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Por Luis Manuel Pimentel

Todas las ilustraciones son de Ramón Pimentel

Puebla, México, 27 de mayo de 2022 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

La torre pájaros
La torre pájaros

Capítulo. La transformación

(Fragmento)

Cuando me di cuenta de que todos los habitantes de la torre se enfermaban, me dio una extraña sensación. Mi madre llamaba a mi madrina para decirle que a la vecina le daban fuertes mareos y el escalofrío no le pasaba con ninguna pastilla, que la tensión arterial la tenía muy baja y que al inhalar era como si se le metiera por los bronquios un aire grueso que casi no la dejaba respirar, además de que tosía.

La sintomatología la empezaron a tener todos sin excepción, incluso mi mamá estaba preocupada porque a pesar de que aún no tenía los signos, supo que de seguir así, pronto le aparecerían. En la torre de 9 pisos había 79 apartamentos, en cada apartamento vivía, por lo menos, una pareja. En general, las familias constaban de 4 personas aproximadamente, así que eran más de 300 personas que subían y bajaban todos los días.

La señora Fanny, la vecina más próxima, llegó hasta la puerta diciéndole a mi mamá que no aguantaba las náuseas; en eso, mi madrina la volvió a llamar para decirle que la señora Hilda María, del piso 5, ya tenía los síntomas y que la señora Luisa, del piso 3, también. Mi mamá salió del apartamento y vio como en cada uno de los pisos las personas tosían sin parar, entonces fue a la cocina, abrió la nevera y, persignándose, tomó un brebaje de hierbas silvestres que preparaba para evitar enfermedades.

En la torre se vivían momentos de tensión, aquellos síntomas de un virus se convertían en un calvario que, hasta ahora, no tenía un santo que lo curara. La señora Olinda, del piso 2, quien aún no se sentía mal, llegó hasta la planta baja para ayudar a la señora Dominga, a quien en días recientes se le había muerto un hijo, quizás salvándose de lo que vendría. Cuando la señora Olinda pudo acostar a su amiga en la cama, al regresar a su apartamento se encontró con que el señor Cristo tosía recostado a la pared y trató de agarrarle las manos porque parecía que le iba a dar un infarto, como pudo, lo sujetó y lo llevó al apartamento, pero cuando entró, vio que los hijos de Cristo: José, Cristo Junior y Mariel también estaban prendidos en fiebre con las manos en la garganta, como si ya no pudieran agarrar más aire.

Mamá
Mamá

Mi mamá llamó a mi madrina para ver cómo estaba, pero ella no quiso decirle nada, sin embargo, la tos la delató, por lo que, de inmediato, subió hasta el piso 6. Cuando entró al apartamento se dio cuenta de que hervía en fiebre, pálida, con náuseas, le faltaba la respiración. Bajó rápido a buscar un acetaminofén y ver si con eso se le pasaba el malestar, pero mientras registraba su estuche del pastillero, le dio un fuerte mareo.

Ya la gente no aguantaba más. Casi todos los habitantes salían a respirar el escaso aire que les llegaba y fue en ese momento cuando mi mamá, desde la baranda, vio al niño Francisco, que no pudo soportar más lo que sentía por dentro y empezó a vomitar pájaros; por un momento creyó que era una alucinación y se lo achacó a los años, mientras el niño, a medida que vomitaba más pájaros, se sentía mejor. La señora Hilda María bajó un piso para ver si la podían socorrer, cuando de pronto, al agachar la cabeza, de su boca salieron pájaros de muchos colores; igual pasó con la señora Olinda, la señora Luisa, el señor Cristo y sus hijos, la señora Fanny y, así, con todos los habitantes de la torre, quienes ahora eran perseguidos por los pájaros que vomitaban.

La torre pasó a convertirse en una jaula gigante; mi mamá, al ver la transformación, se metió en el apartamento a llamar a mi hermana para que viniera rápido porque se empezaba a sentir peor, colgó, y mi hermana que vivía a 5 cuadras, salió corriendo para ver cómo podía socorrerla.

Al llegar, la encontró acostada en el mueble, había puesto en el piso una cubeta porque ya no aguantaba más el estómago y justo en ese momento, vio como a nuestra madre le empezaron a salir pájaros de la boca, mientras echaba para afuera todo lo que tenía por dentro.

Los pájaros volaban por el apartamento como si fueran nubes multicolores, era cientos de ellos en las habitaciones, se metían a los closets, se paraban sobre el televisor, daban brincos por las camas, paseaban por la cocina; mi hermana, como podía, los sacudía con sus brazos sin hacerles daño. Ahora los apartamentos de la torre lucían repletos de pájaros.

