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Edgard Cardoza Bravo

Ciudad de México, 01 de noviembre de 2020 [03:28 GMT-5] (Neotraba)

Portal

Adoradores espurios
del virus ensalivado,
vicarios del rocanrol
(cuyo hábito de pandemia
rezuma de tanto alcohol),
secuaces de Lilly Téllez,
devotos de don Porfirio
que quijotean sus leyes
en la Mancha curulera,
aquí está su mera mera
(con su pilastrón de barro
y la punzante guadaña),
huesuda que a nadie engaña,
pelona, fría y occisa,
habilitando un changarro
de tráfico de ceniza.

Y si les entra la punta
(en el meollo de la prisa)
por debatir la cuestión,
sépanse que ésta presunta
calavera sin panteón
responderá sus preguntas
con una interrogación.
Fotografía de Andrés Junco.
Fotografía de Andrés Junco.

Las viudas del FONCA

“Voy a hablarles, compañeros,
de las mujeres de el Cuá…”

-Carlos Mejía Godoy
(basado en un poema de Ernesto Cardenal)
Voy a hablarles obitueros,
esquelistas y demás,
de unos ángeles sublimes
que cobran por orinar,
del destino amenazado
por un decreto oficial
que eliminó las prebendas
de la clase intelectual.

De la crónica postrera
ya casi a punto de ser
que durmióse en el camastro
de la página de ayer.

Del cineasta horripilado,
de la danza del danzón
y de la esfera quebrada
a un tris de su ‘instalación’.

¿Qué será de tanto bardo?
¿De tanto genio obcecado
acabado de morir?
¿De tanta música ignota
justo en la prístina nota
que ya no podrá surgir?

¿Qué será del empresario
del numen sanguinolento
que si hubiera Margarita
le hubiera vendido el cuento?

¿Qué será del editor
y su cálculo inaudito
cuyo cúmulo hacedor
acaba de quedar frito?

¿De la verdad qué será,
a cargo de aquel falsario
que entrelazó el calendario
con las ganas de mamar?

Nadie hubiera imaginado
que esos seres tan profundos
(que flotan cuando se vienen
y vuelan cuando se van)
de pronto se hayan apeado
al amanecer del mundo
y ahora surquen los prados
cual caballos desbecados:
“piden pan y no les dan,
los maderos de san Juan”.
Fotografía de Andrés Junco.
Fotografía de Andrés Junco.

Draculero I

Con el fruncido entrecejo
y trastos antivampiro,
ahí vienen los conacultos
con la muerte en un suspiro:

el ajo de siete insultos,
seis proyectiles de plata,
el vórtice en un espejo,
la ponzoña de una estaca,
un gótico crucifijo
surgido del entresijo
de ese quiosco peatonal
y sobre todo el conjuro
anotado en un misal:

Abrakadabra la cuenta,
—petiso patas de cabra—,
que amparado en tu palabra
y esos bártulos de hacienda
en tu fisgonear occiso
mataste el fideicomiso.
Fotografía de Andrés Junco.
Fotografía de Andrés Junco.

Draculero II

A todos los draculeros
que gustan de los chupetes
les marco con este fuete
que debe prender el diablo,
y a través de mis viñetas
sangronas y deploradas
los invito a un sortilegio
bajo la luna apagada.

El cielo de los poetas
está más lleno de nubes,
apostillas y escaletas,
que tienen mejor que ver
con egos vilipendiados
que con fantasmas llorones
presentes en las películas.

Ya los quisiera encontrar,
amantes de lo conspicuo,
con un colmillo enterrado
allí donde se hace cola
el cutis de lo ridículo.

Saludo con nuestro Stoker,
este macabro incisivo
y una estocada cursienta,
a la tribu cenicienta
de los poetas marchantes,
que empeñan su calavera
por una cuña trapera,
media cesta de limones,
“una pura y dos con sal”.

Es vana la estratagema
—nones de todos los pares,
vampis del reino animal—
de pandearse ante la estaca
para lamer el puñal.
Fotografía de Andrés Junco.
Fotografía de Andrés Junco.

El novelista

Para Pablo, con afecto y respeto. Es juego, amigo.
Este hijo de Calatraca,
poco pelo, pata flaca,
(carga en su oscura conciencia
los modos de la calaca)
no entiende la diferencia
entre Porfirio Cadena,
la novela, la novena,
la función o la ficción,
e hipotecó la rondana
por una publicación.

Así que se autopublica
dándoselas de jodón,
y enseguida el hocicón
con su imitación postrera
de un manual de la canica
se siente Milan Kundera,
Marías o el Pokemón.

Sus argumentos son sabios
a más consideración:
el Borges es un pendejo
por compartir paisanaje
con el tal Leonardo Fabio,
los hímenes y Jiménez
son de la misma porfía
porque se juntan a veces
en la mala ortografía:
y otros tantos relatos
de este terrible jabato,
mártir de san Garabato
y su bula de sandeces.

Ahora sí, ya me despido
en suerte de llevo prisa.
Ahí les dejo el esqueleto
de un escribiente ramplón
que jugando el Beto-beto
al estilo televisa
anduvo echando candela
sobándosela al patrón,
empeñando la camisa,
llorando sobre el renglón,
como fámula insumisa
de alguna telenovela.
Fotografía de Andrés Junco.
Fotografía de Andrés Junco.

La Gilbertona

Miren a la Gilbertona,
vestida con la cotona
pestífera de Azrael
(no el arcángel de la muerte
sino el micifuz sin suerte
del brujastro Gargamel),
contaminando el celaje
con su frenética piel
de pájaro sin plumaje
que pasa haciéndose maje
con su boca de drenaje
en su motín de papel.

Allá va la Gilbertona
(líder del trompo con maña)
y sus casas de patraña
volando sobre el paisaje
de la plaza de Babel.
Ofrenda. Foto de Luis J. L. Chigo
Ofrenda. Foto de Luis J. L. Chigo

Cámara: ¡acción!


Soy la muerte y te concito
desde ésta toma frontal:
así seas el puto pito
del poema decimal,
si no te filmas leyendo
o ejerciendo el texto oral,
aunque silbes escupiendo
tú no eres intelectual.

[La cámara está encendida.
Circunspecto tu semblante.

A lo lejos un estante
con flores de siempreviva
que demuestre la exclusiva
pertinencia del instante.

En un ángulo preciso
los libros de algún donante.
Estratégico el talante,
tu mirada de granito.

En tu voz ya se divisa
la cola del infinito.]

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