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Enrique Serna, foto de Pascual Borzelli Iglesias
Enrique Serna, foto de Pascual Borzelli Iglesias

Por Adonai Castañeda

(Puebla, México, 10 de mayo de 2019)

Martes 2 de abril de 2019. 11:00 am

El escritor mexicano Enrique Serna llegó en medio de ovaciones, aplausos y chiflidos al Salón Barroco del Edificio Carolino. Se sentó en la primera fila de asistentes, al lado de algunos académicos. Fundiéndose en el público, observando con serenidad el estrado en el cual se sentaría minutos después cuando iniciara la ponencia. No giró la mirada ningún momento, sólo observaba.

Llegaron las once de la mañana, se levantó del asiento y se fue a la mesa junto a los organizadores del evento. Seguido de una presentación formal acompañada de citas de sus libros mientras él sonreía, se dio por iniciada la ponencia. Serna subió al atril a la izquierda del salón y saludó a los espectadores, que, ansiosos, hundían el lugar en silencio.

«Buenos días, me da mucho gusto estar aquí, porque siempre me ha gustado tener contacto con mis lectores, en particular los jóvenes, porque creo que tienen mentes muy despiertas y creativas que complementan el significado de los textos, de maneras que son sorprendentes, incluso para los propios escritores. Es una retroalimentación muy benéfica para el escritor.» afirmó, abarcando todo el salón con su mirada.

El escritor no censuró su pensamiento con respecto a la educación literaria en el país, sino que opinó con respecto a la iniciación académica en la literatura: «Si realmente fuera necesario tener una idea general de todas las corrientes literarias, saber identificar a los autores según su contexto histórico, social o temporal, etcétera, etcétera, nadie nunca se habría iniciado como lector. Entonces, yo creo que es importante desterrar ese prejuicio que, por desgracia, los viejos programas educativos de literatura en secundaria y preparatoria que se han fortalecido mucho a través del tiempo en México».

Samantha Luna y Enrique Serna, foto de Óscar Alarcón
Samantha Luna y Enrique Serna, foto de Óscar Alarcón

«Me acuerdo que cuando yo iba en la secundaria, en el curso de segundo año, el programa abarcaba desde el Ramayana, o sea, las epopeyas hindúes, hasta el surrealismo del siglo XX. A mí me parecía algo absurdo que ni el maestro había hecho todas esas lecturas y el alumno, que tenía que hacerlas en un curso muy corto, tampoco. De modo que al alumno se le transmitían sólo conocimientos de fichas, de autores […] Esos programas no buscaban despertar en los niños el interés por la lectura […] Eso se logra por la imitación.» Serna, con rostro convencido, reafirma un principio pedagógico que se remonta a la filosofía grecolatina.

«Creo que hay que tener presente, entonces, que los libros no son un vestido, como creen los snobs, sino un alimento. Y que los libros no se leen, se viven. Los libros nos pueden cambiar y transformar las maneras de ver el mundo. Provocarnos enormes sacudimientos que hacen que vayamos evolucionando. Es muy importante tener estas dos cosas presentes, porque es la única manera de cumplir el ideal educativo de los griegos. Resumido en una frase de Píndaro que decía: transfórmate en lo que eres […] Entonces, para alimentar el espíritu, la comunidad griega pensaba que era muy importante desarrollar el aspecto crítico. No sólo atiborrar de información y conocimientos. Por eso, en Sócrates, que es un gran exponente de la paideia, es mucho más importante el diálogo que la lectura misma. Él creía que la conversación que va llevando la gente obligándose a pensar, era para lograr el objetivo educativo de Píndaro.»

Portada de Señorita México de Enrique Serna
Portada de Señorita México de Enrique Serna

Serna, que se ha educado con frecuencia en el ámbito de la Filosofía, asegura que esa idea pedagógica es un caso universal. En el imperio azteca, por ejemplo, -según lo que expone Miguel León-Portilla en La filosofía náhuatl- es notoria la presencia de sabios y poetas que respondían al nombre de tlamatinime: literalmente aquellos que enseñan a los otros a crearse una cara propia. Una personalidad que se cultiva con el conocimiento.

