¿Te gustó? ¡Comparte!

Por Adriana Barba

Monterrey, Nuevo León, 14 de mayo de 2021 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

Hallaron dos cuerpos muertos al fondo de una parcela

Uno era el de Emilio Guerra, el prometido de Estela

El otro el de Laura Garza

La maestra de la escuela

Invasores de Nuevo León, Laurita Garza

“Usted péguele, maestra, tiene nuestro permiso y llegando a la casa le doy otros chanclazos al güerco por no portarse como se debe en el salón de clases”, era una de las frases que se mencionaban a menudo en las familias mexicanas.

A cuántos de ustedes les tocó sentir el terror del borrador de pizarrón volando directo a tu cabeza, y peor aún: que pensaras en agacharte, porque claro el castigo sería el doble, quizá, dos reglazos. Y si además se te ocurría por instinto quitar la mano, iba doble. “Ni que nos quejaremos con la jefa, porque si se enteraba, en lugar de ir a la escuela a que corrieran a la maestra salvaje, ella nos daba más duro con el cinto”, me contó uno de mis mejores amigos.

Sé muy bien que todos tenemos de esas historias en la cabeza, narradas en primera o tercera persona. Cuando estábamos en la primaria, las madres ya sabían qué onda con las maestras –igual que ahorita– no importaba si la escuela era pública o privada. No había grupos de Whatsapp de la generación, pero se juntaban pasando la reja de la escuela. A lo lejos veías los montoncitos de señoras, contando anécdotas: “mijo estuvo con esa maestra el año pasado, es una maestro barco”, la primera vez que escuché esa frase, fue imposible no imaginarme a la maestra bailando “Sopa de caracol” de Banda Blanca, arriba de un barco, en Acapulco. Sentí envidia, con los calorones que siempre hemos vivido en Monterrey, yo también quería playa. Los meses siguientes la vi de reojo con recelo, hasta que en otra escuchada supe que era una flojonaza, o sea que el salón estaba relajadito de trabajo y pasarían al siguiente ciclo escolar “bien burros”. Pobre de la maestra del siguiente año: “le tocaría trabajar doble”.

En el salón de clases antes de la pandemia. Foto de Adriana Barba
En el salón de clases antes de la pandemia. Foto de Adriana Barba

Eran los ochenta, las mamás iban a las 10:20 a dejarles la margarita con frijoles y chorizo a los niños, o sus taquitos de huevo con jamón. Éramos felices. Una vez por semana, tocaba quedarte después de la salida a limpiar el salón, para no cargarle la mano tanto a Doña Cristi, la intendente.

Yo, callada pero muy observadora, sabía muy bien lo que le molestaba a la maestra, con qué cosa sonreía más y qué la hacía feliz, procuraba estar lejos de los que se portaban mal, para no sentir los gritos de cerca cuando fuera contra ellos y entendí que mi objetivo en la escuela era aprender de ella y de todos.

Tomé los mejor de cada una hasta que me convertí en maestra. Este año cumplí diecisiete años y cada uno ha valido la pena. Mi memoria de elefante me ayuda a recordar cada rostro, gesto, tipo de letra o situación vivida durante mi labor docente, que casi a diario termina hasta las 9:00 de la noche.

No importa qué tan gris esté el día, los alumnos siempre tienen una sorpresa debajo de la manga que hacen que te olvides de lo que te acongoja.

Actividades. Foto de Adriana Barba
Actividades. Foto de Adriana Barba

Tengo el honor de llamar amigas a maestras maravillosas, que además de estar entregadas de una manera increíble con sus alumnos, llevan a la par la educación de sus pequeños hijos en casa. No todos vamos en el mismo barco: ellas llevan una parte más pesada, inhalan, exhalan y continúan, y aunque están física y mentalmente agotadas, salieron avante, siempre, como ya están acostumbradas.

Y si no hubieras sido maestra, ¿qué te hubiera gustado ser? Me preguntó mi hija menor.

Maestra, contesté, siempre maestra.

Feliz día, colegas.


¿Te gustó? ¡Comparte!