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México, foto de Óscar Alarcón
México, foto de Óscar Alarcón

 

Por Iván Gómez (@sanchessinz)

 

Los tiempos electorales nos han invadido como lo hizo Bartleby, quien llegó una mañana de verano como escribiente del primer ministro de la Suprema Corte de Justicia a fin de serle útil pero a la larga acabó por no hacer nada y no irse de la oficina, siendo, además de inútil, un estorbo y un malestar para los habitantes del sitio (para más información leer Bartleaby, el escribiente de Herman Melville). Así de molestos son estos tiempos.

 

Afortunadamente yo tengo un remedio: la lectura, y más en general: la cultura.

 

Y extendiendo esta molestia: mantenerse informado sobre lo que ocurre en el país puede resultar contraproducente: no hay nada de agradable en leer que mataron a alguien y que así la trágica estadística de 90 asesinatos en el país por día crece; que un estudiante de universidad fue asesinado, otra vez; que Donald Trump llamó animales a algunos inmigrantes; que nuestros políticos no tienen lo necesario para cambiar al país; o que una pediatra acosada por sus superiores se suicidó. ¿Con cuántos muertos, cuántos feminicidios, cuántas balaceras, desapariciones y cuántas declaraciones estúpidas de nuestros políticos amaneceremos mañana?

 

“Allí viene al que obligaron a cavar la fosa para su hermano, / al que asesinaron luego de cobrar cuatro mil dólares / los que estuvieron secuestrados / con una mujer que violaron frente a su hija de 8 años / tres veces”

 

Ese es un fragmento –quizá el más fuerte- del poema más duro que he leído sobre nuestro México actual, el poema se llama “Los muertos” (poema completo), de María Rivera, y no hay ejercicio de solidaridad y empatía más grande que leerlo. El inicio es contundente: “Allá viene / los descabezados, / los mancos, / los descuartizados, / a los que les partieron el coxis, / a los que les aplastaron la cabeza, / los pequeñitos llorando / entre paredes oscuras / de minerales y arena.”

 

Los diarios no tienen la capacidad de informar sobre todos los asesinatos que ocurren en México en un día, y si la tuvieran no creo que estuvieran interesados en hacerlo. Hay mucho de abrumador (pero es la hipérbole perfecta) en Humo de Efrén Ordoñez, que habla sobre una empresa en Monterrey diseñada para eliminar todos los cadáveres que aparecen en un día, pues la cantidad rebasaba las capacidades gubernamentales. Son los Sinnombre y sólo entendemos la impotencia que a diario sientes miles de personas cuando le ocurre a un vecino, un compañero de trabajo, un amigo, un familiar…

 

Y ya que hablamos de inicios contundentes, hay uno que llega como nocaut y no da espacio para reaccionar: “No amo a mi patria /” pero aún con el golpe al alma (o, por qué no, la identificación que generan esas 5 palabras), uno sigue: “su fulgor abstracto es inasible.”, en ese momento no hay fuerza que nos separe de la lectura, a no ser que haya que recurrir al diccionario (¿fulgor?, ¿inasible?), y avanzamos: “Pero (aunque suene mal) daría la vida por / diez lugares suyos”. José Emilio Pacheco, quien escribió el poema “Alta traición” (aquí completo), lo creó en un México de los años 60´s, es un testimonio de su tiempo y un adelanto del sentir mexicano en pleno 2018, a casi medio siglo de su publicación (aparece en el libro No me preguntes cómo pasa el tiempo, publicado en 1969).

 

Pero con todo y sus carencias –que no son más que las nuestras- a la Patria le debemos todo. Es el lugar donde nos tocó crecer, donde vivimos y hemos encontrado un amigo, una vocación, un trabajo, un lugar donde conocer gente, bailes allá, comida por acá, estadios abarrotados, auditorios concurridos, espacios para amar. Es la Patria a la que le debemos nuestra formación y posiblemente todo lo que somos, y es, a pesar de todo, varios lugares –quizá diez- por los que daríamos la vida.

 

Por eso no hay manera de sentir que se nos va algo preciado cuando las líneas del poema pasan frente a nuestros ojos. Algo se muere dentro de nosotros cuando leemos una desgracia o un ultraje en los periódicos, pero algo revive, crece y exige tomar el lugar que le corresponde cuando leemos las misma tragedias en un poema, o cuando un sujeto lírico acepta por nosotros que no ama a su patria (por eso Fernando del Paso, en su discurso por la otorgación del Premio José Emilio Pacheco a la excelencia literaria, lo menciona como el poema más valiente que ha leído) pero que daría la vida por ella.

 

La poesía que habla de la nación (sea en las condiciones que sea) aumenta nuestro cariño por ella, hay algo de revitalizante y contagioso en cada verso que fue creado con pericia para transmitir denuncia, queja, hastío, tristeza, enojo. Sí, pero también amor, un inmenso amor. Por eso creo que deberíamos todos declamar al unísono:

 

“Yo bajaré los abismos que me digas

Yo beberé tus cálices amargos

Yo me quedaré ciego para que tengas ojos

Yo me quedaré sin voz para que tú cantes

Yo he de morir para que tú no mueras

para que emerja tu rostro flameando al horizonte

de cada flor que nazca de mis huesos.”

Fragmento de “Vámonos patria a caminar, yo te acompaño” (poema completo),

de Otto René Castillo.

 

Hay que aclarar que Otto es guatemalteco y por ende el texto es para ese país. Pero vale la pena sentir que se escribió para México si pensamos que compartimos el mismo lenguaje, culturas parecidas, carencias e injusticias similares y un hambre progresista de cambiar nuestro destino.

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