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Una reflexión sobre “Tiempo destrozado” y “Música concreta” o carta de amor a la literatura de Amparo Dávila.

Amparo Dávila. Foto de Pascual Borzelli Iglesias
Amparo Dávila. Foto de Pascual Borzelli Iglesias

Por Iván Gómez

Morelia, México, 15 de mayo de 2020 (Neotraba)

SE RELEE PARA LEER. En una breve nota, publicada el 19 de abril, Alberto Chimal  escribe que la obra de Amparo Dávila fue más o menos leída y comentada en su momento de aparición, luego olvidada por décadas y revalorizada en años recientes. Pero es indudable que entre ese pequeño séquito de lectores hubo algunos memorables, pienso en Alfonso Reyes y Julio Cortázar.

El primero fue quien la impulsó a publicar sus primeros poemas bajo el título Salmos bajo la lluvia (1950), y del segundo sabemos —gracias a la correspondencia de ambos que aparece en la edición conmemorativa de Árboles Petrificados (Nitro-Press, 2016) — que la leyó desde su primer libro de cuentos: Tiempo destrozado (1959). Fascinado le expresaba lo mucho que le sorprendía que se tratara de su primer libro:

He tenido un gran placer con la lectura de “Tiempo destrozado”, que me parece un excelente libro. En la solapa se habla de esta obra como su primer libro de cuentos; si es así, admiro la maestría y la técnica que se advierten en cada página.

Ciertamente asombra la fuerza narrativa de los trece relatos que lo componen; además del excelente manejo de los temas: en sus cuentos nos encontramos ante una cotidianidad de la que surgen entornos misteriosos y sobrenaturales, mismos que rompen con esta, de modo que la realidad poco a poco se distorsiona hasta llegar a desenlaces abrumadores. Uno no deja de preguntarse cómo logró tal destreza desde el momento iniciático de su narrativa; quisiera profundizar un poco en ello a la par de dar detalles de su obra que inviten, sobre todo, a la relectura pero también a los primeros acercamientos.

No se puede dejar de lado la imaginación, esa que es capaz de extraer algo horroroso de las entrañas del día a día. Esa misma hace que un hombre luche con su propia sombra y otro se atormente con la visita de un sujeto extraño que desea darle un comunicado, al grado de escapar hacia ninguna parte. Y qué decir del cuento que abre el compendio: “Fragmento de un diario [julio y agosto]”, escrito por un hombre empeñado en lograr el arte del dolor:

Es bastante arduo el ejercicio del dolor, gradual y sistematizado como una disciplina o como un oficio. Mi vecino estuvo observándome largo rato. Bajo la luz amarillenta del foco, debo parecer transparente y desleído. El diario ejercicio del dolor da la mirada del perro abandonado, y el color de los aparecidos.

La geografía personal y literaria de la maestra influyó mucho en su oficio. Como sabemos, nació en Pinos, Zacatecas, en 1928, en un entorno que ella misma describe en Apuntes para un ensayo autobiográfico (2005):

Pinos, el pueblo donde nací, es el pueblo de las mujeres enlutadas de Agustín Yáñez, es también Luvina donde sólo se oye el viento de la mañana a la noche, desde que uno nace hasta que uno muere. Situado en la ladera de una montaña y como rodeado de nubes, desde lejos parece algo irreal, con sus altas torres, las calles empedradas en pronunciado declive y estrechos callejones. Pinos es un viejo y frío pueblo minero de Zacatecas con un pasado de oro y plata y un presente incierto de minas abandonadas.

Además fue una niña enfermiza que pasaba la mayor parte de su tiempo en casa. Con muy poca edad tuvo su primer acercamiento a la Divina comedia a través de una edición ilustrada por el mítico Gustavo Doré y tiempo después tendría ese mismo acercamiento con el Quijote. En el mismo libro relata que a los 7 años se mudó junto con su madre a San Luis Potosí, donde comenzó su educación en el colegio de religiosas Motolinia.

Aunado a su mala salud, padecía terrores nocturnos desde muy pequeña.

Los años en el convento explican su precoz acercamiento a las lecturas del Siglo de Oro: San Juan de la Cruz, Cervantes, Quevedo, Sor Juana Inés, Fray Luis de León y, en ámbitos más religiosos: el Cantar de los cantares y los Salmos. Autoras, autores y textos que nos permiten conjeturar acerca del nacimiento de su estilo a partir de la estilización de su lenguaje.

