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Por David V. Estrada

Ciudad de México, 26 de enero de 2022 [03:04 GMT-5] (Neotraba)

Dos miradas de Japón que se despiden

La vida del escritor nipón Yasunari Kawabata fue como la de muchos japoneses de la primera mitad del Siglo XX: un largo camino de pérdidas, renacimientos y revoluciones internas, además de un férreo tesón por no perderse en la marejada de cambios culturales y sociales que suscitó la destrucción provocada por la Segunda Guerra Mundial.

Huérfano de toda familia en la adolescencia, tomó el camino de las tradiciones para poder llevar consigo su viejo Japón dentro de su alma. Sin embargo, también se nutrió de las vanguardias europeas para generar un estilo híbrido que dio una especie de impresionismo japonés literario en “Kioto”, una de sus más célebres novelas que lo llevaron a ser el primer japonés en recibir el Premio Nobel (1968), antes de decidir terminar con su vida en 1972.

Dicha novela que toma el nombre de la antigua capital que por más de un milenio fue la cede del imperio japonés, es un interesante estudio alegórico de los dos países y las dos generaciones que cohabitaron en un mismo espacio repleto de templos y antiguas creencias, en una ciudad que, librada de los bombardeos de la guerra, comenzó a registrar el inexorable paso hacia un nuevo camino de incertidumbres.

Kioto habla de Chieko, una joven adoptada y acomodada en una familia que se dedica al diseño y la venta de kimonos. Ella siente la necesidad de conocer su origen a pesar de contar con todo lo que cualquier joven soñaría: una familia amorosa y una buena situación económica. Por otro lado, y ya avanzada la novela, surge Naeko, la hermana melliza, una joven campesina a quien Naeko conoce por casualidad en una de las tantas celebraciones rituales budistas y sintoístas que suceden en la ciudad.

Yasunari Kawabata. Foto de dominio público, utilizada en la contraportada de la edición de Austral.
Yasunari Kawabata. Foto de dominio público, utilizada en la contraportada de la edición de Austral.

Muy posiblemente Chieko, quien juega el papel protagónico de la novela, es la representación del nuevo Kioto: un ente sociable consciente de sus raíces debido a la relación que tiene su padre adoptivo con el comercio de los kimonos y el apego a las múltiples costumbres ancestrales de su comunidad, pero también una persona muy informada de los nuevos negocios y religiones e inmersa en la nueva vida comunicada por los trenes y la mezcla de factores que trajeron consigo la invasión cultural y tecnológica de occidente.

Por otro lado, Naeko representa a ese Japón campesino totalmente inmerso en las viejas tradiciones y creencias que unen su vida a los dioses de la naturaleza y los elementos que permiten la subsistencia humana y que se niegan a aceptar el paso de la modernidad; por eso le resulta tan complejo poder relacionarse con su hermana encontrada. A pesar del amor filial que les une, hay un dejo de ese orgullo oriental por no dejarse someter ante lo ajeno y adverso a sus creencias.

Otro personaje que fundamenta este tránsito difícil de las antiguas costumbres a la modernidad es el de Takichiro, el padre adoptivo de Naeko, quien siendo joven, inspirado en las corrientes culturales europeas, comenzó a diseñar kimonos con una influencia pictórica basada en el impresionismo y la abstracción, además de tener ayuda de enervantes para crear sus jóvenes diseños, pero el paso del tiempo, cimbrado en la vuelta a los viejos preceptos y rituales, ya sin el uso de psicotrópicos, lo hicieron un diseñador en decadencia, más preocupado en el porvenir de su negocio, que en el de seguir su viejo camino artístico. Tal vez este personaje sea la representación del mismo Kawabata, quien añorante de sus viejas glorias y sus viejas pasiones de juventud, ya no encuentra cabida en un mundo que avanza con vértigo hacia un futuro desapegado de todo lo que conoció y lo formó como escritor.

En definitiva, este libro reeditado el año pasado por Editorial Planeta bajo su sello Austral, es una novela para aquellos que gozan de una literatura que no tiene prisa por suceder, sino por reactivar las sensaciones del lector en pasajes y sucesos que son más allá de lo que se lee en primera instancia. Por último, no me gustaría irme sin compartir una cita del prólogo a la novela del poeta argentino, Silvio Mattoni, que me parece realmente brillante y encierra mucho de la grandeza de este libro y la obra artística del maestro Yasunari:

“Los personajes de Kawabata pueden encontrarse, como dos antiguos amantes que pasan años sin verse, sin saber nada el uno del otro, y a quienes el infundado impulso de viajar por última vez en un viejo tranvía vuelve a reunir, aunque no para que regrese lo irrecuperable –la juventud y su intensidad–, sino para atesorar ese mínimo recuerdo: encontrar por azar a alguien que se amó, o que se puede amar alguna vez sin demasiada decisión, en uno de los últimos recorridos de un tranvía que los años están a punto de vencer”.


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