Pájaros
Pájaros

Poco a poco mi mamá se fue recuperando, pero ahora era mi hermana a la que le salían pájaros como hilos amarillos y negros que soltaba cada vez que regurgitaba con la cabeza afuera de la ventana. Cuando acabaron de vomitar, las dos se sentaron en el mueble y comentaban que no había manera de que los pájaros se fueran. Caminaron hasta donde la señora Fanny, la vecina más próxima; al entrar, sus hijos y nietos miraban a los pájaros rozando el techo como hipnotizados por un caleidoscopio. María Eugenia, la única hija hembra, al salir del hipnotismo puso cara de incredulidad, entonces, en tono de chanza, jugaba que al estirar la mano se le paraban en el brazo la mayor cantidad de pájaros como si fuera una estatua de plaza. “La Santa María Pájara”, le dijo mi hermana, mientras se reían de lo que nunca creyeron que podía existir.

Por el pasillo del piso 4, la señora Adela y sus hijas: Blanca, Rosa y Virginia tenían pájaros en sus cabezas; ni se diga Corito y Dennys, las hijas de la señora Zobeida, a quienes las picoteaban como si probaran en ellas la dulzura de la virginidad. De a poco, iban llegando los vecinos cerca del ascensor para conversar sobre lo sucedido. “Comadre es posible que este virus se haya metamorfoseado en un nuevo sistema de vida”, dijo la señora Zobeida con una pizca de nerviosismo al hablar, dirigiéndose a mi mamá.

La señora Isidora bajó del piso 9 para decirle a mi mamá que su perrito también se sentía mal, pero que no creía que fuera a vomitar como todos lo hacían porque lo del perro parecía otra cosa, le salía espuma por el hocico, de todas formas, mi mamá no tenía cura para el perrito; en tal caso, para uno que otro vecino que la buscaba con la finalidad de que le tomara la tensión o le prestara primeros auxilios si es que estaba a su alcance. Por eso la señora Bibi, del piso 6, le decía la doctora. Así que la señora Isidora volvió al piso 9, solo que esta vez al subir, escalón por escalón, llevaba una estela de pájaros blancos que le alumbraban el camino.

La vecina grandota, a la que le decían La China, junto con Mónica, la blanca madre joven, ambas del piso 8, no dejaban de creer que eso se debía a un milagro de la naturaleza, porque a pesar de que el planeta sufría con la cuestión ambiental, la misma naturaleza buscaba equilibrar sus ciclos y este, quizá, era un caso de la reconversión por un mundo mejor.

La China y Mónica estudiaron veterinaria en la universidad y por eso supieron que el virus que se transformó en pájaros no era ningún experimento radioactivo de compañía farmacéutica alguna, sino una forma de generar una respuesta casual al misterio del amor por lo natural y lo natural por el amor como un complemento que se integraba en cada una de las plumas, en los poros dentro y fuera de cada mujer y hombre, “un momento distinto para la historia de la ecología y la ciudad”, dijo Mónica, mientras se entretenía mirando un pájaro que se le paró en un seno.

Matas
Matas

La reunión casual que se dio frente al ascensor del piso 4 terminó con la condición de que cada habitante de la torre debía dejar que los pájaros fueran parte de la cotidianidad. Mi madrina alertó a todos que, después de las 6 de la tarde, los pájaros buscarían un espacio oscuro para dormir, en cuyo caso, tenían que cubrir la torre con una tela gigante, aunque pareciera una tarea titánica e imposible.

Mi mamá escuchó a lo lejos el teléfono y fue rápido al apartamento a contestarlo. Era mi otra hermana, que había pasado con su carro por la avenida y detalló que la entrada de la torre se veía repleta de pájaros y no entendía el porqué. Mi mamá le comentó lo que ocurría desde temprano, y a pesar de la mente mística de mi hermana, no pudo llegar a una conclusión de buenas a primeras.

Mi madrina subió para decirle a su esposo, el señor Ramón, que era mejor soltar los pajaritos que tenían en la jaula porque ya no tenía caso tenerlos allí. El señor Ramón, al escucharla, se agarró el bigote, sonrió y con su dedo le indicó que mirara la jaula, porque ya los había liberado, sin embargo, los pájaros se quedaron revoloteando dentro de la sala hasta que lograron meterse entre las almohadas de ellos dos. Mi madrina le comentó la preocupación de que ya caía la noche, y que, así como ellos le ponían la manta a la jaula para que los pajaritos durmieran bien, se preguntaba cómo podían hacer ahora con toda la torre. El señor Ramón antes de responderle fue al equipo de sonido y puso la canción Aguanile, en la voz de Héctor Lavoe con la trompeta de Willy Colón, y empezó a bailarla como si estuviera poseído por el espíritu de Yemayá. Los pájaros lo veían bailar y mi madrina sonreía porque, sin quererlo, aquel rito le parecía que concordaba con lo que sucedía.

Chica
Chica

Cuando terminó la canción, el señor Ramón fue hasta su habitación y sacó del closet una gruesa cobija matrimonial. Salió al pasillo, se subió en una banqueta, con un clavo precisó una punta que fijó de un solo golpe con el martillo; así hizo con la otra punta y en la mitad, dejando esos metros del pasillo más oscuros. Llamó a mi madrina y le mostró aquella idea que podía replicarse entre los habitantes de la torre, y ahí se dio cuenta de que la atmósfera de la noche que necesitaban los pájaros, también era para él, otra forma de ver el Todopoderoso entre el cielo y la tierra.

Pájaro
Pájaro

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