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Portada de Dos horas a la deriva de Guillermo Mabró
Portada de Dos horas a la deriva de Guillermo Mabró

 

Por Iván Gómez (@sanchessinz)

 

De entre los autores guatemaltecos vivos sobresale la figura de Guillermo Mabró (Ciudad de Guatemala, 1979) como uno de los escritores más refrescantes y genuinos en el panorama de esa nación. Bastará en el futuro con que gane un premio grande –y transparente– para que rebase fronteras y obtenga presencia en el panorama latinoamericano; confío en que llegará. Quizá otro de los grandes autores con la misma patria es Rodrigo Rey Rosa.

 

Sus libros no han recibido un aparato promotor sólido y ha sido menospreciado por los críticos, esto se debe al sentido del humor que maneja. Sin embargo, no por ello carece de fuerza narrativa, que muy por el contrario es demoledora, lo mismo en las estampas que proyecta y los diálogos, que parecen excavar en la memoria propia. En su sentido del humor se esconde una fuerte crítica a la estratificación guatemalteca, y es que parece increíble que en tan poca extensión territorial se hallen clases tan disímbolas: la clase alta conviviendo con comunidades mayas, cuyo propio sistema de justicia es lo único que los salva de los abusos que viven a causa de un gobierno que no respeta su cosmovisión.

Y todo lo anterior llega como balde de agua helada cuando se acaban las risas. Sus primeros tres libros: No se acaba la selva, 32 °C en Diciembre y Troncos espinosos lo demuestran.

 

Recientemente publicó su cuarto libro: Dos horas a la deriva, que conforme avanza deja un poco de lado el humor y aborda la tragedia con las poéticas clásicas bajo el brazo: la novela va de la fortuna al infortunio: una familia de clase trabajadora pierde sus fuentes de ingreso debido a que su pequeña empresa es opacada por una trasnacional que además acaba con una reserva ecológica al norte del país, cuya destrucción tiene su capítulo aparte (que funciona como descanso engañoso –pues aleja de la trama principal pero golpea con la descripción de la tala de árboles y la destrucción de la fauna).

 

“Cuando el último árbol cayó, aquel estruendo fue como un golpe sobre tierra de goma, o peor: sonó como un zapatazo sobre piso firme, recién lustrado además, donde un ejecutivo de traje negro bajaría de vez en cuando a observar a sus 300 o 500 obreros mal pagados y con hambre laborando para él, y entonces, con mancuernillas de oro sujetando sus mangas, soltaría una carcajada capaz de ganarle a las máquinas.”

Fragmento de la novela, pág. 58.

 

La trama terminará de despegar cuando esta familia decide migrar en busca de mejores condiciones: trasladarse a EUA podría significar un suicidio, por lo que deciden abandonar el sueño americano para construir el propio: la ilusión mexicana, con la imagen de la serpiente y el águila en sus cabezas deciden trasladarse hacia Veracruz y, con una inversión pequeña pero significativa, iniciar un pequeño negocio cafetalero.

 

Hay, por lo menos, dos factores que, aunque predecibles, son el clímax de la novela una vez que aparecen: el narcotráfico (que lleva varios años oprimiendo al estado de Veracruz) y la deplorable discriminación mexicana que ellos ni imaginaban. El punto neurálgico aparece cuando uno de los hijos es herido por un policía.

 

Si bien la crítica comienza hacía al país de origen del autor, esta deriva hacia el nuestro, probando un punto: México y Guatemala son naciones hermanas históricamente pero olvidadas entre sí, sobre todo por parte de la nuestra.

Las lágrimas llegan en los últimos capítulos.

 

Guillermo Mambró
Guillermo Mambró

 

La estructura que entreteje Mabró a lo largo de toda la novela es clave: la narración se dispersa entre los integrantes de la familia y la dosifica en diferentes voces narrativas, de modo que un capítulo se narre desde la perspectiva de la esposa en primera persona, para que en otros capítulos las acciones sigan de cerca a los hijos en una impersonal tercera persona y, para el padre, quien es el que decide mudar a su familia, la voz escogida es la segunda persona, de modo que sus decisiones se sientan desde el impulso que marca esta voz.

 

“Entraste sin hacer ruido. La sala te ofreció un vaso con agua y en la cocina encontraste las aspirinas. Al siguiente día se los dirás nada más pensarlo el hueco de tu estómago parecía dilatarse: ‘empaquen sólo lo necesario, nos mudamos a México… Este país lleno de miseria nos va absorber si no lo dejamos pronto. Háganlo ya, y no me vean así, no es el fin del mundo ni mucho menos’. Pero tú sabías que sí era el fin de su mundo tal y como lo conocían. Una lagrima cayó al aso de agua mientras el moco regresaba a la nariz.”

Fragmento de la novela, pág. 100.

 

Se trata de un libro que se debe leer con el estómago vacío.

 

Guillermo Mabró. Dos horas a la deriva. Ediciones La Trinchera. Ciudad de Guatemala, Guatemala, 2018.

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