Monjes punk, plegarias rock
Pensamientos de diván | ¿A dónde ir para ser introspectivos en una ciudad? Juan Jesús Jiménez propone no salir de ella, a través de ser un monje punk.
Pensamientos de diván | ¿A dónde ir para ser introspectivos en una ciudad? Juan Jesús Jiménez propone no salir de ella, a través de ser un monje punk.
Por Juan Jesús Jiménez
Puebla, México, 24 de diciembre de 2020 [03:00 GMT-5] (Neotraba)
Quería hablar sobre la navidad pero no me gusta, mi alma de grinch habría de comerme antes de escribir la primera palabra de esa columna. En su lugar, habré de revisar un concepto que —quiero pensar— desarrollé en esta pandemia. La idea es simple y, realmente, no requiere un análisis profundo —o tal vez sí y para ello está esta columna.
Los monjes punk son, en realidad, personas comunes y corrientes que alcanzan un grado de satisfacción pero conscientes de nadar a contra corriente para ser perfectos. Y, lo sé, suena muy pretencioso, pero déjeme poner las cosas más claras.
Al mencionar la palabra, la imagen más frecuente es la de quienes meditan en el Tíbet, con todo y las condiciones extremas que los hacen parecer inhumanos. Comentaba esto en alguna otra ocasión y, para empezar, basar nuestra visión de un concepto en un estereotipo, entorpece el entendimiento real de cualquier cosa. Así que, retirar todos los aspectos que los hacen lucir inhumanos, fuera de todas las proezas mitificadas en el tiempo, son personas comunes y corrientes con dominio de una disciplina. Se entrenan y especializan en una sola cosa, al punto de moldear su habilidad a distintos propósitos.
Pero, seamos realistas: la vida actual —al menos la urbana— no deja tiempo para concentrarse en una sola cosa por un periodo prolongado. Todo se mueve muy rápido, te mueves o te mueres. Meditar como un monje no es posible a no ser de lograr apartarse de todos y todo. Para ello, contamos con una herramienta inesperada: la organización.
Como una forma de la disciplina, la organización es un medio para enfocarnos en aspectos muy dispersos y centralizarlos en uno. Toda actividad con posibilidad de ser administrada, puede ser útil a un fin común favorable a nuestros intereses, claro, sin dejar pasar las oportunidades el crecimiento y desarrollo personal que pueda tener una persona.
Ser un monje moderno consiste en saber administrar el tiempo y concentrarse en diversas tareas que nos sean útiles de forma inmediata o a largo plazo. Como una actividad diaria, una disciplina, un deporte, un pulso constante que nos haga levantarnos de la cama, escupirle al día pasado, pisarle los talones al mañana y anclarse al piso con un solo latido del corazón.
En el ejemplo tibetano, la meditación es un medio para alcanzar la iluminación, el estado de conciencia absoluta y una forma de divinidad compartida, cosa que no creo posible. Debemos ser punks, no somos dioses en la repartición de la verdad a cada paso, somos humanos. Tenemos errores, no podemos mantenernos en una sola acción durante mucho tiempo y, sobre todo, sentimos. Nuestro abanico emocional es amplio y reconocerlo es parte fundamental para expresarnos con propiedad.
Claro, ser punks no nos aparta de la idea principal, sobre alcanzar un crecimiento humano amplio. Sin embargo, hay veces donde la seriedad es sólo una formalidad que hay que dejar de lado. La meditación, el constante ejercicio de repensar la realidad, es un medio para alcanzar una autorrealización —eso en el ejemplo tradicional.
Aplicado a aspectos postmodernos, la autorrealización no es dirigida a un plazo futuro, incluso puede ser una experiencia actual surgida de la meditación. Deja de ser un concepto que incluya la codependencia y los ve como actividades sólo relacionadas por el ser. En otras palabras, la autorrealización ya no necesita de acciones o metas por alcanzar, se convierte en una revelación obtenida tras mucho tiempo de echarse un tiro limpio con las cosas que nos rodean, de nombrarlas, enfrentarlas y adaptarnos.
En conclusión, ser un monje punk requiere de las disciplina, el compromiso, pero también de la libertad humana, de la felicidad justificada y el entendimiento real. Se debe entender que uno no es perfecto, que nadie lo será ni ha sido, que el mundo se acabó hace cinco minutos y empezará dentro de otros cinco; en este limbo existencial, entre todas las experiencias por desarrollar, lo importante es el sentido. Dejar de lado las acciones condicionales y las justificaciones innecesarias.
Si podemos verlo en alguna parte, vea las obras de falsa caridad. Hago tal acción por tal recompensa. Eso es un ejemplo contrario de lo que significa ser un monje punk. Si siente algo, lo siente, no hay justificación, si ayuda en una causa, debe justificar por qué lo hace, pero no con el resto de personas, sino con usted. Explicar la realidad es la única forma de explicarse a uno mismo y entonces, alcanzar una comprensión propia.
La meta final, es uno mismo. Pero no desde el egoísmo, sino desde la colectividad. Si ayudo a otros, me ayudo a mí a estar más tranquilo, y la tarea, además de darle sentido a esa preposición, es hacerla realidad y probarla en el mundo sensible. Este no es un concepto inventado por mí, y tal vez ninguno en específico, son ideas que las religiones fomentan pero que uno debe pulir para entonces, sacarlas del aspecto místico, y meterlas de lleno a lo necesario, a lo útil y enriquecedor que se puede aprender.
Hallar algo que nos apasione a morir, trabajar en ello, pensar en otros y ayudarlos, replantear la realidad, deformarla a algo mejor, trabajar más, sentirse realizado en cada uno de los pasos. No hay más, no hay recompensa final, no hay indulgencia por nuestras malas acciones, solo nosotros, nuestra obra y palabras que nos persiguen bajo la lengua.
Sé que no son el tipo de cosas que se hablan en navidad, y estoy consciente de que ciertas cosas dichas en esta columna no encajan con los pensamientos de la gente sobre la festividad, pero es algo necesario. Los tiempos que enfrentamos son difíciles y, aunque siempre lo fueron, la única forma de salir bien librados, es crecer.
Esta Nochebuena, espero trate de poner en práctica este concepto o, incluso, hacerme notar que estoy mal y podamos discutirlo mientras reímos. Hay muchas cosas por hacer, mucho por administrar, mucho que pensar, mucho que imaginar, y sobre todo, como diría otro ser mitológico de nuestro país; todavía quedan más alhóndigas por incendiar.