¿Te gustó? ¡Comparte!

Puebla, Puebla, 17 de marzo de 2025 (Neotraba)

La diversidad de libros responde a la tendencia de los lectores, semanalmente tenemos novedades y nosotros los libreros determinamos cuáles libros estarán en la mesa de novedades. En algunas ocasiones nos dan una lista para recolectar ciertos títulos que tienen un convenio con la librería amarilla para ser expuestos en un lugar privilegiado.

Es un fenómeno interesante ya que no podemos descifrar cuál será el próximo bestseller del año, del mes o inclusive de la semana. Las redes sociales cumplen una labor de recomendación por parte de los booktokers o booktubers, aunque muchas veces estos medios parten del impulso de las propias editoriales que crean expectativas. No todos los que hablan de libros en redes sociales los leen y no todos son impulsados por el mercado editorial. Existen creadores de contenido que hacen una gran labor de divulgación. Recordemos que cada camino lector es distinto y en ello radica el placer de leer y compartir un vicio precioso.

La labor del librero funge como el último bastión para llegar a la lectura, obviamente acudiendo a la librería que es algo más místico, más entrañable. El poder entablar un diálogo con el librero y encontrar ese libro que no tenías planeado leer, el descubrimiento es mágico y en ocasiones surreal, quizá un fetichismo sin prejuicio el poder oler los libros, tomarse fotos y asombrarse por los estantes. Compartimos desde nuestros gustos, nuestra última lectura con inmenso placer y al ver al posible lector ponerte atención al entablar un diálogo horizontal de amigos, algo sucede en ese instante que nos hace susceptibles al hipnotismo de las portadas de los libros, al palpar el papel de las páginas y mirar brevemente la contraportada sin prestar atención al texto, pero sí a la voz que recomienda el librero.

En el prólogo de Luigi Amara del libro La invención de un lector de Cecilia Fanti hay una frase brutal que da en el clavo: “La librería suele crearse por contagio: como materialización de la onda expansiva del entusiasmo y la necesidad de compartir. La lectura es un vicio que se transmite de boca en boca o por simple contacto. Dos amigos comparten sus experiencias y revelaciones literarias y salen de cacería a explorar las librerías de segunda mano y puestos callejeros; con el paso del tiempo, en plena escalada de la perdición, terminan por abrir juntos una librería. La afición a la lectura es la puerta de acceso a drogas duras como escribir, fundar editoriales independientes o hacerse librero. Si antes charlaban sobre libros y los encontraban aquí y allá con una sensación de hallazgo y de botín, ahora se alimentan de libros, duermen sobre libros, sueñan con libros, hasta que fatalmente sean enterrados por ellos”.

Tenemos una enfermedad incurable, una enfermedad que nos hace perder dinero a cambio de objetos culturales que estarán en nuestra mesa de noche, en alguna caja, en nuestra cama, en nuestro eterno librero, botados en nuestros sitios íntimos con la promesa de algún día ser leídos. Abriremos la página al azar y encontraremos una frase que nos conmoverá y dejará la semilla para iniciarlo de inmediato suspendiendo todas nuestras otras lecturas, picoteando entre hojas, masticando letras por el simple placer de nuestra condición de viciosos.

Don Alejandro es un lector de alrededor de 60 años, un tipo de mediana edad, moreno, canoso y alegre. No lo era antes, cuando lo conocí era un tipo necio, cruzaba la librería sin prestar atención a los libreros. Mis compañeros se le acercaban y él simplemente decía: “solamente estoy viendo gracias”. No suelo creer en el destino ni mucho menos en la idea de la suerte, pero en ese preciso momento lo entendí. Un poco chocante me preguntó por unos títulos que no teníamos. Muchos de los lectores creen que los libros no se mueven, que no existe un movimiento constante de devoluciones, traspasos o, inclusive, que un título esté descatalogado. Ellos piensan que si un libro salió hace un año lo tendremos por acá y siempre estará disponible para su compra sin pensar que no es un bestseller.

–¡Oye, no es posible que no tenga el libro!

–Lo sé, hay muchos títulos que valen mucho la pena pero que desgraciadamente no tenemos, a veces las editoriales optan por no hacer un nuevo tiraje debido a las ventas.

–¡No puede ser, ahora qué voy a leer!

–¿Qué le gusta leer? ¿Qué ha leído últimamente?

–Quiero un libro que me atrape.

