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Por Adriana Barba

Puebla, México, 11 de junio de 2021 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

Las tres y sereno, hora indicada para pedir un DiDi que me llevara al aeropuerto. El termómetro marcaba 32 centígrados en la Sultana del Norte, recién pintada de fosfo fosfo. Un vuelo de madrugada me esperaba, Puebla me esperaba. Y parece que es la hora preferida para muchos conductores de esta app: “hay trece conductores cerca de ti”, me decía el celular. Apreté el botón de pedir viaje, “tu conductor está en camino”, me apareció en la pantalla. Abrí la foto, observé al conductor y algo dentro de mí –llámenle chiflazón, llámenle sexto sentido– hizo que dudara.

El camino de la casa al aeropuerto es largo, muchas colonias que casi me recuerdan a Chernóbil están en el rumbo desolado. No sé cómo lo hice, o como mis dedos gordos lo hicieron, pero me vi de frente con una pantalla que decía cancelaste el viaje. Me alegré. A veces hay que hacerle caso a esos presentimientos.

Al pedir un nuevo viaje todo fue diferente, mi familia salió a despedirme y el conductor dijo en voz alta: “No se preocupen, ahorita que llegue al aeropuerto que les marque”. Me pareció un gesto amable, pero no por ello dejé de compartir mi viaje y todo el camino ir en contacto con mi familia.

A dónde vamos
A dónde vamos

Pasamos unas cuantas cuadras y quise empezar a hacer plática: “¿por qué le gusta trabajar de madrugada?”, le dije al conductor; “pues porque es Monterrey, señorita y hace un calor de los mil demonios”, contestó. Y después, un silencio sepulcral se mantuvo en el camino.

La madrugada tiene su magia, las calles llenas de silencio, los gatos reinan de un lado a otro, la mayoría de las casas no dejan ni una pequeña luz prendida, la oscuridad deambula; en otras calles la luz mercurial los abandona y todo se envuelve en terror: “debí de haber manejado al aeropuerto me dice mi mente.”

Un Versa un poco destartalado hacía que el señor pasara los topes con demasiado cuidado, casi en alto total. No podía dejar de ver el celular para checar si la ruta era la correcta, veía las calles vacías y me imaginaba que en cualquier lugar saldría otro coche para cometer un robo, ideaba miles de maneras de salir del vehículo y correr o agarrar la maleta de escudo para ganar tiempo. Hemos visto tantos casos terribles que es casi imposible no sentir miedo.

Cinco minutos más tarde entramos ya a una avenida principal y así directo hasta mi destino, que por suerte no tuvo contratiempos, pero que me hizo reflexionar: no podemos bajar la guardia, confiarnos por ser supuestamente una empresa segura, exagerar con medidas de seguridad como hablar por teléfono con alguien y que escuche el conductor que estás alerta o compartir tu ruta por Whatsapp puede marcar la diferencia entre una tragedia o un viaje a salvo.


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