Una ventana inmensa: Víctor Munita Fritis
Poemas del autor de los libros 66 poetas del Fútbol, Inventario, Paisaje de Copiapó y que ahora se publican en la sección que coordina Manuel Parra Aguilar.
Poemas del autor de los libros 66 poetas del Fútbol, Inventario, Paisaje de Copiapó y que ahora se publican en la sección que coordina Manuel Parra Aguilar.
Por Víctor Munita Fritis
Guadalajara, Jalisco, 28 de marzo de 2024 (Neotraba)
Dicen/ que los elefantes/ se llaman por su nombre propio/ ¿tienen nombres propios los animales?/ No los que ponemos sobre ellos/ sin embargo/ nosotros/ los animales/ no podemos oírlos.
Olvidamos/ el sentido del fonema cuando aprendemos a leer/ y los recordamos/ cuando un padre/ acerca la boca al vientre de la madre/ para modular una copla a su hijo/ en medio del líquido firmamento/ y lo volvemos a olvidar.
En cambio/ los elefantes/ no olvidan/ el sonido que eligieron sus padres al nacer/ no olvidan las vibraciones altas/ bajas/ y profundas/ aunque a estos/ les crezca su marfil.
Pero nosotros/ olvidamos/ sustituimos los recuerdos/ y con ellos la verdad/ mientras tanto/ los elefantes/ se siguen llamando/ por sus propias oscilaciones/ por el estremecimiento de un cuerpo gris y el viento/ la agitación/ de un rojizo tracto vocal/ sobre la boscosa sabana de Kenia/ en medio/de los salvajes pastizales subsaharianos/ los elefantes/ se siguen llamando/ por su propio nombre/ y nosotros/ a veces/ no reconocemos/ ni a nuestra propia madre.
Los elefantes/ no conocen de lexemas/ no lograron doctorarse en lingüística/ tampoco/ alcanzaron la licenciatura en historia y geografía/ pero nosotros/ con la invención de la escritura/ lo corregimos todo.
Acumular cosas bellas, no es un crimen
Dictadora Imelda Marcos
De seguro/ recordarán/ el teléfono rojo de Hitler/ pero nadie o casi nadie/ [luego de este poema]/ el teléfono blanco/ de Imelda Marcos.
Excepto por el barritar/ de un curioso elefante/ internado/ en un pastizal ajeno/ Porque los elefantes/ por muy buena memoria que tengan/ también se pierden de las manadas/ y nosotros/ hemos olvidado a Imelda Marcos/ en medio de la geografía de Filipinas.
Con qué mano me pregunto/ Imelda Marcos habrá aceptado ese refulgente regalo gris/ que no cabe/ en ninguna caja de Navidad/ Con qué mano/ habrá levantado el teléfono blanco de marfil/ para aceptar a este paquidermo de Sri Lanka.
Y el elefante/ en la soledad del zoológico de Manila/ recorrerá de memoria/ los bordes del océano Índico/ y nosotros/ no tendremos registro/ de sus 3000 pares de zapatos/ de su reinado de belleza en 1948/ los 10,000 millones de dólares robados y los 100,000 filipinos muertos/ en los bosques y asfalto del sudeste asiático.
Recordaremos/ sí/ el teléfono rojo de Hitler/ las gafas de Augusto Pinochet/ la gorra azul de Daniel Ortega/ la estatua en el piso de Saddam/ la camisa roja de Maduro/ y la sedosa corbata verde de Barak.
“Porque el poder no se usa, se siente, como una pistola de 100 balas sin usar”/ decía Imelda Marcos/ o como un elefante reinando/ en un solitario zoológico de Manila.
Al desierto de México
Nadie sabe en realidad/ lo que una sombra vale/ en medio del desierto/ puede ser la de un faro espinudo / en medio de la nada/ o la de un toro metálico/ promocionando leche de sus mejores hembras/ Porque un toro de hojalata/ en el desierto de Sonora/ da soluciones/ como:/ una bendita sombra/ que huye de los viajeros/ tal una cucaracha oscura/ en medio de la víspera y la soledad/ o simplemente nos anuncia/ un chorro lácteo para un recién nacido./ Nadie sabe en realidad/ lo que una sombra vale/ en medio de esta llanura/ y menos cuando sólo existen/ en el páramo de los sesos/ la desventura y la sed.
