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Cruz de Nicolás Ferraro en el CECUT foto de Karlha Ochoa
Cruz de Nicolás Ferraro en el CECUT foto de Karlha Ochoa

Por Juan José Luna

Puebla, México, 14 de septiembre de 2019 (Neotraba)

1983

Tenía nueve años cuando tuve mi primer contacto cultural con Argentina. Por medio de mi hermana mayor, conocí a un grupo musical distinto a todo lo que había escuchado a esa edad. Mi hermana, mi cuñado y otros adultos se expresaban de ellos con admiración y alegría. Yo también los admiraba y me alegraba con ellos. Ahora me pregunto cuánta injerencia tuvieron los adultos en mí para que me gustaran de ese modo. ¿Los hubiera aplaudido de la misma manera si los adultos no hubieran hecho lo mismo? ¿De verdad entendía sus historias o solo creía que las entendía o solo aparentaba que las entendía? La primera vez que los escuché fue por medio de un casete de audio marca Sony. Corría el año de 1983. Yo tenía nueve años. El grupo se llamaba Les Luthiers.

2017

En este año conocí Mauricio Bares por segunda vez. Aclaro que fue por segunda vez porque a Bares, editor de Nitro/Press, lo conocí dos veces. La segunda vez la recuerdo bien, fue en el otoño del 2017; la primera no la recuerdo en absoluto. Sé que hubo una primera vez porque un amigo de toda mi confianza me convenció de ello: Yo te lo presenté una vez aquí mismo, en el CECUT, durante la Feria de Literatura del Norte del 2009. Sí te lo presenté nomás que no te acuerdas. Por eso sé que lo conocí dos veces.

2018

(marzo)

Mi segundo contacto con argentinos fue semanas antes de la Feria del Libro de Tijuana 2018. Alejandro Meter es un fotógrafo argentino afincado en San Diego que, por gusto propio, se dio la tarea de fotografiar a escritores de la franja fronteriza. En el mes de marzo, el CECUT le pidió que fotografiara a diez escritores de la ciudad. Las imágenes se convertirían en estandartes de dos metros de altura que se colocarían en las salas de la feria. Meter me habló por teléfono para darme los detalles del proyecto y notificarme que yo era uno de los diez escritores elegidos. La idea me alegró bastante. Un ego como el mío siempre se va a exaltar con solo imaginar que mi estampa sería expuesta ante miles de personas en el evento cultural más importante de la región.

Meter me citó en una pintoresca tienda de vinos de la ciudad que prometía ser un buen set para la sesión.Después caminamos por el vecindario donde capturó varias imágenes. Yo estaba feliz. El tiempo me parecía eterno para ver mi estandarte colgado frente al paso de miles de personas.

Llegó la feria. Entré a la sala principal y lo primero que se reveló ante mí, incluso más que los propios libros, fueron los estandartes que pendían desde el techo, uno detrás de otro a lo largo de un pasillo. Me detuve y sonreí. Miré el primero con atención. Buena foto. Seguí mis pasos sin reparar en nada salvo en los estandartes. Allí estaban mis amigos y colegas, dispuestos uno detrás de otro, separados por quince metros. Pero ¿dónde estaba yo? Fui de una sala a otra, recorrí la feria sin quitar la vista del techo hasta que un sobresalto me condujo a una pálida resignación: mi imagen no estaba por ningún lado. ¿Será que alguien la robó? ¿Será posible que alguien haya burlado la seguridad del recinto durante la noche previa a la inauguración para apropiarse de mi imagen? ¿Será posible? La verdad era otra. Por razones oscuras que hasta ahora no alcanzo a comprender, el fotógrafo argentino había sacrificado mi fotografía. No habría estandarte para mí.

