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Por Mateo Peraza Villamil

Mérida, Yucatán, 3 de agosto de 2023 [00:10 GMT-6] (Neotraba)

Arquitecto, aventurero y empresario nacido en 1966 en Mérida, Pedro Mauricio Peón Roche publicó su primera novela, Mar y Sal, la cual define como un homenaje a la Península de Yucatán y a una persona muy querida, quien, junto a su padre, le enseñó el valor de la naturaleza.

Entrevisto a Pedro Peón Roche en un café ubicado a un costado de la plaza Altabrisa. Viste camisa blanca, pantalón mezclilla y un sombrero. Conversamos sobre su novela Mar y Sal, publicada en Amazon en 2023 y cuyas versiones físicas han comenzado a llegar al estado de Yucatán. Se trata de su primera obra histórica ficcional. Vinculado con la venta de sal a través de su genealogía, negocio que establecieron desde 1930, Pedro apunta que su novela engloba dos de sus más grandes pasiones: la naturaleza y la familia.

-Pedro, coméntame: ¿cuál fue la génesis de la novela? ¿A partir de qué hechos concebiste la idea?

La novela se funda en una inquietud que he tenido siempre: dar a conocer las maravillas naturales de la Península de Yucatán. He podido vivir y disfrutar la naturaleza desde niño. Tuve una convivencia muy estrecha con la gente del campo, tanto de los puertos como de la selva yucateca. Creo que se debe compartir la riqueza de la península de Yucatán. Creciendo de un lado para el otro –de las islas, los cenotes, los campos henequeneros, las playas, las selvas– me fui enriqueciendo de una vida de experiencias.

Luego, cuando viví fuera de Mérida (en Estados Unidos, Monterrey y España) se volvió un hábito. Sin embargo, se me ha hecho difícil mover a mis amigos a esas aventuras, les encanta la ciudad, pero me he ocupado, con ellos, de difundir la belleza de la naturaleza de Yucatán, que participen en estas experiencias.

Empecé con este libro a modo de homenaje a una persona que falleció: Joaquín Roche Martínez. Él es el protagonista del libro. Junto con mi padre me llevó a muchos lados para conocer cosas que hoy en día no se acostumbran tanto: montar caballo, pescar, sacar hueches, agarrar sardinas, desenganchar pescados, saber lanzar cordel, saber filetear; también, actividades cinegéticas y la vela, el mar, la selvas de Campeche, que son apasionantes; el trato con la gente del campo que siempre es muy enriquecedor, personas con vidas muy interesantes, con un conocimiento natural que pasa de generación en generación.

-La novela se funda en un corte histórico. ¿Desde cuándo iniciaste la investigación para escribirla? A su vez, ¿hay experiencias de tu infancia y adolescencia que te sirvieron para hacer una reconstrucción de los espacios?

Recopilé información para la novela desde muchos años atrás. Una parte de la recopilación son las vivencias, la fascinación por la naturaleza. Después, cuando falleció Joaquín Roche Martínez, me puse a buscar información sobre su vida, enmarcada en el siglo XX. La idea central es que la novela sea un homenaje para él y para la Península de Yucatán. Tuve la oportunidad de vivir con él. La otra persona que me llevaba mucho al campo era mi padre, Agustín Peón. Él no era hijo de Joaquín Roche, sino su yerno.

Entre las experiencias que me han formado puedo decirte que, a los 14 años, mientras estuve en los scouts, recuerdo que iba a tomar un camión en la calle 50 que me llevaba a Acanceh y de ahí a Homún y de ahí a que llegue el único Jeep del pueblo. Pero a veces el Jeep no llegaba y había que resolver cómo moverse. Y de pronto pasa un truck tirado por una mula, con varias personas. Y llegas a los cenotes y te quedas ahí dos noches. Todo eso te va enriqueciendo. Eso con los scouts.

