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Por Alejandra Meza

Hermosillo, Sonora, 10 de febrero de 2022 [02:06 GMT-5] (Neotraba)

Acrobacia interior

Déjalo todo: tu frenesí de piruetas, la colección de espejismos, los prismáticos ajenos con los que constatas tu existencia. Abandona el redondel de tu circo imaginario. Bosque adentro tuyo, un río insonoro da fe de ti. Desvístete de tu persona, agua abajo hay un asiento con tu nombre en tu propio espectáculo naval. Que sea el silencio el que inunde tus ojos, no hay acrobacia más arriesgada y colosal que dejarlo ser estrella y espectador. No hay aplauso más definitivo que la carcajada continua y silente de tu espacio interior.

De filtros e inmundicia

Respirar cerca de otros cuerpos se volvió peligro de muerte, pero tu atención permaneció en prevenir la enfermedad del hambre. Yo te veo hurgar en la basura y estudio el privilegio de tu rostro desnudo y tu libre respiración. Nunca sabré cómo se mira el mundo desde tus coordenadas, pero me pregunto qué te significan los trozos de tela que pueblan las demás caras. Cuidadosos o simuladores, temerosos o escépticos. Tú pareces inmune a esta nueva forma de clasificar y ser clasificado. Yo solo quería saber si tú no te has contagiado de esta nostalgia del futuro, de este desarreglo del tiempo. ¿Te vacunaste contra el desajuste vital? Eres como los tejidos que, en franca rebeldía, se desenganchan de las orejas para rodar libres por las calles y la inmundicia. Tampoco yo vine a aplicar filtros.

Ciudades sin perros

El perro habita el tiempo a sus anchas. No hay reversas ni pausas en el breve tobogán que lo arroja a la existencia. A cada rato lo muerde la vida, pero es un maestro en el arte de avanzar al hondo hueco de la misma. Porque el perro sin dueño es muy dueño de sí.
Los perros sin dueño aparente se aparecen por las esquinas como giros inesperados en la narrativa urbana. Devienen sobresaltos y bifurcaciones donde las historias parecieran acabar. Imprevisible como los relatos, su marcha me recuerda la perfección de los tiempos.
Una ciudad sin perros es una narración sin dientes. En sus calles solo ves humanos caminando como animales tristes y te preguntas si pronto aparecerá un perro sin dueño, una manada, dentelladas que interrumpan la rabiosa parsimonia del día.

Cavar

Parir al mismo hijo, 34 años después, sacarlo de un pozo que no es mi cuerpo. Sus rizos quedándose en mis manos al acariciar su cráneo. Es mi bebé, es mi niño. Espérate, me dicen, a esa edad todos los muchachos llevan braquets. Pero yo conozco su muela y las prendas que sobreviven a sus carnes. Es mi bebé. Y yo un alarido sin boca y sin voz.
     El primer llanto de mi hijo me parió como madre. Y hoy, mi llorido, tan definitivo, se siente como punto final en la historia de mi maternidad.
     Pero no podré parar de cavar nunca. Desde que me uní al absurdo oficio de las que buscan no recuerdo más propósitos que andar, buscar y escarbar. Es cierto que a veces, la belleza del desierto me anestesia. Es cierto que a veces, subir a cerros inimaginables hace que me olvide de todo para, luego, recordar que mi pecho es una fosa sin fin en la que caigo eternamente.

Precipicios y palabras

Buscaba en el verso un escondite que en realidad me exhibiese, que le vaciara los bolsillos a mi lengua. Que me librara del brete de alumbrar palabras aún sin germinar. Porque vivir es atiborrarse de palabras, pero andar la vida es despalabrarse, y yo no podía caminar. El músculo verbal se había atrofiado: congestión de ideas en putrefacción. De ahí que el verso se antojaba punto de llegada y catapulta, un peñasco para caerme a palabras. Pero, mejor que eso, el verso me aventó en reversa a un precipicio. Convirtió en andamios mis abismos. Puso palabras en la punta de mi lengua. El verso me pronunció y devine.

Circular

Un aro, un giro, mi cuerpo. Roto adentro del aro, con mi cintura acompaño su vuelta en el espacio. Yo acuerpo mis giros con el aro. Lanzo. Brillan en el aire nuestros aros. Aran, arañan el cielo. Por un momento burbujas, que regresan a nuestras manos. Surcos de aire. El aro abriendo espacios en mi mente.

Alejandra Meza. Foto cortesía de la autora.

Alejandra Meza (Hermosillo, 1985). Es periodista y profesora universitaria. Ha publicado cuentos, crónicas y reseñas en distintos medios digitales, y ha cursado diversos talleres de narrativa breve tanto en México como en España. Foto cortesía de la autora.


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