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Narciso de Caravaggio
Narciso de Caravaggio

 

Por Iván Gómez (@sanchessinz)

 

Viendo en el hombre su imagen

Se enamoró de sí mismo

Su propia similitud

Fue su amoroso atractivo,

Porque sólo Dios de Dios

Pudo ser objeto digno.

Fragmento de El Divino Narciso, de Sor Juana Inés de la Cruz.

 

El mito[*]

La ninfa Eco (que poseía una voz digna de la envidia de cualquiera) cantaba a Hera mientras su esposo Zeus fornicaba gozosa y secretamente con otras ninfas; cuando la Diosa se enteró, triste y despechada condenó a Eco al silencio casi total: sólo podría repetir lo último que escuchase.

Una tarde, Narciso andaba solo por el bosque cuando Eco lo observó maravillada por la belleza del hombre. Tímida a su rechazo, sólo comenzó a seguirlo, Narciso, al sentir que alguien lo acechaba preguntó “¿quién anda ahí?” y sólo recibió “…ahí, ahí, ahí” de la voz de Eco; desesperada, salió de su escondite y como seña del amor instantáneo hacia Narciso le extendió los brazos, pero éste, arrogante y vanidoso desde niño, imponente por ser el hijo del Dios Cefiso y la ninfa Liríope le dijo a modo de respuesta “¿Acaso crees que te amo?” con tono arlequinesco, y Eco, bajo la maldición, contestó “…te amo, amo, amo”. Narciso huyó de ella y la ninfa, desconsolada se refugió en una cueva pidiéndole al Dios que la escuchase que si de algo servía hiciera que Narciso amara a alguien sin ser éste correspondido. Fue así como la vengativa Némesis provocó sed al hijo de Cefiso, conduciéndolo a la orilla de un rio: al ver su reflejo, jamás de él se pudo separar.

Desesperado, acaso por el dolor de amarse a sí mismo o por la ilusión de acariciarse, se arrojó al agua y ahí pereció.

El predicador Tiresias, vaticinó en el nacimiento de Narciso que llevaría una buena vida hasta el momento en que ese viera a sí mismo, lo cual ocurrió dieciséis años después.

De entre la bastedad de mitos griegos, el de Narciso es el que más me atrapa. Diversos trabajos artísticos han surgido a raíz de aquella historia que narraban los rapsodas en las plazas públicas, una de las pinturas más representativas es la siguiente.

 

Eco y Narciso (1908), de John Willian Waterhouse (1849-1917). Perteneciente al estilo Prerrafaelita. La pintura se trata de un olea sobre lienzo. Imagen obtenida de: http://www.todocuadros.com/pintores-famosos/waterhouse/
Eco y Narciso (1908), de John Willian Waterhouse (1849-1917). Perteneciente al estilo Prerrafaelita. La pintura se trata de un olea sobre lienzo. Imagen obtenida de: http://www.todocuadros.com/pintores-famosos/waterhouse/

 

El mito ocurre en un contexto antiguo, bajo la observación de los caprichosos dioses. Nosotros vivimos en el comienzo del siglo XXI, estamos solos, no hay deidades que nos vigilen o castiguen, ni mucho menos que condicionen nuestro comportamiento, ¿o sí?

 

Desde el hombre más remoto (el de las cavernas) se tiene la preocupación, acaso la vanidad, por la perpetuidad de la imagen propia. Parte de mi interpretación del mito es esa: nuestra naturaleza es vanidosa; no es ninguna rareza pasar varios minutos contemplándonos en un espejo, asombrándonos de las nuevas facciones que se nos han unido en los últimos días; ése, el del espejo -el del reflejo- soy yo, así es como el mundo me ve, habremos pensado en más de una ocasión.

 

De la antigua Grecia tenemos los bustos labrados en piedra que nos dan una aproximación general y vaga de cómo lucían personajes que pasaron a la historia: Aristóteles, por mencionar alguno. El retrato ha sido fundamental para recrear rostros y complexiones fieles a la realidad. ¿Quién no ha visto los retratos del serio Napoleón Bonaparte, o las de la diva María Antonieta? Guadalupe Victoria, Agustín de Iturbide al momento de coronarse como el primer emperador de México, Oliver Cronwel y Maximiliano de Hasburgo son sólo algunos ejemplos.

Con la llegada de la fotografía en el siglo XIX, la posibilidad de retratarse -y de alguna manera inmortalizarse- ya no sólo era una posibilidad para el burgués que pagaba al pintor sumas importantes; también el hombre trabajador de clase baja podía hacerlo con todo y su familia. Además, con el fotógrafo no había que pasar varias horas posando, bastaba con hacerlo de 15 a 20 minutos, y poco a poco el tiempo de pose se fue reduciendo.

 

Algo que genera curiosidad es el por qué en las fotos antiguas no era común ver a la gente sonriendo; no hay un dato preciso al respecto, pero se cree que se debe a que estar varios minutos frente a la cámara lo más estático posible era una tarea difícil y que sonreír dificultaba más la tarea (basta con tratar de sonreír por más de 3 minutos para sentir el adormecimiento en las mejillas); también se cree que la seriedad denotaba elegancia y clase.

