Post-ultraneogótico
¿Quién nos cobra el tiempo que usamos? Ni siquiera el medievo era tan oscuro como este tipo de cosas. Juan Jesús Jiménez reflexiona sobre el ocio y el demonio en un mundo de capitalismo salvaje.
¿Quién nos cobra el tiempo que usamos? Ni siquiera el medievo era tan oscuro como este tipo de cosas. Juan Jesús Jiménez reflexiona sobre el ocio y el demonio en un mundo de capitalismo salvaje.
Por Juan Jesús Jiménez
Puebla, México, 3 de febrero de2025 (Neotraba)
Revelarse a Dios también es rebelión. Soundtrack y paja de la semana: Twenty One Pilots – “The Line” (from Arcane Season 2) [Official Music Video][1]
Me encantaría saber más cosas. Porque andar el mundo sabiendo que uno no conoce nada lo vuelve nuevo. Y eso, es prueba de que este mundo fue alguna vez el edén.
Yo no sé qué me ha dado por destazar partes de la casa. Y la primera víctima sacrificial se encarnó de una imagen de un arcángel en la casa. Fue en preparatoria cuando la miré con detenimiento por primera vez; y empecé por entender el castigo del que a veces es sirviente, o enemigo.
Le di nombre y conformé mucho de lo que ahora puedo decir; es el demonio. Y aunque dejé mi cartografía infernal un tiempo, no quiere decir que la haya dejado de forma definitiva, sólo que aprecio los claros entre cada meseta. Pero en mi ambición, olvidé por mucho tiempo ver de nuevo el rostro del que es a veces hijo o verdugo.
El invierno me revolcó a todo tipo de bibliografía respecto al tema; antropología divina, historia de la fe, filosofía bíblica, precedentes culturales de profetas y herejes, manifiestos, exégesis, y todo tipo de blasfemias para el cristianismo. Y entre todo; análisis de textos medievales. De estos últimos pude comprender algo que no me había quedado claro desde secundaria; en parte porque no quise, y en parte porque nuestro sistema de educación era –es, pero no por eso será– deficiente.
El medievo, aunque parece una época oculta por el raciocinio, fue una época como cualquiera. Habitada por seres humanos que dentro de sus capacidades describían el mundo que los rodeaba con el conocimiento del que disponían. Con tantos sesgos posibles, como los actuales. Y que su único pecado, era no pertenecer a la globalidad[2].
Y la gente estudiaba a Dios y trataba de entenderlo y después, explicarlo. Pero al verse superados, quizá, optaron por simplemente detenerse. Disfrutar del claro entre mesetas. Y eso es un privilegio que no tenemos.
Lo discutía con una profesora en la facultad, cuando hablábamos de las adaptaciones de Netflix[3]; es que puedo entender que sea así de compacto –me dijo– así vivimos. Y no dudo que así sea. Porque tras buscar tiempo para gastar, el crédito nos subió al cuello, y pagamos los intereses de generaciones que nunca nos importaron. Y no podemos disfrutar de no hacer nada.
O más bien, de no producir. Es inevitable tocar este tipo de temas cuando se habla del tiempo que dedicamos al ocio. El capital no necesita de ocio, necesita de producción, que necesita operadores, que necesitan sobrevivir –y es muy triste pensar que no “vivir”–, que necesitan bienes, que necesitan capital. De esta confusión kafkiana es que habitamos días inocuos. En los que ponemos Netflix –y cualquier mierda que tenga la etiqueta de nuevo– como ruido blanco. No vemos la tele. No la escuchamos. No disfrutamos –y por consiguiente no criticamos. Sólo esperamos hasta tener algo más qué hacer. Dicho sea; dormir, comer, trabajar.
Y necesitamos de contenidos breves; porque no hay tiempo para más. Tiktoks, canciones de menos de tres minutos, cuentos de menos de tres páginas, poemas de menos de diez líneas, no poder escribir números tan largos como veintinueve con letra porque al pasar el 31 se debe usar el arábigo. Como si algo que nos tome más tiempo, nos quitará tiempo para el fin del mundo. ¿Quién nos cobra el tiempo que usamos?
Ni siquiera el medievo era tan oscuro como este tipo de cosas. Y aunque todavía creo que esto no es el fin del mundo como lo conocemos, y que todavía quedan más cosas buenas que malas; es imposible no sentirme con un profundo vacío cuando me quedo sólo pensando estas cosas.
Porque afuera es extraño; y las noticias reproducen el trinar de bombas, y la gente se interna en el desierto durante 40 generaciones para encarar al diablo, y aunque cada uno de los pixeles en la pantalla sangran, ninguno reconoce de dónde viene la muerte. Porque creo que al igual que la figura de San Miguel en la recámara de mi padre; los arcángeles son todos iguales. Y eso hace más atractivo entregarse a la imagen del demonio que como nosotros, padece.
Olvidamos hace mucho tiempo contarnos mitos, y nos cundimos de notas al pie de página. Pero una vez más, la premura de nuestra existencia sopla a la siguiente página, no leemos más el mismo pie, y la siguiente, leemos los títulos, y la siguiente, ahora las sangrías, y la siguiente, la paginación, y la siguiente, el borde con manchas de nuestros dedos, y la siguiente, el libro cerrado.
La quimera que cierne sobre nosotros su canto, no es otro sino las cosas que hemos olvidado. Y las muchas otras que habremos de olvidar cuando nuestros cuerpos sean compactados por la tierra. Pero no por ello debemos dejar que estos retazos de la memoria nos parasiten.
[1] Pinche título sangrón: Dracula en la cava.pdf
[2] Aquí debo abrir un enorme paréntesis; obvio, hay muchas cosas terribles que ocurrieron en ese periodo de historia humana. Crímenes por los que no abogaré. Sin embargo, lo que trato de decir es que estos días son muy parecidos a los de ese entonces.
[3] Si algún ejecutivo de Netflix me lee: la cagan estrepitosamente.