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Por Camila R. H.

Puebla, México, 10 de junio de 2021 [02:11 GMT-6] (Neotraba)

Un ocho en geometría, verdades personales, temas de conversación salidos de quién sabe dónde, finales de series. Días copiados exactamente unos de otros.

Mantener un ritmo es complicado. Me lo dicen por experiencia las muchas horas diarias en que escucho las mismas 30 canciones, y aún fallo dos o tres chasquidos, dejándome fuera de sintonía. ¿Siempre estoy fuera de sintonía? Como si perdiera rastros importantes de la vida: una conversación, un susurro, un evento (muchos eventos). Es distinto a confundir una palabra en la letra de una canción, sobre todo porque no puedo volver a reproducirla para repasar los trozos faltantes.

Tampoco puedo aprendérmela de memoria y danzar al ritmo de la vida, gracias a mi mala suerte. Aún no descubro siquiera si tiene algún ritmo o si nos movemos según entendemos, pisándonos los pies unos a otros.

Además, el tiempo, mi peor enemigo, es inexacto. Al menos así se siente cuando decido apagar mi cerebro para detener el tren de pensamiento que apunta a descarrilarse, por ir tan rápido. Arrollador y zumbante. Le permito a las horas regarse por el borde del balde, como el agua, mientras tengo conversaciones en las cuales quiero decir algo, pero acabo diciendo otra completamente distinta. Ojalá supiera por qué.

Fragmento 1: La mañana perezosa se presenta como cada miércoles, teñida de desánimo. Antes de saberlo, son las ocho, y al otro lado de la línea nos recibe una voz conocida, aburrida pero familiar. Espero un diez, ese es el primer error. El segundo error aún no lo entiendo. Si me preguntasen, yo no cometí ninguno de los dos. Las asesorías responsables de llenarme el cerebro de matemáticas surtieron efecto, mi timidez traicionera fue la responsable esta vez. ¡Suerte a la próxima! Porque 9.5 no sube a 10, prueba participar un poco más. Ese es el mensaje con el cual me quedo y definitivamente no me satisface.

Fragmento 2: Sobre personas amables y cómo soy incapaz de comprenderlas. Agradezco su existencia a pesar de cuánto dificultan la mía, porque no sé cómo devolverles la cantidad justa de amabilidad ni por qué son así –¿es algo inherente o adquirido?–, cada interacción compartida suena lejana e impersonal. Yo sueno así. Me otorgo el beneficio de la duda, quizá sólo se deba al tono que emplea mi voz interna cuando relee los mensajes de mi parte. Eso me digo para consolarme y para ignorar el final no acordado de una conversación, donde yo no sé cómo actuar mientras la otra parte desparrama gentileza. Santo cielo, voy a morir.

Fragmento 3: Bien, vaciar el cerebro de pensamientos es una pésima, terrible, absurda idea. Puedo reconocerlo, porque durante tres semanas seguidas un solo pensamiento prevalece, anclándose en el centro de mi mente y anidando ahí. Se quedaría por siempre si yo se lo permitiese. El debate interno es si debo dejarlo hospedarse, la respuesta obvia es no. Ejecutar la respuesta obvia es un dolor de cabeza, también una puñalada certera a mi cobardía. Los temas de conversación fuera de contexto son la máxima expresión de mi nerviosismo, decir las cosas como son es difícil.

Probablemente, si observase las piezas por separado y luego en conjunto, descubriría algo sobre mí o sobre el universo. Pero son justamente eso: pedazos difuminados de mi vida aburrida y rutinaria; una historia que se cuenta sola. Tal vez el misterio se esconda en la pieza que aún no encuentro.


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