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Por Edgard Cardoza Bravo

Ciudad de México, 15 de junio de 2023 [00:05 GMT-5] (Neotraba)

Para Alberto Romandía Peñaflor

“Por la calle real de los callejones

iba una rata con siete ratones,

unos masculinos

 y otros más culones”:

Así inicia uno de los cincuenta y seis poemas que conforman el libro LA PÚSTULA ENCENDIDA, del nunca laureado y menos publicado Adolfo Uriarte P., seudónimo de quien espera convertirse al paso del silencio burlón en el más unánime emérito anónimo. Conozco el hombre y el nombre, su historia familiar, sus amores imposibles, las gesticulaciones de su risa versicular, sus andanzas de bardo trasnochado, más he jurado no revelar jamás su identidad.

Treinta y tantos libros inéditos, todos en formato de verso de sombra, conforman el grueso de su orgullo, fundado no en la presteza y agilidad de su pluma sino en el efecto contrario: ejercer el oficio literario hacia sí mismo (con la nada larga añadidura de su reducido círculo de amigos, entre los que me cuento), escribir por el sólo placer de hacerlo sin que importe la bendición o el ademán público a lo escrito, solazarse en el producto creativo en la mayor intimidad, como quién contempla empedernido su última constancia fisiológica: “no por mucho publicar amanece más temprano”.

Ni una sola publicación. Ni un solo comentario escrito a su obra antes de este que se escribe. “He entendido finalmente que los comentarios y aún las citas exteriores a mi intención original, mientras mi nombre no sea revelado, no afectan en lo mínimo mi gestión silenciosa…” “Hoy me llamo Uriarte, ayer ya no recuerdo, ¿cómo me llamaré mañana?”

Ese es el juego.

“Desde mi último nombre digo que he escrito casi cuarenta libros; desde mi nombre de mañana, ¿qué flamante identidad podrá firmar esa certeza?”.

Y sí, tal es bastión de sombras azogadas del hoy llamado Adolfo Uriarte P.

Los cincuenta y seis poemas antológicos de esos tantos libros impresos en el viento, bien podrían no ser cincuenta y seis sino cien o quizá veinte solamente; lo mismo que esos treinta y varios libros pudieran ser cien, uno o ninguno. No importa: un solo poema desde la certeza de estar ciertos vale por cien mil de la misma actitud, o tal vez más, pues a veces –dicho esto por el sí rotundo poeta de cuño Alfonso Cortés– un trozo azul tiene mayor intensidad que todo el cielo.

Debo decir, finalmente, que los poemas –no importa ya cuantos sean– de LA PÚSTULA ENCENDIDA, del seudónimo Adolfo Uriarte P. (cuyo velado dueño cuenta por inéditos sus libros y a veces por no escritos sus poemas), han circulado de voz en voz por muchos años, sintiéndose eco complacido en cada hablar, sin que a nadie haya pedido conocer su verbosa raíz, y es más: sin que nadie haya sentido extrañas esas voces, como si Adolfo Uriarte P. nunca hubiera existido, como si LA PÚSTULA ENCENDIDA fuera de todos y de nadie, igual que la poesía, igual que las verdades de este libro impalpable:

Estaba un hombre calvo
y como charchina
espulgándole pulgas
a un bisoñé

La poesía es un frasco
de golosinas
pero debes saber
si chupas o trinas
o tienes fé

o vomitas miserias
sobre un papel.

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