Pero luego, con mis amigos, viví otras aventuras; recuerdo que construimos una balsa en 1980 y nos echamos una semana viviendo y durmiendo dentro de la laguna de Quintana Roo, en Cancún. La laguna de Nichupté. Todas esas experiencias son la base de mi escritura. Siempre he buscado la naturaleza como complemento de vida.

-Esa cercanía con la naturaleza, la base de tu novela, puede resultar muy arriesgada, ¿verdad?

Claro. Por ejemplo, buceo desde que tengo quince años: en Los Alacranes, en Isla Mujeres en Cancún, en cenotes. Tuve experiencias muy fuertes, incluso amigos a quienes les salvé la vida. Una vez nos metimos con una lámpara envuelta en una bolsa de nylon, totalmente arriesgados e imprudentes. Este amigo se fue por delante y no llevaba la línea de vida –también se le conoce como línea de amarres. Tuve que alcanzarlo para darle la soga; pero ya que lo agarro de una aleta terminamos en un túnel que estaba como a 60 pies de profundidad, metidos en una caverna grande, cubierta completamente de agua. A su aparato de respiración, el diafragma, le entró agua y se paniqueó. Los ojos se le pegaron al vidrio de la máscara y perdió la conciencia. En esa desesperación me arrancó la boquilla. Por suerte, mi equipo era novedoso, con eso que le llaman el octopus, es decir, una segunda boquilla, una de emergencia. Esa tomé. A él lo agarré del pelo para jalarlo junto con la soga. En esos espacios no ves nada, todo es negro. Pones la lámpara frente a tu mano y solo hay partículas de cal, flotando. En eso se zafa la soga. Y la tuve que ir tanteando hasta lograr salir.

También he navegado solo hacia Los Alacranes, con mi barco de vela, y me pasaba una semana ahí, solito. Un barquito de 22 pies. A poca gente se le ocurre viajar en un barco así, pero yo iba fascinado. Cuando les digo a mis amigos, se niegan. “Qué incomodidad”, dicen. En fin, la naturaleza es una de mis pasiones donde el sentido común y la observación son los elementos que, a veces, te hacen minimizar los riesgos.

Luego me metí a hacer espeleología en las cavernas del norte de Nuevo León y de Coahuila. Un día bajamos para echarnos dos días al interior de las cavernas; bajamos cincuenta metros, en una zona donde había una cascadita y llegamos a una laguna. Ahí vivimos dentro de las cuevas. Vine a Yucatán y quise hacer lo mismo, pero nadie tenía equipo. No había ni siquiera sogas adecuadas.

Me metí a las selvas de Guatemala, de Belice. Me metí por el río Motagua, a punta de puros aventones, lanchitas, acompañado por la gente local. Por puras selvas inundadas. De pronto un par de afrobeliceños se pegaron a mí porque solo hablaban inglés. Yo hablo inglés y español. Fue impresionante. Me gusta la aventura.

-Digamos, entonces, que el fallecimiento de Joaquín y tus experiencias con la naturaleza son los detonantes para escribir la novela. Tras la recopilación, ¿cómo te formaste en la escritura? ¿Tomaste talleres?

Cuando esta persona que aprecio tanto fallece –y quien es, junto con mi padre, el que me ayuda a desarrollar este amor por Yucatán– empiezo a hacer el libro: documentación, recopilar material bibliográfico. Mar y Sal, trata sobre las salinas, es uno de los temas principales, el hilo conductor es la sal. Recuperé notas periodísticas y compré libros que existen sobre este tema, tanto en español como en inglés. Contacté arqueólogos, como los hermanos Andrews de Estados Unidos, expertos en la sal de Mesoamérica. Los estudios que se han llevado en Yucatán ellos los han dirigido. Cuando consideré que tenía suficiente material, y logro darle un orden cronológico, digo: “bueno, hay que empezar a escribir”. Yo leo mucho desde chico, principalmente historias reales, no ficción. Es el tipo de lectura que me maravilla porque me permite ponerme en los zapatos de la persona que narra.

