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Vista de una comunidad en la Sierra Norte de Puebla, foto de Citlal Solano.
Vista de una comunidad en la Sierra Norte de Puebla, foto de Citlal Solano

Por Citlal Solano

Sierra Norte de Puebla, México, 21 de febrero de 2020 (Neotraba)

Tiene ya un tiempo, unos 9 años más o menos, que me enteré de la existencia de las Sierras de Puebla, las del norte y las del sur.

Ahora que lo pienso, desde la distancia espacio-temporal (no olvidemos que este concepto es indivisible, no lo dice la física, lo dicen las culturas originarias que lo han sabido mucho antes), fui una completa ignorante hasta mis 19 años, cosa que ahora no me permito con mis alumnos, amigos, compañeros. Es importante saber que fuera de sus comodidades existen otros mundos complejísimos que se tejen desde el pensamiento, materializados en cuentos, en mitos, leyendas, ritos y cantos.

Vi devastación biológica y cultural, vi hacinamiento, rencor, rebeldía, resistencia y perseverancia en estos lugares como en ningún otro lado. Supe de personas que lograron grandes cosas por sus pueblos, personas que lucharon e hicieron frente a los poderosos nefastos, a los hipócritas y asesinos, y aun así viven para contarlo. Son leyendas vivientes para mí. Y entonces toda mi percepción cambió. Estudié y estudié hasta el cansancio para entender aquello que para muchos era inexistente o absurdo: la resistencia y existencia de los pueblos indígenas.

Dejé entonces mis comodidades materiales y de pensamiento muy de lado. Entré en un proceso de reconstrucción y acercamiento a esa gente como la humedad en las paredes, muy lentamente pero constante. Y ahí me quedé, como una mancha de moho que resurge de temporada en temporada, nunca se va aunque parezca ausente.

Aprendí de la belleza de su lengua, aprendí a no violar los símbolos y el lenguaje originario con las traducciones nefastas que nos han impuesto. Aprendí de la vida como nunca, entendí que debía sentir, permitirme sentir lo que pensaba porque solo así podía comprender ese mágico entorno.

¡Entonces me volví una experta! (claro, después de varios años de trabajo en las sierras) En entablar hermosas pláticas con la gente, incluso sin hablar su idioma supe simpatizar y acercarme desde el cuerpo, desde la sensibilidad y lo común. Y fue ahí que me aceptaron aunque no formara parte de la comunidad, aunque no hubiese nacido ahí. Aún cuando mi presencia ya era muy esporádica, dos o tres veces al año, la gente me recibió con el corazón abierto y abrió mi corazón quedándose con fragmentos enormes por todas partes.

Escena cotidiana en la Sierra Norte, foto de Citlal Solano
Escena cotidiana en la Sierra Norte, foto de Citlal Solano

Pero, bueno, ¿a qué viene todo esto? ¿Por qué hablar de mi ignorancia y después de cómo pasé a ser parte de todo esto? Pues bien, debemos ser capaces de aceptar nuestra ignorancia para entonces abrirnos a aprender de los demás, sólo cuando sabes que no sabes todo cobra sentido.

Comprendí que sólo si dejaba que me guiaran entendería su mundo y su concepción del universo (en todos sus sentidos, no lo restrinjamos a cuestiones espaciales), que mi formación era limitada y cómo eso me llevaba a la incapacidad de asimilar ciertos conceptos y condiciones de vida. Por ejemplo, la religión. No soy católica, pero respeto la postura que han tenido, porque paradójicamente es desde este ámbito que los pueblos se han levantado y luchado por defender sus territorios y su dignidad.

Sí, esa religión que es recalcitrante, sectaria, monetizadora, clasista y prepotente en la ciudad (¡en Puebla!), aquí se manifiesta como un universo paralelo. Aquí la religión ha logrado amalgamar y articular diferentes luchas. El sincretismo ha permitido que de la iglesia emane pensamiento crítico. SÍ, así como lo leen y por imposible que parezca, en la Sierra Norte de Puebla la iglesia es una cuna de luchadores sociales y defensores de la tierra y el territorio.

Y para entender la iglesia de acá o la iglesia de allá se necesitan muchas líneas más. Es un tema extenso y complejo en el que no profundizaré, pero del que pretendo rescatar un ejemplo que inicialmente no parece tener relación.

