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Fotos y texto por Citlal Solano

Sierra Norte de Puebla, México, 22 de junio de 2020 [00:22 GMT-5] (Neotraba)

“SI CON EL NOMBRE DE INDIOS NOS HUMILLARON Y EXPLOTARON, CON EL NOMBRE DE INDIOS NOS LEVANTAREMOS Y VENCEREMOS”

– Lema de la Organización Independiente Totonaca, Puebla.

Que se lea así, en mayúsculas. Que se lea fuerte y claro, con fervor, coraje y dignidad el lema de la Organización Independiente Totonaca (OIT).

Si a estas alturas nos conmociona el abuso a quienes defienden sus tierras y territorios, nos molesta e incluso nos provoca ira, pensemos en ellos, pensemos en los que siguen en pies tambaleantes, en quienes sembraron las semillas de dignidad de quienes luchan –de quienes seguimos luchando.

Si bien organizaciones como la OIT surgen desde abajo, desde la marginalidad social y como resultado de la opulencia de los malos gobiernos y sus cómplices, los grupos que nacieron después de esto retomaron la lucha por la dignidad, la lucha por su justo reconocimiento como la base que sostiene a la sociedad.

No se trata de “minorías” ni de grupos de tercos e ignorantes. Se trata de sujetos que se reconocen como actores de cambio, como responsables de su devenir, y eso es lo que le pesa a los poderosos.

“Si con el nombre de indios nos humillaron y explotaron, con el nombre de indios nos levantaremos y venceremos”. Ese potente mensaje llegó a mí –y a muchos más– en un proceso de asimilación del despojo que se vivía en el país. Fue un faro que me permitió conocer a la gente más precisa, a verdaderos luchadores, a hombres y mujeres preparados y decididos a no permitir ser pisoteados de nuevo. Gente osada con el objetivo de cambiar su historia de escribir un capitulo distinto.

El caso de la OIT no es el único que ha rugido con fuerza, pero su lema genera un eco que pocos han logrado. Al sur, en la Mixteca Poblana, también se encuentra otro grupo que se ha mantenido firme con la conformación de la Cooperativa Atotonilco y bajo el mandato y guía de una mujer digna y rebelde.

El abuso de poder, el despojo y desposesión, la esclavitud y el silencio implantado de nacimiento como etiqueta de pobreza, de indio, de peón e ignorante, han sido piezas que se acumularon con el tiempo. Pero el detonante ha sido quizá el destierro, el pretender arrancar sus raíces de sus territorios por diversos medios, por la segregación y el miedo.

¿Cómo entender la fuerza del campesino que lucha por su territorio?

Pienso que es como tratar de comprender el plegamiento de los suelos. Cuando caminamos por las carreteras de las sierras es posible observar los muros que se doblan, espiralan y sobreponen horizontal y verticalmente; sabemos que se necesitó de una gran cantidad de energía para doblarlos, para plegarlos tan precisamente. Fue necesario tiempo, constancia, presión y una fuerza que sabemos debió ser “demasiada o suficiente”, pero la cual somos incapaces de dimensionar, de imaginar tales magnitudes.

Foto de Citlal Solano

La lucha que ellos llevan podríamos verla de manera similar. Sabemos que luchan por la defensa de la vida, de la dignidad, por cambiar una condición de opresión a la que fueron atados y sometidos desde antes de nacer. Pero, ¿qué aviva su rabia? Eso sólo lo podemos interpretar desde nuestra posición, desde nuestros privilegios, y eso nos imposibilita entender en su totalidad ese rigor que mueve a la organización indígena y campesina a lo largo y ancho del país.

Ese trasfondo que mueve las luchas campesinas e indígenas en defensa del territorio tiene un pasado desgarrador, sangriento e inhumano. Es ese mismo pasado el que impulsa a sus participantes a levantarse con planes de vida, proyectos que abogan por otras formas de vivir, otras formas de existir.

Sin embargo, el ya generalizado discurso del desarrollo, del progreso y crecimiento, ha implantado en el imaginario de muchos serranos la idea de que en realidad quizá ellos son los necios que se aferran a un pasado de pobreza. Aún entre tanta incertidumbre hay quienes se mantienen inquebrantables sosteniendo la idea de una relación distinta con el lugar al que pertenecen.

Lo que para empresarios, élites sociales y diversos sectores de la población civil representa ignorancia y atraso, para los abuelos y jóvenes combatientes es digna rebeldía, es la más férrea manifestación de resistencia.

Foto de Citlal Solano

“Nosotros nos seguimos vistiendo con traje típico, no porque no conozcamos otra ropa, sino porque conocemos nuestro pasado.