2018

(septiembre)

Recibí un correo de Mauricio Bares, el editor a quien había conocido dos veces, para invitarme a participar con un texto narrativo en la versión 2018 de Lados B. Era la primera vez que un editor de libros me pedía un texto. Claro que sí, respondí con cierta frialdad, como si estuviera acostumbrado a recibir ese tipo de invitaciones. La verdad es que tuve que hacer acopio de mis fuerzas para poderme contener y no ridiculizarme con un exabrupto de agradecimientos.

Tenía cincuenta páginas de una novela en proceso que llamé De varón a varón. No dudé en enviarle el primer capítulo: “Desde que hago uso de razón, siempre he sido pobre y joto. En un país como este, nunca ha sido fácil ser pobre y joto al mismo tiempo, ni por separado…” Cuando Mauricio lea el capítulo, pensé discretamente y en sigilo por temor a que alguien pudiera reparar en mis anhelos, seguro querrá publicar la novela entera, seguro me buscará para decirme Juan José, guárdame esa novela y de ningún modo se la des a nadie, aquí te van $25,000 pesos de anticipo para amarrar el trato. No se la des a nadie, ¡por favor!

Pasó septiembre, México festejaría el día de la independencia. Pasó octubre, Tijuana celebraría el Halloween. Pasó noviembre, Stan Lee perdería la vida y Apple lanzaría su nuevo IPhone, no porque Stan Lee haya muerto sino porque ya tenían que sacarlo. Pasó diciembre, el mundo celebraría la navidad y, ese mismo día, en Italia, el volcán Etna explotaría para siempre. Llegó enero de 2019 y yo seguía sin tener noticias de Bares para amarrar el trato con mi novela y enviarme el anticipo de $25,000 pesos, que tanta faltan me hacían y que ya había designado para hacer algunos pagos de carácter urgente.

2019

(febrero)

Recibí un correo de Alejandro Meter, el fotógrafo argentino, para decirme que Nicolás Ferraro, escritor argentino del género negro y amigo personal, estaría de gira por México con su nuevo libro: Cruz. Meter me invitaba a presentar el libro de Ferraro en Tijuana. Hay que tener muchos huevos, pensé, para que, después de haber sacrificado mis fotos y haber jugado con mis ilusiones, me pidas que presente el libro de tu amigo. ¡Claro, Ale!, le respondí con un falso entusiasmo, falso pero tan bien retocado que por un momento yo mismo creí que me daba gusto que me invitara.

El plan era presentar la novela y hablar del género negro en Latinoamérica. No sé mucho de la condición del género en el continente, le aclaré a Meter, me sentiría más cómodo si me mandan la novela para trazar un par de ideas a partir de ella.

Un día después, recibí un inesperado correo de Mauricio Bares, cosa que me alegró mucho. Pensé que, por fin, me escribía para pedirme mi novela y amarrar el anticipo de los $25,000 pesos: Juan José, muero por publicar tu novela completa, ¿ya está lista? Mándame un número de cuenta para depositar el anticipo. Sin embargo, el correo decía otra cosa. Decía que me mandaba la novela de Nicolás Ferraro en digital para la presentación. Entonces supe que Cruz era una publicación de Nitro/Press.

En la presentación de Cruz Nicolás Ferraro Juan José Luna Ale Meter foto de Karlha Ochoa
En la presentación de Cruz Nicolás Ferraro Juan José Luna Ale Meter foto de Karlha Ochoa

Le respondí y de ningún modo consideré revelar la decepción que me había llevado cuando leí su correo. Al contrario. Le dije que la recibía con gusto y que con gusto la iba a leer y que con gusto la iba a presentar. Todo era falso. En realidad, después de la decepción, cuando mis expectativas dieron al traste, lo que me dijo me pareció, hasta cierto punto, un tanto agresivo. Me dolió. Sentí feo. Tuve que rescribir mi respuesta siete veces por temor a que mis palabras revelaran mi frustración.