Además, bien podríamos argumentar la constante mención de la soledad en sus poemas y sus historias bajo una primera influencia de San Juan de la Cruz, concretamente en Noche oscura; el misticismo y el simbolismo del Cantar de los cantares debió darle las herramientas para hacer que sus personajes se enfrenten a misterios inusitados: nunca sabremos en “El huésped” qué o quién es el extraño que irrumpe en la apacible vida de la señora de la casa, sus hijos, Guadalupe (su ama de llaves) y el hijo de esta; ni qué animales eran los que preparaban con sumo cuidado y frialdad en la casa de un hombre atormentado por el ensordecedor ruido que emitían al hervir vivos en agua en “Alta cocina”. Vamos, ni siquiera podremos entender (y qué bueno) por qué Moisés y Gaspar se comportan como lo hacen en el último cuento del compendio…

Depende mucho de los lectores y de su capacidad imaginativa definir los límites de las historias. Estas invitan a los más ávidos a pensar, a conjeturar y sobre todo a la relectura: habrá quien vea en “Moisés y Gaspar” el relato de dos horrorosos hermanos y habrá quien formule tantas hipótesis como le sea posible sobre la naturaleza de estos dos seres: sí, son hermanos, sí, seguro son humanos, ¿pero por qué entonces actúan como lo hacen?, ¿tuvieron una infancia tormentosa, un recuerdo traumático? No es necesario que la reflexión se haga de manera consciente, es una idea que permanece a lo largo de los días trabajando en silencio, en segundo plano, mientras uno vive su vida que ya no es tan cotidiana como antes.

Amparo Dávila es antes que nada lenguaje, sus cuentos nos dicen mucho y plantan misterios sin ser profusamente descriptivos por el amplio registro lingüístico de su escritura, que es basto e impredecible: cuando estamos ante la normalidad que todos conocemos, el lenguaje se enfoca en resaltar los elementos habituales de un contexto normal, pero cuando algo extraño sucede o se anuncia todo cambia hacia lo sensorial y misterioso.

En “La quinta de la celosías”, primero nos encontramos con estas descripciones: “Llegó a la esquina donde tenía que esperar el tranvía, empezaron a caer gotas de lluvia. Se levantó el cuello del saco y se refugió bajo el toldo de una tienda de abarrotes…”, y hacía el final con estas:

Un golpe de aire dulzón y nauseabundo le azotó la cara; el estómago se le contrajo, trató de salir al jardín nuevamente y respirar. Ya habían cerrado la puerta… estaba oscuro y sólo una débil claridad de luna se filtraba a través de las celosías; distinguió a Jana hacia el centro del salón, desde allí lo miraba desafiante, en medio de dos féretros de hierro… aquel aire pesado, dulce, fétido le penetraba la misma sangre, un sudor frío le corría por todo el cuerpo, quiso buscar un apoyo y tropezó con algo, cayendo al suelo.

El papel de los lectores, como decía, es clave para entender un poco por qué su obra se quedó varios años en el olvido: en la segunda mitad del siglo pasado las lecturas que acapararon ventas e intereses tenían un corte realista. Pienso que en ese contexto sus cuentos no resultaban tan atractivos; varios de los círculos de las generaciones posteriores debieron interesarse más en la maestra Dávila debido a una nueva inquietud por otras propuestas.

Sumado a lo anterior está el papel de sus vivencias, muy importante para el nacimiento de sus cuentos, según ella misma relata en diversas entrevistas: los terrores nocturnos debieron otorgarle otra visión sobre las cosas: en completa oscuridad y ante tal padecimiento. Todos los objetos son un potencial agresor y el ambiente onírico es capaz de trasponer en su percepción lo imaginario por encima de lo real.

Amparo Dávila poseía la vocación y la virtud narrativa necesaria para legarnos cuentos tan excepcionales desde su primer libro de este género, pero a ello le acompaña la previa trayectoria lírica reflejada en sus tres poemarios: los ya mencionados Salmos y otras dos publicaciones de 1954 con pocos meses de diferencia: Perfil de soledades y Meditaciones a la orilla del sueño.

En los tres ya se encuentran varios de los elementos que hallaremos en sus obras posteriores: aunado a la capacidad de síntesis y de brevedad, el establecimiento de contextos y de imágenes de una rareza estilizada: ¿acaso no son aquellas imágenes que desafían y excitan nuestra imaginación las que hacen de su obra una de las más inquietantes del siglo pasado? Pero, sobre todo, esos años de escritura poética le brindaron una amplia capacidad de lenguaje: si bien a todos nos sorprende que Tiempo destrozado sea su primera publicación y, más aún, que varios de los cuentos estén incluidos en numerosas antologías, esto puede explicarse a partir de su oficio poético. 

