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Por Dulce María Ramón

Ciudad de México, 10 de abril de 2021 [03:11 GMT-5] (Neotraba)

Son las ocho de la mañana de un sábado. Puntual, marco el número celular de la periodista y escritora Daniela Rea. Atrás de su voz suave se encuentran las de sus dos hijas que hablan entre sí. “Estoy tendiendo las camas de las niñas, pero podemos platicar sin ningún problema”, me comenta.

Así iniciamos nuestra conversación sobre su querer ser marinera. Pareciera ser sólo una buena introducción para un perfil en Twitter, pero no es así. Por ello, la charla se remonta a los años en que decidió irse a Veracruz, donde ni el mar ni el puerto son como los de Cancún, pues su encanto está en los barcos mercantes y en el recuerdo de algunas vacaciones de su infancia.

Durante el transcurso de la entrevista, su mente viaja a aquellos años, cuando sus amigos eran los pescadores y ella era quien dibujaba con sus crónicas diarias lo que ellos vivían, la vida en el mar.

Las voces de sus hijas Naira y Emilia se entretejen en la plática, es momento de preparar el desayuno. Imagino a Daniela abriendo el refrigerador, picando fruta, sirviendo un poco de jugo o leche; no lo sé en realidad. El ritmo de la plática sigue, descubro a Daniela soñadora, a aquella niña que en la escuela de monjas dibujó lo que deseaba ser cuando fuera mayor: contar historias y escribirlas también.


Daniela Rea (Irapuato, Guanajuato, 1982) es reportera independiente. Inició su labor periodística en el estado Veracruz. Ha colaborado en diversos medios como: el periódico Reforma, Replicante, Etiqueta Negra, The Harvard Review of Latin America y el portal Cosecha Roja.

Sus crónicas y reportajes se encuentran en los libros País de muertos. Crónicas contra la impunidad (Debate, 2011); Generación Bang (Temas de Hoy México, 2012); Nuestra aparente rendición (Grijalbo, 2012); Entre las cenizas. Historias de vida en tiempos de muerte (Creative Commons, 2012) y 72 migrantes (Almadía, 2011).

Escribió a 4 manos con el periodista Pablo Ferri el libro La Tropa: por qué mata un soldado (Editorial Aguilar/2019).

En el año 2013 recibió los premios Excelencia Periodística, otorgado por PEN Club México, y el Género y Justicia, entregado por ONU Mujeres y la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Es integrante de la Red de Periodistas de a Pie y de los Nuevos Cronistas de Indias de la liga Fundación Gabriel García Márquez para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI).

En 2017 dirigió su primer documental No sucumbió la eternidad.

Su trabajo más reciente lo realiza como editora en el libro Ya no somos las mismas (Editorial Grijalbo-Pie de Página/2020) donde congrega el testimonio de reporteras, poetas, académicas, artistas, documentalistas, fotógrafas, escritoras e investigadoras, quienes dan voz a las madres que han recorrido miles de kilómetros buscando a sus hijas e hijos desaparecidos, a las maestras que día a día tratan de enseñar a sus alumnos deslumbren un mejor futuro, lejos del narcotráfico, entre muchas otras violencias.


Portada de No sucumbió la eternidad, de Daniela Rea
Portada de No sucumbió la eternidad, de Daniela Rea

DMR. ¿Dónde nació la idea de que podías ser marinera?

DR. Esta inquietud no vino de la infancia, sino cuando estaba en la preparatoria. Tenía un lazo importante con la imaginación de lo que uno construye, se relaciona con la aventura y la nostalgia provocada por estar en medio del océano.

Más adelante, cuando ya no puedo el postergar mi decisión para elegir una carrera universitaria, tengo claro que debe ser alguna que me permitiera viajar y escribir.

Recuerdo también que conocí en una playa a una chica que viajaba en su combi. Ella trabajaba para la revista México Desconocido y hacia un reportaje sobre las hormigas productoras de miel. Estuvo en del desierto de San Luis Potosí, donde reporteó esa historia. Inevitablemente se me antojaba algo así.