2019

(marzo)

La presentación tuvo lugar el martes 12 a las 7:00 de la tarde en la sala de video del CECUT. En la mesa estuvo Alejandro Meter, quien fungió como maestro de ceremonia, Daniel Salinas Basave, José Salvador Ruiz, el autor y yo. Antes de hacer comentarios de la novela, le pedí al público que no se dejara seducir por el encanto del acento sudamericano. Hay que diferenciar, les aclaré, lo que se dice con la manera en que se dice. Es decir, hay que despojar la palabra de su musicalidad. El acento sudamericano siempre va a sonar encantador, mas no significa que sus palabras contengan mayor y mejor información que las nuestras, los de modesto acento mexicano.

La novela da inicio con una frase lapidaria: “El apellido es una enfermedad hereditaria”. Tomé esa línea para darle forma a un pensamiento que me asaltó desde el primer momento en que la leí: Nadie puede ser feliz mientras exista la familia, dijo Charles Baudelaire. La novela va por ahí, habla de la maldición de un apellido, la maldición de ser producto de alguien cuyo estigma te seguirá toda la vida para volverte miserable.

Entre otras cosas, José Salvador Ruiz dijo que los personajes de Ferraro están en constante cruce entre el bien y el mal, el amor y el odio. Entre otras cosas, Daniel Salinas Basave dijo que Cruz hace honor a la tragedia griega con dos hermanos víctimas de una herencia maldita. Entre otras cosas, Ferraro dijo que el libro se pregunta qué es lo que hay que traicionar para seguir siendo leal. Las otras cosas que dijimos las prefiero omitir a riesgo de caer un bache narrativo, pero tuvieron lugar dentro de una amena y entusiasta charla que se prolongó por noventa minutos en la que discutimos la novela de Ferraro y el género negro en América Latina.

En la presentación de Cruz Daniel Salinas Basave y José Salvador Cruz
En la presentación de Cruz Daniel Salinas Basave y José Salvador Cruz

La noche terminó en un discreto bar donde nos dimos cita los que estuvimos en la mesa más otro argentino que ignoro de donde salió. Es decir, sé que salió de Argentina, pero ignoro de donde salió en ese momento, no lo había visto.

(el día siguiente)

Por la mañana me di a la tarea de ser guía turístico de Nicolás. Después del desayuno, nos dirigimos a Playas de Tijuana. Platicar con él fue ameno y sencillo. Salvo por algunas variaciones dialécticas y el acento, pude entender casi todo lo que me decía. En carretera, mientras manejaba con el muro fronterizo a un lado para dirigirnos a Playas, hablamos sobre Tijuana y sus habitantes.

La carretera nos llevó a una colina donde se reveló Playas de Tijuana, el Mar Pacífico y el gran muro metálico que divide dos países y las olas del mar. Estacionamos el auto y nos dirigimos a la playa, directo al muro; nos detuvimos a unos metros de él. Yo, con cierto dramatismo, lo señalé con el brazo extendido e indiqué lo siguiente: Aquí empieza o termina América Latina, según se vaya o se venga. Cuando lo dije, me gustó cómo se oyó y lamenté no haberlo dicho en latín.

Caminamos por el malecón. Nicolás reparó en que, para ser un malecón, había muchos edificios destruidos y totalmente en el olvido.

El argentino parecía contento con el paseo y con el mar, quiero pensar que con mi compañía también. Para muchas personas de Tijuana, al menos para mí, es imposible caminar por ese malecón sin pensar en el escritor Rafa Saavedra, quien falleció en 2013. ¿Has escuchado de un escritor llamado Rafa Saavedra?, le pregunté a Nicolás. Dijo que no. Cada que camino por este lugar, continué, siempre me acuerdo de él. Murió hace cinco o seis años. Un año antes de morir, se dio a la tarea de caminar todos los días por este malecón; tengo entendido que esa era la indicación médica, caminar todos los días. Lo que no era indicación médica fue que tuviera que escribir todos los días sobre lo que veía al caminar. Esa fue una autoindicación. Todos los días, al menos por un año, caminaba por aquí, tomaba algunas fotos y las subía a Facebook junto con un relato. Tanto sus imágenes como sus textos revelaban una mirada aguda que podía ver más que todos los ojos juntos que había en el malecón. Algunas personas tienen que viajar al Amazonas, a Alaska, a Egipto para advertir algo exótico y singular. Los textos de Rafa daban la apariencia de que todo lo que aparecía a su paso era exótico y singular. Lo más curioso es que todos los días era el mismo recorrido y todos los días revelaba un lugar distinto, así durante un año. Luego cayó al hospital y murió en cuestión de días. Nicolás sintió interés en Saavedra y anotó su nombre completo y un par de títulos que le recomendé.

