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Por Adriana Barba

Monterrey, Nuevo León, 4 de septiembre de 2020 [00:02 GMT-5] (Neotraba)

En junio de 2017 recibí un mensaje de una persona muy amable, me pedía tutoreo para su hijo. Necesitaba 20 horas para que lo dejaran presentar un examen extraordinario.

El trabajo en verano nunca se desprecia, soy workaholic y lo único que me falta es ir a vender mole a los mercados. Claro que sí, le respondí a la dama, ¿cuál es el nombre de su hijo (a).

Ian Seemann

Dios, me quedé muda. Había visto a ese joven con mirada retadora y caminar altanero, líder, me apena decirlo pero no era un líder muy positivo que digamos. Le gustaba meterse en problemas, siempre.

Ian Seemann leyendo una carta
Ian Seemann leyendo una carta

Era el 2016. El colegio donde había estado desde pequeño le dio las gracias –para que no se escuche feo– y tuvo que emigrar a uno nuevo. Al llegar, toda la generación ya sabía de él. Ya era el gran Ian Seemann, por los pasillos veía las caras de las jovencitas babeando por el joven, y los varones querían ser de su grupo, ya saben el típico bad boy.

Desde el día uno, él ya estaba rodeado de amigos. Súper cool, alivianado, tranquilo pero contestón y muy flojo terminó la secundaria en la institución donde trabajo.

Respiré. Fue una época pesada para mí y para mis hijas, una complicación con la luz de la casa que rentábamos hizo que nos fuéramos a casa de mis padres a 40 minutos de distancia de la casa de Ian, pero no me importó.

En 3 años. Foto de Adriana Barba
En 3 años. Foto de Adriana Barba

Me dieron la guía de estudio, repasé los temas unos días antes y llegué a su hogar. Valiente como siempre: mi vestido largo, tacones tipo Mary Poppins y mucho perfume de vainilla para contrarrestar la mala vibra del chamaco, pensé.

Tenía 4 materias reprobadas, 4 exámenes extraordinarios para liberar su certificado y entrar a la prepa.

Toqué la puerta y me abrió su mamá, una dama encantadora, amable, bella por dentro y por fuera. La miré con ternura y empatía, yo estaría solo 20 horas ella lo tenía 24/7. Una mesa tipo Porfirio Díaz nos esperaba, yo en la cabecera como la reina, el chamaco a mi lado derecho.

Planes. Foto de Adriana Barba
Planes. Foto de Adriana Barba

Corrientes literarias era el primer tema, aguantó bien, atento sin ninguna grosería ni caras de flojera, al hablar del Boom Latinoamericano, se quedó dormido con los ojos abiertos, fácil, como 10 minutos.

Al día siguiente antes de llegar a su hogar el Oxxo me esperaba: Chips fuego, Takis, chocolates y refresco engalanaban mi rato en la casa Seemann.

¿Qué me pasaba? No me quería ir, aunque no les voy a negar que mi ahora hijo de corazón habla súper fresa, descubrí que era un joven encantador.

Me agradecía con mucho cariño mis regalos con exagerada carga de azúcar y carbohidratos sin saber qué lo hacía para que rindiera. Le decía a su mamá: “mira lo que me trajo la Miss”.

Completamos las 20 horas, 20 horas que me dieron una lección muy grande. Ian era un joven rebelde, luchando siempre por sentirse bien, luchando por su paz por su felicidad los problemas en los que se metía eran parte del contexto por la situación emocional en la que vivía.

Ian quería sentirse bien, Ian tenía muchos sueños, Ian necesitaba pasar todos esos exámenes para irse a la prepa. Aprendió el contenido de la guía al revés y al derecho, lo juro. Aún guardo la libreta con sus apuntes.

El último día de clases le propuse hacer una carta donde escribiera todo lo que quería tener al acabar la preparatoria –esto dentro de 3 años–; le prometí que lo buscaría y la leeríamos juntos. La firmó, la metí en el sobre y la guardé en mi cajón de las cosas valiosas. Los sueños.

El 1 de septiembre del 2020, en plena pandemia, me reuní con Ian Seemann. No lo voy a negar: esto lo escribo mientras se me salen las lágrimas. Pasaron solo 3 años, Ian llegó sonriente al encuentro, me abrazó con cariño y entramos al café. Bueno, parecía que nos habíamos visto un día anterior. Mi niño es un joven de 19 años, alto, delgado, con una sonrisa increíble, que da más luz que un sol de primavera, lleno de picaduras de mosquitos en los brazos y piernas porque anda en la bici y es víctima de ellos.

30 de junio de 2017. Foto de Adriana Barba
30 de junio de 2017. Foto de Adriana Barba

La altanería la dejó en el pasado, en un cajón bajo llave, mejor dicho en el bote de basura.

Hablamos de lo que pasó en su vida estos 3 años. Yo lo veía incrédula, es un joven que no lo frena nada, no tiene opción a, b y c. Ian tiene todo el abecedario, sus metas siguen siendo las mismas de la carta de hace 3 años, solo le quitó la camioneta, eso ya no es importante.

Estudiará odontología en Monterrey, para después partir a Estados Unidos, siendo lo más importante para él, formar una familia, una muy unida, amorosa, con bases sólidas.

Ian tiene todo para triunfar, estoy segura de que lo que escribió en esta nueva carta que abriremos en el mismo lugar, pero de 2023, será 3 veces mejor. Llegaré puntual, llegaremos.

Ian Seemann y Adriana Barba. Foto cortesía de Adriana Barba
Ian Seemann y Adriana Barba. Foto cortesía de Adriana Barba

Las apariencias engañan, estoy feliz porque llegué en el momento exacto a la vida de Ian, porque no solo abriremos la carta del 2023, abriremos letras cada 3 años hasta que se llegue el día en que estemos sentados en una sala grande con sillones muy cómodos en Texas, Colorado, California o Nueva York, niños corriendo vendrán a abrazarme y mi Ian estará abrazado de una bella mujer que lo amará tanto como él a ella y estarán felices de todas las historias que tendré para contar.

Porque Ian es fuerza, es determinación, es voluntad y es amor, ese mismo amor que él da, siempre se le regresará.

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