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Por Berenice Aguilar (@bere5n)

Puebla, México, 16 de abril de 2021 [00:03 GMT-5] (Neotraba)

Hay diálogos que resultan naturales, amables y cultos. Voces que invitan a la reflexión y al surgimiento de ideas distintas, nuevas o renovadas; esa voz fue la de Brenda Ríos al otro lado de la pantalla –desde una ciudad cercana a la brisa costera–, con una sonrisa amable y con un intelecto desaforado y divertido.

Brenda Ríos es ensayista, poeta y traductora mexicana. Autora de diversos libros y ensayos, entre ellos Del amor y otras cosas que se gastan (2005), Empacados al vacío: ensayos sobre nada (2013), Las canciones pop hacen pop en mí (2013), Escenas del jardín (2015) y Raras. Ensayos sobre el amor, lo femenino y la voluntad creadora (2019).

Este último recopila el diálogo de Brenda Ríos con las autoras que, en algún momento, la llevaron a reflexionar sobre lo poético, el lenguaje y lo femenino.


Berenice Aguilar. Tu libro se llamaba Visión de las aves, ¿por qué decides cambiarlo y qué deja entrever el título actual?

Brenda Ríos. Es una historia extraña. Originalmente, se iba a llamar Las raras, como un homenaje a Los raros de Rubén Darío. Mientras terminaba de escribir el libro, en la revista Letras Libres salió un número especial de escritoras entre España y México que se llamó Las raras. Mi editora y yo, después de eso, buscamos como locas un título.

Personalmente, me gustaba bastante el título Visión de las aves, por ello hicimos una prueba. Le pregunté a mis amigos lo siguiente: si ves un libro en la librería titulado Visión de las aves y otro que se llame Raras, ¿cuál compras? Por supuesto, todos eligieron Raras. Al final, se nos olvidó el número especial de Letras Libres y regresamos al título original, sin el artículo.

Turner editó otro libro titulado Agudas, de la ensayista inglesa Michelle Dean, el cual habla de las mujeres poderosas, blancas, letradas e inglesas. Las agudas son Joan Didion, Dorothy Parker, Hannah Arendt, etc. Es decir, mujeres que podían causar daño con la agudeza de su lengua. Ese libro salió casi al mismo tiempo que el mío. Entonces, ya estaban Las raras y Las agudas.

Yo hablo de otra cosa. En Agudas,–voy a decir una barbaridad–, las mujeres tenían un espacio más seguro de poder, vinculado a la escritura. En cambio, mi libro habla de esas mujeres que hacen una equiparación entre la vida privada y la obra. Lo difícil que es hacer, donde el costo fue muy caro.

BA. ¿Qué es lo raro para Brenda Ríos?

BR. La palabra ‘rara’ refiere a lo que no está dentro de la norma. Puede ser algo que te llama la atención porque no acaba de embonar, o incluso referir a algo monstruoso, que no encaja en un molde.

Lo monstruoso es muy cercano a lo extraordinario, tiene esa vicisitud de relacionarse con algo terriblemente maravilloso o terriblemente feo. ‘Rara’ va por ahí, es una persona sin clasificación per se, es todo lo considerado fuera de la norma o normalidad. Son personas incómodas en su contexto o ambiente.

BA. ¿Qué importancia tiene retomar al ensayo como género literario?

BR. El ensayo es un género muy fuerte, en él me siento muy cómoda. Creo que el ensayo me permite tener más versatilidad o plasticidad que otro género.

La poesía, por ejemplo, se expande en sí misma, es un formato y es un lenguaje. El ensayo me permite ir hacia la crónica, ir hacia la expansión mental. Me permite experimentar, colocar poemas, cartas, etc. Eso es lo maravilloso del ensayo.

BA. ¿Cuál es la importancia del lenguaje para estas escritoras?

BR. Depende de cada escritora. Pensemos en Emily Dickinson, quien vivó prácticamente sin salir de su casa y de su habitación, su totalidad eran sus libros. Ahí se contrapone lo que comúnmente se consideraba parte del escritor: la experiencia, el viajar y conocer, salir. Emily es todo lo opuesto, únicamente le queda su lenguaje, el cual es vasto y amplio.

Personas como Anne Sexton y Lucía Berlín trabajaban desde su lenguaje.

