¿Te gustó? ¡Comparte!
David Ojeda un erizo y un zorro en el campo literario
David Ojeda un erizo y un zorro en el campo literario

Por Édgard Cardoza Bravo

Puebla, México, 29 de enero de 2020 (Neotraba)

I

Basado en la frase del poeta-soldado griego Arquíloco de Paros /siglo VII A. C/, (replicada por Isaiah Berlin), muchas cosas sabe la zorra, pero el erizo sabe una importante, y bien; el escritor leonés Alejandro García hace una meticulosa disección de la obra, las fuentes y los avatares literarios del narrador y poeta potosino David Ojeda (1950-2016). Seguramente la idea original de García era la de un estudio breve (un texto-homenaje) dedicado a quien fue su formador y mecenas literario, para llamar nuestra atención y convencernos de que mucha de la obra propia –pasada y presente– tiene su punto de partida en Ojeda. Pero como suele suceder en estos casos (sobre todo con el amplísimo fuelle discursivo de García), el texto excedió las expectativas de su autor y desembocó finalmente en un minucioso y amplio ensayo.

[Guardadas las distancias, y a propósito de vastos registros discursivos, recordemos aquel prólogo de Paz para la Nueva Picardía Mexicana de Armando Jiménez, que rebasó por mucho la pretensión inicial de un texto breve de ánimo humorístico y celebratorio, y culminó su recorrido en un libro excrementiciamente denso: Conjunciones y Disyunciones].

Igual que en sus textos narrativos, los ensayos de Alejandro García, rebasan siempre el propósito enunciado y se abren sin excepciones a muchas líneas de análisis. Destaco algunos posibles abordajes a este nuevo libro (David Ojeda: un erizo y un zorro en el campo literario.[1]) del autor leonés avecindado en Zacatecas.

La obra puede ser leída como el examen de calidad de un aventajado alumno, que a distancia del tiempo de aprendizaje ha logrado reunir en un solo tendido el acervo formativo proveniente del maestro. Otra aproximación sería la del erudito convencido de que toda literatura es generada por la literatura misma, y que los vasos comunicantes de un producto escritural tienen muchas líneas de origen e interrelación.

Un abordaje más es el del esmerado docente que abreva materiales para su desempeño profesional y los va disponiendo estratégicamente en el tiempo y el espacio de cara a su uso futuro. Y el del literato casado con el riesgo y la experimentación formal que se relame los labios ante la posibilidad de hurgar en el oficio de alguien con muy similares dotes y referentes, sólo para confrontarse ante el espejo de la escritura propia. Y el del exigente lector que no se conforma con los planos superficiales.

II

David Ojeda, foto tomada de http://diariote.mx/?p=14749
David Ojeda, foto tomada de http://diariote.mx/?p=14749


Desde el pórtico mismo del libro, Alejandro García tiene ya resuelta para sí y para el probable lector, la ambigüedad del título. En lo literario, su antiguo mentor, es erizo y zorro a la vez. De acuerdo a lo evidente, es zorro andariego del oficio por su abundancia de quehaceres:

Cuentista, novelista; narrador, poeta ensayista; traductor, compilador, prologuista; profesor universitario, periodista, editor; coordinador de talleres literarios, promotor cultural, fundador de revistas y suplementos culturales, trabajador de la cultura, asesor de sabios y de necios, formador de escritores… (David Ojeda: un erizo y un zorro en el campo literario, págs. 7 – 8).

Pero también Ojeda es un erizo, cuando encara sus mejores narraciones, por ejemplo los cuentos “Los truenos de mayo” y “Pelotita de ping-pong”, o cualquiera de sus novelas. Se queda fijo en la paciencia del erizo, concentrado en lo más importante para él, la literatura, “su” literatura:

que sólo sabe una cosa, pero la sabe muy bien…, que sabe que unas líneas bien fraguadas dan el golpe, que es capaz de dibujar el universo en un grano de arroz (David Ojeda: un erizo y un zorro en el campo literario, Pág. 11).

Prácticamente en todo su proceso de desarrollo como escritor, nos confiesa García, el “Premio Casa de las Américas 1978” (por Las condiciones de la guerra) siempre ha estado ahí como su faro guía.

David Ojeda logra permear hacia García (como era de esperarse) su método y disciplina de trabajo, pero además, lo ha imbuido de su terquedad de erizo que no abandona nunca el camino planteado por más difícil que parezca. Es más, la dificultad, el viaje a contracorriente, es para ambos el principal acicate de trabajo. El camino mismo (con frecuencia adusto y desangelado) es el tema central de sus elucubraciones que se mueven siempre al filo de lo real operante y en su andar, se van corrigiendo, reformulando, o en muchos casos mordiéndose la cola (sin albur, claro) para detonar un nuevo y más osado hilo narrativo.

