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Por Adriana Barba

Monterrey, Nuevo León, 23 de abril de 2021 [00:01 GMT-5] (Neotraba)

Ninguno de tu casa a mí me quiere será por celos

Es que la vecina me puso el dedo

Es que la vecina me puso el dedo

“La vecina me puso el dedo” de

Ramón Ayala y sus Bravos del Norte

Vivir en departamentos siempre será un arma de doble filo; por una parte, está todo más seguro por aquello de los robos, ya que hasta los suspiros escuchamos. Y por la otra, es que de tanto suspiro escuchado nos volvemos unos chismosos, enterándonos de la vida o al menos de las conversaciones diarias de todos los “queridos” vecinos.

Dicen que la señora del departamento 13 hace brujería, que en la noches hace rituales y empieza a alabar al demonio, pero como es dueña, no pueden hacer nada. Yo no la conocía, solo la veía pasar. Un perrito chihuahua con una campanilla la acompaña, siempre va cargada de cosas en una bolsa como las que yo usaba para la fayuca cuando iba a los McAllen. Me imagino que ella carga yerbas y ojos de rana para sus pócimas, como toda una bruja profesional.

“Pues ni tan bruja”, pensé la vez pasada que la vi subirse a un coche recién salidito de la agencia. Bueno, pues la bruja trae bronca casada con el chavo del departamento 15, “el mil contactos”, ese hombre a todo mundo conoce. Varias veces han tenido bronquillas y se echan unas cuantas palabras altisonantes. Ella alega que él le ponchó las llantas a su coche y él alega que no lo deja dormir por sus rituales satánicos.

Yo hago como que no escucho, no veo, y no opino, no sirve de nada meterte en broncas ajenas. Buen susto me llevé una mañana que intentaba dejar la basura en el contenedor, y al mismo tiempo ella iba bajando; me esperé un poco a que se adelantara y en eso Elvis, mi mascota, no sé cómo se salió a perseguir a su chihuahua. Temblé. Ella gritó horrible. Yo solo podía pensar en cómo Elvis, en un dos por tres, había acabado con nuestra vida, casi me podía ver convertida en rana. Corrí detrás de él y lo agarré con fuerza antes de que sus colmillos se clavaran en el pobre perrito o perrita, ya ni supe.

–Una disculpa, señora, no vuelve a suceder, le dije con la cabeza agachada. Segurito, sus ojos eran rojos o mínimo marrón.

–Ay mija, no te preocupes, me asusté porque siempre que pasamos tu perrito nos ladra mucho, ¿qué raza es?, me contestó para mi sorpresa.

Pasé saliva e hice contacto visual: sus ojos no eran rojos y me sonrió amigable.

–Es shitzu, le contesté, pero él cree que es un pitbull, ¡qué pena! por favor, discúlpeme.

En eso me empezó a contar que ella le tenía mucho miedo a los perros grandes porque de pequeña la había mordido uno. Mi vecina no tenía mirada de bruja, su sonrisa era linda y me llamaba “mija” con cierto afecto. Y como vi que no se dio cuenta del miedo que les tengo a las brujas, me relajé y le empecé a platicar de los tacos de trompo que se habían puesto a dos cuadras. Ella sonreía mucho, me escuchaba atenta. Mi vecina bruja ya era mi amiga.

Aunque no voy a negar que varias veces he abierto el ojo a las terribles tres de la mañana y escucho sus cánticos raros, los que realmente no dejan de sorprenderme son los vecinos del siete.

Fiesteros, alegres, solteros, y me imagino que muy populares porque entran y salen chavos y chavas, aun en pandemia. Ellos, dos mujeres y un hombre de unos treinta años, tienen la fiesta un martes o un domingo, sin importar que todos tengamos trabajo al día siguiente. Me impresiona que no se quejen en el chat del edificio, puedo intuir que las vecinas lavan los platos –con el mismo gusto que yo– cuando una de las damas que vive ahí un miércoles cualquiera canta a todo pulmón “Tengo un libro vacío y lo voy a empezar, tengo sed de caricias tengo ganas de amar”.

Y es que escuchar cualquier canción de Los Cadetes de Linares entre semana es una señal de esperanza, de lucha, de “tú puedes llegar al fin de semana”, es más casi casi huelo a carbón y a cebolla asada.

Para hacer el aseo –esto lo sé, porque se escucha que mueven muebles– les gusta poner a Pimpinela, Marisela, José José y Napoleón, imagino que eran los artistas favoritos de sus madres. Sin exagerar todos los días, la fiesta reinaba en ese departamento, llegaban hasta las chanclas viernes y sábado, estacionaban los coches sin respetar las líneas y a los vecinos les daba pena despertarlos para que los movieran –no se fueran a molestar y nos castigaran con su silencio musical.

Mariachi Los Reyes
Mariachi Los Reyes

No cabía la menor duda que eran los reyes del edificio, se habían ganado a pulso su puesto, porque para ellos no había diferencias musicales, disfrutaban lo mismo de “Bichota” de Karol G que de “Él me mintió” de Amanda Miguel, hasta que un domingo casi a media noche, los vecinos dieron su salto al estrellato invitando a un mariachi a su depa. Al parecer se celebraba el cumpleaños del varón. “Las mañanitas” con mariachi es otro nivel, recuerdo saltar de la cama para pegarme en la ventana disfrutando cada segundo el evento.

Una mañana cualquiera, el arrastre de los muebles se empezó a escuchar más de lo normal, gente subiendo y bajando con maletas, ganchos y ropa. Hombres fuertes subieron dispuestos a desmantelar la alegría del edificio, un camión de mudanza enorme los esperaba en la calle, estaba decidido: buscaban otro sitio para alegrar a sus vecinos con su fiesta eterna, algo así como caminar por el viejo Vegas, nos abandonaban a nuestra suerte.

En la noche el silencio nos estaba matando, los extrañábamos, intenté poner la bocina a todo volumen pero me sentí impostora, escuchaba a lo lejos, distintas melodías, creo nos estábamos apoyando unos a otros pero fallamos en el intento, nunca volvió a ser lo mismo sin ellos.

Me quedan pocas semanas en este edificio, la mudanza también me esperará para ayudarme a desmantelar el que fue nuestro hogar por los últimos tres años. No quedará nada, todo estará en silencio por un tiempo, cruzaré los dedos para que en la próxima casa tenga vecinos fiesteros, le sumaría a mi deseo que en sus gustos musicales se encuentren Cadetes, country, jazz y blues.


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