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Por Julio Peniche

Sonora, 27 de octubre de 2022 [00:03 GMT-7] (Neotraba)

Nos hemos vuelto tan poca cosa, una lluvia sin sentido a las 3 am en la memoria de la abuela, para lo tan importante que es el mundo, esa puerta que se hace diminuta ante los ojos de los búhos en el patio de la casa, un diapasón arrítmico bajo el sonido del reloj donde las horas se detienen y bostezan y nos dicen que algo podría suceder en la mañana antes del paso del primer autobús que no lleva a nadie y no tiene destino alguno.
     ¿Es esta prosa un poema que desanda esos caminos de la ausencia? No lo sé, quisiera un tono más intimista y lírico en estas líneas que avanzan a la velocidad de esos viejos trenes que aún cruzan por en medio a esta ciudad, pero nada hay aquí, en este cuarto construido con palabras y rodeado de lo que queda sin escritura en esta hoja en blanco.
     Estoy encerrado aquí y la música, el ruido de esta ciudad no calla y se repite sin cansancio. ¿Lo escuchas desde la ventana de este cuarto construido con palabras? ¿Lo escuchas desde este ser tan poca cosa ante los ojos de este mundo que habitamos con los pies descalzos?
     Algo podrá suceder en la mañana, lo sé y tú también lo intuyes cada día, algo podrá suceder en este poema condenado a una prosa que simplemente nos anuncia que seguiremos aquí encerrados y silenciosos hasta que alguien abra esta página y la lluvia detenida nos arrebate en un susurro todo el sentido de esta prosa que se niega a estas palabras.
Yo no provengo de linaje ni estirpe de poetas, vengo de la lluvia que se amotina en la esquina de esta cuadra. No recuerdo muchas cosas de mi infancia, pero tengo un vago recuerdo de que hubo un día en que lloré sin sentido ante un espejo. Sé que mi mamá era un fantasma que vagaba por los pasillos de la casa cuando la lluvia brincaba sobre el techo de láminas ante la mirada oculta de los gatos. 
     Anochece, eso siempre dicen los poetas, pero yo no soy un hijo de la palabra que escribimos una tarde en la fuente sin agua de ese parque. Ahí descubrí lo que alguien algún día quiso explicarme lo que era la poesía, solo con palabras. No soy de ningún linaje, no sé si podré ser llamado poeta algún día en esta tierra de locos, de casas abandonadas por las familias ricas que viven en Edimburgo, en Francia, en España o Alemania.
     Yo solo sé de aquellos puentes que ya no existen en mi barrio, los árboles en los patios donde tú y yo nos ocultábamos ante el toque de la noche cuando tu respiración se agitaba entre mis manos. ¿Hace cuántos años que dejamos de estar juntos? No lo sé y no me importa ahora, ahora que tú y yo estamos aquí, encerrados para siempre en este poema que se abre a la memoria.
Tengo 47 años y lo que he dicho cada diez años que era la poesía ahora me mira con los ojos de los perros muertos en el patio de mi casa. A veces me despierto con el susurro de las sombras por las noches y me repito que soy poeta, pero hay otro alguien dentro de mí que ha envejecido mucho más de lo que todos mis amigos esperaban. Se murió Memo antes de que nuestra poesía encontrara otros rumbos y mis poemas se bifurcaron en caminos que hasta ahora no comprendo.
     Nos olvidamos de ser poetas, nos alejamos del poema mismo hartos de que otros creyeran que sabían lo que era sentarse en medio de una tormenta, la propia, a escribir a las puertas de los bares, hablar de putas y lo jodida que es la vida, pero tan inocente y tan ingenua.
     Ahora los veo a todos ellos, académicos, con los ojos vacíos ante la niebla que llega por los cementerios de los pueblos, los escucho repetir hasta el cansancio lo que es la poesía, el poema, aunque ellos estén negados a la bruma que enloquece al poeta por las noches. Siempre dijeron que nosotros fuimos y aún somos tan poca cosa para la literatura que hacen los políticos al amparo del sistema. Siempre dijeron que no éramos nada, nadie, que estuvimos destinados desde siempre al olvido. 
