Cuarto rosa
A raíz del fallecimiento de su abuela, Karime Montesinos realiza una reflexión sobre la finitud y los espacios que ocupa. Como su propia habitación.
A raíz del fallecimiento de su abuela, Karime Montesinos realiza una reflexión sobre la finitud y los espacios que ocupa. Como su propia habitación.
Por Karime Montesinos (@krmxnt)
Puebla, México, 13 de noviembre de 2020 [01:00 GMT-5] (Neotraba)
Me estresa la idea de que mi cuarto es rosa. ¿Cómo puedo sentirme?
Me estresa la idea de haber colgado de nuevo las pinturas hechas en secundaria.
Me estresa la idea de que pegué sus dibujos. Mi favorito es el que dice: “Mi corazón decidió que el cereal le hacía mal”, o quizás el que dice “Los atardeceres se van rápido. Míralos, antes de que corran”. Lo hice porque soy o muy idiota o muy empalagosa. Yo misma llego a no tolerarlo.
También me estresa ver la cortina. Es de un rosa chillón: el sol traspasa sus delgadas fibras y hace que la mochila azul no parezca azul, que las nubes que trae consigo no se vean blancas del todo. Y la habitación se ve más rosa de lo que ya era.
Me estresa cómo el dibujo hecho con rabia no combine con la fachada. Es rojo y amarillo. No asienta bien y marea mi cabeza. Apago la luz y enciendo las otras, con forma de estrella; aquellas lucecitas cómplices para evitar las pesadillas.
Me estresa no poder dejar de hablar acerca del repudio a mi habitación. Quizá porque no me permitieron pintarla de negro.
O porque aquí pasó sus últimas horas la abuela.
Duermo entre las cuatro paredes donde ella se asfixiaba por la neumonía: sus pulmones dejaron de funcionar poco a poco. En las mismas cuatro paredes donde la respiración ya no le era suficiente y no pudo hacer nada más que intentar hablar con mamá, cuando le llamaron por teléfono y le dijeron que se despidiera.
Con mamá hizo el intento para hablar. Cuando me tocó a mí y a mis hermanos hablar con ella (nosotros arriba, ella abajo) ya no pudo hacerlo. Sus pulmones sólo le permitían quejarse. Sus quejidos se podían oír a través de la bocina del teléfono, mis oídos zumbaron al escucharlos. Mi reloj hacía tic-tac al ritmo de mi corazón, no sabía si contar los minutos para volver a verla, o contar los minutos para recibir la noticia de su partida.
Al final, recibí la noticia: se fue a las 9:53 de la mañana, del 12 de junio.
Tal vez por eso en un primer lugar pinté la habitación de rosa, para olvidar que la vi aquí, donde ahora mismo escribo. Para olvidar el amarillo anterior que estaba en las paredes. El rosa me hace olvidar la tristeza de sus lamentos, de sus minutos, los pocos que le quedaban. Que le quedaron. Por eso pegué cosas idiotas en mi pared, para darle algo de sentido. No uno triste, sino bonito.
El amarillo para mí es deprimente, odio el 12 de junio y el color rosa no hace más bonita la habitación.