Conocerla me remontó a mi infancia, cuando en algún momento las monjas de mi escuela nos pidieron dibujar cómo nos imaginábamos de grandes. Recuerdo ir a un pueblo pequeño para hablar y escribir de la gente con mi familia, y esto lo escribí a esa edad, cuando no tenía noción de otras profesiones más que de ser maestra o doctor.

DMR. ¿Tenías la idea consiente de que querías ser periodista?

DR. No, tenía claro que quería escribir, viajar y descubrir, pero nunca dije: “quiero ser periodista para denunciar las cosas que están mal”. Viajé a Veracruz, a lo mejor para encontrar ciertas respuestas. Eso sí, tenía muy claro no querer ir a Puerto Vallarta o a Cancún. Tenía la referencia de unas vacaciones en Veracruz, donde los viejitos jugaban dominó, donde llegaban los barcos mercantes y se veía caminar a los marineros.

Al llegar a la universidad y ver las licenciaturas –y de las que ahora te puedo nombrar–, estaban: pedagogía, educación física, odontología, ingeniería, otras muchas y comunicación. Comunicación era la carrera más cercana a lo que imaginaba. El primer semestre fue muy feo, lo confieso, en específico por el tema académico.

Recuerdo que externarle a mi mamá que no quería estar ahí, pero tampoco quería regresar a Guanajuato, siempre lo percibí como un lugar muy conservador. A finales del primer semestre, comencé a tener clases de crónica. Tuve un maestro que realmente nos enseñó lo que era el periodismo, fue mi primer acercamiento al oficio.

DMR. ¿Por eso decidiste quedarte en Veracruz?

DR. Sí, y porque me invitó a trabajar un periódico –El Sur de Veracruz. Ahí tenía a cargo una sección titulada La crónica del día, lo cual fue la mejor oportunidad para irme a escribir sobre los pescadores. Mi primer contacto con ellos fue un golpe de realidad sobre el significado de la marinería: entrevisté a los involucrados de una huelga de obreros que llevaba más de 20 años. Ellos siempre se sentaban en el zócalo del puerto y mi trabajo era platicar con ellos para hacer una crónica.

También fue así con los pescadores del muelle. Con ellos me iba a pescar y escribía una crónica de un día de pesca. Narraba historias con la intención de enriquecer la vida en el puerto y darle color.

DMR. De todas estas crónicas, ¿cuál es la que más recuerdas?

DR. Cuando acompañé a unos amigos pescadores a una jornada completa de pesca. Uno de ellos era cojo y otro mudo. Los dos tenían cualidades que nadie se puede imaginar. Por ejemplo, mi amigo con problemas para caminar era muy hábil para nadar y para encontrar bancos de peces. Apartaban algunas mojarras para que se las cocinaran en una cantina. Ese día con ellos, noté que los pequeños detalles son los más importantes pues hacen las verdaderas historias de vida.

En una ocasión, cuando ya vivía en Ciudad de México, andaba medio deprimida, tristona. De repente, suena mi teléfono y al contestar una voz dice: “Escucha, escucha”. Era el sonido del golpe del mar contra la lancha. Tal hecho me dio fuerza. Les tuve mucho cariño a esas personas, con ellos pasé muchas horas de mi vida.

Daniela Rea. Foto de Pedro Pardo.
Daniela Rea. Foto de Pedro Pardo.

DMR. ¿Qué pasó con la idea de ser marinera?

DR. Después comencé a escribir de marina mercante y de marineros, ahora sí. Ahí supe que para ser marinero debías tener una documentación llamada “libreta de mar” y tomar un curso muy caro.

En realidad, lo pagué hasta que trabajaba en Ciudad de México. Ya tengo mi libreta de mar, pero con el rango más bajo. En pocas palabras: la que barre y trapea las cubiertas.

DMR. ¿En alguna ocasión viajaste en barco?

DR. Viajé en un barco mercante de Veracruz a Yucatán, para llevar víveres a los damnificados del huracán Isidoro. Fueron tres días de viaje.