 

Con el tiempo bastaría un solo flash para obtener una fotografía. Fue en 1930 cuando se implementó la bombilla que lanzaba el destello –un poco antes se utilizaba, con muchos problemas, la pólvora-, y la película La ventana indiscreta del célebre Alfred Hitchcoock nos demostró que también puede ser un arma enceguecedora si se aplica en completa oscuridad –aunque no tan eficiente.

En las plazas principales se podía encontrar a fotógrafos con sus cámaras dispuestos a retratar a quien se lo solicitara por una módica cantidad. Los estudios fotográficos tuvieron mucha clientela, incluso, en el afán de la perpetuidad, se solicitaba a los fotógrafos que retrataran a sus muertos.

Edgar Allan Poe y Charles Baudelarie cuentan con una fotografía que los inmortalizó ante la sociedad angloparlante –y posteriormente de otros idiomas-, además de que las poses serias les sentaron muy bien a dos escritores de temas oscuros o tristes. Ambas fueron realizadas bajo la técnica daguerrotipia, que es reconocida como la primera técnica fotográfica de uso masivo, y bautizada así por su coinventor: Louis Daguerre.

 

Edgar Allan Poe (1809-1849).  Retrato tomado de la red
Edgar Allan Poe (1809-1849). Retrato tomado de la red
Charles Baudelarie (1821-1867). Retrato tomado de la red
Charles Baudelarie (1821-1867). Retrato tomado de la red

 

Napoleón III es un ejemplo curioso; basta con buscarlo en Google imágenes para encontrarse con retratado hechos por pintores y también por fotógrafos. Para fines prácticos, Napoleón III es una muestra de la transición entre pintura y foto. Además, durante los primeros años del retrato fotográfico la pintura seguía representando a la clase elevada.

Otra fotografía es de la Hitler, el arquitecto Alfred Speer, y el escultor Alfred Breker posando frente a la Torre Eiffel, esto por la ocupación Nazi de Francia, en el marco de la segunda guerra mundial.

 

Según la revista Algarabía, la foto fue tomada el 28 de Junio de 1940 y representa también la primera visita del Führer a Paris. Foto obtenida de: http://algarabia.com/desde-la-redaccion/hitler-frente-a-la-torre-eiffel-cuando-el-fuhrer-se-enamoro-de-paris/
Según la revista Algarabía, la foto fue tomada el 28 de Junio de 1940 y representa también la primera visita del Führer a Paris. Foto obtenida de: http://algarabia.com/desde-la-redaccion/hitler-frente-a-la-torre-eiffel-cuando-el-fuhrer-se-enamoro-de-paris/

 

Concluyó el S. XX, llegó el S. XXI y con él las cámaras en los celulares. El retrato profesional ha ido perdiendo fuerza al grado de solicitarse sólo en la antesala de eventos concretos (graduaciones, bodas, cumpleaños). No hay que ser completamente optimistas ante la posibilidad de poderse tomar una foto en cualquier momento. Retratarse a uno mismo a través de una selfie o de la cámara exterior ha traído efectos varios: es cierto, es de lo más común sonreír en una foto, ¿y por qué no hacerlo si sólo cuesta un par de segundos? Ahí radica el problema: sonreír en toda fotografía es una muestra clara de superficialidad ante nosotros mismos.

 

Lo que mostramos es una sonrisa estereotipada que dura el tiempo que tarde en tomarse la foto y equivale a nada. No hay conservadurismo en mis palabras, ni un señalamiento hacia la cámara (ciencia y arte fusionados en un mismo artilugio para capturar la luz). Hemos limitado nuestras posibilidades faciales (y con ellas las emocionales) a una sonrisa que no es comparable a la verdadera, la que nace en momentos placenteros y nosotros no vemos, sólo sentimos.

 

La popularización de la foto instantánea se la debemos a Kodak y su venta masiva de cámaras “instantáneas”. Su slogan: usted presiona el botón, nosotros hacemos el resto.

El actual desarrollo de las cámaras está ligado a las redes sociales, que ofrecen filtros (agregados como orejas y lenguas de perro, coronas de flores o alteraciones casi totales con el fin de asemejar el rostro al de un conejo o de una muñeca) para deformar el rostro.

 

A la sonrisa superficial se agrega el rechazo (inconsciente probablemente) del rostro propio. Pero no sólo se queda en subir esas fotos a redes sociales. Soy estudiante de preparatoria, veo a diario personas que sacan su cámara y activan sus filtros sin la intención de tomar la foto, únicamente lo hacen para apreciarse deformados, convertidos en quienes no son.

 

Me da curiosidad saber cuál será la reacción de esas personas al verse en un espejo que no les ofrece los filtros. Por supuesto, en mis palabras hay un uso de la falacia de generalización apresurada muy grande, pero no estoy seguro si tan grande como la cantidad de fotos con filtros que una persona puede toparse en cualquier red social en un día. Lo cierto es que la idea de perpetuidad de la imagen propia se ha perdido ante lo efímero de las cosas en internet.

Nuestra imagen en el celular es el reflejo de Narciso en el agua que no podemos dejar de ver. Nos tiene absortos, estamos enamorados de nosotros mismos (sic). No hay juicios de valor. Tampoco sentencias que pronostiquen algo de mi parte. Sólo hay en este texto la plasmación de la realidad, tan dura como es.

Némesis hechizó a Narciso, ¿y a nosotros quién?

 

[*] Resumen elaborado a partir de las diferentes versiones que circulan en la red.

 

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