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Por Isaac Gasca Mata

Nuevo León, 15 de febrero de 2023 [00:05 GMT-6] (Neotraba)

“Tan cerca estaba que hasta sentí el golpe del aire de la culata de la pistola.Cuando cayó al suelo ya estaba muerto, seguido de eso toda la gente corriendo y empujándose por todos lados, llorando y asustados.”

Alma Vigil

La crónica escrita es un subgénero narrativo extensamente practicado en diversos medios comunicativos por autoras y autores interesados en describir en tiempo real lo que acontece ante sus ojos. La etimología de la palabra proviene del griego “cronos” que significa tiempo. Es decir: la crónica escrita es un testimonio literario de los sucesos que ocurren en una coordenada espaciotemporal influida por un contexto sociohistórico.

En el Diccionario de la literatura de Federico Carlos Sáinz de Robles se define a la crónica como: “Historia detallada de un país, de una época, de un año, de un hombre, escrita por un testigo ocular o por un contemporáneo que ha registrado, sin comentarios, todos los pormenores que ha visto o que le han sido transmitidos.” (Sáinz de Robles, 246). Las crónicas responden las preguntas periodísticas ¿Qué? ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Cuánto? ¿Dónde? y pueden ser directas o indirectas.

Existen crónicas de hechos históricos a lo largo del tiempo y provenientes de distintas culturas. Un ejemplo es Bellum gallicum, del emperador Julio César, donde el líder romano describe las vicisitudes que las legiones de su ejército enfrentaron para someter a los galos; los viajes de Marco Polo, que dictó al escribano Rustichello de Pisa, se publicaron bajo el título de El millóny son una crónica medieval donde el comerciante veneciano cuenta cómo salió de su patria natal a los diecisiete años para recorrer Asia hasta llegar a la corte del conquistador Kublai Khan. La historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, es otro ejemplo de crónica histórica de origen bélico. Ejemplos abundan como los evangelios del nuevo testamento en la Biblia, Los nueve libros de Historia de Heródoto de Halicarnaso o las notas periodísticas de sucesos deportivos como las olimpiadas o los mundiales de futbol.

Judas Priest en el Monterrey Metal Fest. Fotografía de Clars
Judas Priest en el Monterrey Metal Fest. Fotografía de Clars

Las crónicas informan, pintan el color local, construyen una imagen social en un tiempo irrepetible. Antes de la invención de la televisión, el cine, el internet o la radio, las crónicas fueron el principal medio de difusión de noticias o hallazgos, así como una fuente variada de datos sobre geografía, política, biología, etnografía, etc. No es de extrañar su éxito pues todos los seres humanos tienen la necesidad de relatar lo que experimentan, ya sea como rumor, chisme, anécdota… etc. Contar el paisaje, la aldea, la vida en sociedad, es una marca distintiva del Homo sapiens. Tal necesidad comunicativa congénita aparece en el humano desde que aprende a hablar y culmina el día de su muerte. Crea y consume crónicas todo el tiempo en su día cotidiano. Estas narraciones no tienen relación con las ficticias novelas, los elaborados cuentos o los bellos poemas. La crónica es el relato sencillo de lo que los sentidos experimentan y de las situaciones que conmueven, fascinan, afectan o benefician al testigo.

En este sentido, Lauro Zavala afirma que “Somos humanos porque contamos historias. Y sobre todo, inevitablemente, creamos nuestra historia personal.” (Zavala, 18). Ya sea alrededor de una fogata hace 25,000 años o frente a una pantalla táctil ayer por la noche los Homo narrans comparten y reciben crónicas pues la información es un pilar fundamental para la comprensión y adaptación en el mundo social.

Un tigre en medio de la selva puede prescindir de crónicas de sus semejantes con respecto a los mejores lugares para cazar o beber agua, su instinto le basta para satisfacer sus necesidades; los humanos no. Las personas necesitan información de su medio para tomar decisiones pues la vida social es más compleja que la vida natural. Y las crónicas son ese conocimiento empírico que necesitamos para socializar.