     Pero seguimos aquí y ellos siguen repitiendo lo mismo desde hace 25 o 30 años, usan la misma metáfora para explicar un mundo al que no le importa si las manos se han vuelto un aleteo de palomas por las tardes en las plazas. 
     ¿Lo escuchas ahora? Las manos que no se detienen, los parques sin estatuas que ya no alcanzan para hacer un buen poema. ¿Los escuchas ahora? Están cansados, los académicos, porque no entienden lo que es darle sentido a lo que les importa a los mendigos, a los locos, a los ciegos, a los sordos, a aquellos a los que la poesía no es suficiente en un mundo que nos dice que no valemos nada.
Escribo porque mi amigo Manuel confía en que soy un buen poeta. Escribo un poema en prosa y me detengo a cada paso en los pasillos de esta palabra que humedece la memoria. Quisiera decir que hay una luz, un amanecer depositario de los cantos de las aves, pero es un cliché que me atormenta. Soy tan poca cosa ante el mundo que me habita, ante el silencio que espera sonriente a que se duerman todos esos pájaros que llegan por la tarde al último árbol sobreviviente en este poema que ahora escribo. 
      Ese silencio, la única constante entre el mar y sus mareas, la pausa, el ritmo exacto que se libera a sí mismo de las ataduras del poeta que le canta a lo bello de la vida. Estoy cansado, cada paso es romper una cadena que acepté ponerme por temor a decir que la poesía es una perra inmunda, esa luz en una habitación donde prostituyen a una niña de 14 años. 
      Escribo porque sé que alguien entenderá todo eso que no sé decir con exactitud y no será un académico, no será un político al frente de la cultura de mi Estado. Escribo porque sé que hay algo que aún tiene sentido en el fondo de todas estas palabras, una tenue luz que nos mira tímida desde la ventana de otra casa, la de enfrente. 
      Escribo y por ahora es suficiente, porque sé que hay otros, mis amigos, los de generaciones pasadas y venideras que dirán que esto no es un poema, pero yo aún espero ese autobús en la esquina de mi cuadra. Ese autobús que me llevará a cualquier lugar, a otro poema, como ese de Derek Walcott donde vio a la mujer más hermosa de este mundo.
      Sí, ahí estuve yo con él, ahí estoy cada vez que se abre la memoria y el poema simplemente calla.
Nos hemos vuelto tan poca cosa, una lluvia sin sentido a las 3 de la mañana. Ven, bebe aquí, conmigo, haz de esta noche parte de este poema que quedará encerrado aquí, a la espera del vuelo de otras aves, de otras lluvias que desgajan las paredes de otras casas, de autobuses sin destino alguno. 
      Ven y bebe aquí conmigo, porque nos hemos vuelto tan poca cosa ante el mundo que nos mira y se sonríe. Lo sé, estamos encerrados en el mismo lugar adonde llegan todos los poetas, aunque yo nunca sea de un linaje y alta alcurnia como tú, que negarás una y mil veces, como Pedro, el origen, el arjé, de esa cosa inútil que llamamos poesía.
Estoy encerrado aquí y la música, el ruido de esta ciudad no calla y se repite sin cansancio. ¿Acaso no será ese todo el sentido de este poema en prosa?

Julio Peniche. Foto por cortesía de Manuel Parra Aguilar

Julio Peniche (1975). Escritor desde 1996. Ha asistido a cursos de ensayo, poesía, cuento y novela, así como a diversos encuentros literarios. Ha publicado poesía y cuento, incluso ha obtenido varios premios en estos géneros literarios. Promotor de un olvidado certamen de poesía joven en honor de su amigo Guillermo García Guzmán, muerto ya hace algunos años. Es fundador y promotor del Proyecto Escuela de Escritores, el cual brinda apoyo a los jóvenes y no tan jóvenes escritores. Actualmente se desempeña como Editor General en el periódico Por Esto!

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