Para expresar mejor el papel directo de su escritura lírica en la creación de sus narraciones me remito a algunos versos que demuestran ya un manejo maduro de los elementos nombrados:

“Aquí bajo la sombra” es un buen ejemplo de cómo puede establecer ambientes en unas pocas palabras:

Aquí bajo la luna transparente; entre el río melancólico

                 de las aguas lunares,

Sabemos, en dos versos, dónde se encuentra el sujeto del poema, cuál es su estado emocional, qué momento del día es y el ambiente en el que se halla: hay un dominio de la naturaleza que empequeñece a nuestro personaje, aunado a la idea de fertilizad y pureza.

                          Si alguien hubiera dicho:

                          la soledad se nutre de párpados caídos,

                          de silencios dormidos en la noche del ángel;

                          la soledad es una inválida semilla,

                          heredad antigua, cadena y mortaja…

Lo onírico en “Meditaciones a la orilla del sueño”:

2

Surge la angustia

ante el temor de ser

tan sólo la corteza

de un día vano

Fuera del sueño

hay un barco

encallado en la voz

[…]

3

Dibujo mi mortaja

blanca, fría,

en las aguas del sueño,

lentamente.

Lo extraño, lo oscuro y lo tenebroso en “Cinco meditaciones nocturnas”:

La verde noche de los pinos

Cayó sobre las frondas;

Como lamentos emergiendo

Del silencio, las voces

Opacas de las hojas.

Es en secundaria cuando escribe sus primeros salmos (tampoco sabemos qué tanto de esas versiones perduraron en la publicación de 1950); cabe dejar la pregunta al aire sobre el papel de la poesía mística, —insisto en ello—, en su propia escritura: ¿sus salmos son poesía de este tipo? Además, ello es una cuestión para reflexionar en sus cuentos: ¿Dávila se apropia de lo místico en su obra para reflejar lo sobrenatural pero dejando de lado lo teológico?

¿Todo lo anterior hace que Tiempo destrozado nazca maduro? Sí. Y otros elementos que he dejado en el camino, como que comenzó a escribir sus primeros cuentos a los 10 años (muy malos, según ella y de los que no sabemos nada).

Si pudiera definir el libro en dos palabras diría que se trata de un compendio de cuentos que abordan lo sobrenatural y terrorífico. Diría, también, que nos gusta tanto por la estilización, por medio de la palabra, de lo aterrador, o, en otras palabras, la estética de lo apabullante que consigue con los elementos que he referido en los párrafos de arriba.

Muchos de sus cuentos nos avisan desde las primeras líneas que algo extraño está ocurriendo. “Tiempo destrozado”, el cuento que da título al volumen, es la sucesión de los últimos acontecimientos en la vida de una niña, esto no se nos dice en ningún momento sino que las imágenes llegan, cada una más extraña que la anterior; las primeras líneas, además, son el tiempo pausado, destrozado, que precede a esta sucesión de imágenes:

Primero fue un inmenso dolor. Un irse desgajando en el silencio. Desarticulándose en el viento oscuro. Sacar de pronto las raíces y quedarse sin apoyo, sordamente cayendo. Despeñándose de una cima muy alta. Un recuerdo, una cisión, un rostro, el rostro del silencio, del agua… Las palabras finalmente como algo que se toca y se palpa, las palabras como materia ineludible.

Como escribía arriba, el punto fuerte es la cotidianidad de la que surge lo extraño: incluso en “Tiempo destrozado”, luego de las peculiares líneas iniciales y antes de las imágenes, se nos presenta una escena común del paseo dominical de tres personas, padres e hija, por una huerta.

En otros casos lo cotidiano se interrumpe por un factor externo, como en “La señorita Julia”:

La señorita Julia, como la llamaban sus compañeros de oficina, llevaba más de un mes sin dormir, lo cual empezaba a dejarle huellas. Las mejillas habían perdido aquel tono rosado que Julia conservaba, a pesar de los años, como resultado de una vida sana, metódica y tranquila.  Tenía grandes y profundas ojeras y la ropa se le notaba floja.