Todos tenemos un lenguaje, tú y yo podemos tener un bagaje quizá más amplio que el de un estudiante de preparatoria, el cual usa un promedio de doscientas palabras. Supongamos que ambas tenemos cuatrocientas, la pregunta es: ¿qué hacemos con esas cuatrocientas? Puedes inventar nuevas, llevarlas a otro lado. Las agotas y gastas.

Algo interesante de un taller es visualizar las repeticiones lingüísticas del otro y propias. Surgen las palabras totales –así me gusta llamarlas–, las cuales son: todo, nada, nunca, siempre. Si consideramos estas palabras, nos damos cuenta cómo nuestro mundo y las cosas se limitan.

La mayoría de estas mujeres tomaron su lenguaje y lo convirtieron en otra cosa. En los cuentos de Inés Arredondo nunca se repite el mismo adjetivo. Imagino a esta mujer encerrada en su casa, sin poder salir hasta encontrar el adjetivo adecuado. Eso es dedicación: no poder salir hasta encontrar la palabra que refiera absolutamente esto que quiero clasificar o escribir.

Ese es el talento, retomar el lenguaje común o cotidiano, y convertirlo en otra cosa. Machacar el lenguaje, se relaciona más con el tesón y la disciplina de sentarse y no salir de ahí hasta encontrar la palabra correcta.

BA. Mencionabas en tu libro que el lenguaje poético llega a ser muy cotidiano. ¿Qué relación tiene el pensamiento, la poesía y la vida?

BR. Hace muchos años, hice un proyecto —que no publiqué nunca— sobre Alejandra Pizarnik, María Zambrano y Clarice Lispector. Posteriormente, hice mi tesis de maestría sobre Lispector y me quedé con ella.

La Filosofía te da la ilusión de poder entrar en ella. Me pasó cuando leía a Roland Barthes y lo sentía mi amigo, podía hablar con él. Hace poco quise volver a leer Fragmentos de un discurso amoroso –me sentía muy segura con ese libro– y no entendí nada, no pude entrar de nuevo a él. En cambio, cuando leí a Zambrano me encandilé, su libro Filosofía y Poesía me pareció muy diáfano.

María Zambrano me acompañó un rato y me hizo pensar. No importa si coincidimos o no, me hizo reflexionar y siempre estaré agradecida por ello. Me gustó especialmente cuando afirma que el filósofo siempre va a buscar las cosas, es un explorador; en cambio, el poeta es quien no busca y encuentra, ese es el truco. El filósofo, en el fondo, sólo explora el pensamiento; el poeta, al no pretender, halla las cosas. Eso me pareció fantástico, al poeta le van a caer las verdades y, como no se encuentra en su búsqueda, puede que no las escriba ni las acomode. Ahí hay una revelación poética prohibida al filósofo.

Este descubrimiento me pasó con Fátima Vélez, poeta y escritora colombiana. Ella encontró una semblanza de Wikipedia sobre una actriz porno y la convirtió en poema. La historia de Wikipedia es el poema, eso es lo bello.

La página dice tal cual: la actriz tenía doce años cuando salió de su granja y fue violada, llegó con su madre a decirle lo que había sufrido y su madre la ignoró, ese suceso la marcó para siempre; por eso se llevaba bien con los animales, porque el mundo humano fue cruel con ella, de ahí se vuelve una actriz porno cuyo talento es ayuntar con los animales, dejaba que la filmaran porque eso le daba dinero para mantener la granja, misma que era su obsesión. Entonces, si no es más cotidiano que una semblanza de Wikipedia, qué más puede ser.

Chantal Maillard, poeta, escritora y teórica de origen belga, también me gusta mucho. Como ensayista es maravillosa y como poeta fantástica. Es un poco del estilo de Anne Carson, quien es profesora de Filosofía, incluso tiene poemas donde, además, da lecciones de Filosofía. Aunque ame a Carson, debo confesar que de repente me cuesta muchísimo entrar a sus poemas: debes ir a otros libros a investigar sobre lo que habla. Otras veces nos remite a tal libro de Aristóteles, de tal folio y tal página. Como lector común te queda averiguar, si aún con todo esto, el poema vale la pena. Así no se convierte en un lenguaje de unos nerds para otros nerds.

BA. ¿Por qué consideras que la sexualidad femenina explicita, aún en nuestros días, continúa siendo provocadora?