Cuando tenía el material suficiente sobre la novela me pregunté cómo darle forma. Un amigo me dijo: “Métete a tomar un curso académico”. Pero en esos cursos todo está lleno de notas bibliográficas. Tienes un tercio de la página con contenido y el resto son puras notas. Me dije no, quiero algo vivo, movido, alegre; algo a través de lo cual la gente pueda aprender y yo pueda compartirles la belleza de la naturaleza desde una línea guía.

Después tomé un taller sobre cómo hacer investigación en hemeroteca. Para eso ya tenía un montón de información: todo un cajón lleno de notas periodísticas. Luego entré a un taller de corrección de cuento, el taller Uayé, y ya somos banda. Ellos son cuentistas, y ahí aprendí que el cuento tiene que ser ágil, tener mucho dinamismo. El cuento no puede dejarte quieto o reflexivo. Es más movido por su brevedad. Allá aprendí a jugar con los diálogos. Y en ese taller, en una sesión que hubo en mi casa, llegó el escritor Joaquín Tamayo. Yo estaba un poco preocupado por la utilización de la técnica en la novela. Él me dijo: “Tú salte de la técnica y escribe. Después ves que escribiste”. Claro, uno tiene que desarrollar su propio estilo, pero ese consejo que me dio Joaquín fue maravilloso. Me senté con todo el material, con el conocimiento, para comenzar a escribir.

Pedro Mauricio Peón Roche y su amigo David. Foto tomada de su fan page de Facebook
Pedro Mauricio Peón Roche y su amigo David. Foto tomada de su fan page de Facebook

-¿Has trabajado, además de Mar y Sal, en otros proyectos de escritura?

Hice una transcripción. También apoyé en un libro de poesía que hizo un hijo mío. Así es como me lancé a escribirlo. Lo que sí noté es que para ser escritor tienes que dedicarte. No es un oficio de tiempo libre, es dedicarse. En mi caso, me establecí rutinas de escritura después de la revisión, y pedí consejos con doctores en Historia para validar la información que metí en el texto, evitar incongruencias, todo eso. Después me dediqué a producir y a revisar los capítulos hasta que llegué al punto en el que me dije: “ya tengo el material listo”. Pero el proceso de encontrar una editorial que te pague y lo publique puede ser muy tardado. He oído que la mayoría de los libros acaban muertos sin llegar nunca a una editorial. Que llegues, que la quieran publicar, que no la cambien toda, que no la corten bajo un antojo comercial. Este libro lo escribo como un homenaje a Yucatán y a las personas que me han precedido, pero sin ningún fin comercial. No cambio mis creencias por las modas.

-Sabiendo que es un proceso tardado, ¿cómo lograste la publicación?

Logré publicar a través de plataformas, en este caso Amazon. Toqué muchas puertas, y dónde pregunté nadie pudo decirme con solidez: “Yo te hago el trabajo”. Porque hay que enmaquetarlo, ponerlo en un corrector ortogramatical acorde a ciertas versiones que se manejan hoy en día, de acuerdo con la Real Academia de la Lengua. ¿Pero cómo le haces con un libro que tiene palabras en maya? A un lado pongo su significado. Este libro usa muchos conceptos yucatecos. Me tomó escribirlo un año y medio, de manera constante: cuatro días a la semana donde invertí cuando menos dos horas. Hay que encarrilar. La inspiración no llega sola, sino trabajando.

-Actualmente te inicias como escritor. Sin embargo, ¿cuál es tu profesión? ¿A qué te dedicas todos los días?

Soy arquitecto e industrial. Como empresario me dedico junto con mis socios, mis familiares, a la producción de la sal, lo cual también me lleva a estar fuera de la ciudad cada semana, en ambientes naturales. La relación de mi familia con la sal tiene al menos 90 años. En 1930 empezó. Si escucho la palabra sal pienso en esteros, playas, gente; me remite a una vida dura, al calor constante, a la amplitud, el espacio. Es un producto que se hace al aire libre. Pensar en sal es pensar en el mar: aves volando de un lado para otro.

