtueña
Portada de Mira lo que tengo, de José María Valtueña

La zoofilia, del griego zoo (animal) y philia (amor), es un tema tabú en la actualidad y, en general, durante toda la historia. Encontramos ejemplos europeos de esta práctica en el ensayo Crímenes sexuales. Desde el Renacimiento hasta el Siglo de las Luces (2006), de William Naphy, cuyos registros están incompletos debido a que, según el autor, estos hechos se desarrollan con más frecuencia en el medio rural que en el urbano y por tanto el registro, al menos en siglos anteriores, es deficiente o casi nulo. Pero eso no impide que algunos juicios con sus correspondientes sentencias llegaran a nuestros días como el del joven Francois a quien encontraron: “…detrás de una yegua con la ropa levantada y muy excitado. El testigo esperó unos momentos preguntándose qué hacer y vio a Francois parado de puntas y haciendo todos los movimientos adecuados para consumar su acto pernicioso…” (Naphy, 2006; 238). Caballos, vacas, mulas, cabras, perros… los mismos animales que aparecen retratados en las novelas, poemas y dramas eróticos escritos y editados al norte del mar mediterráneo. Lo que sugiere que la práctica zoofílica está muy difundida en el continente.

En conclusión, después de este breve pero fructífero repaso por la literatura zoofílica del viejo continente, la propuesta de José María Valtueña ya no parece tan extraordinaria en el sentido de que no es innovadora, más bien parece una narrativa dentro de los límites de la tradición europea que describe el gusto sexual humano por los animales: el velado, pero nunca superado, placer interespecie.[11]

“Yo estaba desnuda. Desde el asiento del sofá Bobi me olfateó tomándose su tiempo, reconociéndome: mi espina dorsal, mis pompis, mis caderas; me lamía toda, a la vez que me masajeaba con sus almohadillas en puntos inesperados, pero no encontraba el sitio apropiado para bajarse y poder montarme (…) Necesitaba que me llenara, cada vez lo ansiaba más. Había iniciado el experimento para que Bobi aprendiera a localizarme, y la que descubría sensaciones nuevas era yo. Me dolía en lo más acogedor de mi sexo, que palpitaba deprisa, muy deprisa por fuera, pero también por dentro, contrayéndose, para intentar abarcar…”

(Valtueña, 2014; 105)

Bibliografía

ANDOLFO, Mirka (2019) Contra Natura. México. Ed. Panini Cómics

APULEYO (1978) El asno de oro. España. Ed. Círculo de lectores

DOMECQ, Brianda (1988) Acechando al unicornio. La virginidad en la literatura mexicana. México. Ed. FCE

GRAVES, Robert (2009) Los mitos griegos. España. Ed. RBA Coleccionables

LA FONTAINE, Jean de (1990) Fábulas. México. Ed. EMU

NAPHY, William (2006) Crímenes sexuales. Desde el Renacimiento hasta el Siglo de las Luces. México. Ed. Tomo

PERRAULT, Charles (2014) Cuentos de Perrault. México. Ed. Porrúa

VALTUEÑA, José María (2014) Mira lo que tengo. México. Ed. Tusquets

VV.AA. (2003) Antología de la poesía amorosa de México. México. Ed. EMU

ZUFFI, Steffano (2004) Gran Atlas de la pintura. Del año mil al siglo XX. España. Ed. Electa


Isaac Gasca Mata (Puebla, 1990). Licenciado en Lingüística y Literatura Hispánica por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Ha presentado sus cuentos en diversos foros a nivel nacional en ciudades como Monterrey, Guadalajara, Querétaro, Tampico, Zacatecas, Tijuana, Colima, Guanajuato, Aguascalientes, Toluca, La Paz, Ciudad de México, entre otras. Ganó algunos premios literarios en su ciudad natal. Como investigador participó en foros internacionales, entre los que destaca el “Coloquio estudiantil sobre identidades en América Latina”, celebrado en Ciudad de México y en Bogotá, Colombia. Algunos de sus textos aparecen en revistas como Círculo de Poesía, Monolito, Oficio y Armas y Letras. En 2016 realizó una estancia en San Antonio, Texas, para compartir estrategias educativas con docentes del área de lenguaje. En 2018 participó en el “II Encuentro Latido Latino, región LATAM”, de la red global Teach For All, realizado en Lima, Perú. Es autor de los libros Ignacio Padilla; el discurso de los espejos (BUAP, 2016), Tristes ratas solas en una ciudad amarga (UANL, 2019) y El libro de las personas invisibles (Ariadna, 2020). Fue becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico (PECDA) del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes del Estado de Puebla, en el rubro poesía. Laboró en escuelas públicas y privadas de Nuevo León y Baja California Sur. Actualmente estudia un posgrado en Literatura Hispanoamericana.