BR. El cuerpo femenino en Occidente tiene un asunto de control. En México, así como en la mayoría de los países católicos, el cuerpo tiene una penalidad social. Quien controle el discurso religioso va a controlar el discurso social. Incluso si eres atea (o), vivimos en un país predominantemente católico.

Es muy complicado tener un cuerpo. Tenemos uno, pero debemos de ocultarlo, esconderlo para no provocar –hay que recordar que las provocadoras son las mujeres. En otras palabras, no hay discursos de contención del hombre y sus deseos, él es salvaje y bestia descontrolada. Hay una separación entre el cuerpo masculino y femenino.

El cuerpo femenino está vinculado al espacio público, por lo tanto, no puedes mostrarlo ni mostrar tu deseo. Hay una cuestión de castigo social, es muy complicado que alguien diga “yo deseo, yo quiero y puedo estar con varias personas a la vez”, como lo hacía Anaïs Nin quien solía estar con tres o cuatro amantes. Pienso, también, en Reynaldo Arenas que en un día estuvo con más de doscientas personas en la playa, doscientos hombres, cuerpos, atravesando el suyo.

El cuerpo es una estancia política, no se nos puede olvidar. Por eso, el aborto es un tema tan difícil en México, Chile y todo lugar católico. El mensaje es que nadie puede ser dueño de su cuerpo. “Tú no eres nadie para decidir o para abortar”, eso es lo que nos dicen con la negación al cuidado del cuerpo, aunque sea un asunto de salud pública y deberían de ser gratuitos, como en Cuba.

Aún hay mucho trabajo por hacer y el trabajo pesado les tocará a las generaciones jóvenes: reconstruir, a partir de los afectos, las distintas maneras de involucrarse con los demás. La institución familiar, el matrimonio monógamo, la adopción, la maternidad, la paternidad, son temas a reconfigurarse.

Portada de Raras, de Brenda Ríos.
Portada de Raras, de Brenda Ríos.

BA. ¿Por qué deberíamos recuperar el origen de la memoria femenina desde todas estas escritoras o creadoras?

BR. La memoria es colectiva en el sentir de la vida. Pensemos cómo vivía alguien de la Inglaterra del Siglo XIX o de Puebla en el Siglo XX, en cómo vivía Lucía Berlín, y a partir de esto reconfigurar.

Desde hace mucho, me interesa saber de qué hablamos las mujeres cuando estamos solas, con las tías o con las mamás. Hay un mundo secreto entre hombres y mujeres, lo ideal sería que no existiera el género, como decía Virginia Woolf, y la escritura fuera andrógina. Aún no llegamos a ese punto de evolución.

Me interesa leer a mujeres. Pensemos que mientras los hombres de todo el Siglo XX hablan de la guerra o los del Boom Latinoamericano de dictadores –hombres huérfanos que llegaron al poder–, las mujeres hablan –con Isabel Allende, Marcela Serrano, Ángeles Mastretta y Guadalupe Loaeza– de matrimonios, relaciones sentimentales, etc.

Estas mismas mujeres llegaron a vender muchísimo en Cal y Arena o Alfaguara y, aun así, fueron consideradas como literatura basura. Había muchos prejuicios sobre la literatura femenina, no se consideraba que dentro de sus historias existía un contexto histórico y político muy específico.

Ahora hay un nuevo boom de mujeres escritoras que hablan del horror de vivir en América Latina. Eso es lo interesante, cómo pasamos de hablar de matrimonios a cuestiones más fuertes. Hay un proceso y una estructura sobre este discurso y vuelve a lo político.

BA. ¿Consideras que la literatura o cualquier tipo de arte realizado por mujeres contenga en sí mismo un modo de ver, ser o situarse, distinto?

BR. Más bien, hay una manera de narrar la posibilidad de ser distinta. Como si se fijaran en otras cosas. No lo sé, lo podemos seguir pensando.

Considero que hay hombres muy sensibles. Ahora leo a un escritor vietnamita homosexual, el cual tiene una sensibilidad maravillosa. Es como si escribiera una mujer. Quizá está en el inter de los dos géneros. Es decir, toma la violencia masculina y la sensibilidad femenina. Quizá pronto hablaremos del tema y no del género, del problema literario.

BA. En una entrevista anterior, Eve Gil mencionaba sobre la escritura andrógina el no saber desde dónde se realiza. ¿Eso podría liberar a la literatura?

BR. Sí, a mí no me gusta usar la x. Prefiero usar los y las. La x aún me causa mucho ruido, quizá porque soy de la vieja escuela.