Sabemos, por estas primeras líneas, que el cuento tiene sentido porque algo no anda bien en la vida de Julia (¡y a dónde nos va a llevar ese problema!), no la conocemos cuando su vida era normal pero sí que podemos dar cuenta del contraste entre esa normalidad y lo que ahora le ocurre, basta con la descripción de la demacración de su cuerpo.

O en “Final de una lucha”, donde la normalidad de nuestro personaje se ve afectada cuando ve, de lejos, a su propia sombra y ya no sabe quién es el auténtico y quién la sombra; de paso, Amparo nos da una lección de cómo plantear comienzos de un cuento que atrapen de inmediato al lector: “Estaba comprando el periódico de la tarde cuando se vio pasar, acompañado de una rubia”.

Portada de Árboles Petrificados de Amparo Dávila, edición de Nitro Press
Portada de Árboles Petrificados de Amparo Dávila, edición de Nitro Press

En este libro, a diferencia de los dos siguientes, hay una marcada presencia de figuras masculinas, en algunos de los cuentos las mujeres ocupan un papel secundario en términos narrativos y en la vida, pareciera que en ellos Amparo quiere dar una crítica, aunque leve, de la relegación de la mujer en términos generales, porque cuando las figuras femeninas son las protagonistas de los relatos, estas padecen por las decisiones de un hombre: “Es completamente inofensivo –dijo mi marido con marcada indiferencia–. Te acostumbrarás a su compañía, y si no lo consigues…”; en “La celda” María Camino es acosada por algo en su propia habitación y la única solución que encuentra para librearse de ello, muy a su pesar, es el matrimonio; en “La señorita Julia” nuestra personaje no sólo debe lidiar con lo que la acosa todas las noches sino que también con los dimes y diretes de la gente, al grado de que su prometido rompe con ella… Son personas que, antes de ser acosadas por algo extraño, ya eran atormentadas por el entorno de costumbres machistas.

Hago una pausa a la mitad de mi escritura para checar nuevamente el índice, veo los títulos y de inmediato sé que varios de ellos —la mayoría, a decir verdad— ya están bien insertos en mi memoria, no obstante siempre me quedan pequeñas lagunas o tengo un par de dudas, entonces me dispongo a releer tal cuento y con cada línea tengo la sensación de que se trata de un primer acercamiento…. 

MÚSICA CONCRETA. Si Tiempo destrozado nació maduro por la experiencia poética de sus tres libros más su vocación literaria y su geografía personal y de lecturas, si Tiempo destrozado es un cuentiario donde lo extraño y su no descripción dan lugar a un sinfín de conjeturas e invita a imaginar tanto como los textos lo permiten, en Música concreta (1961) Dávila consagra su literatura: de sus tres compendios (quitando el inédito que aparece en sus cuentos reunidos) es mi favorito. Los ocho cuentos que lo conforman tienen un trabajo impecable con la estructura y el tiempo, son de una extensión más amplia, exigencia propia de los relatos porque aquí entramos de lleno en la normalidad de nuestros personajes, ya no tenemos antecedentes, nosotros mismos conocemos esa cotidianidad que a veces, vale decirlo, resulta encantadora, para que hacia la mitad, en ocasiones antes y a veces casi al final, algo suceda que nos destroce emocionalmente.

En cada uno de los cuentos de Música concreta sabemos que algo pasará: una fatalidad, un asecho, un terror nocturno, una venganza pasional, un asesinato entre sueños, la sorpresa de una verdad dolorosa, un acoso o la muerte… pero no queremos que ocurra. El lenguaje es fundamental y su dominio tan gratificante como siempre.

Pese a la cotidianidad descrita con más amplitud en estos cuentos, aún se nos presentan elementos extraños desde el comienzo:

Arthur Smith se levantó como todos los días a las siete menos cuarto. Tomó su acostumbrada ducha y se afeitó con toda calma. A las siete y media bajó a la cocina. Mrs. Smith le sirvió la taza de café acabado de hacer, que él acostumbraba beber mientras leía el Financial Times. Esa mañana Arthur Smith retiró la taza de café, sin probarlo siquiera, y dijo a su mujer que quería algo de fruta. Mrs. Smith lo miró extrañada: aquello venía a romper una rutina de muchos años.

