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Sir Tabby of Orange and Lady Lavender
Sir Tabby of Orange and Lady Lavender

Por Francisco Santoyo Pérez

Puebla, México, 23 de septiembre de 2019 (Neotraba)

Desde hace algunos años se han viralizado videos de individuos que agreden a otros por un roce presupuestable en la vida civil. A los que atacan se les llama lords o ladies. Las víctimas, desde luego, carecen de nombre. Tan populares son estos videos que la aparición de un nuevo miembro de la nobleza es motivo de aparición en los noticiarios.

En un programa de Carmen Aristegui se discutió durante media hora el video de Lady piñata. Fabrizio Mejía Madrid comentó que ese acto de violencia obedecía a las mismas razones que ocasionaron, días antes, el asesinato en masa de Texas. En un estado de guerra, el odio es la pasión de fondo que ve como única posibilidad, para el propio bienestar, la aniquilación del otro.

La equiparación que hizo Mejía Madrid entre el caso de Lady piñata y el de la masacre no es gratuita. En efecto, en el fondo de cada acto violento premeditado está la raíz enferma del poder y del odio. Sin embargo, habría que matizar. El desenfreno de violencia en el caso Texas no es un acto cotidiano. Si bien los tiradores masivos son un problema serio y continuo en Estados Unidos, no podría decirse que sea algo que ocurre literalmente todos los días. En cambio, en México resulta sencillo imaginar que ahora mismo una señora a la que se le reclama que tire basura en la calle insulte a quien la confrontó. Hay, pues, algunas diferencias claras. Las balaceras multitudinarias son crímenes graves; los actos de prepotencia no siempre terminan en el homicidio (muchas veces no ameritan más de una multa de varios días de salario mínimo o unas horas de encarcelamiento). Las primeras son un problema de salud mental –y de políticas laxas de acceso a las armas–; los segundos, muestra de una civilidad fallida.

Según Hobbes, el estado natural del hombre es el de guerra. Tuvo que inventarse la ficción del contrato social, para que la humanidad pactara una tregua y la especie se uniera para establecer un Estado civil. Pero, ¿qué pasa cuando la paz es tan endeble que a la más mínima provocación resurge el estado de Bellium ómnium contra omnes [guerra de todos contra todos]? Freud decía que el primer ser humano que insultó a su enemigo en vez de tirarle una piedra fue el fundador de la civilización. Pero el de México es un estado híbrido entre el natural y el de guerra.

Lord y Lady
Lord y Lady

Se supone que hay un pacto: a veces se cumple y a veces no. Podría explicarse que esto es producto de la violencia desatada por el neoliberalismo o por la injusticia social. Más bien cabría suponer que el fenómeno de los lords y las ladies es tan notorio ahora sólo porque cada vez más gente cuenta con celulares e internet. Ahora es posible grabar y divulgar las atrocidades que se han presenciado desde siempre. Acaso la violencia en los ámbitos más ínfimos de la cotidianidad no sea consecuencia de la gran y abstracta situación del crimen a nivel nacional, sino parte de su causa (dado que la causa social y económica es auto-evidente). Todo gran Juanito Pistola, antes de serlo, alguna vez vio a un fuerte abusar de un débil por el simple hecho de que podía.

No es que en otros países no ocurran sucesos violentos o estallidos de rudeza, pero el lordismo es tan típicamente mexicano que no cabría imaginarlo en ninguna otra nación del mundo. Los agravios en otros parajes serán distintos. Aquí, cualquier mínimo dejo de autoridad o poder conlleva una gran licencia auto-arrogada de incivilidad y agresión contra quien alce la voz. El proceso para la forja de un lord o una lady es el mismo: asumir como privada una entidad pública, agredir a quien le reclame y ser videograbado. Si no se cumple esta triada de condiciones, quizá nos las habríamos con un don o doña Vergas (fenómenos lindantes), pero no con un lord ni con una lady.

Las explicaciones sociales y culturales de esto tienen el defecto de poder justificar todo y de tender al infinito. Pero como decía Aristóteles, todo efecto tiene una primera causa. La que decido ponerle como respuesta al porqué del lordismo mexicano no es menos arbitraria y la situaré en el territorio.

Recuento de algunos incidentes ocasionados por fanáticos en distintos mundiales (no todos fueron grabados). Alguien orina sobre la flama eterna que está debajo del Arco del Triunfo en París –la misma no había sido apagada desde que empezara a existir, en 1921. Otro acciona la palanca de emergencia del tren bala en Japón –que jamás había sido accionada. Otro pone un sombrero de charro a la estatua de Nelson Mandela –gran afrenta para los sudafricanos. Dos sujetos intentan violar a una brasileña durante un crucero y golpean al novio. Un tipo tira de una silla de ruedas a un anfitrión ruso que usaba una máscara de AMLO. ¿Qué tienen en común estas personas? Una nacionalidad, una tierra.

Recuento de algunos videos de extranjeros. Una japonesa saca fotos con flash –prohibidas- dentro de una pirámide en Bonampak y hace berrinche cuando los lacandones bregan por echarla del lugar. Un canadiense que iba en sentido contrario en una avenida discute y empuja a un policía que le explicó su error en un idioma que no hablaba aquél. Un ruso en Cancún insulta y golpea a gente que transita por la calle (más tarde sería linchado por los vecinos). ¿Qué tienen en común estas otras? Que pisan una tierra.

Cierto, hay connacionales que adquieren un aire de civilidad cuando tienen que migrar y vivir en otro país. Pero los hay quienes, tan pronto retornan, arraigan su sique a esta tierra y vuelven al estado natural.

Cada mexicano, aunque sea de una manera remota, es perjudicado y beneficiado del estado de paz a conveniencia en que se encuentra. Esta tierra, desde que fue habitada por sus primeros ocupantes, es fértil para la guerra. En el día a día del mexicano se advierte cómo el cultivo que da frutos es el del valemadrismo y la impunidad. Más trágico (o divertido) si la cosecha queda registrada no sólo en los ataques, sino en video.

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