Después fuimos a comer cocos. Para mí, debido a la zona en que vivo, comer cocos es algo ordinario. Para Nicolás no, estaba feliz con su coco. Me contó que no suele viajar a la costa y que una costa caliente como donde estábamos con un coco tan fresco como el que bebíamos le alegraba el corazón (en realidad no dijo textualmente que le alegraba el corazón, entiendo que en su condición de escritor del género negro no se puede permitir esas expresiones, pero pensé que darle un toque más sensible le podría caer bien).

A las 2:00 de la tarde manejamos con destino al centro de Tijuana donde, a partir de ese momento, tendría que moverse solo por la ciudad, yo tenía que ir a trabajar.

Por la noche, vi a Nicolás por última vez. Hablamos sobre similitudes y diferencias entre el mundo literario de Argentina y México, intercambiamos un par de títulos y nos despedimos. Si un día vas a Argentina, no dudes en avisarme, me dijo.

En la presentación de Cruz de Nicolás Ferraro en el CECUT
En la presentación de Cruz de Nicolás Ferraro en el CECUT

(Dos semanas después)

Supe que viajó a Monterrey, donde presentó su libro en dos ocasiones e impartió algunos talleres, supe que le fue bien y que se veía contento. Supe que regresó a Argentina. A los días, por medio de Mauricio Bares, supe que concedería una entrevista en la radio argentina donde hablaría de su gira por México y que se transmitiría vía Internet. De ningún modo me la iba a perder, quería escuchar cómo había concluido su viaje, qué impresión se había forjado de este país, qué pensaba de nuestro mundo literario y, por supuesto, quería escuchar cuando hablara de mí. Porque supuse que algo iba a decir de mí, de lo que le había mostrado, de lo que le había contado. Esperé la hora y preparé un café para escucharlo como es debido.

La entrevista empezó y apareció mi viejo amigo argentino. Se le oía contento. Habló de su viaje a la Ciudad de México, a Veracruz, habló de Mauricio Bares y de otros autores del Centro de México. Luego apareció Tijuana, donde, sin duda, yo sería protagonista de su narrativa. Cuántas veces se refirió a Hilario Peña: 5. Cuántas veces se refirió a Iván Farías: 4. Cuántas veces se refirió a Daniel Salinas Basave: 4. Cuántas veces se refirió a BEF: 5. Cuántas veces se refirió a Juan José Luna, aquel amigo que lo había paseado por toda la ciudad y que le reveló los más oscuros secretos de la ciudad, con quien comió coco y bebió cerveza, cuántas veces se refirió a él: 0.

Dentro de mi infinita inocencia, había pensado que quizá mi nombre se escucharía en Argentina por primera vez. Pero no fue así. Antes de la presentación de su libro, había decidido escribir una crónica al respecto. Al reparar que me había omitido de su narrativa durante su gira literaria, decidí que no escribiría ni una palabra sobre su estancia en esta ciudad, fui determinante en mi decisión y no habría fuerza alguna que me hiciera cambiar de parecer.

Pero, caray, hay que recordar que mi corazón es noble y generoso y, sobre todo, sabe perdonar: jamás guarda rencor. Escribiré sobre la cálida estancia de Nicolás Ferraro en Tijuana, concluí una calurosa tarde que me tenía de buen humor, escribiré de argentinos, mexicanos y letras.

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