No fui yo, fue el demonio
El mal en el ser humano actúa de forma consciente e inconsciente: una reflexión sobre las diferencias. La maldad a todo lo que da.
El mal en el ser humano actúa de forma consciente e inconsciente: una reflexión sobre las diferencias. La maldad a todo lo que da.
Por Juan Jesús Jiménez
Puebla, México, 26 de enero de 2021 [00:01 GMT-5] (Neotraba)
(Nota para el aperitivo: Busque y escuche el álbum El silencio de Caifanes, además de que es una joya, le dará buen ambiente a esta columna).
Las posesiones siempre han sido blanco del asombro, ya sea porque realmente es una cuestión fe o por todo el circo que Hollywood ha montado en gran parte de las películas de terror de la década –siempre, no importa cuándo se lea esta columna, hay una película relacionada al tema en cartelera. Pero, como sabe, aquí no abordaremos las cosas desde la fe o cosa parecida. La posesión demoníaca es otro concepto que es más racional de lo que aparenta, como se dijo en las dos anteriores entregas –en lo que, de forma graciosa, se ha vuelto en un trinche del diablo– acerca de la anti-naturaleza del mal y sus personificaciones.
El día de hoy toca reconocer la dirección y justificaciones que dan al ser humano, de forma indirecta, al inventar el mal. Entre las definiciones que provee la R.A.E. para la posesión está la siguiente: Apoderamiento del espíritu del hombre por otro espíritu que obra en él como agente interno y unido con él. De ella partiremos para poner en claro que, por más formas de nombrarlo, el mal reside en nosotros e incluso nos es de utilidad para relacionarnos y alcanzar un falso sentido de felicidad.
Creo que la influencia de la religión en la definición es obvia, pero dejemos todo eso de lado para concentrarnos en el concepto principal: el alma. Realmente pienso que es muy soberbio de mi parte poner un fin a la discusión del concepto en una columna, pero a términos prácticos y risibles, me pasaré más de dos mil años de filosofía por el ojillo de mi pluma y diré que, de forma simple, el alma refiere a todo aspecto inexpresado del ser humano, como un vestigio de un significado más grande de cualquier cosa que podamos racionalizar por completo. Un residuo del Dios al que le somos indiferentes y comparte nuestra confusión de vernos a nosotros mismos como un vacío.
La profanación del alma no es otra cosa que mancillar algo que desconocemos que, irónicamente, también somos nosotros. Decir que alguien fue poseído por una presencia o ente es solo la forma en que el ser humano reacciona a lo desconocido, con miedo y curiosidad en paralelo formando este fenómeno del mal consciente e inconsciente.
Ambas manifestaciones son la conclusión de esta miniserie de columnas, sabiendo que el mal es inherente al ser humano, que somos nosotros quienes lo nombramos. El mal, cuando es consciente, se justifica a sí, sea con un fin, usando uno de los muchos nombres que le damos a la maldad o argumentando su naturaleza en el ser. Cuando se hace presente de forma inconsciente, el individuo efectúa esta justificación de forma indirecta en algo que lo convenza de sus propios actos.
Maquiavelo, de cierta forma, es un ejemplo del mal consciente, sabiendo que sus acciones perjudican a alguien pero que se justifica por el fin altruista que pueda tener. Excusar a una persona por decir que estaba ebria o bajo efectos de una droga es maldad consciente también. Del otro lado, en el inconsciente, la maldad presente en un disparo accidental, en una broma de catfish o cosa semejante, se dice que se hace en nombre de una causa más grande como forma de empoderamiento, pero sigue siendo igual de malvado. El problema con la maldad no radica en el concepto, sino en su forma operante en el mundo, pensando que es algo que no se puede erradicar del ser humano. Cosa que es completamente falsa.
Y sé que dije que la maldad es inherente al ser humano, pero no quiere decir que algo propio no pueda desaparecer. A eso nos invitan gran parte de los ideales en una religión, pero dicho nivel de comprensión y catarsis debe partir de un largo proceso en que se comprenda no solo las razones que nos llevan a ser parte del mal, sino a las formas en que podemos domarlo para salir victoriosos de él.
Algunos lo alcanzan mediante la meditación apartados del mundo entero, otros mediante la oración y las obras de caridad; pero en esencia, el exorcismo de un demonio no refiere a un rito mágico, refiere a esta comprensión y estudio constante del ser humano, de todas las actitudes que podemos asumir en un tema tan difuso como este.
La maldad al final del día no es algo que le deseemos a una persona que nos agrada, es algo horrible que observamos todos los días pero que debemos trabajar por eliminarla. Cumplir estos reglamentos ya asignados por las religiones pero no solo eso, expandirlos y adaptarlos a la realidad que vivimos, hacerlos más que solo las palabras de un Dios confundido, sino un código propio que nosotros mismos dictados por el bien mayor.
Un concepto parecido a los que escribió Nietzsche en su tiempo, pero con la particularidad que una pandemia como la de estos años nos ha dado. Eso sería lo menos malvado que podríamos hacer en los años siguientes.