Quedó de lado todo ese imaginario de aventura y de bohemia cuando me compartieron que ser marinero ya no era como antes. En años pasados, se quedaban 15 días en un puerto, pero ahora con tanta maquinaria la descarga la hacían hasta en dos días. Aun así, fue muy gratificante.

Hice otro viaje más adelante por el mar de Cortés y fue lo mismo, ver cómo el oficio de ser marinero poco a poco se difumina.

DMR. Ya como periodista, ¿en qué momento de tu carrera te volviste voz de las muchas injusticias y atropellos que se viven en México?

DR. En Veracruz tenía mucha libertad para trabajar, en algún momento el oficio se hizo relativamente sencillo. Se cruzaron muchas cosas, entre ellas, que acabé la carrera y yo no tenía que hacer mucho en términos profesionales. Además, me enamoré de un chico.

Algo curioso: leía mucho al escritor Paco Ignacio Taibo II y me encantaba el personaje de Héctor Belascoarán Shayne, en su novela Días de combate. Por lo tanto, la idea de ser detective era una constante.

Al principio, no tenía la idea de “quiero ser defensora de derechos humanos”. Pensaba más bien “ha de ser emocionante ser detective en una ciudad como el Distrito Federal”.

Sí, me encantaba vivir en la fantasía. Con todas estas ideas cruzadas, decidí viajar a Ciudad de México, sin ningún trabajo en puerta. Hablé a un par de agencias de detectives y ahí una chica muy amable me dijo que lo que más surgía era investigar infidelidades. Ante tal decepción, decidí solicitar en todos los periódicos trabajo como reportera. En todos me batearon, hasta que un amigo me dijo que estaba el taller en el periódico Reforma. Así fue como entré de manera directa al mundo periodístico.

No sé decirte. No existe una historia que yo tuviera que contar y a partir de ahí decidir ser defensora desde aquí, como periodista. A la distancia, estando yo en Veracruz, había muchas historias donde se violaban los derechos humanos y yo en ese momento lo escribía en un sentido más antropológico, más de narrativa y no de denuncia.

Empecé a adquirir un lenguaje sobre lo que son los derechos humanos en el periódico Reforma. En el año 2007, Fernando del Collado –quien era mi jefe, un hombre muy sensible y entusiasta– me presentó a la periodista Marcela Turati, quien imaginaba y comenzaba a formar la Red de Periodistas de a pie –organización integrada mayoritariamente por mujeres periodistas en activo, que busca elevar la calidad del periodismo en México. Tuve la fortuna de que me adoptaran como parte de esta red.

DMR. ¿Cuál es la primera crónica que escribiste en el ámbito de los derechos humanos?

DR. La primera que me viene a la mente, es la historia de un señor que estuvo preso en el penal de Veracruz cerca de 30 años. Cuando salió, estaba completamente solo, había perdido a su familia. En aquellos años, era relativamente fácil entrar al penal, te formabas en la fila de familiares y les pedías que te dejaran entrar con ellos.

Fue sumamente triste verlo salir libre a un mundo al cual no pertenecía. Cuando obtuvo la libertad y sin saber hacer algo –porque el tema de reinserción era simplemente nulo–, comenzó a vender marihuana y volvió a entrar al penal. Estoy casi segura de que lo hizo intencionalmente, fuera de la cárcel no era nadie. Esa realidad me dejó muy triste. Luego vendrían cosas terribles, pero, de lo que te cuento, recuerdo salir muy desolada.

En el periódico Reforma colaboré en el suplemento semanal Enfoque y más tarde en la sección Nacional. Salí del periódico en el año 2012, pero ya tenía como cinco años de trabajo con la Red y estábamos a dos meses de presentar el libro Entre las cenizas: Historias de vida en tiempos de muerte, en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara. De ahí, comencé a colaborar de manera activa con ellas y como freelance en otros medios.

DMR. ¿Cuál ha sido tu experiencia como periodista freelance?