Cuando las crónicas se realizan con herramientas de índole literario trascienden la tradición oral, natural en el ser humano, y se convierten en una fuente de información tanto en el plano sincrónico (noticia) como en la diacronía (crónica de sucesos históricos). En el México contemporáneo encontramos excelentes obras de este subgénero narrativo como Tiempo de compensación. Crónicas a nivel de cancha (2016), de Carlos Barrón, fascinante documento acerca de la experiencia del futbol en un país desordenado como el nuestro[1], Melomanía (y otras rarezas): crónicas culturales del poblanishment (2017), de Alonso Pérez Fragua, donde la música y el periodismo cultural se fusionan con un estilo hilarante[2], o Cártel de una chica (no) rocker (2021), de Alma Vigil, crónicas de una periodista musical que atestiguó las matanzas con las que el crimen organizado sojuzgó a la ciudad de Monterrey entre 2006 y 2020. Reseñaré a continuación éste último libro.

Cártel de una chica (no) rocker de Alma Vigil. Fotografía de Isaac Gasca Mata
Cártel de una chica (no) rocker de Alma Vigil. Fotografía de Isaac Gasca Mata

Alma Vigil nació en Nuevo León en 1986. Desde muy joven, aproximadamente a los veinte años, empezó a cubrir eventos musicales como conciertos, tocadas y fiestas rave a lo largo y ancho de la ciudad de las montañas. El libro que motivó esta reseña es una ventana a los años que se fueron y las heridas que marcaron antes, durante y después de la guerra contra el narcotráfico.

En las páginas de Cártel de una chica (no) rocker (2021) se describen sitios icónicos de la cultura musical regiomontana: Café iguana, el Garage, Parque fundidora, Chac Mool, etc. La autora lo mismo habla de la música reggae que la electrónica, el rap, el rock o el reguetón, mostrando a sus lectores el saber enciclopédico y empírico que posee en materia musical. El libro está dividido en tres partes: “Primera: la barbarie originada por la guerra contra el narcotráfico declarada en México por el expresidente panista Felipe Calderón. Segunda: la ciudad fantasma y las heridas abiertas que dejó la violencia. Tercera: la regeneración postguerra.” (Vigil, 7).

Skull Fist en Monterrey. Fotografía de Clars
Skull Fist en Monterrey. Fotografía de Clars

La obra maneja dos discursos paralelos pues en la caja de texto la nota principal describe las noches musicales ambientadas por grupos como Korn, El Gran Silencio, Plastilina Mosh, Control Machete, Inspector, etc. que la autora cubrió entre 2007 y 2020 para medios periodísticos locales como las revistas La Rocka, Lagarto, Chic o El barrio antiguo. Aunado a ello, al pie de página, en retrospectiva, Alma Vigil expone las atrocidades perpetuadas por grupos del crimen organizado cuando la ciudad fue sitiada por la muerte en esos años de guerra civil: una época de terror que la ciudad no olvida.

Cada capítulo del libro combina las notas periodísticas de la escena musical regia con algún suceso sangriento producto de la narcoviolencia. Por ello, en el primer capítulo titulado “En las entrañas de la narcoguerra” encontramos trece crónicas de conciertos de rock con sus respectivas notas al pie de página que denuncian las matanzas que ocurrieron tanto dentro como en la periferia de escenarios musicales o bares regiomontanos:

“El Garage cerró sus puertas luego de tres años. El abandono de la zona y el alumbrado público defectuoso facilitaban la maldad en esa casa cuando la abandonaron. Mi amigo Víctor Hugo Valdivia, quien vivía a espaldas del Garage, en ocasiones escuchó gritos y ruidos extraños que provenían de ahí. Una vez, en el patio de su casa, escuchamos el rugir ahogado de una sierra eléctrica. Sospechábamos que tenían gente secuestrada en el Garage y los torturaban pero somos periodistas, no suicidas. No reportear cerca de tu hogar, en especial si es sobre temas de índole escabroso, es una regla periodística imprescindible.” (Vigil, 56)

