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Crónica y fotos por Citlal Solano

Sierra Norte de Puebla, México, 03 de octubre de 2020 [14: 34 GMT-5] (Neotraba)

“Nuestros ojos ya no verán la misma
realidad.

Nuestras manos, quizá más
desgastadas, perderán timidez.

El corazón, que no controla
sentimientos, lacera fuerte al contacto
anhelado.

Cada uno de nosotros esperará
paciente, como alguien que despierta
sin saber cómo, en la cima de una peña
sin poder saltar. Aguardando que
alguien sea capaz de escuchar sus
gritos a la distancia.

Los anhelos serán golpeados con
fuerza, como la marea creciente golpea
por la tarde las costas del Pacífico.

Y al final, parte de éstos se irán con las
olas, se perderán en los mares”

Lamentos que resurgen en el aislamiento.

¿Cuántos de nosotros nos perdimos por momentos y dejamos vacíos algunos episodios de nuestras vidas?

La memoria tiene diversas formas de recordarnos que, aunque no lo parezca, estuvimos en sitios desconocidos y vivimos experiencias ya borradas.

—¿Por qué no limpias tus botas? Están muy rayadas, ya les falta una boleada…

Hace unos meses mi papá me decía lo anterior. Para mí resultaba algo sin mayor importancia, mis botas suelen estar polvorientas y desgastadas.

En la Sierra alguien me dijo que los zapatos se quedan en la entrada de la habitación para no introducir suciedad, lodo, contaminantes, pero también energías que atrapas cuando caminas por ciertos lugares.

Algunas de las leyendas de estos lugares cuentan cómo las brujas —las dueñas o guardianas de los cerros— se quitan los pies y los dejan a la orilla de los cuerpos de agua, mientras se van a deambular. La llorona no tiene pies, quienes la han visto dicen que es visible de cabeza a tobillos.

Las huellas del paso por la tierra de muchos seres ya no se ven, porque de alguna manera se mantienen ocultos, como lo mencionan las historias en torno a ellos. Pero nosotros, quienes aún andamos las veredas y caminos, tenemos los pies marcados, cansados del constante recorrer.

Cuando la gente ve a los indígenas de estas regiones andar con su indumentaria tradicional dicen que parecieran flotar cuando caminan, que tal vez sea el calzado que usan el causante de tal efecto, o simplemente el hecho de caminar descalzos en cualquier tipo de terreno.

Y de alguna manera los pies —que marcan las andanzas a veces testarudas—, labran caminos a su paso, abren veredas con el tiempo.

[…] con el tiempo olvidé muchas cosas que había vivido,
olvidé como se sentía caminar en las montañas, como
olía la vegetación y la leña. Se me había olvidado que
alguna vez tuve unas botas así, como las tuyas y que no
era necesario limpiarlas todo el tiempo porque el terreno
lo ameritaba…

Las huellas de mucha gente en su paso por la Tierra gestaron luchas y germinaron cariños, pero también están las huellas de quienes dejaron marcados a otros con dolor y vacíos. Son las de aquellos que aún lamentan sus actos pasados y lamen sus heridas sin sanar.

Los jóvenes de aquí saben de caminos ocultos, caminos que no deben ser mostrados a cualquiera porque son sagrados u ocultan vestigios del pasado y energías desconocidas. Los andares no son simples en esta región.

Hace poco en una caminata, una vieja pareja me contaban cómo los caminos ya se perdieron, las veredas ya no se notan y entonces es difícil andar por el monte.

Como ahora ya está la carretera, la gente ya no camina
y mejor paga coche, el dinero hizo que la gente dejara
de andar en las veredas y caminos antiguos. Los niños ya
no van a conocer los cerros.

¿Qué hay más allá de esas palabras? No se trata sólo de un camino limpio para transitar, no se habla sólo de una vía de acceso, se trata de la memoria.

Y la memoria se pierde, deja de permear en la cotidianidad y la replicación de su cultura. Son los pies que labran, los pies que se mimetizan con las grietas de la tierra seca o con el aroma de las hierbas.

Esos pies se van a desgastar con el tiempo, pero sus huellas van a permanecer por el resto de la historia en esos sitios, marcando caminos disipados con los ecos de sus pasos.


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