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Carlos Fuentes en la librería Rosario Castellanos, foto de Pascual Borzelli Iglesias
Carlos Fuentes en la librería Rosario Castellanos, foto de Pascual Borzelli Iglesias

Por Juan Manuel Aguilar Antonio (@travelerjm)

 

Carlos Fuente Macías, descrito como “el hombre de la corbata de fuego”, por Mario Vargas Llosa – a razón de las extravagantes y elegantes prendas que le gustaba vestir-, Fuentes fue uno de los más icónicos escritores y figuras intelectuales del siglo XX. Pero, a un lustro de su muerte, ¿qué podemos decir de este narrador mexicano?

Para empezar, lo más significativo sería señalar que Fuentes, junto con Octavio Paz, creó una visión institucional en torno a la efigie del escritor e intelectual mexicano. Un individuo proveniente de la alta burguesía mexicana; un hombre universal, capaz de deliberar sobre cualquier tema, con un compromiso político y una visión de que la escritura también era un vehículo de activismo y obligación con un deber social.

 

Basta tan sólo ver su entrevista de 1977, en el programa español “A Fondo”, de Joaquín Soler Serrano, para entender que Fuentes cumplió a cabalidad este papel. En ese documento se ve a un hombre crítico y elegante. Alguien que puede deliberar sobre marxismo, la España Franquista y el asilo democrático, las teorías de Noam Chomsky y Michel Foucault, y la contradictoria vida política de México, siempre, con sólidos argumentos.

 

 

Su visión de lo que debía ser un escritor lo trasladó a sus obras, que estuvieron influenciadas por la idea de “la gran novela”, inmersa en los autores de la “Generación Perdida”, de Estados Unidos, y la creación del Premio Nobel de Literatura, de los que fueron grandes lectores los cuatro grandes del Boom Latinoamericano.

 

 

Desde la publicación de La Región más Transparente, para pasar por Terra Nostra, y la fallida La Voluntad y la Fortuna, en sus últimos años de vida, se observa que la aspiración de Fuentes siempre fue transformarse en el artífice de: “la gran novela mexicana”. Y si bien algunos de sus libros tienen grandes méritos como artificios narrativos – como Aura o La Región más Transparente– otros se presentan como quimeras complicadas y de difícil lectura – caso de Terra Nostra y sus 1200 páginas, su obra más ambiciosa y que muy pocos lectores hemos soportado hasta su última página-.

 

 

Con la muerte de Octavio Paz, en 1998, Fuentes se convirtió en la máxima figura de las letras mexicanas. No obstante, como patriarca de la literatura nacional, no pudo ejercer la misma influencia que el poeta de Mixcoac. Para ese entonces las nuevas generaciones de lectores sentían más empatía con otros narradores como José Emilio Pacheco o Sergio Pitol, y sus obras, que con las colosales y complejas obras del alguna vez Embajador de México en París.

 

 

Si bien sus novelas nunca alcanzaron la genialidad de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, por muchos años éstas representaron para los críticos nacionales e internacionales una versión aceptable de la idea de la gran novela de México. Una anécdota interesante, que puso en duda esta idea, se dio con la publicación de Los Detectives Salvajes, de Roberto Bolaño, a finales del siglo XX. A la que la crítica internacional definió como lo que él siempre deseó escribir.

 

Sin embargo, la alegoría para Fuentes debió ser aberrante: la gran novela mexicana, escrita por un chileno, que se burló de su homólogo en la literatura nacional (Octavio Paz) en su juventud y que residía desde hace veinte años en Cataluña. En su momento, debió parecerle una broma de muy mal gusto.

 

Esta reflexión encuentra eco en su aversión en vida a leer a Bolaño – ¿quizás inseguridad o temor?- , a diferencia de su gran amigo Mario Vargas Llosa, quién desde la publicación de Los detectives…, aplaudió al más grande discípulo del Boom y uno de los mejores ejecutores del género de la gran novela Latinoamericana y que hoy es una superestrella en el ámbito de la literatura internacional.

 

 

A pesar de estar distanciado de los lectores, en sus últimos años, Fuentes fue hasta el último día de su vida un oráculo capaz de definir el destino de la literatura en México. Por años el canon de la literatura nacional se preguntó: ¿quién será el próximo Octavio Paz, el próximo Fuentes? A manera de testamento, Fuentes dio su respuesta en uno de sus últimos libros La Gran Novela Latinoamericana bajo la etiqueta de “quintilla de damas y tercio de caballeros”.

 

 

Respecto a sus herederas en la literatura nacional, su criterio se me hace un tanto inmerecido para escritoras como Ángeles Mastretta, Elena Ponitowska, Barbara Jacobs y Margo Glantz. Sólo el caso de Carmen Boullosa representa para mí el de una narradora original e inventiva. Su tercio de caballeros fue más ajustado a escritores de consideración: Daniel Sada, Álvaro Enrigue y Juan Villoro.

 

Carlos Fuentes, foto por Pascual Borzelli Iglesias
Carlos Fuentes, foto por Pascual Borzelli Iglesias

 

A pesar de este intento de sucesión, y a cinco años de su muerte, un hecho es concreto para la literatura nacional. No existirá otro Fuentes ni otro Paz en el canon de la literatura en México. Al menos no en mucho tiempo.

 

Lo anterior no significa que su figura sea negada, olvidada o superada. Dado que aspectos de su visión narrativa y literaria pueden rastrearse en jóvenes escritores como Yuri Herrera, Emiliano Monge y Guadalupe Nettel, herederos y continuadores de la novela del boom, aunque ninguno de ellos intentaría ejecutar de nuevo una obra de más de mil hojas o que incluyera fragmentos en francés.

 

También, su figura y personificación del escritor mexicano se ha convertido en un punto de referencia de lo que no desean ser muchos de los escritores nacionales. Grandes narradores como Antonio Ortuño, Juan Pablo Villalobos, Fernando Melchor, Elmer Mendoza, Guillermo Fadanelli o David Miklos intentan alejarse del estereotipo de lo que fue Fuentes. E incluso, algunos reivindican otras tradiciones de la novela de México y que fueron minimizadas por el género de la gran novela, como la novela satírica e irónica de Jorge Ibargüengoitia, o la novela negra de Rafael Bernal.

 

Lo único certero, es que para la literatura nacional, hispana, e incluso internacional, Carlos Fuentes siempre un punto significativo de las letras universales. Y, ¿por qué no aceptarlo? Uno de los grandes escritores de México.

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