Se me ocurre tener –pero no existe en español–, un it, el pronombre sin género o degenerado del inglés. Imagínate que exista un it en español y no sepamos si refiere a él o ella, sería maravilloso y nos resolvería todo.

Lo confieso: me encantaría –a veces–, no saber el nombre del autor, sería bonito leer el libro sin saber si es de Puebla o de Monterrey, porque también es una cuestión de juicio, establecidos por cuestiones de geografía, culturales o de género.

BA. En la crítica literaria feminista, ¿cómo verías esos problemas que acabas de mencionar?

BR. Me quedé en el debate de Camille Plagia, la antifeminista. Procuro no leer crítica literaria feminista porque –voy a ser muy honesta–, ya me aburrí. Sé que es muy necesario y tenemos que educarnos. Por ahora estoy concentrada en la literatura y deje la crítica a un lado.

Me abrumó el hecho de leer a las feministas blancas de Nueva York y me dijeran que no debía de hacerlo porque debía de leer a las Latinoamericanas, etc. Para mí, eso implicaría dos años de posgrado y no tengo tiempo. Pero esa soy yo. Por supuesto, es importante saber a dónde pertenecemos, qué nos toca comprender y qué nos toca decir. Por ahora, yo no puedo con el discurso del género.

BA. ¿Qué te depara el 2021 en lo literario?

BR. Trabajo en un libro sobre hombres, le llamo Hombres de verdad. Las premisas son: ¿Qué significa ser hombre en el Boom latinoamericano? ¿Qué significa para Vargas Llosa ser hombre? ¿Para Rulfo, Revueltas…?

Además, realizo texto sobre Susan Sontag, a propósito de la biografía de Benjamin Moser. Escribiré sobre Sontag y la cuestión complicada de su homosexualidad.

Retomando la penalización del cuerpo –de unas preguntas atrás–, aquí viene la auto penalización. La negación del placer o sacrificar el placer –volvemos otra vez al sacrificio de la mujer. Susan sacrificó el placer sexual por el intelecto, es decir, se casó con él.

BA. A diferencia de Anaïs Nin, que hizo una amalgama entre ambos.

BR. Qué bueno que la mencionas, porque si lees el diario de Sontag titulado Renacida –editado por su hijo David Rieff–, es la antítesis del diario de Anaïs Nin. Sontag no narra ni cuenta su día, únicamente pone puntos y hace lo que parece una lista de súper, en cambio Nin te cuenta la novela completa.

Anaïs también se enamoraba de la inteligencia. Si vemos la lista de sus amantes, ninguno era particularmente hermoso. En resumen, son dos seres completamente distintos, una piensa con el cuerpo, con lo sensorial y las pasiones; la otra es seca como hueso.

BA. ¿Qué consejos le darías a las escritoras jóvenes?

BR. Mi mejor consejo es: si nadie te va a echar porras o si no tienes una tía como Xavier Velasco —la cual mantuvo lo mantuvo para que se dedicara a escribir El diablo guardián— , lo menos que puedes hacer es echarte porras tú. Si no hay estímulos de afuera para que tú te dediques a escribir, entonces tienes que sentir que vale la pena, que tienes un lenguaje y que tienes algo que decir.

BA. ¿Por qué escribes?

BR. Uno no se zafa de la escritura.

Escribo porque me gusta descubrir, y algunas cosas sólo las descubres en la escritura. Hay textos que te llevan a otro lado mientras los escribes, o autores que te encadenan a otros. Es muy bonito y visible, particularmente en el ensayo. Te encadena, es lindo ver hasta dónde te puede llevar el texto.

Sigo escribiendo porque aún tengo curiosidad. El día que ya no la tenga, dejaré de hacerlo.

Me gusta mucho la escritora húngara Agota Kristof –si hago un Raras II, la voy a incluir. Le preguntaron, por qué dejo de escribir –tiene muy pocos libros– y ella respondió: “ya dije lo que tenía que escribir. Si continúo escribiendo, voy a decir exactamente lo mismo”. Eso me pareció maravilloso, es hermoso que una persona diga “ya conté lo que tenía que contar”.

Considero que, si ya dije lo que tenía que decir, sólo valdrá la pena seguir leyendo.

Brenda Ríos. Autorretrato. Cortesía de la autora.
Brenda Ríos. Autorretrato. Cortesía de la autora.

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