-Se podría decir que el título reúne tus dos grandes pasiones: la naturaleza y la familia.

Sí, son puntos vitales, así como la disciplina y el trabajo. El mar también juega un papel importante, que es el Golfo de México. Ese es el escenario que le da vida a la actividad laboral del personaje, Joaquín. Las historias que narro son historias que no existen salvo por versiones orales. Consideré muy importante que no se pierda la microhistoria. Son varias.

Por ejemplo, escribí sobre la llegada del Salvador Alvarado a Mérida, luego del intento defensivo (más bien una masacre); sobre el fusilado de Halachó, a quien mataron tres veces y el señor, de todos modos, vivió; sobre cómo ciertos personajes de la Revolución Mexicana se llevaron el dinero de los yucatecos; la destrucción que generó Salvador Alvarado; el hundimiento de un barco por parte de un submarino Nazi, en las inmediaciones de Isla Mujeres; hablo de Emal, la salina antigua de los mayas, entre muchos otros temas.

Mar y Sal visita Las Coloradas. Foto tomada de la fan page de Pedro Mauricio Peón Roche
Mar y Sal visita Las Coloradas. Foto tomada de la fan page de Pedro Mauricio Peón Roche

-La novela también es una reivindicación familiar. Recuerdo un fragmento en el que se desmiente la relación de tu familia con los piratas.

Era una vacilada. Gente muy ignorante, dedicada a la borrachera y la fiesta, rumoreó cosas de ese estilo por la cercanía que ha tenido mi familia con el mar. Quizá lo encontraban gracioso, pero de ninguna manera. Hay actas de nacimiento documentadas sobre este personaje. Hay un experto en España que hizo un estudio serio sobre esta rama familiar, que es la mía.

-¿Cómo te sientes con el resultado del libro?

Muy contento. He recibido comentarios positivos de mis amigos. Me dicen que, una vez que lo agarran, no lo sueltan. Uno de mis hijos, que no es muy cercano a la lectura, lo terminó en dos días. No durmió para leerlo. “Está muy bueno el libro”, me dijo.  Ahora lo que sigue es una reunión con los medios de comunicación, así como un poco de publicidad con la intención de que se lea el libro por lo que enseña. Tengo más planes: una persona que lo leyó me dijo que hay un cineasta que está haciendo series y está abierto a escuchar cualquier historia interesante. Pero paso a paso. Mi logro ya está hecho. Puedo, con este libro, contar una parte de la historia del siglo XX. Además, tengo una lista de muchas ideas para desarrollar con la escritura: barcos hundidos, naufragios, hay mucho material en la Península de Yucatán.

-Si tuvieras que proponerle a alguien que lea Mar y Sal, ¿qué destacarías?

Que es una novela de carácter universal, porque son los problemas de la vida que todos tenemos. Y es la actitud que tú tengas para enfrentarlos. Cuando Joaquín nació no tenía luz eléctrica en su casa, era una casa en el fondo de la colonia Vicente Solís. El papá no tenía dinero y era hijo de un sastre. El papá crea comercios, le va bien económicamente y educa a sus hijos. Él, Joaquín, en algún punto se tuvo que ocupar de su papá, de su mamá y de sus cinco hermanos. Cuando enamoró a su mujer, los padres estaban preocupados porque no tenía recursos. Al final de su vida, el fruto del trabajo de Joaquín sigue dando ayuda a personas necesitadas.

-Pedro, un comentario para cerrar.

Considero que todas las personas somos una historia. Todos tenemos algo que contar. Nuestras situaciones, nuestro dolor, nuestra alegría. Todo aquel que considere que tenga anécdotas benéficas, que no se eche para atrás, que las cuente. No importa la falta de técnica. Siempre habrá una manera de sacar esas historias a la luz.


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