Otra particularidad que los hermana, es que sus obras son obcecadas conversaciones frente al espejo con sus asideros y referentes de escritura. Para Ojeda (y consecuentemente para García) las historias se construyen (o deconstruyen) royéndose a sí mismas, hasta culminar (en un afán cuasi canibalesco) en una singular atmósfera de sombras y contornos sostenidos en el tiempo, que ha logrado imponerse a la propia realidad que la creó. Un fino tejido de reveses de carne y derechos de memoria ha interpretado finalmente la realidad sin deformarla, la ha vuelto más humana a fuerza de abordajes diversos no necesariamente racionales.

En Ojeda y García, el proyecto de relato tiene más que ver con recusar, con intuir, que con narrar en la forma convencional: lo que se dice es siempre menos importante que lo que se sugiere a través del silencio, las omisiones y la parálisis o timidez verbal (y en consecuencia, vital) de ciertos personajes. El protagonismo narrativo está más bien en la oquedad omisa que en el espacio ocupado por las acciones y la verbalidad de los sujetos.

He ahí otro matiz de erizo: el vacío rumiante que cuenta sin contar.

III

Las condiciones de la guerra de David Ojeda
Las condiciones de la guerra de David Ojeda

Según Alejandro García, en David Ojeda: Un Erizo y un zorro…, a nivel de estructura, lo subrayable en la expresión del autor potosino, es su obstinado juego de contrastes textuales y la interacción entre géneros, para lograr su singular manera de contar historias. En Ojeda siempre hay un gozne alterno a la literatura misma: la apuesta de precisar a qué género pertenece cada historia como unidad y el conjunto como propuesta, y lo que García denomina “la narrativización” de lo expresado: el hecho de convertir elementos extraños a lo literario en engranes para aprehender lo narrativo.

En Las condiciones de la Guerra, el vehículo de garra y distorsión es el paso escondido del cuento a la novela entre baches de sombra conceptual y resabios de viejos cacicazgos resguardando la peor Latinoamérica posible bajo la luz mortecina de un siglo que se extingue (recordemos que el libro se publicó en 1978), pero que a pesar de los males agoniza sonriendo. En La Santa de San Luis, es la proyección del David Ojeda aparentemente cierto en las vidas ficticias de personajes reales (Juan José Macías y Emilio Carrasco, por ejemplo) que coincidentes en un traslape de tiempos y de espacios deambulan los fríos callejones de una fe chocarrera y expresan las contiendas vitales de la ciudad misma a través de sus personajes y poderes prototípicos: la iglesia, la política, los usos y costumbres, y el periodismo, que como suele suceder, en vez de iluminar enturbia todo, pero rescata y deja una enorme pregunta flotando en el ambiente: ¿es la santidad un don de Dios o una prefabricación interesada de los poderes fácticos a cargo de los hilos del vivir cotidiano? En Los testigos de Madigan es el lenguaje mismo desprovisto de diques de contención, que en sus excesos de albedrío tiende a expresar a Dios (a la poiesis) de la forma más humanamente posible y por tanto más cercana al hecho creativo. Y la forma se ensancha o se contrae según sea el llamado íntimo de cada situación. Madigan, es el testigo de testigos. La preciosa palabra que al influjo de su soplo divino hace existir las cosas por vez primera, logra hacer descender los brillos de la inspiración de Dios a las brechas imperfectas y erosionadas del hombre. Los absolutos todos (el paraíso, la libertad, el cielo, el amor mismo) sólo son alcanzables, mundanizables, a través de Madigan, la palabra que es Dios y esencia primigenia de lo creado. Aquel soplo bíblico “y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”, es Madigan mismo, el verbalizador por excelencia de las ideas de Dios hacia los hombres. Madigan, es pues, un dador de signos para entender a Dios. Es por eso que “las palabras salen de nosotros con intenciones que no pusimos en ellas. El lenguaje sólo toma sentido en correlación con los demás hablantes. Madigan es el Aleph que es todos los signos y el origen de toda palabra de hombre, el erizo de erizos que en su soberbia soledad ha inventado los caminos del zorro.

IV

Y hablando de más contrastes, la escritura de Ojeda, toda, es una especie de canto al desencanto. Es preciso cantar, únicamente para olvidar a instantes el ruido inconexo, casi infernal, del mundo. Nos comunica: “vive y deja vivir”, pero sobre todo, “mira”, sé testigo del tránsito vital en perpetua dilución. Sólo el lenguaje salva. Sólo ese erizo, cuya única sabiduría es rondar en la paciencia del verbo será capaz de aglutinar la cuenta sin cuento de la historia. Y ese canto (desencantado) que escuchamos es el crepitar constante, pacientemente chingativo del erizo, que en su ronda sin fin de pronto ha descubierto como joder al multipaseado zorro.


[1] Alejandro García, DAVID OJEDA: Un erizo y un zorro en el campo literario,  Ed. Policromía, México, 2018.

¿Te gustó? ¡Comparte!