Hace unos días platicaba con unos desconocidos, pareciera que hubiésemos sido amigos de toda la vida, porque cuando se habla de lo común el pensamiento y el sentimiento se conjuntan. Hablamos de cómo la gente llega a las comunidades y se aprovecha de la riqueza que ahí habita, de cómo los estudiosos asumen ignorantes y aberrantes a los indígenas, necios empedernidos, gente miserable en pocas palabras. Y difunden esa idea esparciéndola como esporas en el viento, por todos lados.

Ellos me decían que la ventaja de no pecar de ignorancia con esos sujetos era que ya sabían cómo lidiar con ellos, cómo hacerles frente desde su cultura; no requieren de violencia para que se vayan.

La gente necia como los estudiosos no vuelven porque no acepta su condición, no acepta que esos indígenas ignorantes le enseñen algo por mínimo que sea. El ego crece, se desborda y descontrola en la persona atacada.

Escena cotidiana en la Sierra Norte, foto de Citlal Solano

De ahí salió el tema de que en algún momento, la escasez de recursos obligó a este pueblo que llamaremos Z a migrar a otro, a unas 2 horas de ahí, que es el pueblo H, donde había oportunidad de trabajar en el corte de café, en la milpa, en la vainilla o los cítricos. En verdad era un pueblo muy rico, que los trató como ignorantes.

La cuestión es que conozco ambos pueblos y nunca, hasta ese momento, me percaté de todo lo que decían. Todo cobró sentido en esa mesa donde bebíamos café cuatro hombres y yo (en el pueblo Z el café se toma como agua de tiempo).

Cuando el pueblo H fue muy rico, discriminó al pueblo Z. No les ofrecían ni un vaso de agua a los trabajadores, debían pagar por todo aquello que consumieran, habían caciques por doquier, coyotes y acaparadores. El pueblo Z era entonces cañero y la caña es un cultivo tóxico y esclavizante.

Con el tiempo, H se volvió más y más ganadero, aridificó sus tierras, sustituyó el café bajo sombra por café de asoleadero, dejó de producir milpa e intoxicaron sus ríos con tantas reces (y también sus cuerpos).

En tanto eso ocurría, el pueblo Z hizo una importante y decisiva transición. En 40 años pasó de ser cañero a cafetalero bajo sombra. Los ríos resurgieron, la humedad regresó a los bosques y los manantiales se avivaron. Fue tan evidente el cambio que lo asociaron a sus santos, a su perseverancia y buena voluntad y claro, a la Virgen de la Inmaculada Concepción, una virgen fértil, dadora y bondadosa que no abandona a sus hijos.

Los roles cambiaron. La población de Z trabajó para y en su pueblo. La gente de H entonces fue en busca de trabajo a Z y lo primero que vieron fue un espejo de lo que ellos habían sido. Y agua para los viajeros, agua en abundancia sin pagar por ella.

Café, foto de Citlal Solano
Café cultivado, foto de Citlal Solano

Aprendieron a no ser como aquellos que les negaron lo más esencial, a no matar su tierra, a no ser conflictivos. Aprendieron que explotar la tierra desmedidamente los mataría con ella, que el respeto por su naturaleza antecede a su bienestar. Y prosperaron. Son persistentes aún con los embates ambientales y las plagas en sus principales cultivos, en el café.

“Yo pienso que todo tiene que ver con el santo que nos corresponde. Aquí tenemos a la Virgen de la Inmaculada Concepción, aunque hayan muchas otras religiones en el pueblo, ella es nuestra santa patrona, ella rige todo. Ellos por ejemplo tienen a un patrón, es hombre, por eso a lo mejor hay más conflictos, son más necios, no cuidan lo que tienen y no se respetan entre ellos, todo tiene que ver…”

Palabras de Don D.

Y bien, aquí es donde todo se conjunta. Saber entablar una plática es saber escuchar, saber callar y saber preguntar. El diálogo expande tus horizontes, te adentra a su cultura, a su cosmovisión y genera lazos. Pequeños hilos delgados que se van entre tejiendo con el paso del tiempo y que después llegan a bordar historias, amistades y complicidades oportunas.

Paisaje de una comunidad en la Sierra Norte de Puebla, foto de Citlal Solano
Paisaje de una comunidad en la Sierra Norte de Puebla, foto de Citlal Solano
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