Y Felipe recordó/ los oficios que hizo/ en su paso por Tijuana y Mexicali/ mientras me preguntaba cómo era/ el desierto de Atacama./ Las veces que atravesó El Paso/ en un camión de doble fondo/ y se escondió en Sunland Park/ en un avión rojo del Western Playland/ y cruzó borracho Tucson/ junto a troppe de payasos/ colgado de un camión con perros galgos amaestrados/ a cuáles les dio de comer/ para llegar a Phoenix y de ahí/ a las bodegas de Arizona/ donde trabajó descargando contenedores / y adelgazó treinta kilos/ en medio de los cuarenta y cinco grados a la sombra/ con hombres negros/ que lo maltrataban/ por tener los ojos de color azul/ como los salares del desierto de Atacama./ Imagino y le digo/ que el desierto de Atacama/ tiene dos ojos salados/ completamente azules/ incrustados en el rostro/ en la cara profunda de la tierra/ y ambos quedamos en silencio/ intentando poner en valor las posibilidades/ de teñir de lenguaje azul/ imaginariamente/ los mapas.
A Vicente Rivera Plaza
Los bancos de arena se veían a mitad del río/ Luego se tomaron todo el lecho/ Las orillas se convirtieron en el recuerdo más triste del futuro/ Se veía/ de pronto/ un harnero y una pala/ como un viejo reptil aletargado/ por el calor del día y los incendios/ Dos máquinas chillaban a lo lejos/ tal sí fueran/ dos nuevos pájaros de la fauna endémica/ o unos antiguos vapores guiados/ por la mano suave y ansiosa de un niño gigante/ inclinado como un cerro ante Dios/ que a punta de saliva/ imita los sonidos del metal retórico/ sobre los paisajes yermos.
Por esto/ el formato luminoso de las piedras huyó/ como cuando alguien las arroja de un puntapié/ jugando con la pobreza/ en la desesperación del destierro/ y las olvida/ incluso de la propia memoria/ y no alcanza a ver que en el futuro/ un grano de estas/ hará justicia en nuestros zapatos/ en las orillas de las ventanas/ y otra tantas agrupadas/ como un sindicato de arena en una ráfaga de viento/ plausible por los campos dunares del paraje/ llegará hasta nuestros ojos/ irritando todo a nuestro paso/ Aun así/ nada de esto/ nos alcanzará para describir los goces y sufrimientos/ de aquellos habitantes/ que no lograron hacerlo/ de nuestros proletarios muertos desestimados por el tiempo.
Amamos tanto el desierto/ que lo pusimos de tapiz/ sobre el agua de los ríos/ pero comenzamos/ a entelar nuestro corazón/ cuando en este comenzó a residir/ pequeñas ausencias de luz/ breves alegrías por lo inhóspito/ amor por el abandono/ y los campos salitrosos de los valles/ en nuestras venas.
Éramos siempre/ como el ardiente pan de la rebeldía/ compartido a diario/ entre los compañeros de clase/ de nuestro pequeño gobierno socialista/ y nuestro pequeño gobierno socialista/ no éramos más que/ dos seres humanos besándose./ Aunque nuestros labios/ en la distribución de los besos/ nunca fueron equitativos y justos/ nos acercábamos peligrosamente/ durante el descanso/ al capitalismo brutal de la desigualdad besadora/ como si fuera una eterna jornada laboral/ no regida por ningún patrón/ regulada solamente por la especial reserva/ de dos vidas sin ley en un contrato social./ Mas nunca compañera/ dejamos de pensar/ que los besos que nos dimos/ cualquiera fuera su forma de producción/ siempre se crearon para dar un valor de uso/ para satisfacer directamente/ nuestras necesidades humanas/ y así lo demandaban nuestros económicos cuerpos/ tendidos en la esperanza/ aguardando/ el pan ardiente de la tarde./ Y cuando no poseíamos pan por la tarde/ cualquier alimento era nutritivo y bueno/ sopas/ verduras/ tortillas/ y besos./ Hay días/ en que no había mucho sobre la mesa/ que era casi siempre/ nos abrazamos/ y así nos alimentábamos/ comiendo de nuestra cooperativa socialista/ ideando brutales sueños para mejorar la estabilidad del mercado/ mediante la producción industrial de besos/ nuestro pequeño Estado Socialista./
*Los poemas aquí presentados pertenecen a distintos libros inéditos
Víctor Munita Fritis (Chile, 1980). Actualmente, radica en Guadalajara, México. Escritor e investigador en historia, ha realizado, teatro, radio y televisión. Cuenta con estudios en Educación en Historia y Geografía y diplomado en guion. Fue coordinador general en la Editorial Universidad de Atacama (2017-2019). Algunos reconocimientos que ha recibido son Beca de Creación Literaria del Fondo del Libro y la Lectura; reconocimiento al mejor libro de poesía de fútbol; beca de Artista Destacado de Atacama; becario de la Secretaría de Cultura de Jalisco; medalla “Pedro León Gallo” al Mérito del Gobierno Regional de Atacama por su aporte al desarrollo cultural y literario en Chile. Libros: La Patria Asignada, Zapatitos con Sangre, 66 poetas del Fútbol, Inventario, Paisaje de Copiapó, Yo, entre todas las mujeres, Introducción a la Historia.