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Por Pablo Montoya

Colombia, 25 de febrero de 2021 [00:28 GMT-5] (Neotraba)

Edward Hopper

Ese hombre mira la noche, mira los astros, ese hombre mira el tiempo, mira la nada, se mira a sí mismo desde la quietud y se mira partiendo. Ese hombre mira la historia diluida en el pasado, diluida en el futuro, diluyéndose ahora. Ese hombre, un trazo de tinta recostado sobre la ventana, mira un camino sin llegada. Flaco como una línea, sin cara, ese hombre soy yo.

Leonardo

Mi ojo ve catástrofes. Torrentes desbordados que parecen cabellos. Temblores de árboles como manos entrelazadas. Mi ojo ve valles, montañas, nubes. Y en ellos ve la naciente geografía de un sueño. O el sueño de un geógrafo que yo mismo he creado. Mi ojo ve mantos, velos, filigranas que son trozos de escoria, escupas y otras secreciones. Mi ojo ve en la mancha de pintura un pájaro, el lagarto, la babosa, un rayo de luz en la noche que dura más que la luz definida en un instante por mi ojo. En el ojo del otro el mío se detiene. Y ve cimas y abismos. Desembocaduras y manantiales. Explosiones y silencios. Y yo quiero exclamar algo pero mudo continúo. Mi ojo por fin se cierra. Y una ventana, o una puerta, o un camino se abren más allá de mi párpado. Luego hay un vacío que es otro ojo que me mira. De él surgen un cielo y un fondo ígneo. Un vuelo y una caída. En el vuelo ansío un abrazo. En la caída, ese gastado ojo que aún soy yo, añora la libertad del ala.
Autorretrato

Vermeer

Verte ensimismada frente a la ventana. Ver tus manos crear el ámbito de la pieza. Verte abrir la carta donde yo digo que verte es sentir el agua, el viento, la luz. Verte en las tardes de Delft y creer que no existen otras tardes. Ver crecer la vida en ti, lenta y ardorosa, como si fueras la primavera. Ver la música de tu noche que cae y acaricia al mundo. Ver cómo la felicidad es este instante.
La carta

Josquin Des Prés

Dónde han quedado las horas de la felicidad y el dolor. La encrucijada que me hacía el único sobreviviente de tu naufragio. Dónde la oquedad del aire, el túnel secreto, esa barca frágil que nos llevaba a parajes forasteros. Dónde encontrarte cuando mis pasos han recorrido todos los caminos. Y los que faltan por conocer están borrados. Y los que tal vez existan se hacen con ilusiones que ya no son las mías. Mi corazón yace sin sangre. Es una criatura sin amparo. Miro la luz que empieza y la otra que es la desaparición de las cosas. Pero mi cuerpo debe levantarse. Tomar la pluma. Mojarla en el tintero. Escribir la música que te busca y jamás te encuentra.

Vivaldi

Venecia se hunde bajo las aguas. Y sobre ellas, que alimenta una tierra abocada a la disolución, cae la lluvia. Sobre los palacios y los templos. Sobre las esculturas y los puentes. Sobre las tiorbas y las máscaras. Todo es bebido por el agua, minuciosa y amnésica, luego de que los hombres y las palomas han apurado sus palabras y sus vuelos.

Liszt

Tus manos,  quiero  creer  que son las mías,  rozan el  agua.  Las ondas  se esparcen. Círculos concéntricos que trazan un ser de numerosos rostros. Ellos se confunden hasta llegar a  ese paraje  en  donde  el  sueño, o un oído sin mesura, puede  descifrarlos.

Mis manos, ojalá fueran las tuyas, salen del agua. Tiemblan en el despertar. Se mueven torpemente. Y no logran escribir el poema.

Los poemas anteriores pertenecen al libro Terceto, publicados por Random House Mondadori, 2017.


Pablo Montoya. Foto de Marlon Meza Teni.

Pablo Montoya (Barrancabermeja-Colombia, 1963). Escritor y profesor titular de literatura de la Universidad de Antioquia. Doctor en Estudios Hispánicos de la Universidad de la Sorbona-Paris 3. Entre otros títulos de su autoría se encuentran el libro de cuentos Adiós a los próceres, el libro de poemas Terceto y las novelas Lejos de Roma, Tríptico de la infamia y La sombra de Orión.


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