La idea de la muerte en la literatura es para Serna un aspecto casi fundacional a través de los siglos hasta llegar a nosotros mismos: «La lectura de novelas ofrece una posibilidad de conocer a fondo las mentes más brillantes de todas las épocas. No sé ustedes, pero a mí siempre me ha intrigado saber qué está pensando una persona con la que estoy hablando: poder leer el pensamiento de los demás. Y desde luego la idea de poder hablar con los muertos es algo mágico en todas las épocas. El espiritismo en el siglo XIX donde nos comunicábamos con los difuntos de una familia por medio de la tabla ouija con una bola de cristal. La literatura es esa magia negra al alcance de todos.»

Portada de El Orgasmógrafo de Enrique Serna
Portada de El Orgasmógrafo de Enrique Serna

La lectura cambia a través del tiempo, la mejor época iniciaba en la niñez y la adolescencia, comenta el autor. A modo de anécdota, cuenta acerca del primer libro que le produjo una sacudida: Corazón de Edmondo De Amicis. Niños formados en un internado con ganas de apoyar a su familia trabajando en sustitución de los padres, afectando así su rendimiento escolar. Serna narra su experiencia, haciendo hincapié en las veces que lloraba cuando escuchaba el libro de la voz de su madre. Algo paralelo con respecto a la historia: el vínculo de la familia en ambas dimensiones. En ese momento, recordó las veces en las cuales imitó a su madre cuando ella leía, a pesar de que él no supiera tan siquiera hacerlo.

A partir de la imitación, Enrique Serna llegó a Mark Twain, Julio Verne y Víctor Hugo. Los que poco a poco se volverían en autores de cabecera a través de la relectura en la madurez. Reencontrando detalles que no vislumbró en su lectura infantil. Un aspecto que subrayó fue el de la literatura fantástica como un imán de la atención del niño para insertarlo en el hábito lector, enumerando autores como H. P. Lovecraft, Edgar Allan Poe, Ray Bradbury, Phillip K. Dick, entre otros.

«La literatura es un engorroso deber que se materializaba en ese lee veinte minutos– criticó las campañas de lectura en el país- Como si la literatura no pudiera extenderse a dos o tres horas.» Los asistentes soltaron carcajadas honestas. La literatura en México sufre por los pocos lectores que hay, eso es innegable. Sin embargo, esas campañas tienen ciertas fallas que deben afinarse, ya que no enfocan al núcleo del problema.

Portada de La ternura caníbal de Enrique Serna
Portada de La ternura caníbal de Enrique Serna

El segundo libro más significativo para el autor fue el Rubaiyat de Omar Jayam. Un llamado a lo lúdico de la vida, el replanteamiento de la existencia en la diversión: aspecto que recuerda también a la mitología occidental referente al dios del vino Baco. El impacto emocional de esta lectura repercutió en las creencias religiosas del autor. Una epifanía que marcó un antes y un después en su vida.

Serna explicó su experiencia al ingresar en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM y su temor a «morirse de hambre» si estudiaba Letras. No abandonó su ánimo lector, sino que se trasladó a otra área de investigación. El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado de Friedrich Engels fue otro libro que desautomatizó al autor. Los pensamientos engelianos poco encajaron con la filosofía del autor, sin embargo, no tardaron mucho en fusionarse con sus nuevas ideas. Poco a poco, el mundo de las ideas que se desplegaba ante él lo volvía crítico.

La vida en la política, además de ser un pilar para Serna, tuvo aportes por parte de la literatura de Milán Kundera que narraba acerca del bloque socialista y el arrebato de la vida privada, además de los ensayos políticos de Octavio Paz. A estas alturas, el autor se formaba de manera política. Este conocimiento le otorgó una percepción más crítica del país y así para el mundo. Agradeció mucho haberse encontrado con estas lecturas a sus veinte años, ya que también humanizaron su decisión por cambiarse de la política a la literatura en el ámbito académico. Por otra parte, el humor, algo indivisible de la obra del propio Enrique Serna, fue enriquecida con la lectura meticulosa de Oscar Wilde mientras sacaba adelante su carrera de publicista, además de sacarlo de varios apuros del aburrimiento: «Ha sido [el humor] la columna vertebral de toda mi obra.»

La conferencia concluyó con un mensaje que destaco: los libros que cambian nuestra vida llegan a convertirse en uno solo. La literatura, multifacética, amorosa o franca no se sostiene en entes individuales, sino que forma parte de un conjunto que engloba a todos los libros. La literatura es aquella que cambia la vida. En cada uno está la oportunidad de dejarla entrar. Cuando Enrique Serna soltó la última palabra junto con su agradecimiento, los aplausos sonaron en todo el salón. No había ningún par de manos que no sonara.

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