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Por José Luis Domínguez

Ciudad Cuauhtémoc, Chihuahua, 4 de noviembre de 2020 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía;

estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable.

“El aleph”, de Jorge Luis Borges.

Antiguamente, con el nombre de poética, o creadora de imágenes, se indicaban a menudo, las reglas que ordenaban la creación literaria.

Hoy en día, aparte de la concepción anterior, se investigan las raíces de dicho fenómeno y ofrecen al lector la noción suficiente para una mejor apreciación de la creación artística. Son los textos teóricos, escritos por los propios poetas, los que dan a entender las causas que los han inspirado, describen o tratan de describir muy bien por qué y cómo se han escrito, es decir, el proceso escritural que implica, si bien es cierto, un tanto de inteligencia, de pensamiento lúcido, afilado, y otro tanto de ocurrencia, de chispazo genial.

También abarca la continuidad de una obra, las múltiples correcciones, los borrones en el manuscrito original, los añadidos que, según los estudiosos del tema, nos revelan que esa parte arbitraria o imprevista de la emoción llamada inspiración, musa, ángel o duende, es tan importante pero no menos que el proceso de pulir el poema, de trabajarlo. Como diría Lope de Vega: Oscuro el borrador, claro el poema.

Asimismo, dan a conocer la manera más cercana en la cual el artista resuelve el problema técnico de la producción de su propia obra. Es el recorrido o rememoración en prosa que el poeta hace de su propia poesía, por lo tanto, es un acto de autointerpretación, es la descripción de su método de invención del poema.

La poética no es otra cosa que la teoría objetivada, cuyo deber se cumple al explicar el papel que juegan las imágenes en la operación llamada pensamiento creativo del poeta.

De manera más amplia, y por decirlo de otra forma, son las reflexiones que un artista hace acerca de su propia actividad o acerca del arte en general. Es el análisis comparado del mecanismo del acto escritural y todos sus recursos.

La poética está encaminada básicamente a responder de dónde procede el bagaje o materia prima que el poeta utiliza, o en qué tiempo específico penetraron los componentes a su materia gris para descender a través de las pulsaciones de su brazo y mano, hasta llegar a su cálamo y vaciarse como tinta sobre el papel en forma de poesía.

Así, la moderna poética, ha terminado por definirse más allá de una normativa, en una metodología descriptiva-inductiva y en una interpretación de la propia creación.

Poética, como bien la definió Paul Valéry, en su Introducción[1], es el nombre de todo lo que tiene analogía con la creación o composición de obras en las que el lenguaje es a la vez la sustancia y el medio.

No es más que la explicación de la génesis de un poema, una especie de biografía del yo del poeta que ya posee una mitología de sí mismo o como se dice en latín, tecum habita, es decir, que habita en sí, escudriña y descubre el “leitmotiv” que lo impulsa a escribir, que es dueño y a la vez no, de sí mismo. La poética es la autobiografía del ardor; el ave fénix consumiéndose en el fuego.

La poética no es otra cosa, entonces, que el discurso del método poético con Descartes de por medio, es decir, con Descartes incluido o con Descartes descartado.

La historia de la poética, entendida ésta como una parte que se encuentra comprendida dentro de la estética general, comienza con los clásicos grecolatinos –Platón, Aristóteles y Horacio– y continúa hasta nuestros días a través de los tratados de diversos autores.

Ahí están, por poner solo algunos ejemplos, el francés Boileau con su Arte Poética, que aparece en 1674; los románticos empiristas ingleses, quienes escribían sus poemas a través de sus sentimientos y sentidos, de sus experiencias que tienden a ser inmediatas, con el Ensayo sobre Crítica, de Pope, publicada en 1711; el prefacio de la segunda edición a las Baladas líricas, escrito por William Wordsworth, publicadas en 1800, junto a dos poemas fundamentales de Samuel Taylor Coleridge: El antiguo marinero, y El ruiseñor, y en cuyas líneas Wordsworth argumenta que el lenguaje poético debe identificarse con el lenguaje de la prosa, además de prescindirse de la medida, del encorsetamiento en el que suele sujetarse el verso.

