¿Te gustó? ¡Comparte!

Por Armando M. Morales

Puebla, México, 01 de marzo de 2022 [01:50 GMT-5] (Neotraba)

Estar en la disposición de captar el momento en que se rompe un cascarón y ver cómo surge algo viviente, un mundo. Así leo Huevo moteado de Adriana Tafoya. Sus imágenes poéticas son criaturas vivientes cuyo hábitat natural es la página. Ahora escribo para señalar el paisaje de sus páginas y el mensaje de sus criaturas.

Paisaje

Antes de siquiera pensar el sentido de una sola palabra, miro los versos de Huevo moteado surgir sin una secuencia reconocible, desde el poema 1-41-29 una letra desviada retuerce las expectativas del lector, la letra inicial, el comienzo mismo retorcido. Pequeños versos descienden hasta convertirse en versículos y luego disminuir su extensión y recomenzar su crecimiento; como si fueran las olas de un mar antiguo, un mar que despliega sentido. La forma del libro es el ritmo de las olas.

Hay quien dice que la forma es lo esencial en poesía y que el contenido sólo está adornado por la belleza de las formas. Pero la realidad es más compleja, la forma en sí misma es un contenido y en este libro hay una autoconciencia respecto a las potencias de la grafía, palabras, letras, versos transgredidos, todo hace resonar un mensaje; poemas que se reflejan entre sí con una repetición en la diferencia.

El mensaje

Es vasta la fauna de criaturas mágicas que ha creado Adriana, pero quiero sujetar el hilo que las conecta, ¿por qué este mundo?

En varias ocasiones he escuchado a Adriana recitar el poema 25-9-17 Dominus, y no es ninguna casualidad, hay una intención performativa que consiste en romper el modelo antiguo de la construcción de mundo. En dicho poema se enuncia poderosamente a un sujeto masculino que es capaz de dar imagen a todo cuanto es, juzgar, dar el ser: “Solo él imagina, solo él tiene el canto, solo él tiene la luz, solo él puede juzgar (…) Pero de la nada y solo él decapitará su cabeza como un frutillo”. Este ser masculino es el creador y la violencia ontológica del poema es destacar el suicidio de ese fundamento. Con ese mito Adriana expresa el agotamiento del padre-fundamento-creador y busca allanar el camino para el porvenir de la creación poética. Todo esto tiene consecuencias más profundas de lo que podríamos pensar, todo esto va más allá de palabras en una página, esto es una cuestión de metafísica.

Portada de Huevo Moteado, de Adriana Tafoya
Portada de Huevo Moteado, de Adriana Tafoya

Mucho tiempo he reflexionado sobre los efectos metafísicos u ontológicos del arte y, sobre todo, de la poesía. Poesía y Filosofía han nombrado al ser, Poesía y Filosofía no son materias que se llevan en la escuela sino modos en que la humanidad ha dado forma al mundo; esto ha sido así desde la invención del Enuma Elish, la Teogonía o el Popol Vuh. Gente ingenua piensa que no hay nada político en ello pero los modos en que Poesía y Filosofía han configurado el mundo que habitamos siempre son atravesados por determinados sesgos políticos. Cuando Adriana insiste en escribir el pronombre “él” para nombrar al creador en su poema Dominus, logra amplificar la interpretación de la metafísica no sólo como sistema de la presencia, sino también como una forma de androcentrismo o falocentrismo. Hay una forma de ser de lo masculino cuya expresión es el despotismo, voluntad de poder que se expresa con el verso del poema Dominus: “pero él dispara el cañón, pero él toma los llanos, pero él traza caminos, pero él agrupa ejércitos”. Y aún más, cuando aparece como una conminación apotropaica el nombre de Él, debemos tener presente al antiguo dios El que era el dios-padre de los cananeos, los fenicios y después de los hebreos a través de la expresión El-ohim; Dios que permanece como una referencia en nombres como Migu-el, Rafa-el, Ezequi-el, etc. Es fácil decir que la madre es la que da la vida, pero en la realidad de nuestra cultura los poderes maternos (la feminidad como poder) han quedado reprimidos por la imposición del padre. De ahí que en Huevo moteado haya una continua salida del seno paterno hacia la reivindicación de las madres, sea en la figura de la anciana (poema 1-41-29), la Carnea (Torres petroleras) o sencillamente en la palabra femenina Ella, donde, así como en Atea, una sola letra ha transgredido el dominio de Él.

Si ha de existir una nueva forma de hacer poesía y en esa medida, un nuevo modo de dar forma al mundo y a nuestras vidas, no puede ser bajo los términos del antiguo dios, pues éste solo nos ha conducido a la conquista y la destrucción. Si ha de haber una nueva forma de crear, ésta tiene que fundarse a partir de otras palabras y otras mitologías.

Hace 100 años grupos de artistas generalmente compuestos de hombres crearon manifiestos que cambiaron el camino del arte en Europa, en el 2021 tenemos el poema en prosa llamado De libero arbitrio escrito por Adriana para fundar una nueva mitología encabezada por la sagrada Atea, ella dice: “Yo soy Atea; el consuelo, la compañía y la prudencia de los hombres tristes y delirantes. Vengo a copular con los enfermos, a enseñarles cómo debe ser el amar del hombre.” Atea, la sagrada, la sin dios, aquella que con una sola letra genera una incisión en la maquinaria metafísica del Uno siendo la Una (ruida, sonida).

Leerán mal este libro aquellos que busquen meras referencias a saberes antiguos o al surrealismo en Huevo moteado, la radicalidad de la obra está en el deseo voluptuoso de empezarlo todo de nuevo, crear nuevas formas para los seres vivos, nuevas formas para lo inorgánico, nuevas formas del espacio, nuevas formas del tiempo. Desde el paciente trazo que diseña una mariposa en el poema Arco del iris: “Con un lápiz negro construyo una mariposa nocturna. Animo los hilos poco a poco hago mover lentamente sus delgadas patas”. Hasta la puesta en marcha de tiempos heterogéneos en el poema Luna mecánica: “Hoy seis relojes de agua se sincronizan para dar fin al tiempo y dar vida a esta inundación de corrientes turbias”.

He de concluir que Huevo moteado nos conduce a las posibilidades de una poesía fantástica. De modo inverso a como en narrativa, los mundos imaginarios le han regresado a la cultura los bestiarios y entidades de la Edad Media; la poesía de Adriana da a luz nuevos seres que no se agotan en la reinvención del pasado: un niño acompañado del silencio, peces homúnculo, huevos mágicos, tréboles blancos, un canario que habla y es hablado en primera, segunda y tercera persona del singular. Sean bienvenidxs a los espacios liminales de la poesía, donde lo que no es adviene a la vida imaginaria de aquello que rompe el cascarón alquímico.


¿Te gustó? ¡Comparte!