El segundo capítulo, “Ciudad fantasma”, se conforma por diez crónicas que exponen los años más crudos de la guerra contra los malditos[3] cuando los bares, cantinas y antros cerraron sus puertas ya sea por el cobro de piso[4], el asesinato masivo de personas[5] o ataques terroristas como no se habían visto en la historia reciente de México[6]. Los narcotraficantes tomaron las calles de la antaño soberbia capital neoleonesa y la convirtieron en un cementerio con demasiados cadáveres, una pesadilla tipo cine gore con sangre real. La vehemencia con la que la muerte se adueñó de Monterrey entre 2006 y 2015 sobrepasó los limites de la cordura de muchos regiomontanos que prefirieron migrar a otras ciudades del centro y sur del país con tal de escapar de escenarios como el que Alma Vigil describe a continuación:

“La historia que me hizo pensar en relatar lo que acontece en mi ciudad natal y, que espero que no sea real, fue que unos zetas secuestraron a un taquero para que les hiciera unos tacos con la carne de los cadáveres de unos vatos que habían matado. Y yo que pensé que los colgados, los quemados, los mutilados era lo peor a lo que llegaban los zetas pero bueno, por el lado positivo dejaron al taquero libre… dicen”. Si no hubiera sido por los testimonios de que Miguel Ángel Treviño Morales el “Z-40” se comía los corazones de sus víctimas para, según él, absorber su poder, pensaría que la historia del taquero era un disparate. No por nada le decían el narcopsicópata.” (Vigil, 108)

MERCYFUL FATE en el Monterrey Metal Fest. Fotografía de Clars
MERCYFUL FATE en el Monterrey Metal Fest. Fotografía de Clars

La violencia que anegó Monterrey se vivió en distintos lugares y distintos niveles socioeconómicos. No solo en sitios considerados peligrosos por marginales como los bares de la calle Villagrán, también en universidades como el Tec de Monterrey donde el ejército mexicano asesinó a dos estudiantes el 19 de marzo de 2010 luego de confundirlos con delincuentes en las inmediaciones del campus en la Avenida Eugenio Garza Sada[7] o el asesinato de “Lucy”, estudiante de la Universidad Autónoma de Nuevo León acribillada por error, una víctima de la muerte colateral que generó la narcoviolencia[8].

Alma Vigil muestra una gran valentía al escribir sobre estos temas a pesar de que las heridas de la guerra continúan frescas y las fechorías de los malditos siguen vigentes en la memoria de Monterrey.

Burning Witches. Fotografía de Clars
Burning Witches. Fotografía de Clars

El tercer capítulo, “Bajan las balas, sube la música”, disminuye la intensidad del libro en comparación a los capítulos precedentes pues en los años 2015-2020 la violencia en Monterrey remitió. Por lo tanto, los artículos que componen la tercera parte de Cártel de una chica (no) rocker recuerdan que el libro es un compendio de crónicas musicales contextualizadas por un entorno de violencia más que una necrología de la ciudad. Las y los regiomontanos no se resignaron al miedo, no sucumbieron al terror generalizado, la impronta de muerte de su ciudad sin ley. Crónicas como la que realizó Alma Vigil sobre el Muertho TJ brindaron consuelo a esa ciudad devastada. A pesar de que los remanentes delincuenciales se negaban a sucumbir el mensaje del Muertho TJ de “No aborregarse” sonaba a esperanza en esos tiempos miserables.