Muchas veces esa respuesta es peligrosa. Depende la edad del lector y claro los gustos. Si es amante de las novelas policiacas quizá no le guste las novelas de ciencia ficción o les guste ambas. Puede que sea un lector romántico o que solo le interese las novelas del holocausto, quizá sea un lector de cuentos o que piense que los cuentos son solo para niños (me ha pasado demasiadas veces). Puede que sea un buen lector de novelas de aventuras, pero todavía no lo sabe. En fin, una novela que te atrape depende de tu camino lector.

Tomé ciertos títulos que me habían gustado y uno a uno los descarto.

–¿No tienes algo bueno?

–¿Ya ha leído a Fernanda Melchor?

–Sí ya la leí y me gustó mucho.

–Tengo por acá Furia de Clyo Mendoza, la novela arranca desde que un soldado mata a un niño. Un estilo bien desgarrador y poético. Sabe, se parece un poco en esencia a Pedro Páramo.

–Suena bien interesante.

–¿Ya ha leído al esposo de Fernanda Melchor?

–¿A poco está casada?

–Sí, su esposo es Luis Jorge Boone. Escribe maravillosamente bien. Miré acá hay una novela que me ha gustado mucho, se llama Toda la soledad del centro de la tierra.

–¿El de dónde es?

–Es de Coahuila.

–¿Es mexicano?

–Sí, inclusive a veces viene a visitarnos.

–A ver, deme esa novela.

Leyó la contraportada, se quedó en silencio por un minuto. Me devolvió el abanico de libros que le había sugerido y solamente se quedó con el libro de Boone. Ya en un tomo bromista y empático me sorprendió lo que me dijo.

–Lo recomiendas mucho.

–Claro que sí. Es muy poético y la perspectiva es de un niño.

–¿Y si no me gusta qué?

–Pues viene y me reclama, yo aquí voy a estar.

–¡Si no me gusta voy a regresarte a madrearte!

Me quedé atónito ante su respuesta y reí por reflejo o eso digo yo pues genuinamente me dio gracia. No fue en un tono despectivo, sino que la barrera se había borrado e iniciaba un diálogo horizontal entre amigos que comparten lecturas. Me agradeció la lectura y dijo que pronto regresaría para darme su veredicto.

–¿Cómo te llamas?

–Soy Alejandro.

–¡Mi tocayo!, te vengo a buscar en unos días.

Pasaron dos semanas y llegó a la librería buscándome. Estaba haciendo una devolución de libros cuando escuché mi nombre.

–¡Alejandro! ¡Alejandro! ¡Ese Boone escribe muy bien!

–Qué bueno que le gustó.

–A ver, recomiéndame más cosas que ya hayas leído.

Don Alejandro es de esos lectores que se entusiasma por sus lecturas, a veces me dice que le queda poco tiempo en la Tierra. Hace caso a las sugerencias que le hago y es muy alegre. Otros libreros se han acercado a él, ya no intimida como lo hacía antes. Es todo un personaje, ha llegado a la librería diciendo que se tomó unas copitas y que anda feliz. O que se escapó de su casa para venir a la librería. Últimamente me ha dicho que traería chocolates para agradecer la atención, pero siempre se le olvidan. La mayor satisfacción de este noble oficio es la de ver que la recomendación del librero brinda un descubrimiento placentero.

La invención de un lector siempre va acompañada de sugerencias, recomendaciones desde los medios de difusión o desde lo cercano; un amigo, una novia, un maestro o un librero. Me encanta una frase que viene del libro de Cecilia Fanti:

El trabajo del librero es de carácter práctico. En nuestro oficio confluye la reflexión y praxis de manera cotidiana. Trabajamos con el libro, un objeto que ocupa espacio, que tiene peso específico y una ubicación y que, en definitiva, también se relaciona con nosotros de una manera más o menos afectiva –cultural– y, con el mercado, de manera más o menos comercial. Hay momentos de hostilidad y otros de desasosiego. Nos reclaman una deuda inexistente, un libro que reclamamos sin llegar –para impaciencia y descontento de nuestro cliente–, una editorial levanta su catálogo porque no cumplimos con el piso de ventas. El día a día y el contacto con el negocio de línea una manera de trabajar con los otros. No solo con los distribuidores, sino también con los libreros y las librerías que se han incorporado a lo largo de los años y conforman mi equipo de trabajo.

El librero es confidente de los gustos del lector y hacemos uso de nuestro entendimiento del mundo para sugerir y brindar apoyo desde nuestra propia cosmovisión. Damos una batalla cultural desde nuestro canon literario.


¿Te gustó? ¡Comparte!