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Por Edgard Cardoza Bravo

Ciudad de México, 25 de julio de 2021 [GMT-5] (Neotraba)

(A propósito del libro Jumental Florilegio: Benjamín
Valdivia: Selección, edición y algunas traducciones. Edit. Secretaría
de Cultura de Michoacán / Azafrán y Cinabrio Ediciones, México, 2007).

De inicio aludo
al burro pedagogo
con el que Octavio Paz
piedró su sol;
al asno más ilustre
de cuántos hayan sido:
el que sólo sabía
que lo ignoraba todo;
al ‘Burro’ escriba
que golpeaba sus cascos
y ondeaba su tajona
en la Roma incendiaria
del jumental Nerón;
al asnal presidente
–el más burro de todos–
que ideó las tepocatas
y las víboras prietas
para ayuntar con ellas;
y sobre todo al rucio
que iba cargando
un sueño
de ínsulas extrañas:
Sancho de abdomen amplio,
más burro todavía
que su cabalgadura.

El semental más mula
del cerro de las ranas
signó tu biografía
en un libro de flores decantadas
que en vez de palpitantes
se abren cual pitones,
y lujurió tus ancas
y endulzó tus ojeras
y versó tu pesebre.
Y ramoneó las bembas
de tu verga frondosa.

Estoico y taciturno
domador de pendientes
y lomas empinadas,
señor de la estridencia,
pollino sicalíptico,
dame tu calendario
de hojas mustias
para agregar zopencos
a tu recua fortuita
y resguardar los ecos
de todos los caminos
en tu aurícula triste.

(Aviso al margen:
no te sientas excluido.
Tu perfil vaga aquí
en forma de quijada,
fundando islas
de jumental boñiga).

Tierno pollino
de Juan Ramón Jiménez:
dientes enormes /
ojos de luna llena:
Platero, el de orejas
iguales a las tuyas,
que en el corral parece
menos cierto
que el rebuzno de un buey,
el noble y más pausado
de los burros
(y el breve arroyo
hablando entre los chopos);
“Perro andaluz” en pose
–claqueta de Buñuel–
del cadáver de un asno
sobre un piano llorón;
Balám de suelo santo
frotado por el ángel
del arrepentimiento
gracias a los consejos
de aquel burro parlante;
tenaz rucio de fábula
de Esopo y Samaniego,
cainita de abolengo,
rebuzno de aguas mansas,
venero de Sansón:
el verbo vuelto carne
te honra y te celebra
con palmas y laureles
desde las puertas mismas
de la ciudad de Dios.

[Veamos a Emmanuel
entrar triunfante
–montado en un borrico–
al lugar dónde el cáliz
se hizo resurrección].


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