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Por Adonai Castañeda

Puebla, México, 23 de septiembre de 2020 [00:02 GMT-5] (Neotraba)

Para Luis J. L. Chigo, con mi admiración. Sigue escribiendo.

La tradición de los talleres de cuento es amplísima. Me sería imposible enumerar aquí a todas las autoras y los autores amparados en esta dinámica. Guillermo Samperio, incansable tallerista, creía que cualquier persona es capaz de escribir cuentos, con la guía y la dedicación necesarias. Él fue alumno de Augusto Monterroso. Entre diversas opiniones, el tallereo permite compartir entre sus asistentes las dificultades del género. También hay búsquedas solitarias. Para ello existen sendos manuales de creación. Me vienen a la mente el Manual de creación literaria de Óscar de la Borbolla o Después apareció una nave, de Samperio mismo, que responden ante las inquietudes del escritor en ciernes.

Por otro lado, resulta difícil entrar en guerra con los textos mientras se emprende un diálogo jovial. Rompecabezas, de Gabriela Torres Cuerva (Guadalajara, 1965), cumple con esta particularidad. No se propone ser un manual, ni establecer principios dictatoriales, sino ser una charla gozosa en torno a la artesanía del cuento. Con un formato cercano al taller escrito, Torres nos ofrece ensayos con las lecciones fundamentales de la narración breve. Cada uno viene sufijado por un par de enseñanzas: un disparador para la escritura y una consigna. Con tal estructura nos invita a practicar algunos ejercicios. Prueba de ello reside en la primera parte, Estrategias narrativas, donde se abordan procedimientos y recursos estilísticos para introducir al lector en el cuerpo del texto.

En Estrategias de reticencia, Torres nos explica figuras de omisión como el misterio, el conflicto, la tensión y la sorpresa: recursos para crear enigmas y hacer imprevisible al cuento. Con metáforas concretas, como el control remoto para encarnar al narrador que elige el transcurso de la trama, nos expone cómo lograr ciertos efectos sobre la historia. Entre otros asuntos, se nos conduce a buen puerto con anécdotas que se entrecruzan con nuestro andar cotidiano: la personalidad y los afectos con los cuales respondemos ante el mundo. El estilo. La manera de advertir la realidad y hacerla propia. Esa breve frontera donde la literatura y la vida se palpan.

Conocer al otro desde nosotros. Esta tesis se sostiene en Personajes. Conmociones y sensaciones afectivas. Aquí se ahonda en la creación de los personajes, desde sus claroscuros y sus libertades. A partir de la disección de pasiones como la ira, la melancolía, el pánico o el deseo, se nos presentan varios ejemplos de cómo los recursos anímicos cobran su valor en relatos de toda índole. Aunado a ello, se nos aconseja sobre cómo llevar a cabo la labor del auténtico lector, en un sentido lúdico, desde la calma y la crítica para no caer en el remedo:

“El lector glotón, desesperado, el que se injerta en recuperador del tiempo perdido, no dará pasos firmes en la lectura ni dejará que se aquieten las aguas en su mente antes de empezar con el siguiente manjar. Se volverá presa fácil de la imitación. Le gustará lo que leen otros, solo porque ellos lo dicen. Cuando menos lo piense, ya tendrá una biblioteca idéntica a la de sus amigos. No se dará la oportunidad de formarse a sí mismo como el lector que le da la gana ser.”

Este afán pretende incitar a los caminos personales, a la búsqueda de la voz propia. Una voz abierta al diálogo con las lecturas, al encuentro de personajes presentes en incontables textos. Para el caso se nos recuerda a Beatriz, presente en la Divina comedia; la Beatriz Viterbo presente en la literatura de Jorge Luis Borges e incluso a Beatriz, la mujer en la poesía de Charles Baudelaire. En Encuentros literarios las disertaciones en torno a los contactos entre lectura y escritura son vastos. Los ejemplos abundan. El fin: yuxtaponer literaturas, géneros y personajes para encontrar vínculos. Contemplar cómo la literatura se alimenta de sí misma.

Recursos retóricos y escenarios, entre temas misceláneos que van desde las atmósferas hasta figuras como el símbolo y la sinécdoque, nos plantea un ejercicio de imaginación: ¿cómo crear un escenario donde los personajes puedan moverse? Y no sólo desde lo físico, sino desde lo inmaterial. “En la fusión de los personajes con su entorno, los recursos retóricos soportan al narrador para enfatizar, ahondar en los detalles, exagerar situaciones, incrementar sensaciones, convertir el espectáculo narrativo en un caos o en un mar calmo”, anota Torres en el penúltimo capítulo para que al final, en Mínimos apuntes para la reflexión y el cuento, encontremos un espacio de autocuestionamiento. Si bien las dudas y la zozobra pueden asaltar al escritor novel, Gabriela Torres nos recuerda que en la aventura literaria hay varias caídas antes de dar un paso efectivo.

Rompecabezas no sólo consiste en una serie de ensayos alrededor del arte literario, sino también a un derrumbe de prejuicios sobre la palabra escrita. Nos siembra certidumbres en un terreno dudoso. Nos brinda herramientas, técnicas y estrategias para lograr la narración de las propias historias. Una labor tan rebelde como la escritura no espera entretanto. Nos declara que el mejor momento para beber de sus mieles venenosas es ahora mismo. Así, el propósito no es contar más cuentos sino reverberar la luz misma de la literatura. Armar el rompecabezas.

“Leer como premisa fundamental del conocimiento; escribir como una consecuencia de la exploración vivencial que nos lleva a trasladar la realidad a la ficción.”

Rompecabezas. Un taller de cuento pieza por pieza, Gabriela Torres Cuerva. Página 191.

Gabriela Torres Cuerva. Rompecabezas. Un taller de cuento pieza por pieza. México: Paraíso Perdido. 2015. 194 pp. ISBN: 978-607-8098-56-9.


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