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Por Julio Broca

Puebla, México, 13 de julio de 2023 [00:05 GMT-6] (Neotraba)

Milán Kundera ha muerto. No daré datos más bien, con este texto quiero compartir algunas apreciaciones sobre ese extraño carácter involuntariamente pedagógico que acompaña a sus obras. Tanto como para irrumpir en las reflexiones rigurosas de los más reputados pensadores y de los más sencillos lectores por igual.

Si me permiten y sin caer en adoctrinamientos, quisiera sugerir que nos dejó varias lecciones: que los amores ridículos son los más bellos. Por ejemplo, el amor por un perro que nos abandona porque muere o por alguien que nos hunde porque no cree que le amamos.

Que a la altura del amor solo está la broma, la risa y el olvido.

Que donde no hay amor ni humor, solo hay fanatismo, hipocresía, opresión y una asquerosa liviandad disfrazada de solemnidad. Pero no solo lo muestra, sino que alcanza a decirnos que respetemos a aquellos y aquellas que contra eso luchan negándose a ser un hipócrita más y afrontando las consecuencias.

Nos enseñó que es mejor para el mundo, la historia y el universo mismo, ser bufón que dictador.

Que las ilusiones jamás se quedan sin lágrimas.

Kundera nos permite, y por eso es tan recomendable, entender que el buen espíritu recibe la fatalidad con la misma serenidad que la bienaventuranza.

Permite comprender que el verdadero exiliado vive en su patria ajeno a su historia y que quien se ve forzado a dejarla, al extrañarla, la vive con la misma intensidad que si fuera su mismo suelo. Pero también que la patria es frágil, y sus proxenetas son persecutores de quien la ama lo suficiente para llevársela consigo en el corazón esté donde esté. Que los proxenetas de la patria son especialmente hábiles para ser senadores, diputados, funcionarios y heraldos del futuro.

Nos enseñó que el amor es pasajero de un tren que jamás se detiene y que ronda las mismas estaciones eternamente.

Nos enseñó que solo la pasión hace a la vida vivir y que solo la entrega hace al amor amar.

Más que descansar en paz, ojalá esté el querido y entrañable Milán Kundera, agitando el infinito. No nos queda más que leerlo para no extrañarlo, y recomendarlo para que nunca muera.


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