El libro de Alma Vigil no es el único en su tipo. En los últimos años en México han proliferado testimoniales de la violencia que desde 2006 arrasa la tranquilidad de la nación como el ya canónico Roja oscuridad. Crónica de días aciagos, de Héctor de Mauleón donde de manera somera también se describe la violencia en la zona metropolitana de Monterrey:

“La tarde de aquel jueves en que llegó a Monterrey con una cámara de video al hombro, José Manuel se reunió con su entrevistado y presenció la grabación del programa El Club. A las ocho de la noche, en compañía de un primo del animador, ambos se dirigieron hacia el auto de este último. Antes de abordarlo, la Gata se tomó una foto con una admiradora. Iba a ser la última de su vida.

Una Suburban les cerró el paso una calle más adelante. Los cuerpos de José Emmanuel y del primo del animador fueron localizados doce horas después, amarrados con cinta adhesiva. Cada uno había recibido un balazo en la frente.

Un automovilista descubrió el cadáver de la Gata en un terreno baldío del municipio de Guadalupe.” (De Mauleón, 141)

BEHEMOTH! en el Monterrey Metal Fest. Fotografía de Clars
BEHEMOTH! en el Monterrey Metal Fest. Fotografía de Clars

El libro de Alma Vigil es un testimonio cercano porque dialoga con la gente que estuvo a centímetros de las ráfagas de metralleta, con quienes perdieron amigos en una tocada, quienes perdieron parejas en sitios donde asistían a disfrutar música y vieron morir a toda una generación de jóvenes brillantes que gritaban pidiendo música y solo recibieron balas.


[1] Leer la crónica “Bordo de Xochiaca, futbol en el tiradero”

[2] Leer la crónica “Sueños de leyenda”

[3] O malitos. Eufemismo motivado por el miedo con el que los regiomontanos se referían a los narcotraficantes para evitar nombrarlos directamente.

[4] “Al llegar vio a un hombre serio, pulcro, con una mujer muy guapa a su lado. El sujeto, que parecía ser un militar porque contestaba con palabras como “afirmativo” o “negativo”, le dijo a Maico que de ahora en adelante tendría que pagarle una cuota.” (Vigil, 113)

[5] “Luego vieron la noticia en la tele: masacre contra los empleados del famoso Sabino Gordo. Un grupo de pistoleros irrumpió en el antro, hirieron a cinco personas y mataron a 20, incluyendo al cantinero…” (Vigil, 72)

[6] “El 25 de agosto de 2011 se registró el primer ataque terrorista contra la población. Hombres armados incendiaron el Casino Royale, dejando una masacre de 52 personas fallecidas, la mayoría mujeres, una de ellas embarazada. (…) testigos en edificios aledaños reportaron decenas de cadáveres en el techo del casino. Según dijeron los tuiteros, la policía escondió los cuerpos inertes extras para no alarmar de más a la ciudadanía. Como quiera, todos nos cagamos de miedo.” (Vigil, 62)

[7] “El ejército mexicano acribilló a dos jóvenes dentro del Tecnológico de Monterrey y les plantaron armas para hacerlos pasar por sicarios, no sin antes sustraer las cámaras de seguridad. Jorge Mercado y Javier Arredondo no eran sicarios, eran estudiantes de ingeniería (…) Su crimen fue quedarse tarde estudiando en la biblioteca.” (Vigil, 44)

[8] “Lucy dejó de escuchar a sus grupos favoritos porque murió en un fuego cruzado entre el ejército y el narco en uno de los sitios que he transitado tantas veces que me lo sé de memoria: el cruce de la avenida Juárez y la calle Morelos, donde está una famosa zona comercial.” (Vigil, 57)


BIBLIOGRAFÍA

DE MAULEÓN, Héctor (2015) Roja oscuridad. Crónica de días aciagos. México. Ed. Planeta

SÁINZ DE ROBLES, Federico Carlos (1982) Diccionario de la literatura. Tomos I y II. España. Ed. Aguilar

VIGIL, Alma (2021) Cártel de una chica (no) rocker. México. Ed. Oficio

ZAVALA, Lauro (2017) Principios de Teoría Narrativa. México. Ed. Naveluz


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