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Por Juan Ahumada Montes

Puebla, México, 13 de junio de 2023 [00:10 GMT-6] (Neotraba)

-Es hora de irnos-. La figura frente a mí estira su mano y niego con la cabeza para dar un paso atrás y caer por las escaleras, pero segundos antes de tocar el suelo regreso a la realidad.

Han pasado doce años desde que mi hermano murió y las pesadillas no han parado su tormento ni una sola noche. Ya no sé qué es peor, el horror de dormir y ver su cara desfigurada frente a mí o abrir los ojos y enfrentar que se ha ido para siempre.

Me levanto de la cama, preparo el desayuno solo para que se enfríe sobre la mesa, mientras yo revivo las imágenes del delirio nocturno aún fresco en mi memoria. El desayuno termina en la basura y yo sobre el sillón; las palabras del onírico difunto resuenan en mi cabeza a la vez que mi mirada se clava en la pared, como imán a un refrigerador. Se dice que cuando un muerto te visita en sueños y tú te vas con él es un letargo del que nunca despertarás, pero sí no quiero seguir aquí, ¿por qué sigo rechazando a mi invitado indeseado?

Pasan las horas y toca trabajar, me dirijo a mi oficina subiendo las escaleras por las cuales caí horas antes estando en el reino de Morfeo. Llego a mi computadora y el reflejo en mi monitor muestra una cara distorsionada por el cansancio, mis huesudas manos se posan sobre el teclado y comienzan a escribir con vida propia. Mi cuerpo no me pertenece, hace mucho dejó de hacerlo.

Quizás por eso sigo aquí, pues de recobrar el control de mis acciones habría aceptado la mano que ofrece mi visitante espectral con brevedad, o en su defecto habría tomado la decisión de acompañarlo por medios propios. Este pensamiento parece despertarme de mi ensoñación, pues desvío la vista del monitor por solo un segundo, viaja con inmediatez a la ventana para verlo parado justo detrás de esta, y aunque dura lo mismo que un latido de corazón sé que lo vi con claridad, con brazos abiertos y una sonrisa que me invita a saltar, invertir los papeles y ser yo el visitante de sus tierras el nuevo residente.

Me gustaría decirles que es un evento esporádico, pero lo cierto es que su sombra me sigue perpetuamente, lo veo en mi cotidianidad, en el filo del cuchillo al hacer el desayuno, dentro del bote de pastillas para dormir, retándome a tomar un par más de la cuenta, en el armario sugiriendo hacer con una soga un columpio para cuellos. Me sigue a todos lados, no importa cuánto me aleje de la casa en la que crecimos, donde mi hermano perdió la oportunidad de cumplir trece años. Porque no es el lugar el que está embrujado, es su narrador.

Y para sincerarme con ustedes, ya no puedo más, me siento débil, enfermo, un muerto en vida. Porque a pesar de que fui yo quien borró el aliento de mi hermano, él se ha llevado todo lo que yo tenía. Así que, esta noche cuando mi visitante onírico me ofrezca su mano, puede que la acepte.


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