Los personajes femeninos son el centro de casi todas las historias. Esto resalta más que son presas de diferentes injusticias, Dávila denuncia con sutileza la opresión que es producto de un entorno machista, cuando, por ejemplo, refleja que antes de que una de una de ellas conjeture por sí misma refiere lo que su esposo le explicó: “Seguramente, como me explicó Pancho, aquellos esqueletos…”, o en “Tina Reyes”, donde un muchacho se acerca a Cristina, la protagonista, pretendiendo conocerla y ella, por todas las noticias que ha leído de violaciones y abusos, piensa y asegura que su destino será el mismo al no poder escapar  de su insistente y desconocido pretendiente:

El muchacho insistía en saber más cosas acerca de ella: de su familia, con quién vivía, qué le gustaba hacer, a dónde acostumbraba ir… Tina empezó a exhumar a sus muertos y a inventar hermanas y hermanos. No podía decirle que vivía sola, y que no tenía a nadie que la protegiera y la salvara. Si él se enteraba era capaz de entrar a su cuarto y ahí mismo… a una pobre muchachita la habían ahogado con sus propias almohadas, en su propia casa, después de… ‘¡qué cosa más horrible!’, y un agua helada le caía por la espalda, produciéndole escalofríos.

Lo onírico es un elemento menos presente en estos cuentos, asumo que debido a que su propuesta narrativa tiene puntos de diferencia: en “Música concreta”, a diferencia de “Alta cocina” o “El huésped”, sí nos dice qué es lo que acecha a Marcela (nuestra personaje central): la amante de su esposo, que por las noches va al filo de su ventana y emite sus horrendos ruidos de sapo todo el día; una vez establecido esto, la atención del lector ya no va hacia lo que acecha sino qué tan cierto es que una mujer se convierta o haga estos ruidos toda la noche para atormentarla (porque nos los cuenta Marcela, así que no podemos tener la certeza de que realmente ocurra), y, cuando por fin estamos frente a la mujer-sapo, desconciertan su forma, su fisonomía y los tormentosos ruidos que hace.

Lo que menciono como la estética de lo apabullante es más difícil de digerir, en el sentido de que sus cuentos son magistrales, al grado de que uno los lee al filo de la silla, entrecerrando los ojos cada dos líneas o al final de la página porque tarde o temprano, sin falta, algo ocurrirá, algo feo, capaz de detener o destrozar el mundo de quien lo vive, el tiempo es fundamental en su narrativa, no habría relato sin su manejo del tiempo, confuso, neblinoso, justo como lo autora lo deseaba.

Si a mí alguien me hubiera planteado: ¿qué pasaría si la sobrina huérfana de la tía que la cuidó desde su nacimiento se enamorara del chico que corteja a su mayor, el mismo que ha sido capaz de enamorar a su tía luego de muchos años de soledad, por cierto?, no sabría si ir corriendo a leer “Detrás de la reja” o aplazar algunos días su lectura en lo que acabo de digerir el planteamiento (pero no recomiendo jamás postergar un libro de Dávila, es mejor llenar nuestro mundo de cosas extrañas que dejarlo tan monótono y aburrido como es).

Amparo Dávila me quita el sueño cada que la leo de noche y eso es una especie de sufrimiento placentero.

Lo cierto es que con Tiempo destrozado la autora dejó la vara muy alta y la superó, con creces, en su siguiente publicación. Árboles petrificados significaría un regreso a los intereses del primer libro: brevedad, extrañamiento desde el comienzo, ambientes neblinosos y oníricos con toda la madurez de los años recorridos. Al pensar en el estilo de Amparo estoy seguro de que es único y que se refleja en la totalidad de su obra, pero dentro del mismo haría dos categorías: el de la brevedad y el onirismo de su primer y tercer libro, y la belleza de lo cotidiano, cortado abruptamente en Música concreta.

Ya lo dije en mi columna pasada pero creo importante repetirlo: nos urge una reedición de sus Cuentos reunidos (FCE, 2009) con un prólogo extenso que nos brinde una perspectiva más amplia de su obra, o incluso todo un apartado que reúna varios textos (como en la edición conmemorativa de Árboles petrificados). Amparo Dávila renovó nuestra literatura, que no es poco decir porque en una época en la que el grueso de autores estaba entregado de lleno al realismo, ella desafiaba toda convencionalidad.

Amparo Dávila foto de Pascual Borzelli Iglesias
Amparo Dávila foto de Pascual Borzelli Iglesias

Nota final: Todo texto es incompleto, faltaría hablar de otros autores que también fueron importantes en su formación literaria: Herman Hesse, Franz Kafka, D. H. Lawrence, Camus, también falta hablar del libro que recopila sus cuentos sueltos: Con los ojos abiertos

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