[1] Y que recuerda bastante al caso de la joven francesa Claudine de Culam que vivió de 1585 a 1601. Pereció en la hoguera acusada de tener encuentros carnales con su perro.

[2] “Leda y el cisne”, de Pedro Pablo Rubens

[3] “Pasifae”, de Óscar Estruga

[4] La ‘La Bête’ (1975), de Walerian Borowczyk

[5] “Fue la misma Leda quien se unió a Zeus en forma de cisne en la orilla del río Eurotas, y que puso un huevo del que salieron Helena, Cástor y Pólux. (…) Esa misma noche Leda también había yacido con su esposo, Tindáreo.” (Graves, 2009; 229)

[6] Al respecto existe un poema bastante ilustrativo de la escritora mexicana Kyra Galván titulado Unicornio II: “Acaricié tu cuerno blanco y torneado / muchas, muchas veces, / porque lo amé como a tus patas nerviosas / con las que corrías y te adelantabas / mientras yo permanecía atrás, mirándote. / Siempre desaparecías / tras la espesa neblina de esos bosques / que me negaban el camino. / Entonces andaba llorosa y afligida / hasta que te encontraba después / y mi corazón saltaba de gozo al verte. / Celosamente acariciaba tu piel y tu cuerno. / ¿Por qué te desvanecías cuando te abrazaba? / Ingenuamente, te di nombre, imagen / y colgué en tu pecho un amor / que no te correspondía. / Porque nunca supe con qué te alimentabas, / si de mariposas o de musgos húmedos / o de corazones como el mío.” (VV.AA., 2003; 219)

[7] Leer el libro Acechando al unicornio. La virginidad en la literatura mexicana (1988, FCE), selección y prólogo de Brianda Domeq

[8] “Aquí vemos que los niños, / sobre todo las niñas / bellas, dulces y gentiles, / no deben escuchar a cierta clase de gentes, / y que no es raro / que los lobos se hayan comido a tantas. / Digo el lobo, pues no todos los lobos / son iguales. Hay algunos corteses, que / sin ruido y sin hiel, complacientes y dulces / siguen a las doncellas hasta su casa, / o por las callejuelas. Pero, ¡ay! ¿quién / no sabe que los lobos melosos son los / más peligrosos de todos?” (Perrault, 2014; 73)

[9] “Un hombre locamente encaprichado de su gata, encontrándola hermosa, delicada y zalamera, con una voz dulcísima, llegó a estar más loco que los locos, y con lágrimas y ruegos, sortilegios y brujerías consiguió del Destino que una buena mañana su gata apareciese convertida en mujer. No esperó más el mentecato, y el mismo día hízola su esposa…” (La Fontaine, 1990; 37)

[10] “Un león de alta estirpe, al pasar por cierto prado encontró a una pastora de la que se enamoró al instante. Pidióla, pues, en matrimonio. Hubiera el padre deseado un yerno menos temible; dársela le parecía harto doloroso; negársela, poco seguro. Hasta fuera posible que ante su negativa una buena mañana se efectuara una unión ilegítima, pues, aparte de que la muchacha se inclinaba por los arrogantes, una doncella se encapricha fácilmente de un enamorado de hermosa cabellera…” (La Fontaine, 1990; 59)

[11] Cabe mencionar que el arte oriental también tiene ejemplos de zoofilia en obras representativas como la pintura El sueño de la esposa del pescador, de Katsushika Hokusai, o algunas de las escenas retratadas en la obra de Toshio Saeki, representante del movimiento Ero-guro.


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