Arte poética de Boileau
Arte poética de Boileau

Ambos son los primeros poetas que introducen por primera vez el concepto de imaginación a la concepción poética, mismo que ha tenido, desde entonces una importancia extraordinaria; por su parte, Coleridge, en 1817 en su libro Biografía literaria, defenderá el verso y el ritmo métrico, contradiciendo la postura de Wordsworth;también surge En defensa de la poesía, de Percy Bisshe Shelley, ensayo en el cual, paradójicamente, sin darle importancia al método poético, establece los conceptos en los cuales los críticos francófonos –de Charles Baudelaire a Paul Valéry– habrán de sustentar posteriormente su metodología poética: correspondencias, melopea, la palabra simbólica, la revelación, angustia y locura. Shelley define al poema como la manifestación de la imaginación; están además las Cartas a un joven poeta, de Rainer Maria Rilke, Fragmentos para una poética, de Fernando Pessoa, cuyo ideal poético es meditar la emoción, sentir la idea; desear con la imaginación, la Lección inaugural del curso de Poética, de Paul Valèry; la poética de Contra el secreto profesional, de César Vallejo, en el cual el bardo peruano denota su hondo conocimiento de las vanguardias poéticas de los años veinte en Europa, nacidas de la teoría del intelecto, no de la emoción ni de la sabiduría humanas por las que se declara a favor mientras ahonda en su poética a través de sus propias motivaciones; el Arte poética más breve que corresponde al autor del Creacionismo Vicente Huidobro y que consiste en un poema en el que podemos leer:

Que el verso sea como una llave que abra mil puertas.

Una hoja cae, algo pasa volando;

cuanto miren los ojos creado sea,

y el alma del oyente quede temblando.

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;

el adjetivo, cuando no da vida, mata.

Estamos en el ciclo de los nervios.

El músculo cuelga,

como recuerdo, en los museos;

mas no por eso tenemos menos fuerza:

el vigor verdadero reside en la cabeza.

Por qué cantas la rosa, ¡Oh, Poetas!

háganla florecer en el poema;

sólo para nosotros viven todas las cosas bajo el Sol.

El poeta es un pequeño Dios.

Juan de Mairena y Abel Martin, heterónimos de Antonio Machado, hablan de poesía. También tenemos Para escribir poesía, del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal donde define la corriente del Exteriorismo, emparentado con el Creacionismo, de Vicente Huidobro, está también el poema manifiesto del brasileño Carlos Drummond de Andrade, titulado Búsqueda de la poesía, en el que declara que lo único que tiene que hacer el poeta es acudir al venero de las palabras, y por ende, correr el riesgo de quedar atrapado por ellas, luego aparecen, cronológicamente hablando, El deslinde y Prolegómenos a la teoría literaria, de Alfonso Reyes, así como el Arte Poética (Seis conferencias), de Jorge Luis Borges, y, por supuesto El arco y la lira, de Octavio Paz, cuyo título alude al hilozoísta Heráclito quien a su vez se refiere a la pugna de los opuestos, misma que la poesía convierte en mezcla, en armonía por tensiones opuestas (ambos artefactos tienen cuerdas, pero en ambos la tensión de las cuerdas persigue objetivos distintos, contradictorios), ritmo e imagen, y en cuya portada de su primera edición del 24 de marzo de 1956 aparece un grabado de la gran dibujante nacida en Soria en 1911, Elvira Gascón, mismo que representa a Apolo, dios del sol, por lo tanto del fuego y de las artes, cuyos símbolos contradictorios son, precisamente, el arco y la lira, el arco que lanza la flecha zenona en la que se antecede la guerra, la violencia, la muerte y en la que se vislumbra el vuelo inmóvil, la ley del cambio y la transmutación imperceptible, y la lira que civiliza, que domestica, que muestra la parte más humana de la civilización, el arte, y que  sitúa al ser en su tiempo y lo humaniza.

Después de Huidobro y de Paz, surge la poética no menos interesante, no menos exquisita y certera, del poema inacabado, inconcluso o inexistente de otro poeta mexicano: Eduardo Lizalde:

POEMA

Todo poema es su propio borrador,

el poema es sólo un gesto,

un gesto que revela lo que no alcanza a expresar.

Los poemas de perfectísima factura,

los más grandes,

son exclusivamente un manotazo afortunado.

Todo poema es infinito

todo poema el génesis,

todo poema memoriza el futuro,

todo poema está empezando. 

No necesariamente en el género poético, también se encuentran: El doctor Fausto: la novela de una novela, de Thomas Mann; Cómo se escribe una novela, de Edward Morgan Forster; y, más cercanas en el tiempo, El perseguidor, según Cortázar, del gran cronopio, obviamente, las notas finales de una de las novelas más memorables de todos los tiempos, Memorias de Adriano, de Margarita Yourcenar y las famosísimas Apostillas a El nombre de la rosa, de Umberto Eco, entre otros.


[1] Poética, de Paúl Válery, con Rodolfo Alonso como editor y traductor, Argentina, 1975, p. 15.


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