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Mojo Picón

Al hermanito Samir Delgado, porque también cree que en la mar hay naranjas.

A Susana Chávez, esa media naranja que no lograron desgajar.

A Leo Lobos, por la hermandad y porque sabe los colores de la Amistad.

A la Langue D´Oc, por el Amor.

Por Antonio Arroyo Silva

El mojo es una salsa típica de Canarias que se elabora a base de ajos, pimienta picona o dulce (según el gusto), sal, cominos, pimentón, aceite y vinagre. Ya está, y todo bien machacado en mortero. Se puede hacer también con chiles, en caso de no fumadores y de que tengan una traquea como la boca de un metropolitano; pero así y todo, con salida de incendios y, en todo caso, un gran cubo de agua potable bien fría. No se asegura la refrigeración absoluta de la máquina alimentaria. Eso sí, muy bueno para los preámbulos del amor y para calentar el espíritu, mejor si se acompaña con líquido espiritoso. Digamos que, en su caso, pimienta dulce y un toque de chile, que para estos altos riesgos preferible el amor platónico, es decir, eso de ver y no tocar el plato.

En circunstancias de alimentación no metafórica ni extrema, se le echa al pescado, las papas, la carne… Hay quien pone mojo en la sopa o en el potaje y hasta quien se lo come a cucharadas. Una manera macabra de hacer patria, antes de que se le hinche el hipotérmico colon. Toda una experiencia religiosa, como en la canción de Enrique  Iglesias. Esta palabra viene del portugués molho y significa justamente eso: salsa. Las raíces etnográficas de nuestras Islas Canarias tienen muchos componentes: el indígena de origen líbico-beréber, el extremeño-andaluz que era el grueso del campesinado que vino tras la conquista, el elemento lusitano que se asentó en tiempos de Felipe II para instalar y trabajar en los ingenios azucareros, y algunos más. Fueron los primeros ingenieros; claro, construían ingenios para que la caña dulce se transformara en azúcar y en ron, y así sobrealimentar el verdadero ingenio que está en el caletre popular. Y si a esto le añadimos el trasiego migratorio hacia Hispanoamérica de los últimos quinientos años, entenderemos la manera activa-pasiva (que no impasible) de la idiosincrasia insular.

Cuando alguien realiza una acción que le sale mal, por lo general se le suele decir “salsa con gusto no pica”, pero el canario, que quiere darle valor a su compadre y mira el lado positivo, replicará y animará diciendo: ¡Échale mojo a la cosa!”. Porque el mundo está en un  plato que se come y, muchas veces,  la vida misma te lo hace tragar. En estos casos, quizás como una medida inconsciente de supervivencia, el espíritu necesita alegrarse aunque los bezos (los labios) se nos queden erosionados por el picor.

Sin embargo, el canario que escribe no está de ánimo para echar mojo a la cosa esa tan común actualmente de la intransigencia hacia los demás. Ni siquiera la miel más dulce del mundo es capaz de hacerle cerrar los ojos y las letras ante tantas atrocidades que se escuchan y se ven en la actualidad. Tampoco estaría dispuesto cualquier persona honesta ciudadana del mundo, cualesquiera que sea su raza (sólo conozco dos: la humana y la inhumana), creencias religiosas o condición social. Y ya no hablo de política ni de filosofías al uso, que ésa es otra (véase sección de cacao, potaje y papafritas). Hablo sencillamente de relaciones  cotidianas.

Ahora mismo en muchos países del Mundo, incluyo los llamados “civilizados”, están asesinando a la mitad de la Humanidad, a la media naranja del mundo humano: las mujeres. Una en concreto, gran poeta mexicana y activista de los derechos y la dignidad de la mujer, fue víctima de ese vandalismo extremo que se registra diariamente en Ciudad Juárez. Para mí y para toda la Poesía, la sensibilidad, el sentido de igualdad y todas las cualidades  propias del verdadero ser humano, fue un duro golpe. Se llamaba Susana Chávez y su delito fue decir “ni una más”. Después de asesinada, como en la canción “Pedro Navajas”, recibió una nueva puñalada de los organismos oficiales al declarar éstos que nuestra poeta no murió a consecuencia de sus ideas, sino como cualquier mujer de la más baja condición, entiéndase por “más baja condición” ese código de conducta que ya no sirve  más que para los filisteos y ciegos que cercan el camino  hacia la igualdad, y que, por algún motivo más que sabido, a algunos les interesa mantener, aunque sea a fuerza del terror y el oprobio.

Realmente sí que vamos a echarle mojo al asunto, en el sentido de que hay que seguir manteniendo la esperanza y que, como decía el poeta canario Pedro García Cabrera, un día habrá una isla/ que no sea un silencio amordazado. Todavía podemos encontrar naranjas en el mar, y por eso no debemos  dejar de ser lo que somos: seres alegres y optimistas que creemos que nunca tendremos una libertad plena hasta que no la tengan todos y cada uno de los seres humanos. Que creemos no que la libertad es un plato que alguien nos da graciosamente con veneno de odio, sino algo tan  natural como la propia respiración.

Reír es positivo cuando se comparte, porque la risa universal es el arma creadora del artista que pinta, el poeta que esparce su dulzura aunque duela y los hombres y mujeres que hicieron y hacen de su vida una verdadera obra de arte. Ardua tarea, no de imposible resolución; pero si ves que al emprender el vuelo te vas a estrellar contra el vacío, échale mojo a la cosa, y mucho amor.

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