Nosotros hablamos la lengua y tenemos escuelas bilingües, no porque no queramos o podamos aprender castellano, sino porque es nuestra forma de resistir.”

Habitantes de Huehuetla

Como ellos cuentan, a veces, “hubo un tiempo oscuro en que nos trataron como bestias que movían sus mercancías, nos esclavizaron y pisaron tanto que nos enraizamos sin que se dieran cuenta. Ahí entendimos que sin nosotros ellos no podían hacer sus vidas”.

Su proceso de apropiación se ha gestado en entornos adversos y orillados siempre a la confrontación, a poner el cuerpo, a ser su propia arma y escudo. Han sido tantos años de atropellos que poner la vida para defender la misma es una opción válida desde su mirada.

No es la única, pero si la última si se trata de mantener viva su esencia. Y es lamentable que sea ese el límite de nuevo. Duele saber que se romantiza esa posibilidad como si fuera el odio y el destierro lo que debiera mover las luchas del campo y no lo que ellos plantean: las otras formas de relación con su entorno desde la dignidad.

En algún momento escuché que en una de estas organizaciones uno de ellos comentó: “al menos ya no solo se mueve el campo, ya no somos sólo nosotros los que peleamos lo que nos pertenece. Hay gente de las ciudades que da la cara por nuestra causa, eso quiere decir que el mensaje está siendo claro”. Y lo es, pero no para la mayoría. Aún permea profundamente el odio disfrazado de falsa humildad, de asistencialismo, de discriminación y marginación.

Porque se les margina al hablar de ellos con lastima, como si no fuera suficiente toda la vida que han puesto de frente; porque se habla de ellos como desconocidos, como lejanos a nosotros, se les tacha de ignorantes y sucios, de incompetentes e inútiles cuando sin ellos no comemos. Sin ellos se nos desmorona la vida.

Las ciudades, los consorcios y las élites siguen siendo ese cacique que los pisa y desgarra. Ellos siguen siendo esa planta que se enraíza profundamente, que con la menor de las lluvias esta lista para florecer, y las lluvias parecen acercarse lentas pero constantes.

La vida para quienes defienden sus territorios esta sostenida por el coraje y el conocimiento de su historia, de sus raíces. Claro que hay miedo y el dolor los inunda cuando son perseguidos, desaparecidos y amedrentados. Por supuesto que se va un pedazo de ellos con la muerte de sus seres queridos.

La vida de los defensores del territorio en las sierras de Puebla se reconstituye todo el tiempo. La memoria los hace fuertes. Reconocen que no pueden construir desde el dolor, porque eso implicaría replicar los mecanismos de poder bajo los cuales han vivido sometidos siempre.

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Su apuesta es construir desde el cuidado, desde la verdadera libertad, el amor y la ternura. Su apuesta es la constante rebeldía, la resistencia ante los embates de una sociedad cambiante que los quiere blancos y con la inexistencia del campo.

Porque todos hemos sido blanqueados y sufrido los embates del despojo, pero ellos, los que viven de la tierra, fruto del sol constante y sudor, saben que sus luchas penetran en la percepción de los que no nacimos en estas periferias. Saben que aún blanqueados podemos retornar y ser parte de esos alternativas que ellos plantean.

Su lucha no es simple –mucho menos fácil de asimilar– para los que estamos acompañando desde fuera. Y de ninguna manera están obligados a recibir a todos con los brazos abiertos. Tanto han vivido que saben reconocer las intenciones de los que no son paisanos. Tanto se han burlado de ellos que sus miradas penetran e intimidan cuando alguien se atreve a menospreciar su vida.

Los defensores de la tierra y el territorio ponen la vida en el suelo porque de ahí vienen y para allá van. Ponen el cuerpo porque ese siempre ha sido su herramienta más potente; ponen sus manos porque con ellas mueven la tierra en la que están arraigados.

Los serranos que luchan contra el despojo caminan siempre rectos, caminan con pies firmes, con miradas fuertes y palabras que te sacuden la vida. Hablan con nostalgia y evidente dolor, se desgarran, se rompen y te desmoronan.

Los serranos que luchan imparablemente por sus vidas saben que sin ellos no retoña la Sierra, que sin su lucha se pierde la historia.

Hablan por las vidas que les han arrebatado cobardemente, pero también por las vidas que vienen y las que están brotando. Su lucha es por la vida, aún con el dolor que esto puede representar.

Y por ello poner el cuerpo es el más grande gesto de amor y rebeldía que pueden dejar como último aliento.

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Mundos Marginales

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