DR. En las condiciones actuales, es más complicado. Los sueldos son bajos, la incertidumbre es mucha, pocos medios te pagan los viáticos. Pero también es una comunidad bien chambeadora. Y sí, existen las ventajas, como tener la libertad de decidir sobre lo que deseas escribir.

Daniela Rea. Foto de Francisco Cañedo.
Daniela Rea. Foto de Francisco Cañedo.

DMR. ¿En qué momento decidiste poner toda tu experiencia como reportera en un libro?

DR. Como comenté, el primer libro donde colaboré fue Entre las cenizas. Nunca me vi como una escritora, hasta que me escribieron de una editorial preguntándome si tenía alguna propuesta para un libro.

En ese momento tenía una serie de historias con la misma línea: el sentido de la vida después de la violencia. Y así fue cómo surgió Nadie les pidió perdón: Historias de impunidad y resistencia (Editorial Tendencias/Urano 2015).

DMR. ¿Tus manías como escritora y periodista son las mismas?

DR. Mis procesos son los mismos. Por ejemplo, en el ensayo de Tsunami (Sexto Piso, 2018) fue una experiencia completamente personal. Hay quien lo vio como un cuento y eso me parece muy curioso, porque en realidad fue narrar mi vida cotidiana. Ese diario fue escrito para ser un diario, no tenía intención de publicarse. A lo mejor ahora ya es distinto.

DMR. Siendo mamá y periodista, ¿cómo te organízate para realizar tu trabajo?

DR. Por ejemplo, cuando mi hija Naira estaba chiquita podía viajar, siempre fue muy tranquila. Cuando hicimos el rodaje del documental No sucumbió la eternidad –retrato de las batallas íntimas de dos mujeres que aguardan a sus desaparecidos– estaba embarazada. Más adelante, en la parte final del rodaje, ella ya había nacido. Al nacer Emilia, mi segunda hija, se vuelve más complicado viajar con dos niñas.

Entonces viví una especie de mini duelo, ya no puedes moverte como antes. En esa etapa sí, tenía muchas ganas de escribir, ir, acompañar cuando se descubren las fosas de Ayotzinapa. Porque es muy distinto llevar a una niña a hacer entrevistas a la Escuela Normal Rural, y otra muy distinta buscar fosas con ella. Fue muy difícil darme cuenta que no podía ir.

Cuando las niñas estaban un poco más grandes y era imprescindible realizar un viaje, contratamos a una señora que nos apoyaba para su cuidado.

DMR. ¿Cómo es el espacio de trabajo?

DR. Trabajo en una mesa que da a una ventana, donde también se encuentran la sala, el comedor y la cocina. Es un espacio público donde sucede todo: desayunos, comidas, donde dos niñas se pelean, gritan, juegan.

DMR. Aún en este espacio comunitario, ¿qué tienes cerca de ti para que puedas escribir?

DR. Libros sobre el tema que estoy escribiendo –no todos los he leído. Son para mí como viejitos sabios, la conseja de sabias acompañándome. También están mis libretas de apuntes sobre lo que investigo. No existe tampoco un horario fijo, escribo en simultáneo con el trabajo de freelance o de algún taller que pueda estar impartiendo.

DMR. ¿Qué prefieres: el libro electrónico o el físico?

DR. Ya me acostumbré al libro electrónico. Por ejemplo, cuando viajaba me era más fácil cargar el iPad que el libro en papel.

DMR. El periodismo al que te dedicas, a la distancia, después de vivir en él, ¿es realmente el oficio que buscabas desde niña?

DR. A veces siento que tengo una especie de deuda, por no ser más tenaz para subirme a un barco y ser marinera. Pero me gusta mucho ejercer el oficio del periodismo y ha sido el mejor pretexto para contar historias de este mundo. Esto hace que sea más una forma de vida y no tanto una manera de ganarme la vida.

Además, va ligado de manera paralela a la antropología, a la fotografía y las prácticas narrativa. Todo eso nutre mucho mi ser periodístico.


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